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	Fernando 
Martínez Heredia
	               
	
	21 febrero 2017   
                                                        
			                       
			                         
Palabras de Fernando Martínez Heredia en la presentación del tomo 
7 de la obrar El Che en la revolución cubana, durante la Feria del Libro de La 
Habana. 
La publicación de este séptimo tomo de El Che en la Revolución cubana 
constituye un punto de llegada y, al mismo tiempo, un punto de partida. 
Hace tres años, el 11 de enero de 2014, Orlando Borrego, Jacinto 
Valdés-Dapena y yo presentamos los tomos uno y dos de esta colección en el ya 
tradicional espacio Sábado del Libro. Dije entonces que la aparición de estos 
siete tomos constituía un gran paso de avance en cuanto a cubrir la necesidad y 
la urgencia que tiene Cuba de un pensamiento propio, de un pensamiento 
socialista cubano. Se iniciaba así una publicación que hoy coronamos, con la 
gran satisfacción del cumplimiento con gran calidad y en el tiempo fijado. 
La historia completa es mucho más larga en el tiempo. La de la obra comienza 
con la feliz iniciativa, audaz en más de un sentido, del compañero que está hoy 
en esta mesa: Orlando Borrego Díaz, el creador principal de la obra El Che en la 
Revolución cubana. El joven teniente del Ejército Rebelde que se convirtió en 
funcionario de la Revolución bajo el magisterio del Che y desempeñó altas 
responsabilidades en aquella aventura de sacar adelante la dimensión económica 
de la nueva sociedad de liberación y socialista que dirigió el Che. Borrego ha 
sabido estar a la altura de la confianza depositada en él por el Che, como 
animador del Seminario de El Capital, infatigable defensor y divulgador de su 
pensamiento a lo largo de toda la vida, y autor de textos de enorme valor sobre 
el pensamiento y la obra del Che. Para mí es además una persona entrañable, 
porque Borrego y yo hemos anudado una hermandad que se inició una noche, hace 
cincuenta y un años, en buena compañía. 
En 1966, Borrego concibió y logró llevar a la realidad la idea sumamente 
ambiciosa de rescatar de las fuentes más diversas los productos incontables de 
la actividad creadora de Ernesto Che Guevara desde el triunfo de la Revolución 
cubana hasta su partida hacia el Congo, el 1° de abril de 1965. Al trabajo tan 
grande y complejo que esa tarea conllevaba se ha referido un poco Borrego, yo 
solo quiero añadir que fue una gran proeza en varios sentidos. El más 
trascendente fue comprender el inmenso valor histórico que tendría aquel 
material que entonces formaba parte de la cadena interminable de grandes 
acontecimientos y trabajo cotidiano incesante de la Revolución, y sacarlo 
literalmente, salvarlo del turbión y convertirlo en siete libros de edición 
admirablemente cuidada, que constituyen la más amplia compilación que existe en 
una sola obra de lo que dijo o escribió el Che a partir de 1959. La tirada fue 
ínfima, en el papel que consiguió reunir el compilador para que se imprimieran 
aquellas miles de páginas. 
Aquella primera edición fue un empeño intelectual, ideológico y político de 
enorme alcance, una contribución a la batalla que se libraba, bajo la dirección 
de Fidel, por el triunfo de las ideas más revolucionarias dentro del campo de la 
Revolución cubana. Como participante en ella, tuve el honor de recibir uno de 
los ejemplares de la obra. Porque compartí los afanes de aquellos años sesenta 
por darle a conocer a todos el pensamiento del Che, y porque conservo el 
recuerdo de la hermandad de ideales y la amistad de compañeros que ya no están 
con nosotros, como Luis Alvárez Rom y Enrique Oltusky, este momento también 
tiene un valor muy grande para mí. 
Pasaron más de cuatro décadas durante las cuales El Che en la 
Revolución cubana, desconocido por las mayorías, era rara vez 
mencionado. En la presentación de los dos primeros tomos dije que parecía un 
sueño inalcanzable una segunda edición de esta obra que estuviera al alcance del 
pueblo. Pero el porfiado Orlando Borrego emprendió en el nuevo siglo, y llevó a 
cabo, la tarea de escanear la obra y darle así un soporte digital. Puesto en 
contacto con la entonces presidenta del Instituto Cubano del Libro, Zuleica 
Romay Guerra, ella tuvo una gran sensibilidad revolucionaria, porque desde ese 
momento en adelante aprobó y apoyó la idea de publicarla, combinó la diligencia 
y la habilidad, el respeto y la firmeza, hasta lograr la rápida puesta en marcha 
de la edición, y velar por sus sucesivas etapas de cumplimiento. 
Las direcciones sucesivas, las editoras y los demás trabajadores de la 
Editorial José Martí han desplegado una actividad ejemplar para convertir en 
siete hermosos tomos el proyecto, para cumplir en tiempo, pese a los 
innumerables problemas de tantos tipos que existen en la actualidad. Con una 
extremada laboriosidad y celo, con conciencia y amor por lo que estaban 
haciendo, ellos, los funcionarios y técnicos del Instituto involucrados y los 
trabajadores de las imprentas, han logrado esta colección de cinco mil 
ejemplares cada tomo. Este es un triunfo, que me place mucho destacar, del 
Instituto Cubano del Libro, una institución cultural que es hija de la casi 
inabarcable iniciativa y pasión creadora de revoluciones culturales de 
Fidel. 
