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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Cien Horas Con Fidel-Capítulo 09-Lecciones de una Guerrilla.

 
 
 
 

 

LECCIONES DE UNA GUERRILLA

 

VIOLENCIA Y REVOLUCIÓN – ÉTICA CON LOS CAMPESINOS –
COMPORTAMIENTO CON LOS PRISONEROS –
JUSTICIA DE GUERRA EN LA SIERRA

 

 

¿Piensa usted que ganaron esa guerra gracias a su táctica militar o gracias a su estrategia política?

Las dos. Ya desde antes de la prisión, yo tenía el plan de la guerra en la Sierra Maestra, todo el plan. Nosotros desarrollarnos una guerra de movimientos, ya le dije, atacar y replegarse. Sorprenderlos. Atacar y atacar. Y mucha arma psicológica. Quema de la caña para hostigar a Batista, obligarlo a mover y dispersar tropas, privarlo de los recursos y el apovo de los grandes terratenientes, sabotaje a las vías de comunicación y de transporte. Para nosotros, la guerrilla era la detonadora de un proceso cuyo objetivo era la toma revolucionaria del poder. Con un punto culminante: la huelga general revolucionaria y el levantamiento de todo el pueblo.

Usted apostó por la guerra irregular. ¿Por qué?

Yo siempre confié en las posibilidades de una guerra irregular. A lo largo de la historia, en todas las guerras, desde los tiempos de Alejandro y de Aníbal, las victorias siempre estuvieron al alcance de los que mejor usaron los ardides del secreto de los movimientos, y de la sorpresa en el empleo de los hombres y de las armas, del terreno y de la táctica. ¡Cuántas veces esos estrategas usaron el sol o el viento contra sus enernigos! El que mejor supo utilizar sus propios recursos, y en algunos casos hasta la naturaleza, ése fue quien venció.

Nosotros pusimos nuestra imaginación a trabajar y nos vimos obligados a desarrollar ideas capaces de superar el inmenso obstáculo que representaba derrotar a un gobierno apoyado por un ejército de 80 mil hombres, fuertemente armado. Teníamos muy pocos recursos y era indispensable optirnizar su uso, así como el empleo de las armas y de los hombres. Ese era nuestro problema fundamental.

Pero, rápidamente, desarroflamos el arte de confundir a las fuerzas adversarias para obligarlas a hacer aquello que queríamos que hicieran. Yo diría que desarrollamos el arte de provocar a las fuerzas enemigas y de forzarlas a moverse, partiendo del principio que fuimos descubriendo, del que ya le hablé: el adversario es fuerte en sus posiciones y eS débil en sus desplazamientos. Desarrollamos el arte de obligar al enemigo a ponerse en marcha para atacarlo cuando y donde era más vulnerable.

Hay que entender que, en el bosque, por ejemplo, una colunma de 400 hombres avanza en fila india. Hay lugares en que el terreno no permite avanzar más que de uno en fondo, y la capacidad de combate de un batallón en fila india es mínima, no se puede desplegar. Nosotros liquidábamos su vanguardia, atacábarnos su centro v después, lo emboscábamos por la retaguardia, cuando se retiraba, en el terreno que hablarnos escogido. Por sorpresa siempre, pero en el lugar elegido por nosotros. De tal modo, llegamos a ser bastante eficientes en esa táctica.

Ustedes desarrollaron el arte de la emboscada.

Bueno, las emboscadas son tan antiguas como las guerras. Nosotros diversificábamos los tipos de emboscadas. Siempre la primera la hacíamos contra la vanguardia, lo que lleva muchas veces a toda la columna enemiga a retirarse tras haber perdido su vanguardia. Después lo atacábamos también por el flanco, y por último, cuando se retiraban, emboscábamos su retaguardia, cuando una tropa desmoralizada trata de regresar a su punto de partida y su retaguardia se convierte en vanguardia.

