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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 La paz en Colombia-Capítulo VI.

 

 

Capítulo VI

LOS DOS LIBROS DE ALAPE

 

Arturo Alape era militante de la Juventud Comunista. Le salía a borbotones su interés por la historia y sus cualidades eran de narrador nato, como las de Marulanda eran mandar hombres. Por él tenemos más datos directos de los acontecimientos que estamos analizando. Se incorporó físicamente a las guerrillas, pero no para hacer la guerra, sino para conocer el escenario, los jefes, los combatientes, y escribir la historia. Como Arenas, quedó subyugado por su personaje. No vacila en afirmar que Pedro Antonio Marín, quien más tarde sería Manuel Marulanda, se levantó en armas con 25 hombres, entre ellos 14 primos hermanos. Las familias campesinas con tierras a su disposición tenían entonces muchísimos hijos.

Siguiendo las tradiciones de Colombia, para no ser exterminados por los conservadores, se dedicó inicialmente a eliminar militantes en las filas del Partido Conservador. Nos encontramos un cuadro de violencia tal, que no se podría comprender sin la imaginación y capacidad descriptiva del autor.

Escribió dos libros sobre Manuel Marulanda. No tenía yo idea de cuán fanático de la historia era Alape, cuando a través de un encuentro que gestionó Gabriel García Márquez me interrogó durante largas horas una madrugada de septiembre de 1981.

Por lo que conocí de lo ocurrido los días 9, 10 y 11 de abril de 1948 en Bogotá, no habría podido explicarme nunca determinados hechos que allí observé.

Más de una vez Alape rompe la monotonía de su testimonio histórico. Tiene, sin embargo, el propósito de introducir en las mentes la época en que vivían las masas de campesinos que poblaron la región durante más de cien años reveladores de una espantosa realidad.

Ha puesto en boca de Marulanda las palabras adecuadas para contar que eran: “[...] veinticinco hombres, incluyendo a catorce primos. Pronto corrió el rumor de nuestra existencia y pronto llegaron muchachos dispuestos a la pelea. En poco tiempo conformamos un núcleo de cincuenta hombres, pero hombres desarmados. Entonces, sólo existía una forma de conseguir armas: quitárselas a los conservadores [...]” —Pedro Antonio Marín no era todavía el jefe, sino otro familiar de más edad y ascendencia.

Prosigue explicando el historiador:

“En ese primer empuje de ajusticiamientos, pues tumbamos, hasta donde yo me di cuenta, por ahí unos veinticinco.

Trabajadores como nosotros, pero ya corrompidos en su sed de violentos; conservadores de las veredas, dueños de fincas, dueños de vacas y de caballos, con pequeños patrimonios, la misma cosa de hombres como nosotros. Pero eso fue un producto de algo que surgió no por culpa nuestra, algo en que nos vimos arrastrados, incluso contra la voluntad nuestra [...]”.

“Mi padre era el más pobre de la familia... hizo vida común en una finca de un poco más de veinte hectáreas en su conjunto, cultivadas en café, yuca, plátanos. Clima cafetero, donde la siembra del plátano se hacía para que durara diez, quince o treinta años. Tierra de plátanos. La yuca muy buena, lo mismo el frijol, el café, la caña. Tierras buenas... Los tíos en cambio poseían fincas de cien, ciento cincuenta, doscientas hectáreas, cafeteras; cultivadas en pasto, caña”.

Pedro Antonio Marín razonaba, según Alape:

“Por muchos que sean los liberales muertos, los conservadores no son capaces de matarlos a todos, imposible acometer semejante ambición, tendrían que matar al país matando uno a uno a sus hombres. Se necesitarían muchas tumbas para enterrar un país”.

Sueñan con “meterse a Génova, su pueblo, el pueblo de muchos de sus primos [...]” el 7 de agosto de 1950, día en que se posesionaría como presidente de la república, Laureano Gómez (conservador fascista).

“‘Reunimos como a unos ochenta hombres; unos con machetes, otros con escopetas y con el grupito de nosotros armados de algunos fusiles, dijimos plenos de confianza: le caemos al pueblo, eso no tiene vuelta en el cerebro, sólo tiene vuelta de amarre en el deseo [...] a tomarnos Génova, porque esa era la orientación del partido liberal [...]’.”

