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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Fidel Castro Ruz Guerrillero Del Tiempo-Capítulo 02.

 
 
 
TOMO I

02 Silencio, los Pinares, sobresaltos a medianoche, seguro con un fusil, historia en casa, hermanos, en la vida: decidir por sí mismo, visita a Birán al final de la guerra, Santiago, lluvia desde el techo, perder el tiempo, desamparos, contar estallidos

 

Katiuska Blanco. Comandante, sobre los parajes tupidos y los peligros en Birán, recuerdo historias de bandidos contadas por su hermana Angelita, y también por Ubaldo Martínez, empleado de su papá en la finca. Ellos mencionaban bandoleros como Arroyito, Baguá y Azafrán, y hacían relatos sorprendentes de hombres que se untaban aceites para ser inatrapables, o de otros, que esperaban al borde de los senderos en penumbras. Sé que usted disfrutaba ir a los campamentos madereros en la meseta de La Mensura, pero ¿iba solo a los Pinares de Mayarí? Y si oscurecía en el camino, ¿no sentía temores? ¿Nunca tuvo miedos?

Fidel Castro. Allá en Birán, a los muchachos a veces nos hacían cuentos de cosas extrañas, de fantasmas, y nos impresionaban; en ocasiones narraban historias de bandidos y aparecidos, pero hay que tener en cuenta la imaginación de los muchachos, les dicen algo y se impresionan. Yo me adaptaba relativamente pronto.

El campo no es como la ciudad. En la ciudad hay muchos ruidos, automóviles. Se puede decir que en la ciudad la persona está acompañada por el ruido, tiene menos sensación de soledad. En el campo, uno se despierta a medianoche, en la madrugada y no se siente ningún ruido, el silencio es absoluto; entonces, se experimenta un sobresalto por sonidos muy peculiares: el viento que sopla fuerte, las ranas al croar, el rumor de las hojas de los árboles, el canto de los grillos, la respiración de los animales, el perro que ladra. En la ciudad usted no oye ladrar un perro, pero en el campo oye un perro que ladró aquí, el otro allá, que se pone a aullar lastimosa, lúgubremente; después, las aves. Se escucha todo, es casi como una selva porque a veces se trata del ganado, un toro, una vaca, un caballo, un mulo, insectos, aves, lechuzas. Es decir, en el campo la atmósfera es diferente, es una atmósfera de soledad. No hay luz eléctrica, desde que oscurece se tiene que esperar a que amanezca otra vez, y todo ese concierto se escucha en medio de un silencio casi abrumador que no existe en las ciudades porque son muy ruidosas.

Estoy hablando de cuando era un poco mayor, digamos, seis, siete, ocho años. A tal edad ya estaba solo, no arriba, durmiendo con los padres y hermanos. Si uno duerme en un cuarto grande, y se queda muy solo, desde luego, se impresiona, más sobre todo si vive en el campo; en la ciudad se siente más acompañado. Y, claro, desde muchacho recibí dichas impresiones de una forma o de otra; pero, en general, no recuerdo que hubiera sufrido mucho por tales razones.

Relativamente temprano, aprendí a manejar un arma, escopeta o fusil; y cuando tenía un arma, siendo muchacho, me sentía más seguro. Tiene un efecto, incluso, curioso. Da la impresión de que las armas lo ayudan a luchar hasta contra los espíritus y los fantasmas.

Me acuerdo, tal vez tendría 9, 10 años, que andaba solo, salía y caminaba solo de noche. Si tenía un arma me sentía más seguro. Es cierta sensación de que un arma da un poder de luchar contra los vivos y hasta contra los muertos. Yo creía, por ejemplo, a esa edad, que si un fantasma se me aparecía le disparaba con el fusil. Entonces, hay ciertas cosas que se asocian. Pienso que lo que produce más temor es la sensación de indefensión; pero si uno cree que puede defenderse, aunque sea utópica la defensa, siente seguridad.