Atacas de noche en un camino, dos, tres veces; el enemigo deja de salir de noche. Lo atacas de día, a pie, si van a pie. Si monta sus efectivos en camiones, los atacas cuando van subiendo una cuesta o marchan muy lentos por un camino montañoso de tierra; atacas con armas automáticas, si puedes y dispones de ellas, o con las que dispongas. Si usan vehículos blindados utilizas las minas. Si ya no consigues sorprenderlos, tienes que inventar otras tácticas.

Hay que tomar siempre la delantera. Sorprender y sorprender. Atacar donde y como no se imaginan. Si no se mueven, cercas una guarnición. En ese caso la unidad sitiada siempre espera refuerzos. Si no los recibe, se rinde. Sabían cada vez mejor que la fuerza revolucionaria respetaba la vida y la integridad física de los prisioneros.

Pero, para ustedes, lo militar estaba supeditado a lo político, me imagino. ¿Lo más importante era la estrategia militar?

Si el frente político, la unión de todas las fuerzas antibatistianas que habíamos propuesto se hubiera realizado desde el principio, la caída del regimen venía por sí sola, tal vez sin que se derramara una gota más de sangre. Ésas eran nuestras concepciones y nuestras tácticas. Estamos hablando de tácticas y de cómo se gana una guerra. Nuestras tácticas demostraron ser política y militarmente las mas correctas, en la situación concreta de Cuba. Por eso siempre he dicho que hay que aplicar una política con la población v una política con el adversario. De lo contrario usted no obtiene la victoria. Usted no puede matar inocentes, usted tiene que luchar contra las fuerzas vivas del enemigo en combate. No hay otra forma de justificar el uso de la violencia. Es mi concepción.

Ustedes hicieron una guerra informal, ¿pero decidieron respetar las leyes de la guerra?

Sí. Porque es un factor psicológico de gran importancia. Cuando un enemigo llega a admirar y respetar al adversario, se alcanza una gran victoria psicologica. Te admira porque has conseguido derrotarlo, porque le has propinado fuertes golpes y, adernás, porque lo has respetado, porque no has golpeado a ningún soldado prisionero, porque no los has humillado, no los has insultado, y especialmente porque no los has asesinado. Llegó el mornento en que nosotros tcníamos gran ascendencia sobre el adversario. Y nos respetaban. Porque sabían córno eran las guerras en general y la conducta despiadada con los vencidos en todas partes.

¿Ustedes habían hecho del respeto a los prisioneros un principio?

Y contra la tortura. Porque lo que nos inspiraba a nosotro. en la lucha contra aquel régimen, era el hecho de que asesinaba y torturaba. Yo he dicho alguna vez a los que nos acusan de violar los derechos humanos: “Busquen un solo caso de ejecución extrajudicial, busquen un solo caso de tortura.”

¿Desde que la Revolución existe?

Desde que la Revolución triunfa, y desde antes, desde que comenzamos la lucha en el Moncada o después cuando desembarcarnos en 1956. Recuerdo que una vez, en la lucha contra bandidos en los años 60, un jefe nuestro comenzó a utilizar algunos métodos de intimidación, introdujo a unos prisioneros en una piscina, montó a algunos en un helicóptero, no con intención de lanzarlos, pero si de intimidarlos. Me llegaron noticias y fui de inmediato al Escambray, donde ocurrió el hecho. Recibieron una crítica fuerte, fuerte. No llegaron a hacerlo físicamente, pero era una especie de tortura psíquica. Aquello era inadmisible.

Además, policía o cuerpo de inteligencia que tortura no se desarrolla, no desarrolla los métodos que desarrolló la nuestra, especialmente la penetración y búsqueda de pruebas. Cuando alguien era arrestado, ellos no se acordaban dónde estuvieron tal día, y nuestros órganos de inteligencia lo sabían, porque lo tenían apuntado. Si a usted le preguntan: “Qué hizo usted a tal hora, el día tal de mayo del año pasado?”, no se acuerda, y a ellos les pasaba lo mismo: icon quién se reunieron?, quién les entregó las armas? La gente era arrestada siempre cuando había pruebas irrebatibles. Funcionó mucho la penetración, y nunca los métodos de violencia física, porque no se usaron.