“‘Ya nosotros habíamos entrado al pueblo, atravesando los puentes sobre los ríos Gris y San Juan, cerca de las primeras casas, en las goteras del pueblo, en el acordonamiento, planeando’ [...]. La policía recibió comunicación de que el grupo había estado sobre las márgenes del río San Juan ajusticiando a muchos conservadores y de inmediato se ponen al habla por radio con Manizales, recibiendo en pocas horas refuerzos. El 7 de agosto, a las cuatro de la mañana comienza la pelea con los uniformados y ‘eran las ocho de la mañana y seguíamos al rompe echándonos plomo con ellos, sin poder cumplir con los deseos calientes que uno se cargaba de copar el pueblo’ [...]. A las once de la mañana se vieron imposibilitados de cumplir con el objetivo” —cuenta Alape— “porque se habían descubierto a destiempo haciendo presencia sobre las márgenes del río San Juan. Escapan como pueden al salir de las goteras del pueblo disparando para cubrirse. Y Pedro Antonio Marín ordena retirarse rumbo a Cumbarco dejando de camino a los liberales que los habían acompañado en el intento fallido, siguiendo la marcha los guerrilleros. Atrás, once muertos liberales, ‘dos del grupo nuestro’, y tres heridos”.

“Esta fue la primera etapa de lucha, puede decirse. Con el duro golpe recibido en Génova y el ingrediente de la pérdida paulatina en las esperanzas en el liberalismo, el grupo se fue desintegrando. En poco tiempo quedamos unos diez combatientes. Intentamos realizar algunas acciones pero la desmoralización de la población hizo estragos, al quedarnos aislados sin apoyo [...]. Decidieron marchar hacia el Tolima en grupitos de dos a tres hombres. Entonces mandamos a buscar el resto de familia que merodeaba por los territorios del Sur del Tolima: los Loaiza, y nos pusimos en comunicación con ellos. Nos enviaron noticias diciendo que se estaban organizando. Les planteamos unirnos al trasladarnos de Caldas hacia el Sur del Tolima para formar una fuerza más grande; unirnos por medio de contactos personales, de amigos, de cartas y así encontrarnos un día en el Sur del Tolima para resistir [...]”.

“Pedro Antonio Marín y su primo Alfonso viajaron por vía legal, salieron por Anaime hasta la carretera nacional, más adelante de Cajamarca se montaron en un carro y desde Neiva se dirigieron hacia El Carmen, culminando la zozobra en Gaitania. En ese sector encontró a su padre y a sus hermanas. Permanecieron a resguardo y Pedro Antonio Marín volvió a trabajar como aserrador. Luego en El Carmen, cerca de Nazareno trabajó en la finca de un coronel alemán que había llegado a esas tierras, huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Esperaba el contacto con los Loaiza. Ellos seguían perdidos por los lados de La Profunda.

”A mí me tocó estar escondido en el monte, a poca distancia de El Carmen, tiempo muy cruel. Viene lo de la toma de Gaitania, yo fui avisado con tiempo por ellos, porque moraban temporalmente en una región llamada San Jorge. Ellos con su cuadrilla hacían sus andanzas y nosotros les poníamos los contactos. Por fin logramos llegar a ellos y ya nos encontramos con toda la familia de los Loaiza, después de la toma de Gaitania, que entre otras cosas tenemos un parentesco familiar, digamos que siempre bastantico. Ahí en esa conversación comenzamos a organizar la cosa en el Sur del Tolima [...]”.

“Pedro Antonio Marín o Manuel Marulanda Vélez se encontraba en su comando, cuando llegaron los comunistas a la zona liberal. Conocía de la existencia de la Columna de Marcha por el intercambio de comunicaciones personales, de cartas. ‘Fue bien recibida por los liberales la presencia de los comunistas en el comando de La Ocasión. No conocí los iniciales movimientos de la Columna, tampoco los acuerdos que fijaron. Mi residencia o donde mantenía el personal, estaba situado por los lados de El Socorro, por San Joaquín, por esas veredas [...]’.”