Quiero recordar también a otro compañero, al que su estado de salud no le 
permite acompañarnos hoy aquí, Jacinto Valdés-Dapena, otro valioso luchador de 
toda la vida por dar a conocer el pensamiento del Che, que en estos años ha sido 
un colaborador sumamente valioso para las compañeras de la Editorial José Martí 
y un tenaz impulsor del proyecto. Erudito y discreto, Jacinto es uno de esos 
pilares de la obra revolucionaria cubana mediante la dedicación y la entrega de 
toda su vida, y es también un hermano mío desde hace medio siglo. 
De otra historia, la del autor de la obra que estamos presentando, nunca se 
terminará de hablar. Esta presentación es también importante porque es una de 
las primeras actividades por el Che en el año del cincuentenario de su caída en 
Bolivia. Y el contenido de este tomo final, preparado en 1966, en la colección 
que el Che pudo conocer en Pinar del Río, cuando se preparaba militarmente para 
Bolivia, resulta muy alusivo al remate que tuvo la vida misma del Che, algo que 
el compañero y compilador estaba lejos de prever. Trae un conjunto de escritos 
de Ernesto Che Guevara que están reunidos por su asunto: la insurrección, la 
lucha armada como recurso supremo de los revolucionarios, su naturaleza política 
y sus características principales, los consejos que puede ofrecer un hombre tan 
conocedor experimentado como combatiente y como jefe, y pasajes de la historia 
de la insurrección cubana. Entre otros textos contiene los dos libros que el Che 
publicó en Cuba: La guerra de guerrillas y Pasajes de la guerra revolucionaria. 
El segundo, editado por la Unión de Escritores y Artistas, tiene a mi juicio 
extraordinarios valores para penetrar los sentidos profundos y avanzar en el 
conocimiento verdadero del proceso de la insurrección cubana, al mismo tiempo 
que muy notables virtudes literarias. Pero el Che no pretendió ser un literato. 
El rigor inaudito al que sometió siempre sus actos y sus productos intelectuales 
refrenó la natural inclinación a alternar en la república de las letras que 
podía abrigar una persona que tenía tantas lecturas, tanta sensibilidad 
literaria y prendas de escritor, y tantas vivencias. Sin embargo, el Che 
estaba totalmente consciente de su lugar histórico, sin duda en cuanto 
individuo, pero sobre todo como uno de los protagonistas de la revolución cubana 
y de la nueva ola revolucionaria que estaba recorriendo el mundo. 
La guerra de guerrillas es un texto destinado a aumentar las capacidades de 
los combatientes y enseñarles a pensar sobre las acciones mismas y la 
organización de la guerra revolucionaria, y un conjunto de indicaciones sobre 
cómo desarrollar mejor las actividades guerreras. Es uno entre tantos ejemplos 
del Che como educador, que actuaba en todo momento –hasta en los más 
difíciles—para que los humildes se apoderaran de la palabra escrita y 
aprendieran a no conformarse con menos que la superación sistemática de sus 
capacidades y su mundo intelectual. Que creaba instituciones y tomaba medidas 
para aumentar los niveles generales y especializados de todos, y aspiraba a que 
el pueblo cubano tuviera a su alcance un pensamiento que estuviera a la altura 
de sus prácticas revolucionarias y la nueva vida a la que se asomaba. 
La modesta edición de La guerra de guerrillas fue impresa en los talleres 
tipográficos del INRA por el Departamento de Instrucción del Ejército Rebelde, 
después MINFAR, que dirigía el Che, con ilustraciones realizadas por un teniente 
rebelde. Como colofón llevaba este mensaje: “Compañero: este libro pretende ser 
una síntesis de las experiencias de un pueblo. Si crees que se deba agregar o 
cambiar algo, comunícalo al Departamento de Instrucción del MINFAR”. 
La unión de las circunstancias y las actitudes de cada individuo hacen que 
predomine en este determinado aspecto; así se forma el hombre de acción, o el 
hombre de pensamiento. El niño Ernesto fue un gran lector, y el 
adolescente un enamorado de las ideas, pero desde temprano en su vida salió en 
busca de la acción. Enrolado en una lucha armada, pronto descolló en ella y fue 
uno de los protagonistas de la guerra revolucionaria cubana. El Che fue el 
nombre de bautizo de un hombre de acción. En los seis primeros años del poder 
revolucionario tuvo una actividad intensísima, política, administrativa e 
intelectual, como recoge esta colección. Y en los dos y medio últimos años de su 
vida volvió a ser, sobre todo, un hombre de acción. Así se podría describir el 
transcurso de su existencia. 