¿Ustedes fueron la primera guerrilla que crea esta idea de no robarle a! campesino, no violar a las mujeres, ho torturar a los prisioneros?

No, no, no podría uno decir eso de ninguna manera, porque yo no creo que los patriotas vietnamitas, que comenzaron su lucha antes que nosotros, en 1946, o los argelinos, que tarnbién la iniciaron antes, en 1954, violaran a las mujeres o robaran a los campesinos. No lo creo. Ha habido muchas luchas donde esos principios se han respetado. No poseo evidencia alguna de lo opuesto.

Los resistentes frente a los soldados alemanes, en la retaguardia del frente soviético-alemán, no creo que torturaran a nadie, ni violaran mujeres; porque los que violan, roban, matan y queman, en todas partes, son las fuerzas de los regímenes reaccionarios tiránicos contra los que luchan los revolucionarios. Aunque nadie sabe lo que pasaría en aquellos campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial. Me irnagino que había casos en que se fusilarían unos a otros, porque sin duda que las tropas nazis no le perdonaban la vida a ningún bolchevique, y no sé realmente córno tratarían los de la resistencia soviética a los nazis que caían prisioneros. Pienso que no podían hacer lo que hicimos nosotros. Si ponían en libertad a uno de aquellos fascistas, al otro día estarían matando de nuevo a hombres, mujeres y niños soviéticos. En casos como ése yo les habría dado toda la razón si los ponían fuera de combate.

En México, en 1910, hubo una revolución fuerte que duró muchos años. En España también, en 1936, hubo guerra sangrienta.

Y se cometieron atrocidades de los dos lados.

En España hubo incluso guerras en la retaguardia; eso inspiró a Hemingway la novela Por quién doblan las campanas.[1] La historia de lo que ocurrió en la retaguardia durante la Guerra Civil española, es algo que nos fue útil a nosotros. Saber cómo los guerrilleros republicanos en la retaguardia de las fuerzas franquistas conseguían apoderarse de las armas del ejército. A mí ese libro me ayudó en el desarrollo de la concepción de la lucha irregular en Cuba.

¿La novela de Hemingway?

Sí, porque recordaba mucho aquel libro... Un día que hablemos de eso le cuento.

¿Por qué no me lo cuenta ahora?

Bueno, si quiere. Mire, yo leí Por quién doblan las campanas por primera vez en mi época de estudiante. Y debo haber leído esa novela después más de tres veces. Conocí también la película que se hizo más tarde. Me interesaba ese libro porque trata, entre otras cosas, como le estaba diciendo, de una lucha en la retaguardia de un ejército convencional. Y nos habla de la vida en la retaguardia, nos ilustra sobre la existencia de una guerrilla. y como ésta puede actuar en un territorio supuestamente controlado por el enemigo. Me refiero a las descripciones tan precisas de la guerra que hace Hemingway en esa novela.

Nosotros intuíamos cómo podía ser una lucha irregular. desde el punto de vista político y militar. Pero Por quién doblan las campanas nos hacía ver esa experiencia. Porque Hemingway en todos sus libros nos describe las cosas con gran realismo, con gran claridad y limpieza. Todo es realista y todo es convincente. A uno se le hace dificil olvidar lo que ha leldo porque es como silo hubiera vivido, porque él tiene la virtud de trasladar al lector a los escenarios de aquella cruel Guerra Civil española. Luego conocimos esa vida de la guerrilla por nuestra propia actividad en la Sierra Maestra. De manera que el libro se convirtió en algo familiar. Y regresábamos a él siempre, para inspirarnos, incluso cuando ya éramos guerrilleros. Es obvio que leímos otros muchos textos sobre hechos reales o de ficción que abordaban el tema. Y tratábamos de implantar una ética a la lucha en las condiciones específicas de nuestro país.

