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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Che, el trabajo y los trabajadores.

 

 

Ocurrió durante una jornada voluntaria en un taller de Artes Gráficas. El Che se detuvo a observar con detenimiento el quehacer de un obrero y se percató de que estaba haciendo algunos movimientos innecesarios. Pidió empalmar personalmente los pliegos y logró mayor productividad. No se trataba de que el entonces Ministro de Industrias, recién llegado al taller, fuera más capaz que aquel operario, sino de la puesta en práctica de las concepciones del Che sobre el trabajo.

Para él la producción no era una parte de la vida del individuo desligada de él con la cual solamente entraba en contacto cuando iba a recibir un salario: “(…) debe ser la obsesión de todos nosotros en estos momentos, aumentar la producción, aumentar la productividad, luchar por el ahorro, por los costos, hacer innovaciones tecnológicas de todo tipo. Esa debe ser la meta fundamental de todos nosotros; y por eso hay que dedicarse con los cinco sentidos a la tarea que se está haciendo.”

El universo laboral cubano actual es muy diferente a aquel del que fue testigo el Che, sin embargo esta y muchas otras ideas suyas mantienen absoluta vigencia, como la afirmación de que el socialismo no es una creación milagrosa ni un resultado exclusivo de la conciencia, sino del trabajo humano.

En este período de transición el trabajo debía adquirir una condición nueva, ya que los medios de producción habían pasado a manos de la sociedad, y la máquina –símbolo de la labor de la clase obrera- pasó a ser, como expresó el Che, la trinchera donde se cumple el deber.

La diferencia respecto a la sociedad capitalista resultaba esencial: el hombre, subrayó el Comandante-Ministro: “ Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece más, sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a la vida común en que se refleja; el cumplimiento de su deber social.”

Para hacer comprensible a la masa trabajadora esa distinción conceptual con el pasado, el Che promovió una fórmula en que se hacía más evidente: el trabajo voluntario, que entraña un aporte extra a la sociedad, al bienestar colectivo, sin esperar retribución; consistía, según su apreciación, en uno de los primeros escalones en el largo proceso de liberación del individuo que alcanzaría realmente su condición humana cuando produjera sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía.

No era una posición idealista lo que le hacía valorar la actitud ante el trabajo de una manera diferente, sino la creación después del triunfo revolucionario de condiciones que la favorecían. Lo aclaró en un discurso de entrega de certificados de trabajo comunista en el Ministerio de Industrias, al señalar que cuando la sociedad es capaz de iniciar la lucha reivindicatoria, destruir al opresor e instalarse en el poder, otra vez se adquiere frente al trabajo la alegría de estar cumpliendo un deber, de sentirse importante dentro del engranaje social y de motivarse a impulsarlo cada día más, para contar con una sociedad capaz de satisfacer las necesidades crecientes de toda la población.

Ese cambio, como él mismo alertó no se producía automáticamente en la conciencia como tampoco en la economía y señaló que hay períodos de aceleración, otros pausados e incluso, de retroceso.

Las extraordinariamente complejas coyunturas a las que ha tenido que enfrentarse la Revolución después que fueron expuestas esas ideas, han lesionado valores íntimamente vinculados con la actitud ante el trabajo, como la laboriosidad y la responsabilidad, pero no han restado importancia a la necesidad de darle la categoría de deber social, como lo concibió el Che, porque ello está vinculado indisolublemente al proyecto social que construimos.

En los Lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución se señala la necesidad de rescatar el papel del trabajo y los ingresos que por él se obtengan, no solo para la satisfacción de las necesidades personales del trabajador y su familia sino “como la vía fundamental para contribuir al desarrollo.”

Tanto el trabajo estatal como el no estatal están encaminados a ese doble propósito, y no es utopía sino imperativo de las circunstancias actuales lograr que los trabajadores incorporados a una u otra forma de gestión se sientan parte fundamental de un engranaje encaminado a obtener la prosperidad y la sustentabilidad de nuestro socialismo.

La empresa estatal socialista tiene ante sí tres grandes obligaciones planteadas por el Che en su discurso a la clase obrera, en una fecha tan temprana como junio de 1960: producir, ahorrar y organizarse; y a los trabajadores por cuenta propia les toca velar porque sus quehacer no se deje penetrar por influencias ajenas a la sociedad que edificamos y se sientan cada vez más un componente fundamental de la obra colectiva.

 
 
 
 

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