“Ya reunidas las fuerzas de Marulanda con las de Loaiza y las de los comunistas en un mando unificado, la dirección liberal criticaba a Loaiza y a sus hijos: ‘Ustedes no tienen que estar allá reunidos con los de El Davis [...]’.

”En las reuniones del Estado Mayor Liberal se afirmaba: ‘los comunistas quieren colectivizar hasta las viejas costumbres de los hombres... todo lo quieren controlar, hasta la respiración de uno... Nosotros vivimos y actuamos en el Sur del Tolima, la tierra donde crecimos, nuestra propia geografía. Nada tiene por qué atarnos a una tierra tan lejana como es Rusia. Y eso quieren los comunistas de El Davis que piensan como si fueran rusos. Son sus principios. Ese ejemplo nos afecta directamente a nosotros, nos crea serios problemas en nuestros comandos. Ellos son ellos en su forma de pensar y nosotros somos nosotros en nuestro pensamiento liberal [...]’.”

“Estos datos y otros muchos ilustran hasta qué punto se producirán constantes diferencias entre liberales y comunistas. Para aquellos, lo que se ocupaba en las acciones de guerra era propiedad de quien lo hiciera, incluso las armas. Los comunistas, por el contrario, eran partidarios de que pertenecieran al colectivo. Defendían la formalidad y la disciplina. Ganaban prestigio y conquistaban las simpatías de los mejores combatientes. De ese modo, las simpatías de Marulanda y sus más cercanos combatientes se inclinaban progresivamente a sus principios. Hacía rato estaban cada vez más decepcionados de la dirección nacional del Partido Liberal, que ignorando sacrificios y realidades transmitían sus absurdas órdenes a los combatientes”.

Las ilusiones dieron lugar al engaño del oficial del Ejército que se hace pasar por liberal frustrado y con 25 hombres bien armados organiza la trampa que costó la vida a 150 combatientes liberales. Los Loaizas, desconfiados, retrasaron 24 horas su entrada en el pueblo de Rioblanco. Marulanda no tragó el anzuelo. Es un episodio que ya se abordó. Si se deseara la historia amena de lo que ocurrió, habría que recurrir al relato de Alape.

En ese mismo texto, el primero de los que escribió, se habla de la lucha desarrollada por las FARC hasta principios de la década de 1960. La primera edición se publicó más de 25 años después, en 1989. Alape concluye su primer libro con un eco de nostalgia:

“Marulanda al volver a Marquetalia en busca del río subterráneo de sus influencias, comenzaría a escuchar y leer, sin que padeciera de escalofríos en el cuerpo, noticias diversas sobre sus muertes. Sería desde entonces, uno de los hombres que más ha sobrevivido en el mundo, al espanto de tantas muertes sobre su vida —muertes que lo acechan, muertes deseadas, muertes inventadas, localizadas en cualquier parte de su cuerpo—, sus muertes alcanzarían hasta cien. Las historias de sus muertes se escucharían en los confines de la selva y de la montaña. La invención no tendría límites. Pero otros recogerían esas historias de sus muertes supuestas, para contarlas de manera distinta [...]”.

Así concluye su narración en el primer libro.

Inicia el segundo con oraciones líricas:

“La muerte muy precavida le seguía el trillo a Manuel Marulanda Vélez, se había convertido en su sombra de hombre... Un hombre que ha vivido tan cerca de la muerte, que le ha jugado tantos esguinces, inevitablemente, debe transitar en un instante de su vida, por una penosa agonía... Otras noticias no estaban escritas para el momento supremo en que cesara de fluir la vida en su corazón”.

“Marulanda le abre nuevos pliegues a la memoria para aclarar en definitiva el misterio de su escape de Marquetalia”, continúa Alape, citando a veces las palabras de Marulanda:

“‘De Marquetalia se puede salir por varias trochas. Se sale para el Huila, se sale para el Cauca, se sale para Caldas. Nosotros teníamos muchas vías de escape. Y nadie lo sabía. Entonces nosotros escapamos por todas esas trochas. Claro que había una trocha que se llamaba la trocha central, quizá, es la trocha que dice el general Matallana que descubrió’.”

“Por una de esas trochas, habían escapado de Marquetalia con rumbo a Riochiquito, un grupo de combatientes liderados por Marulanda, Jacobo Arenas y Hernando González, con el fin de preparar la Primera Conferencia del Bloque Sur”.