Y muchas veces viajé solo, con 10 u 11 años. A veces iba Ramón, pero otras no. Yo iba y regresaba solo a los Pinares de Mayarí. La meseta de los Pinares se encontraba a muchos kilómetros de mi casa. Me gustaba ir a un campamento forestal allí. Estoy hablando, digamos, de cuando contaba 9, 10, 11, hasta 12 años; ya iba solo, entre montañas, por caminos solitarios, a veces se me hacía de noche. A mis padres, poco a poco, fui acostumbrándolos a que tomaba decisiones por mí mismo. Les decía: «Voy a los Pinares de Mayarí», y ellos lo aceptaban. Entonces, en períodos de vacaciones, agarraba el caballo yo tenía mi caballo, y me iba lejos. Cada año, desde el primer grado, en verano, venía a la casa por tres meses de vacaciones, junio, julio y agosto. Desde el primer grado, estaba interno en el colegio, y venía desde la ciudad de Santiago de Cuba para la finca en Birán, y en las vacaciones disfrutaba de la libertad de la casa, del campo. Yo mismo planificaba lo que hacía en los meses de verano.

El caballo me lo cuidaban, nadie lo usaba; lo enviaban para los potreros. Estaba gordo cuando yo regresaba. También a mí me parecía que un caballo gordo era fuerte y saludable, ،y me gustaba mucho verlo gordo, gordo! Entonces, tenía la preocupación de que nadie lo usara. Para mí era lo más importante, que no me cansaran la bestia, que no adelgazara, porque cuando se acababan las vacaciones había adelgazado de tanto que yo había cabalgado por los montes.

Entonces, ya usaba mi caballo, no tenía que pedirle permiso a nadie para ir a buscarlo al potrero. Siempre alguien me ayudaba, tenía una soga larga para poder capturarlo fácilmente, porque cuando se daba cuenta de que quería usarlo, huía era muy inteligente, trataba de escapar, para que no lo pudiera capturar, primero había que enlazarlo, allí mismo lo hacía. Después, para que no estuviera amarrado, tenía que soltarlo en un potrero más bien pequeño. Muchas veces yo iba a buscarlo, a veces alguien iba y me lo llevaba. Al principio me ayudaban a ensillarlo, pero después yo mismo lo manejaba y decía: «Voy a casa de la abuela, o voy a otro lugar».

Y a veces por la edad que tenía sería en quinto o sexto grados, cuando tenía 10, 11 o 12 años, decidía cuándo me iba para un campamento maderero, lejos. Allí disfrutaba de una libertad mayor todavía porque no había nadie que me controlara, por lo menos en la casa había cierto control, pero allá me sentía mucho más libre. Viajaba solo muchos kilómetros; subía a las montañas. A veces iba acompañado por otros, pero en reiteradas ocasiones hice esos viajes solo, y el trayecto era largo. Había dos senderos: uno, un poquito más largo, pero menos inclinado; otro, más corto, pero había que subir una loma peligrosa, el caballo se agotaba mucho y sudaba. Cuando después de hacer un gran esfuerzo por subir llegábamos a la meseta, a 700 metros de altura, había un fresco asombroso en los Pinares, una brisa exquisita; en cuestión de minutos se secaba el sudor del caballo.

Como desde muy temprano me había conseguido un arma, me sentía con una seguridad absoluta frente a cualquier tipo de problema, sentía confianza, sentía seguridad; por eso, en tales circunstancias, no tenía ningún tipo de temor aunque siempre podía haber alguien que tratara de hacer algo, por el hecho de que nosotros éramos hijos de un terrateniente. Ya no eran seis o siete años, estaba entre los 9 y los 12, más o menos.

Bien temprano, también me las arreglé para usar alguna escopeta de caza de mi padre. Prácticamente nadie me enseñó. Desde el principio tuve buena puntería, tenía cierta facilidad natural para el uso de las armas de fuego. A veces, en la casa circulaba el rumor de que las auras tiñosas se estaban comiendo las gallinas, y yo estimulaba el rumor; me ofrecía de inmediato para cazarlas. Mi padre me dejó usar la escopeta para disparar contra las aves de rapiña que se comían los huevos y las gallinas. De eso me alegro, de que mis padres me tuvieran confianza tempranamente, y no tardé mucho tiempo en usar todas las armas guardadas en un inmenso armario: escopetas automáticas, por ejemplo.