Le vuelvo a decir: no se puede afirmar que hayamos sido la única guerrilla con una ética.

Pero ustedes hicieron de esa ética un principio fundamental.

Aquí, sin esa filosofía, los combatientes tal vez habrían fusilado prisioneros a diestra y siniestra, y habrían hecho de todo. Era muy grande el odio contra la injusticia y los crímenes.

¿Utilizaron ustedes el terrorismo, por ejemplo, contra fuerzas de Batista, o hicieron atentados?

Ni terrorismo, ni atentados, ni tampoco magnicidio. Usted sabe éramos contrarios a Batista pero nunca intentamos hacerle atentado, y habríarnos podido hacerlo. Era vulnerable. Era mucho más difícil luchar contra su ejército en las montañas o intentar tomar una fortaleza que estaba defendida por un regimiento. ¿Cuántos había en la guarnición del Moncada, aquel de julio de 1953? Cerca de mil hombres o quizás más.

Preparar un ataque a Batista y elirninarlo era diez o veinte .eces más fácil, pero nunca lo hicimos. ¿El tiranicidio ha servido alguna vez en la historia para hacer una revolución? Nada cambia en las condiciones objetivas que engendran una tiranía.

Los hombres que atacaron la fortaleza del Moncada podían haber liquidado a Batista en su finca, o en el camino, como lo fue Trujillo o cualquier otro; pero teníamos una idea clara: el magnicidio no resuelve el problema; en lugar del que murió las fuerzas reaccionarias sitúan a otro y al que rnurió lo hacen mártir en sus propias filas. La inconveniencia del magnicidio era un viejo concepto desarrollado por la doctrina revolucionaria hacía mucho tiempo.

También se discutió mucho, en el movimiento comunista internacional, si era correcto buscar fondos mediante el asalto a los bancos. En la historia de la Union Soviética, algunos le imputan a Stalin haber hecho algunos de esos asaltos. Eso estaba realmente en contradicción con el más elemental sentido común, tanto la teoría del magnicidio como la teoría de los asaltos para la búsqueda de fondos. Esto último estaba rnuy desprestigiado en Cuba, país de idiosincrasia burguesa donde las instituciones bancarias eran muy respetadas. No se trataba de una cuestión ética, era sencillamente una cuestión práctica: si ayudabas a la Revolución o al enemigo.

¿Y la teoría del atentado que puede provocar víctimas inocentes?

Hablando más bien de la guerra, nosotros no tuvimos siquiera ese problema, porque nuestra guerra duró 25 meses, y no recuerdo un solo caso de civil muerto en ninguno de los combates que sostuvo en la Columna 1; tendría que preguntarles a otros jefes de frentes si recuerdan algún caso en sus operaciones.

Para nosotros es una filosofía el principio de que a las personas inocentes no se las puede sacrificar. Fue un principio de siempre, casi un dogma. Hubo algún caso en que los combatientes clandestinos del Movimiento pusieron alguna bomba, lo cual estaba incluso en la tradición de las luchas revolucionarias en Cuba. Pero nosotros no queríamos hacerlo, estábamos en desacuerdo con el método. Nos preocupábamos realmente de los civiles en los combates en que podía haber riesgos.

Bueno, usted vio el Moncada, le explicamos el plan, y all no hubo un civil que corriera peligro. Los ünicos civiles que corrIan riesgo érarnos los revolucionarios, que estábarnos armados.

Al parecer, ustedes habían dado consignas para que se evitase el número de muertos, hasta entre los soldados de Batista. ¿Es verdad eso?

Por los soldados enemigos que morían en combate no nos preocupábamos tanto. Por los que se rendían o caían prisioneros en cualquier combate, sí. Si usted no hace eso, no triunfa. Hay principios que son elementales en la guerra y en la política. No se trataba de un comportamiento piadoso. La ética no es una simple cuestión moral; la ética, si es sincera, rinde también frutos.