“La Conferencia del Bloque Sur desarrollaría la concepción político militar apenas enunciada en el Programa Agrario Guerrillero, que se hizo conocer a la opinión pública, desde las montañas de Marquetalia, el 20 de julio de 1964: ‘Nosotros somos revolucionarios que luchamos por un cambio de régimen. Pero queríamos y luchábamos por ese cambio usando la vía menos dolorosa de nuestro pueblo: la vía pacífica, la vía de la lucha democrática de las masas, las vías legales que la Constitución de Colombia señala. Esa vía nos fue cerrada violentamente, y como revolucionarios jugaremos el papel histórico que nos corresponde”.

“La visión que tiene Marulanda como guerrero en el año 1966, en momentos en que se han creado las condiciones para la fundación de las FARC, es la visión del hombre asediado y perseguido que se ha convertido por su propia experiencia en un conductor guerrillero, que piensa ya no en función de la defensa de un territorio determinado, sino que abre su mirada hacia un proyecto militar de características nacionales, sujeto a un pensamiento político programático, influido por el triunfo de la Revolución Cubana, que recorre su hálito triunfal por el continente. Perseguido por su forma de pensar y sus dotes de militar, en un país en que la tolerancia ha sido razón y fuerza de poder. Observa de antemano dónde puede dormir, observa quién o quiénes lo rodean. El sentido de la noche como orientación, el sentido del día como visualización. El sentido de hacerse invisible ante el enemigo cuando necesita desaparecer. El sentido de hacerse visible cuando necesita aparecer frente al enemigo. El sentido de tiempo que mide con exactitud en los momentos cruciales. Capacidad de mando. Conocimiento de sus hombres. Conocimiento del enemigo como se conoce a sí mismo”.

“Tenían muy buena acogida en la población, porque mantenían un tipo de relaciones muy fraternales, francas, amistosas, comprensivas. De esas relaciones nosotros los comunistas tuvimos que aprender bastante, porque eran relaciones de una comunicación y de consulta permanente”.

“Los textos del Che influyen en ese cambio de concepción, así como influyeron los textos de Mao en la guerrilla comunista en los años cincuenta. Jacobo estudia al Che: ‘Cuando el Che habla de que el guerrillero es el jesuita de la historia revolucionaria, él habla así, el guerrillero muerde y huye, engaña al enemigo para volver a golpearlo, muerde y huye para volver a morder y a huir y así siempre. El Che no hace una figura literaria. Es lo que resume el Che Guevara en la experiencia de la guerra revolucionaria en la Sierra Maestra [...]’.”

“En Cuba la campaña del Ejército Rebelde dura dos años. En Colombia se iniciaba la lucha y comenzaba a prolongarse en el tiempo como una sombra que pierde la imagen. Era el comienzo en los años 1964-1966 de lo que sería un período histórico de larga duración. El ejército, particularmente, desde 1964 viene cambiando su concepción operacional y como consecuencia su concepción táctica dentro del propio marco de su concepción estratégica”.

“Se nombró un Estado Mayor, se eligió a Marulanda como el comandante superior y a Ciro Trujillo, segundo al mando. Luego vendrá la otra historia, la historia de la consolidación del proyecto político-militar, en un lento proceso de desarrollo desigual, en que se van racionalizando las experiencias”.

“Durante el gobierno de Pastrana se reúne en El Pato, la Cuarta Conferencia”.

“En la Cuarta Conferencia, dijo Marulanda con un hondo sentido realista de la situación: ‘En esta Conferencia si no podemos señalar muchos éxitos, por lo menos ya podemos decir que no nos continuaron matando, lo que es un paso supremamente grande. Se comienza a hablar de nuevas perspectivas de crecimiento. Ya incluso, escuchamos rumores que provienen de los altos mandos del ejército, se duelen de la pérdida del contacto con las guerrillas en los últimos meses; no saben dónde operan las guerrillas, dónde se meten, cómo se mueven; el enemigo ha perdido la visión real que tenía y dominaba sobre la persecución a las guerrillas y en este sentido hemos ganado la iniciativa de la movilidad”.