Katiuska Blanco. Comandante, Raúl en una entrevista concedida en el 2003, narró cómo, en una operación temeraria para los tiempos que corrían, trasladó a La Habana unos Winchester-44 del armero donde su padre guardaba rifles y escopetas en Birán. Dichas armas fueron empleadas después en el asalto al cuartel Moncada.

Fidel Castro. Sí. Cuando nosotros fuimos al Moncada, aquella escopeta que yo de adolescente utilizaba, nos la llevamos, la usamos en el Moncada. En el momento en que buscábamos armas, tuve en cuenta las que había en mi casa, y en complicidad con Ramón y Raúl, nos llevamos algunos fusiles Winchester-44 y algunas escopetas automáticas. En mi casa, mi padre contaba con unos rifles de cierto calibre que también usamos en el asalto.

Pero volviendo a mi niñez, después que me dieron alguna licencia, por iniciativa propia me tomé la libertad de disparar con los fusiles 44, con los rifles, las escopetas y, en definitiva, con todas las armas. No había protestas, excepto una vez que mi padre me hizo un regaño fuerte. Él había ido a dar una vuelta a caballo, regresó como al mediodía y vio que yo gastaba muchas balas calibre 44, mientras disparaba con un fusil haciendo prácticas contra las auras tiñosas. Me regañó bastante fuerte y con razón, porque estaba despilfarrando balas. Alguna protesta similar nada más pero, en general, me fui acostumbrando, y él me autorizaba. Así que desde muy temprano, y desde que poseí con qué defenderme, no tuve esa sensación de temor.

Katiuska Blanco. Y en tales lances, ¿tenía algún cómplice?

Fidel Castro. Ramón y yo compartíamos secretos, formábamos una pareja y siempre éramos cómplices en casi todas las aventuras, también a veces él me utilizaba, pero él y yo éramos los principales cómplices. Algunos trabajadores como siempreeran más amigos, más tolerantes con nosotros. Dependía mucho del carácter de la persona.

Hay gente que por bondad natural son amables con los niños y les hablan, les hacen cuentos, tienen atenciones con ellos, se ríen, bromean. Tal tipo de persona es la bendición de los niños. Hay otras que son más ásperas, menos tolerantes, de mal carácter; en general, por ellos no sentíamos grandes simpatías. Yo agradecía mucho a todos los adultos que nos trataban y conversaban, nos hacían cuentos, eran amistosos, eran amables con nosotros. Las personas adultas no se imaginan la importancia que tiene el trato que les dan a los niños y cómo les agrada que los traten, que conversen con ellos, que los tomen en cuenta, que no los ignoren. Los niños agradecen infinitamente este cariño, este tipo de relaciones.

Siempre recuerdo con agrado a toda aquella gente amistosa con nosotros. Por ejemplo, el tenedor de libros, que era muy conversador, me hacía historias, me hacía cuentos. Él era un hombre culto un asturiano, más bien gordito, bajito, se llamaba César Álvarez, usaba unas botas, unos pantalones de montar, que lo hacían más bajito todavía, sabía inglés, francés, italiano, alemán, griego y latín; por lo menos, todo eso me decía, y creo que, en efecto, sabía, porque hablaba el inglés, lo leía y lo traducía; hablaba el francés y el italiano. Sabía varios idiomas y, a juzgar por lo que él conocía en general, aunque no podía comprobar si de verdad él hablaba alemán, recuerdo que pronunciaba palabras y frases enteras en dicha lengua. La maestra hablaba francés y él conversaba con ella en francés; él hablaba inglés, lo escuché hablarlo. Y así: francés, inglés, alemán y español, no sería extraño que hablara italiano, griego y latín. Era español, y por eso no contaba historias más cercanas sobre héroes nuestros.

Cuando yo estaba en cuarto, en quinto grado nadie en quinto grado es una persona adulta, él me hacía historias, me hablaba de Grecia, de Roma; a medida que yo iba estudiando, ya cuando estaba en séptimo grado, en primer año de bachillerato, me hablaba de Cicerón, de Demóstenes, de los oradores, me hacía historias de toda clase y despertaba mi in terés por todo. Fue el primero que me habló de personajes históricos y literatura. Era un hombre muy amistoso.