Hoy, en muchos lugares del mundo, grupos violentos buscan alcanzar objetivos políticos mediante el atentado ciego y el terror. ¿Usted desaprueba esos métodos?

Le digo que a base de terrorismo no se gana ninguna guerra, sencillamente. Porque ganas la oposición, la enemistad y el rechazo de aquellos de los que tú necesitas para ganar la guerra.

Por eso nosotros tuvimos el respaldo de más del 90 por ciento de la población. ¿Cree usted que nosotros, sacrificando personas inocentes en Cuba, habríamos logrado ese apoyo? ¿Cree usted que poniendo bombas, matando soldados prisioneros, matando civiles, habriamos obtenido las armas que obtuvirnos? ¡Cuántas vidas salvamos!

Ya le conté lo que paso en aquel combate del Uvero, cuando atacamos una guarnición en la orilla del mar, una acción sumamente peligrosa. Uno de los combates más duros que- tuvimos en el que murió o fue herida, como le expliqué, la tercera parte de los participantes. Prestamos atención médica a un buen número de adversarios prisioneros, y los dejamos allí para que el Ejército los recogiera. A un grupo de prisioneros que estaban ilesos los llevamos con nosotros. No quedaron de inmediato en libertad.

Desde el primer combate, nuestras medicinas sirvieron para curar a todos los heridos, sin distinción, los nuestros y los del Ejército. Nosotros teníamos solo 19 hombres en el primer combate contra una guarnición mixta de marinos y soldados en el que obtuvimos nuestra primera victoria. Ya le hablé de ella. Cuando terminó había varios soldados enemigos muertos, del resto sólo uno no estaba herido. Nosotros no tuvimos ni una sola baja. Fue a las 2:40 de la madrugada cuando iniciamos aquel combate, que duró casi una hora porque resistieron fuertemente; pensaban que los íbamos a matar si se rendían. Cuando todo terrninó, curamos a los heridos y les dejamos los medicamentos necesarios. Uno de los nuestros quedó allí atendiéndolos. Nosotros tomamos las armas y nos alejamos del punto antes del amanecer.

Nuestros medicamentos, que eran escasos, los compartíamos con los soldados enemigos heridos. A veces no teníamos un solo herido. Si los había de ambas partes, los atendíamos a todos. Si hubiéramos tenido que escoger entre la vida de un compañero y la vida de un adversario, seguramente preservaríamos la vida del compañero; pero si tú ni siquiera tenías una baja, de las pocas medicinas disponibles les dejábamos a ellos las necesarias, desde el primero hasta el último combate de nuestra guerra.

Daríamos lo que tenemos, aunque no es mucho lo que tiene este país, si se encuentra un solo caso de soldado prisionero ejecutado o de un soldado prisionero golpeado en nuestra guerra de liberación.

Esas ideas —porque luchábamos contra un régimen muy represivo, que hacía precisamente eso, torturar, asesinar— se han mantenido durante más de 49 años, desde que desembarcamos del “Granma” el 2 de diciembre de 1956. Calcule el número de años que se van a cumplir en diciembre de 2005.

Cuarenta y nueve años.

Hace 49 años, desde que desembarcamos en el “Granma permanecen las ideas que mencionamos: ni magnicidio, ni víctirnas civiles, ni métodos de terror. ¿Para qué? Nunca nos paso por la mente.

No olvide lo que le he contado: nosotros ya teníamos una formación marxista-leninista, y le he dicho lo que pensaba. Eso influía en las estrategias. Es innecesario el magnicidio. comprendiendo bien que no tenía sentido. Le explique mis criterios sobre las formas de expropiación de fondos en el caso específico de Cuba, vinculadas a un sentido práctico más que a un principio ético. Ni los teóricos de nuestras guerras de independencia ni los del marxismo-leninismo predicaban atentados o actos donde se podía matar a gente inocente; no están incluidos entre las armas de la doctrina revolucionaria.