Pero lo cierto es que Ernesto Che Guevara fue un hombre de ideas, y las ideas 
guiaron siempre su actuación, aunque fue uno de esos raros casos de una persona 
que es descollante tanto en el pensamiento como en la acción. En todo momento 
pensó el mundo en que estaba viviendo, sus rasgos y sus problemas esenciales, 
analizando tanto las cuestiones inmediatas como los aspectos trascendentes de la 
causa en que se involucraba. Aprendió que la praxis es creadora de realidades 
que los sistemas de pensamiento no pueden admitir o no creen posibles. El Che 
pensador intentó que el desarrollo de las nuevas realidades creadas probara el 
acierto de las ideas más revolucionarias –al mismo tiempo que impulsaran y 
transformaran a esas ideas. Buscaba también en esa dialéctica un suelo social a 
la parte que en sus definiciones conceptuales le pedía prestada al futuro. El 
Che no convertía su concepción en una camisa de fuerza dogmática, y le reclamaba 
a sus compañeros de actuación que pensaran, y que ejercieran la libertad de 
pensar. 
Che fue un hombre de estudios, que practicaba sistemáticamente la superación 
personal, la pregunta y la duda, sin ceder nunca a la tentación de creerse un 
sabio. No se arropaba con la teoría marxista, ni se escudaba en ella. Criticó a 
fondo a la corriente que en aquella etapa era la más poderosa e influyente 
dentro del socialismo y el marxismo, pero nunca pretendió hacer tienda aparte 
con sus ideas. Sin embargo, la necesidad y su genio lo llevaron a producir una 
concepción específica, suya, que engrosó y desarrolló una corriente 
revolucionaria del marxismo que había sido relegada, en un momento histórico 
crucial. El Che fue un hereje. En tiempos de creación revolucionaria, la herejía 
es fundamental, porque lo instituido obra a favor del orden vigente o del que ha 
existido siempre, y nunca actúa a favor de los cambios profundos y radicales de 
las personas, las relaciones, la vida y las instituciones. 
Su despedida de la etapa que está recogida en El Che en la Revolución cubana 
fue nada menos que El socialismo y el hombre en Cuba, uno de los textos 
fundamentales de la historia del pensamiento revolucionario en América Latina. 
Es el manifiesto comunista de la Revolución cubana, la proclama que le explica 
al mundo la verdadera naturaleza del socialismo y el camino de liberaciones que 
necesitan recorrer los seres humanos y las sociedades. Y en la obra del Che, 
este texto expresa la síntesis de su pensamiento maduro sobre la transición 
revolucionaria del capitalismo hacia el socialismo y el comunismo, y el inicio 
de una nueva etapa de su profundización. Y en los días en que se preparaba para 
marchar a la guerra en Bolivia escribió el Mensaje a los pueblos del mundo desde 
la Tricontinental, que es uno de los momentos culminantes de las ideas sobre 
estrategia revolucionaria latinoamericana y del llamado Tercer Mundo en una 
época singular, la de la segunda ola revolucionaria mundial del siglo XX. 
En los últimos dos años y medio de su vida, que se inician con la partida 
hacia África, Ernesto Che Guevara se dedicó a dos tareas: impulsar la revolución 
en el mundo, con el arma en la mano, para ayudar a forzar la situación a favor 
del campo popular y de la causa cubana; y desarrollar su concepción teórica y su 
exposición escrita, para servir mejor al pensamiento crítico comunista y de 
liberación. La primera tarea fue la priorizada, a ella le dedicó sus esfuerzos 
constantes, su audacia y su entrega revolucionaria, y por ella dio su vida. 
Hace veinte años, Fidel calificó como el destacamento de refuerzo a la 
llegada a la patria de los restos de Ernesto Che Guevara y sus compañeros de la 
guerrilla de Bolivia. Eran tiempos difíciles. En un hermoso evento, el de 
“Paradigmas emancipatorios de la América Latina”, que reunió a más de cien 
activistas sociales de la región con muchos cubanos hace cinco semanas en La 
Habana, yo les comentaba que, en realidad, en las revoluciones verdaderas no hay 
coyunturas fáciles. Aunque explicaron que los procesos de cambios y las luchas 
populares del continente están confrontando muy serias dificultades, ellos 
expresaron con entusiasmo su convicción en que la determinación y la acción 
revolucionarias constituyen el único camino por el que los pueblos se volverán 
capaces de mantener o de ganar sus derechos, y lograrán finalmente vencer. 
Esos latinoamericanos, como tantos otros en la región y tantas personas en el 
mundo, confían en que Cuba seguirá siendo el ejemplo maravilloso de lo que 
pueden lograr los pueblos, y un faro de esperanza de los que resisten o pelean 
en el planeta, y de los aspiran a otra vida y otro mundo sin tantas iniquidades. 
Tomemos una vez más al Che como refuerzo, armémonos con sus ideas y con 
su ejemplo, en la situación compleja y difícil en que vivimos hoy, para que 
podamos conmemorar de la mejor manera el cincuentenario de su caída, que es 
manteniendo viva y triunfadora su causa, la causa de Fidel, la causa de la 
revolución.  |