El cocinero, Manuel García, no era enemigo, pero tenía muy mal genio. El cocinero no era cocinero, él fue vaquero, y a consecuencia de un reuma y de unos dolores tremendos, se le produjo una artrosis total y caminaba con mucha dificultad, entonces dejó de ser vaquero me acuerdo de cuando él lo era y se convirtió en cocinero y, según mi padre, era muy mal cocinero. Vivía en una pequeña casa al lado del correo, a 90 o 100 metros de la nuestra. Él iba muy temprano todas las mañanas, cojeando, a la cocina desde el amanecer, y allí estaba hasta por la noche.

En mi casa no había cocina de gas, sino de carbón de madera, con varias hornillas. Él las encendía, preparaba café, hervía la leche; protestaba desde el amanecer, decía maldiciones, hacía ruido con sus pasos por la cocina de piso de madera, cargaba agua, lavaba platos, empezaba a preparar frijoles, arroz, garbanzos... Creo que él pasaba todo el día peleando, por todo peleaba, refunfuñaba, pero no era una mala persona. Era gallego, campesino, analfabeto totalmente; pero una persona que a pesar de estar afectada por el problema de la pierna, hizo ese trabajo durante muchos años.

Katiuska Blanco. Recuerdo que usted, en la visita que hizo a Birán cuando cumplió 70 años, prefirió el cocido de garbanzos con ovejo a cualquier otro plato de comida, algo que nos regresa otra vez a las costumbres gallegas de su padre, pero ¿qué otras comidas se cocinaban en la finca?

 

Fidel Castro. ¿Qué cocinaba García en mi casa? Había buena comida, lo que yo no tenía apetito, porque estaba todo el día comiendo cosas por aquí, por allá. Recuerdo, desde muy pequeño, que cuando nos sentábamos a la mesa alargada, en un extremo se sentaba mi padre; en el otro, yo; y en los laterales, los demás hermanos, además de mi tía y mi prima hermana, mientras que mi madre trajinaba y se movía de un lado a otro. Recuerdo desde muy pequeño, que cuando nos sentábamos a la mesa, había presión para que comiéramos, había que comer el cocido, como le decían a los garbanzos. Cocinaban el garbanzo con ovejo o hacían potaje también de garbanzos, o hacían frijoles, arroz, o arroz con pollo; siempre había carne y pan en la casa, yuca, malanga o plátano. Pero había disciplina a la hora del almuerzo y a la hora de la comida, nos presionaban para que comiéramos; te servían y había que comer. Por cierto, no es un buen método que a uno lo obliguen a comer.

Mi padre siempre estaba protestando por la comida, que si estaba salada, que si le faltaba sal, que si los garbanzos estaban duros, que si los frijoles estaban mal cocinados. Mi padre protestaba siempre por el cocinero, decía que era muy mal cocinero. Así que si me preguntan al respecto, yo digo: a juzgar por mi padre, era muy mal cocinero, pero yo creo que no, que cocinaba normal, sabía cocinar. Cualquier campesino español sabe cocinar los frijoles, las alubias, los garbanzos. Es mi opinión, pero mi padre era más exigente, además de malgenioso, y tenía tendencia a protestar también, a regañar y a pelear, nunca le parecía que las cosas estaban del todo bien hechas.

Yo recuerdo que el cocinero era amigo mío, aunque no del tipo de amigo como el tenedor de libros. Y así había distintos españoles, trabajadores, gente amable.

En mi casa, mi familia tenía muy pocos conocimientos sobre los personajes de nuestra historia, y los trabajadores muchas veces eran analfabetos y con muy poca preparación, ni sabían la historia de Cuba. Claro, se hablaba de las guerras de independencia, leyendas, tradiciones, que si tal combate. Ya habían pasado más de 35 años desde la última guerra de independencia. Algunos veteranos, unos pocos, eran conocidos y respetados porque habían sido soldados, pero ciertamente nuestra historia recibió un tratamiento muy malo, fue objeto de un olvido casi total.

