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 Identidad esencial en Che y Allende.

 
 
 

Armando Hart Dávalos

Hemos conmemorado el 80 aniversario del Guerrillero Heroico y el 26 del propio mes el centenario de Salvador Allende; entendemos que lo más significativo de estos dos aniversarios está en lo siguiente:

Ante la grave crisis de ideas filosóficas que la humanidad necesita con urgencia y con la cual ha comenzado el siglo XXI, lo más útil sería encontrarlas a partir del análisis de los hechos y acontecimientos históricos y extraer conclusiones para la interpretación del momento en que vivimos.

Nosotros los cubanos, y siento que también los latinoamericanos y caribeños, podemos, a partir de José Martí, encontrar, de esta forma, el crisol de ideas necesarias para Cuba y el mundo de hoy. Y debemos hacerlo a partir del método electivo de la tradición filosófica cubana que combatió al llamado método ecléctico de Víctor Cousin.

Es importante tomar en cuenta que tanto Félix Varela como José de la Luz y Caballero, desde Cuba, en la primera parte del siglo XIX, como Marx y Engels en la segunda, rechazaron el llamado eclecticismo de Cousin. Esto es digno de estudiarse. Sobre esta base, para nombrar a todos los próceres y pensadores de América, propongo recordar al Che y a Allende como símbolos esenciales del siglo XX latinoamericano y caribeño. Esto será útil no solo a nuestro "pequeño género humano", como llamó Bolívar a nuestra América, sino para toda la humanidad, y así podremos exaltar lo mejor de la memoria histórica.

Cuando un hombre pierde la memoria se trastorna psíquicamente, igual sucede a los pueblos, el rescate a escala mundial de la memoria perdida en las centurias transcurridas es, sin duda, una contribución que la América de Bolívar, Martí, el Che, Allende y tantos más, puede hacer a la salvación de la humanidad de los peligros que la acechan y que están bien a la vista de todas las personas sensatas del mundo. Con esto voy directamente al Che y a Allende.

Hace un siglo, en la ciudad de Valparaíso, nació Salvador Allende, esa figura extraordinaria de la historia de nuestra América. Su imagen como presidente constitucional de Chile y su muerte heroica en el Palacio de la Moneda, haciendo frente al golpe fascista de Pinochet y su pandilla, es un símbolo de la dignidad de nuestros pueblos.

Pocos días antes habíamos recordado y exaltado a esa otra figura excepcional que es el Che en el aniversario 80 de su natalicio y he querido unir el homenaje a estos dos hombres sobresalientes, de modo que podamos apreciarlos mejor en toda su grandeza.

Ambos, Che y Allende, representan pues la tradición patriótica, antimperialista y ética de nuestra América. Su ejemplo viene enmarcado por la correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace. Las diferencias están dadas por la forma en que cada uno escogió para plantearse el propósito de transformación revolucionaria de la sociedad.

Cuando Guevara le dedicó su libro La guerra de guerrillas expuso lo que ambos perseguían, por caminos distintos, el mismo ideal del socialismo.

Emociona recordar que el entonces senador y luego presidente se trasladó en 1967 a la frontera boliviana para recoger a los últimos combatientes de la guerrilla que tuvieron que salir del país tras la tragedia de Quebrada del Yuro.

Ernesto Guevara, con su guerrilla internacionalista, fue vocero mayor del pensamiento leninista en la segunda mitad de la pasada centuria. El presidente mártir representó, como nadie, el ideal de un programa socialista por vías legales e institucionales durante este mismo tiempo histórico.

En Europa, lo más valioso del pensamiento socialista del siglo XX, el leninismo de un lado y el programa de transformaciones que preconizaba la llamada socialdemocracia del otro, fueron conducidos a la claudicación y a la derrota. En cambio, el Che y Allende, desde el Nuevo Mundo, llevaron esas ideas, como correspondía a nuestra tradición, hasta sus últimas consecuencias y entregaron sus vidas a favor de la utopía universal del hombre. Es la lección de moral política que han dejado para la historia estas dos grandes figuras ejemplares.

Esta aspiración a cambiar el mundo bipolar se hallaba presente tanto en la guerrilla internacionalista en Bolivia como en la victoria electoral de la Unidad Popular chilena en 1970. Había que crear varios Vietnam para hacer avanzar el socialismo o había que conquistar, dentro del marco de la constitucionalidad burguesa, el poder pleno para el pueblo trabajador. Esto no se consiguió y la tragedia del Che y Allende marcó para la historia una aspiración ideal que expresa una gran necesidad histórica.