“Es en la Quinta Conferencia Guerrillera que se celebra en el Meta, cuando se analizaban los problemas y los nuevos elementos surgidos en el Movimiento, cuando Marulanda dijo, al seguir la línea de sus anteriores razonamientos, en su lenguaje característico: ‘nos repusimos, ahora sí calculo que nos hemos repuesto de esa terrible enfermedad que casi nos liquida a todos, es decir, volvimos a ser más o menos, la misma guerrilla anterior...’,” recuerda Jacobo Arenas.

“Se requirió mucho tiempo, mucho trabajo, poner mucho cerebro en esa reconstrucción, porque se había perdido el 70 por ciento de la fuerza humana y el 70 por ciento del armamento”.

“En ese período de reconstrucción y de recuperación de la fuerza guerrillera, que dura prácticamente entre 1966-1974, quizá una de las experiencias más reveladoras sobre la personalidad de Marulanda, en una diversidad de facetas, es sin duda, la que se conoce como la Operación Sonora, que tiene su desarrollo en el Sur del Tolima, en diciembre de 1973”.

“‘Yo quería experimentar y sobrevivir en el propio terreno. Me aceptaron que hiciera la travesía y comprobara en la vida real y no en puros inventos de la imaginación, la causa verdadera de por qué unas guerrillas no prendían en zonas ya trajinadas por las antiguas guerrillas [...]’.”

“‘Antes de salir hacia la Cordillera Central, yo mismo realicé un intenso entrenamiento de dos meses con el personal, hasta que estuvieran aptos para afrontar ese tipo de situación, que se nos iba a venir encima durante el cruce del terreno, crear en el personal una verdadera capacidad de sobrevivencia en el mismo terreno’.” Continúa Alape su fascinante relato.

“La Móvil con 27 hombres, dirigida por Marulanda y un grupo de mando, entre los cuales estaba el comandante Nariño, sale de El Pato, exactamente de un paraje situado sobre el río Coreguaje. Es el comienzo de 47 jornadas que tendría el largo recorrido, la mayoría bajo el secreto y el amparo de la noche, rumbo al cañón de El Duda, pasando por las selvas de Guayabero”.

“Lógicamente lo cotidiano en que se convierte el clímax de los combates, es decir, todo el significado de la experiencia de Marulanda en este desplazamiento de dos años largos, por casi la mitad del territorio del país”.

“El Gringo [guía del ejército así apodado] ya iba a completar veinte años de ser un connotado contraguerrillero y temido por toda el área de la región de Rioblanco”.

“Le montaron al Gringo la emboscada en un camino boscoso de rastrojos, que llegaba a una pequeña quebrada y salía hacia un potrero plano para encontrarse con otra vuelta del camino y en la media vuelta del camino debía entrar el Gringo y la tropa; se calculaba que vendría con unos quince hombres. ‘Entonces le elegimos los tiradores al Gringo. Resulta ser que la emboscada resultó un éxito, casi murieron todos, creo que salieron dos o tres hombres ilesos, sobrevivientes de la sorpresa. Todos cayeron, incluido el Gringo. El Gringo fue el primer muerto porque era el hombre que buscábamos, en un combate que duró unos veinticinco minutos. Cayeron como quince hombres, la patrulla resultó diezmada. Salimos de largo [...]’, dice Marulanda”.

“El general Matallana estableció en la población de La Herrera el centro de operaciones para dirigir el avance de los efectivos del ejército en busca de los insurrectos. Se rumora que el asalto es una táctica de los grupos guerrilleros que operan en diferentes zonas del país para distraer la atención de las tropas que están apartadas en la región de Anorí. Se dijo ‘que en algún lugar del país se realizó una conferencia a la que asistieron delegados de Fabio Vásquez Castaño y Manuel Marulanda’ [...]  ‘Las fuentes militares establecieron que en el alto en que perdieron la vida ocho militares y el guía de la patrulla, no actuó Tirofijo y que este se encuentra en otro lugar del país, posiblemente organizando cuadrillas de guerrilleros’.”