Después de la guerra surgieron nuevos valores: el valor de la riqueza, el valor de los latifundios, el valor de los centrales azucareros, el valor de los ferrocarriles, el valor del dinero, la importancia del norteamericano, las cosas norteamericanas, los nuevos políticos y los nuevos poderes, y todo aquello vino a sustituir lo que pudiéramos llamar la tradición histórica de nuestro país, que fue opacada por completo. Prácticamente no se hablaba de las guerras de independencia ni era tradición ni motivo de orgullo. Algunos veteranos, vistos con respeto, como figuras venerables, recibían una pequeña pensión y lle vaban una vida modesta, austera, en el mejor de los casos.

Todo lo nuevo que surgió con la Neocolonia, opacó la historia pasada de Cuba en aquella atmósfera de gente con tantos problemas, con tantas necesidades, con tanta ignorancia y con tanta dependencia. No había el clima pudiéramos decir histórico de estar conversando sobre la historia pasada, sobre los héroes de nuestra Guerra de Independencia, sino muy ocasional y superficialmente te estoy hablando de los años 30 ya, entre los años 30 y 35, en una pequeña escuela pública, con unos 20 o 25 alumnos. Muchos de ellos no tenían posibilidades de ir regularmente a la escuela porque estaban trabajando, ayudando a la familia; iban descalzos, mal vestidos. Pero en la escuela pública sí estaban el Escudo, el Himno, saludar la Bandera, y la costumbre de recitar algunos versos de Martí: sus Versos Sencillos, y la de recordar algunas figuras así, pero todo muy formal. En la escuela era donde único recibíamos cierta información sobre historia y algunos símbolos de la patria, pero muy formal, en lo absoluto formal. Es decir, no se respiraba un ambiente patriótico, no existía una atmósfera de tradiciones históricas, de respeto. Lo que prevalecía era una ignorancia casi total.

¿Qué se les podía pedir a aquellos trabajadores analfabetos? ¿Qué se les podía pedir a aquellos inmigrantes haitianos o a aquellos inmigrantes españoles, que se acordaban de su tierra con respeto, pero que no tenían una relación con la historia de Cuba? De manera que nosotros no recibimos, en el seno de la familia o en aquel ambiente, lo que pudiéramos llamar una educación patriótica, una exaltación de los valores patrióticos; en tal edad nosotros no recibimos eso.

Katiuska Blanco. En la primera etapa, su vida estuvo muy ligada a la de sus hermanos Angelita y Ramón, pero me gustaría saber cómo han sido las relaciones con el resto de sus hermanos, y si aún perduran.

Fidel Castro. En general, me he llevado bien con todos, con algunos más que con otros. Conmigo no me llevo muy bien. De los cuatro primeros, me llevo bien con tres, pero conmigo no me llevo muy bien, soy exigente conmigo mismo, tengo mis conflictos conmigo mismo. Pero, bueno, con los otros, con los mayores tenía más relaciones: con Enmita, que es la sexta, tuve bastantes vínculos; con Agustina no he tenido tantos así porque era la más pequeña; con Juanita, la quinta, que está en Estados Unidos, no había malas relaciones, aunque ella tenía un carácter fuerte. Surgieron malas relaciones con ella después del triunfo de la Revolución por problemas políticos, pero anteriormente no. Hago una interpretación política, marxista del problema.

Hay que tener en cuenta que mi familia no era millonaria, pero era rica, tenía muchos privilegios desde el punto de vista social, por lo menos en Birán los tenía, y nos inculcaron la idea de la riqueza. 

Yo soy el primero en tomar una conciencia política, revolucionaria. De ahí, el que me siguió con rapidez fue el cuarto, Raúl, cinco años menor. Ejercí una influencia sobre él, porque lo había entusiasmado para que viniera a estudiar a La Habana, ingresara a la Universidad, y compartiera mis ideas, de tipo político y social. Cuando empecé a tener una conciencia revolucionaria, una concepción marxista, Raúl se adhirió como una esponja para pelear por ellas. A pesar de que tenía el mismo origen quizás por eso, él siguió las ideas. Fuimos dos, en el seno de una familia burguesa. Nunca intenté persuadir a mi padre de mis ideas socialistas.