Tengo un recuerdo conmovedor y aleccionador de una conversación de Fidel en un rincón de la embajada cubana en Chile cuando visitó ese país en 1971. Reunido con unos combatientes de la izquierda les dijo: "ustedes deben comprender que aquí la revolución la hace Allende o no la hace nadie". Decía así el Comandante en Jefe para mostrar la necesidad de la más estrecha unidad en torno al presidente.

Las formas de acción del Che para la realización de su ideal pueden ser distintas a otras que hoy se aplican, y lo son en efecto, pero la esencia de su pensamiento tiene vigencia creciente. Para ir a lo fundamental de lo que trasciende del mensaje de Salvador Allende, es útil no olvidar jamás que la enseñanza de que su martirologio mostró la crisis del sistema democrático-burgués y su ineficacia para mantener una legalidad que responda a los intereses de las grandes mayorías.

Era Chile el país latinoamericano donde más alto desarrollo alcanzó el llamado pluripartidismo. Allí precisamente entró en crisis este sistema político-jurídico de la más elevada democracia burguesa latinoamericana, porque la aplicación consecuente y honesta de un programa social radical era incompatible con el régimen económico vigente que tenía a su disposición su recurso preferido: las Fuerzas Armadas y la violencia fascista. Se comprobó dramáticamente que cuando los intereses creados aprecian que las vías legales pueden conducir a un cambio radical, apelan a violentar todo el sistema jurídico. De esta forma, Allende, con el sacrificio de su vida, alcanzó la más alta dignidad de la ley y la democracia sobre fundamentos populares, que es lo que necesita América. La defendió en su martirologio escribiendo una página de gloria en la historia del derecho.

Una situación en su forma distinta, pero que en esencia revela el mismo problema, se había dado en Cuba durante la década de los cincuenta, cuando Fulgencio Batista, al servicio del imperio, dio el golpe de Estado contra un gobierno constitucional en vísperas de unas elecciones generales en las que iba a triunfar un partido de extracción popular y donde se movían fuerzas radicales de izquierda.

Aquí, el régimen de partidos fue incapaz de evitar el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 y de organizar la resistencia contra él. No podía tampoco restaurar la legalidad destruida. Ante esta incapacidad surgió la revolución popular democrática bajo la dirección de Fidel Castro. El sistema de partidos corrompidos hasta la médula feneció en el proceso de lucha contra la tiranía antes del triunfo de la revolución. No fue, pues, la Revolución cubana la que disolvió los partidos; fue la incapacidad del pluripartidismo la que nos llevó por el camino de la revolución. Incapacidad que se revelaba en la podredumbre moral y en el entreguismo de las oligarquías cubanas al imperialismo yanki.

Ahora, cuando han triunfado en América Latina procesos políticos que han conducido a la instauración de gobiernos que encarnan las aspiraciones populares y se va abriendo paso una conciencia hacia la integración de nuestros países, cobra mayor importancia el significado histórico de la ruptura del régimen democrático chileno en 1973. Esa experiencia muestra que cuando se lleva de forma consecuente un programa democrático por vía electoral, hay que estar preparados para hacer frente a las dificultades y obstáculos que inevitablemente se levantan para impedir su materialización. Eso está muy claro en aquella experiencia histórica chilena. Se hace más necesario que nunca antes levantar las banderas de la ética y la juridicidad para la defensa de los procesos en marcha.

En los dos símbolos —Allende y Che— se expresa una voluntad de transformación social que América y el mundo necesitan de forma objetiva. La experiencia del Che y Allende muestra que la disyuntiva no era entre caminos pacíficos o violentos. El asunto es más sutil. El entrecruzamiento de sus concepciones de lucha es la enseñanza más importante que estos dos hombres dejaron para la historia americana. El futuro dirá cómo se produce esta articulación y ha de ser, desde luego infinitamente compleja y adecuada a cada situación particular.

En estos dos símbolos se expresa una voluntad de transformación social en América que esta objetivamente necesita. En las formas complejas que se presentan en la vida, el enlace de las concepciones de lucha que tuvieron el presidente mártir y el guerrillero heroico revela una síntesis política a la que nuestra América no va a renunciar.

Granma 04-07-2008

 
 
 
 

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