Otra cosa son los errores cometidos en el poder, eso es distinto, Le estoy contando nuestra historia. Creo que hemos escrito una página inédita, sobre todo en el mantenimiento de una conducta invariable a lo largo de todo el tiempo, y a pesar de haber vivido episodios muy duros y muy graves.

Hubo casos de batallones cercados que se rindieron. A los prisioneros les hacíamos la siguiente concesión: a los soidados los dejábamos en absoluta libertad; a los que eran conocidos por sus crímenes, si había alguno, les ofrecíamos que no se les aplicaría la maxima pena. En los acuerdos con un batallón sitiado, o la unidad que fuera, a los oficiales les dejábamos el arma personal. Aplicamos invariablemente una poiítica de respeto a la integridad del adversario. Si los asesinas después de rendidos, luchan hasta la muerte, y además te cuestan balas, vidas; bueno, en dos palabras: no ganas la guerra. El adversario siempre tendrá rnás armas, recursos y hombres entrenados.

Hubo soldados que se rindieron hasta tres veces, y tres veces los liberábamos. Al fin y al cabo nos dejaban sus armas. Sus jefes superiores los enviaban para otra zona u otra provincia, pero allí llegaba también la lucha. Los soldados enemigos eran nuestros suministradores de armas, y los campesinos eran nuestro apoyo principal y nuestros suministradores de alimentos. Los soldados de Batista iban robando, quemando casas y matando gente. Los campesinos veían que, en cambio, nosotros los respetábamos, les pagabamos lo que consumíamos, y hasta a más precio; si cornprábamos una gallina, un cerdo, y no había nadie en el lugar, dejábamos un papel diciendo dónde estaba el dinero para cuando la persona llegara. En ninguna tiendecita que estaba por allí existía una deuda nuestra. Esa fue la política con la población. Si no, no nos ganábamos a nadie. No crea que los campesinos fueron a escuelas de instrucción revolucionaria. Ninguno de nosotros conocía la Sierra. Pero, bien, ¿de qué otra manera hubiéramos podido ganar aquella guerra?

¿Únicamente con esa política?

Sin eso no se gana esa guerra, y sin determinadas concepciones operativas.

Sin embargo, ustedes en la Sierra tuvieron que instaurar una “justicia revolucionaria” que les llevó a tener que aplicar la pena de muerte, ¿verdad?

Sólo en casos de traición. Y el número de personas sancionadas fue mínimo. Recuerdo que se produjo un brote de bandidismo en el seno de un grupo de colaboradores del Ejército Rebelde, cuando éramos una fuerza bien reducida, no llegabamos ni a 200 hombres, sí, menos, unos 150, aunque era ya un movimiento que podía defenderse y evitar que lo destruyeran. Todo se basaba en el trato a la población, que era, como le expiiqué, exquisito. A los campesinos les pagábamos con nuestros poquitos recursos cada cosa que consumíamos, aunque no quisieran, y se lo pagabamos, se lo aseguro, a un precio mayor; como ya dije, el respeto a sus cultivos y crías, a las familias, a los niños, a las mujeres, era proverbial. Mientras el ejército de Batista venía quemando, matando, robando.

Para nosotros un brote de bandidismo era mortífero, y tuvimos que fusilar, sencillamente. Se hicieron juicios a varios de los que habían estado asaltando casas, o asaltando tiendas. Y esa vez, en plena guerra, se aplicó esa pena. Era ineludible y fue efectiva, porque a partir de entonces nunca más ningún miembro del Ejército Rebelde asaltó una tienda. Se creó una tradición. Y se impuso una ética revolucionaria, un respeto total a la población.

 

(Tomado del libro "Cien Horas con Fidel, conversaciones con Ignacio Ramonet", editado por Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, Tercera edición, La Habana, 2006, páginas 233-243)  ©

 

 

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