En una ocasión, siendo yo estudiante universitario estaba de visita en mi casa quien no llegó a ser mi padrino, aquel millonario, don Fidel Pino Santos, y mientras almorzábamos, mi padre y él conversaban sobre distintos temas, y como de vez en cuando me irritaba un poco, ya con mis ideas cada vez más radicales, aunque con mucho sentido común porque comprendía que no tenía objetivo ponerme a discutir con ellos, hacía algunas intervenciones impertinentes. Formulaba algunas preguntas y algunos planteamientos, sin decirles cómo yo pensaba totalmente para no alarmarlos demasiado, pero intervenía en algunas discusiones, y yo diría que eran más bien cosas impertinentes de mi parte.

Ramón colaboró algo en lo del Moncada pero no era en la lucha por el socialismo, no, no para obtener algunas armas. Él no sabía lo que íbamos a hacer, pero yo sí le di a entender que estábamos en actividades revolucionarias contra Batista y él era antibatistiano. Algunos más de la familia también lo eran, sin ser socialistas.

Mi padre, aunque pienso que estaría inconforme con nuestras ideas, no tenía una especial contradicción, no era un problema político para él, más bien tenía la preocupación por nosotros, porque sabía que andábamos en actividades políticas y revolucionarias.

Me imagino que mi padre y mi madre sufrieron mucho con todas aquellas luchas; cuando lo del Moncada vivieron días de gran incertidumbre. Claro, hay dos cuestiones: mi madre era de un carácter fuerte, muy sensible, pero fuerte, capaz de sobreponerse a los peligros, a las adversidades. Mi padre era un hombre muy sensible, me imagino que sufrió calladamente, pero tenía cierto sentido de la historia, y en reiteradas ocasiones le escuché exclamaciones sobre acontecimientos y personajes históricos, y tengo la convicción de que mi padre sabía que aquellos hechos se iban convirtiendo en acontecimientos históricos de una o de otra forma; para él debió significar una cierta compensación porque sabía apreciar, no era un hombre que despreciara los hechos políticos ni los acontecimientos que pudieran tener trascendencia en la vida de un país.

Por entonces, yo era el único que había concluido una carrera universitaria había terminado todos los estudios, el bachillerato y la Universidad, y me había convertido en un personaje importante en la casa: era el estudiante universitario y, finalmente, el doctor, el abogado; todo aquel tipo de cosas. Me admiraban por mis conocimientos, mis estudios, mis notas, mis éxitos; y por el hecho insólito de que alguien de la familia iba a ser abogado, doctor, graduado universitario. Todo lo cual, en la atmósfera de una familia autodidacta, que apenas ha aprendido a leer y a escribir, me concedía una autoridad especial, y gozaba de prestigio.

En ocasiones también le presté ciertos servicios a mi padre, ya terminando mi carrera, en algunos problemas relacionados con su propiedad, con los títulos de su propiedad, y su relación con el millonario anteriormente mencionado. Tuve la oportunidad de prestarle a mi padre, incluso, algunos servicios familiares en el terreno legal, y me tenía mucha confianza.

Creo que yo gozaba de gran aprecio por parte de mi padre y mi madre. Ellos conocían mi carácter, les preocupaba naturalmente, sobre todo, tenían una consideración, un aprecio personal por el hijo. Pienso que no estarían del todo de acuerdo con mis actividades, pero no me criticaban, no me condenaban por las actividades políticas; ellos tuvieron siempre un gran respeto, ya cuando yo era adulto, por mis actitudes, mis ideas, aunque no imaginaban cuán radicales podían ser. Realmente, nunca escuché el menor responso de mis padres.

Debo agradecerle, en especial a mi madre, porque fue la que más se preocupó porque yo estudiara. Mi padre tenía preocupación también, pero no en el grado tan alto en que mi madre tenía la suya para que yo estudiara. Ella siempre fue un gran apoyo.

Claro, desde bastante temprano fui independiente. Casi desde quinto grado decidía qué hacía, resolvía problemas, situaciones. Creo que ellos se adaptaron y sentían respeto por mí.