“En la noche como es su costumbre, Marulanda prendió la radio para escuchar noticias y se enteró de la muerte de Manuel y Antonio, hermanos de Fabio Vásquez Castaño. Noticia que lo puso triste y caviloso, pues había seguido por las informaciones radiales, el operativo militar que había comenzado en el mes de agosto, en Anorí, Antioquia, contra el ELN, y terminaba el 19 de octubre [del propio año 1973] con la muerte de los Vásquez y prácticamente el desmantelamiento del grupo guerrillero. Escuchó por las noticias, que los dos grupos armados de los Vásquez Castaño asediados por las tropas, se fueron desintegrando poco a poco, durante los cuarenta y ocho días que duró la operación, que finalmente dejó como saldo la muerte de los hermanos Vásquez, además de sesenta bajas y una deserción sensible de muchos guerrilleros”.

“El 13 de diciembre se publica la noticia en primera página de El Tiempo:

”‘Un nuevo golpe fue asestado por tropas de la VI Brigada a uno de los grupos alzados en armas, esta vez al autodenominado FARC, comandado por Tirofijo y Balín.

”’Mientras tanto el ejército asegura que el bombardeo sobre la región de El Pato, cuando las tropas tomaron la pista aérea de Las Perlas, en el bajo Pato, no produjo víctimas. El comandante de la VII Brigada declaró, lo mismo que declaró el coronel Currea Cubides cuando las anteriores operaciones militares contra Marquetalia, Riochiquito y El Pato: No podemos seguir permitiendo un país comunista e independiente dentro de Colombia [...]’.”

“Lo invadió el sentimiento íntimo de escucharse a sí mismo, sentimiento que se apropia de los hombres en los momentos cruciales de sus vidas. Pero la sensación que sintió, fue como el eco de un rumor lejano de imágenes difusas, acosadas por un instante en la memoria, ¿instante de imágenes de años?

”Desde un pequeño alto divisó la figura de un hombre, recostado sobre el tronco de un árbol sin hojarasca que le brindaba sombra. Lo veía como la visión que se tiene en el llano abierto, de un hombre aprisionado entre los límites que establece el sol como línea divisoria sobre la tierra. Se apresuró al presentir que aquel hombre lo esperaba para entablar con él un antiguo diálogo.

”—Lo estaba esperando. También sé que usted me está buscando..., ¿cierto?

”—Usted tiene razón. Venía en su busca...

”—Bien. Lo invito a sentarse junto a mí... Hay sombra para los dos.

”Al sentarse él quedó hombro a hombro con el anciano.

”—Usted aún no ha encontrado su propio sueño —dijo el anciano con un tono afín a una sentencia.

”—El sueño ya lo tengo entre mis ojos. Y eso es lo importante —respondió él.

”—El hombre necesita que lo convenzan de los sueños de otros hombres.

”—Eso he venido haciendo en todos estos años, desde la montaña he tratado de convencer al hombre... de mis sueños.

”—Quizás, le falte un poco de tiempo para convencer al hombre o, a los hombres...

”—El tiempo no me preocupa... También he aprendido a manejar el tiempo con paciencia...

”El anciano intentó reírse. Luego volvió a la seriedad habitual:

‘Usted convive con la razón... Me gustaría compartir con usted el camino que resta...

”Se levantaron los dos como viejos amigos, para continuar la jornada. ¿Días, años... caminaron?”

Con estas poéticas palabras finaliza Alape su segundo libro sobre Marulanda, que tituló Tirofijo: los sueños y las montañas. Y un poco más abajo, con letras más pequeñas: Colombia, cuarenta años de luchas guerrilleras.

En la portada de este último, tras estos títulos y con el rostro de Marulanda en primer plano, aparece en el fondo una foto difusa de Pastrana y el famoso jefe guerrillero durante una de sus muchas conversaciones sobre la paz en territorio controlado totalmente por fuerzas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

El resto del material contenido en el libro es muy interesante, pero no indispensable para el objetivo de este análisis.

 

Guerrilleros de las FARC en San Vicente del Caguán. Febrero de 1999.

Manuel Marulanda en la jefatura de las FARC. Febrero de 1999.

 
Índice | Introducción

 

Capítulo I | Capítulo II | Capítulo III | Capítulo IV | Capítulo V

Capítulo VI | Capítulo VII | Capítulo VIII | Capítulo IX | Capítulo X

Capítulo XI | Capítulo XII | Capítulo XIII | Capítulo XIV

Epílogo

 
 

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