Pero desde quinto grado decidí en qué escuela estaría y en cuál no, y qué hacer y qué no. Es decir, sobre mi vida empecé a decidir desde entonces debía de tener 10, 11 años, pero era bastante anticipado decidir uno lo que debía hacer. A todo esto me ayudaron una serie de hechos, una serie de experiencias que tuve desde muy temprano, desde los cinco años aproximadamente. Esas vivencias me enseñaron y me determinaron a decidir y a resolver problemas por mí mismo.

Estaba en segundo grado cuando tomo la primera decisión. Pudiera decirse que yo decido por primera vez de forma precoz. Tenía nueve años; decido irme de la casa donde estaba en Santiago de Cuba. Estoy allí, elaboro un plan, una idea, llego a una conclusión y tomo una decisión, en virtud de la cual me llevan interno en el segundo grado para el Colegio La Salle. Así que adopto la primera decisión sobre mi destino en segundo grado, debo de haber tenido nueve años porque a mí en aquella casa no recuerdo cuándo aprendí a leer y a escribir, por lo temprano que me enviaron a la escuela, y me parecía que siempre supe hacerlo me hicieron perder dos años. A mí me atrasaron por gusto, injustamente, por interés económico. Y, además, pasé el Rubicón allí en Santiago, primero en una casa, después en otra, es una larga historia.

Katiuska Blanco. Comandante, cuando visité Santiago caminé desde La Alameda, por toda la calle Santa Rita hacia arriba, en busca del Tivolí, donde usted vivió con la familia Feliú las penurias, allí, donde por primera vez tomó una decisión en su vida. Pienso que fue en enero de 1936, después de las vacaciones de Navidad a finales de 1935. Usted cursaba el segundo grado externo en La Salle, y decide rebelarse de una vez y por todas para que lo envíen interno, pues en ello consistía la constante amenaza que le hacían.

Fidel Castro. Después de tomar mi primera decisión sobre la escuela en segundo grado, así que fue prematuramente; la segunda, la tomo en quinto; la tercera, en sexto grado. Asumo tres decisiones importantes, pero ya desde quinto grado, estoy decidiendo por mí mismo pudiéramos decir al entrar en sexto grado. Todo lo que se refleja en mis estudios lo decidí yo también, y creo que en mi casa se acostumbraron a eso.

En ocasiones tuve también que discutir duro y plantear el problema en mi propia casa. Hubo momentos en que me iban a sacar de la escuela, me iban a dejar en Birán; en un instante iban a suspender el viaje de regreso a Santiago, me iban a suspender los estudios por un problema en el que yo tenía toda la razón, pero mis padres no estaban bien informados al respecto, impresionados por la información dada en el Colegio La Salle, de donde nosotros, al fin, nos fuimos cuando yo cursaba el quinto grado.

Así que ocurren tales situaciones, y se explica mejor por qué voy tomando mis propias decisiones, y por qué ellos se adaptan a respetar mi proceder, al fin y al cabo mis decisiones no fueron malas, fueron correctas. A medida que transcurría el tiempo, fui adquiriendo un ascendiente, una admiración especial, por ser el único del grupo que progresaba en los estudios. Para ellos era el mérito más grande que podían recibir de mí: ser aplicado, ser estudioso, vencer las pruebas, los exámenes.

Era el tipo de relaciones que existía en mi casa. Era lo que explicaba de mi padre y mi madre, no nos criticaban las ideas, pero no es que tuvieran una especial posición política. Posiblemente si todo marchaba, a ellos les fuera indiferente que hubiera un gobierno del tipo de Grau, del tipo de Prío, del tipo de Batista, con tal de que no se metieran con ellos y todo siguiera su curso normal, y siempre que la sagrada propiedad privada fuera respetada. Era, en definitiva, lo más importante. Se molestaban más cuando había más robo en el gobierno, más pillaje, todo lo cual los disgustaba, pero existieron siempre en esta República. Por tal razón ellos no tenían especial comprometimiento en política, ya se habían adaptado a aquella des gracia, dentro de un sistema capitalista de propiedad privada y de libre empresa, que lo mismo funcionaba con Grau, con Prío que con Batista.

Los otros hermanos: Angelita, la mayor, observaba, pero no estaba implicada.

En la lucha contra Batista, y después en el Moncada, combatimos Raúl y yo, luego estuvimos presos; ya ahí se fueron incorporando más familiares. Por ejemplo con Lidia, nuestra hermana mayor, hija del primer matrimonio de mi padre, siempre tuvimos muy buenas relaciones, porque se preocupaba por nosotros, aunque éramos medio hermanos, como se decía entonces. Cuando ya nosotros estudiábamos en los colegios La Salle y Dolores, ella vivía en Santiago y nos invitaba con cierta frecuencia a la casa donde residía con su esposo, un profesional universitario.

Ellos nunca vivieron con nosotros, iban de visita muy raras veces a Birán, no existían las mismas relaciones entre los hermanos del primero y el segundo matrimonio. Nos conocíamos y había siempre un poquito de sutil rivalidad, no entre nosotros, pero sí entre familias. Era el rezago de todas aquellas situaciones de los hermanos del primer matrimonio y los hermanos del segundo, siempre; pero los hermanos mayores eran amistosos con nosotros, tanto la hembra como el varón, sobre todo ella.

Al hermano mayor, Pedro Emilio, yo le tenía mucha admi ración, porque era un intelectual, sabía idiomas: inglés, francés, italiano, como cinco idiomas; era poeta, y siempre fue muy afectuoso, me trató con un especial cariño; era de los que conversaba mucho conmigo, me hacía cuentos y promesas de que me iba a regalar esto o lo otro. Estuvo en política. Me traía sus libros de versos, algunos todavía los sé de memoria:

 

Italiana divina, yo te amo

por el amor de tu alma placentera,

haz que nazca en mí la primavera

haciéndome tu amo.

Había otros poemas que eran picarescos, que decían, por ejemplo:

 

Está casto, está casto, está casto:

así suena tu blanco zapato,

cuando vas por la vía,

campeona de la Biología.

Era político demócrata, antibatistiano, pero tenía muy mala fama en mi casa: que si Pedro Emilio hace esto, que si gasta dinero, que si empeña las cosas, que si tiene unos amigos, malas compañías eran algunos intelectuales amigos de él a quienes les echaban la culpa. Pedro Emilio era medio regado, según la opinión que nos daban.

En mi casa no apreciaban las cualidades intelectuales ni de  poeta de Pedro Emilio; todavía no puedo decir si eran buenas o malas, pero a mí me gustaban sus poesías, me las aprendía. Él no vivía con nosotros, sino en Santiago, con la madre. Era el menor del primer matrimonio de mi papá, creo que me llevaba, por lo menos, 10 años. Cuando yo tenía 13 años, ya él era aspirante a representante a la Cámara de Diputados, por el partido de oposición.

Katiuska Blanco. Sí, en efecto, Pedro Emilio nació el 8 de julio de 1914. Es decir, contaba 12 años más que usted, y tenía 26 años cuando la Constituyente de 1940.

Fidel Castro. En mi casa decían que era un muchacho indisciplinado, que había gastado algún dinero, que no tenía buenas compañías, que si era loco; porque en aquel ambiente, ser poeta era ser medio trastornado. Pero era culto, estudioso, leía mucho, tenía mucha preparación, sabía varios idiomas; creo que estudió los idiomas por el gusto hacia la poesía italiana, ya él me hablaba de «El Infierno» de Dante, y sus versos abordaban esos temas. Tendría que volver a leerlos no soy buen crítico de arte, y discutir con algún especialista cuál es su valor.

Pedro Emilio gozaba de prestigio intelectual en el ambiente de Santiago de Cuba; pero como no había estudiado más se hizo un autodidacta muy culto, pero no estudió el bachillerato, que yo sepa, no estudió en la Universidad quedaba descartado. Intelectual, políglota y poeta, mas ninguno de esos méritos tenía valor en mi casa; pero él siempre fue excelente conmigo. 

Lidia, casada con un médico, el doctor Narciso Montero, de una familia profesional tenían un laboratorio farmacéutico, nos invitaba a su casa de Santiago de Cuba; no era muy lujosa, era una casa cómoda, bien amueblada. Los domingos nos invitaba, cuando ya estábamos en el Colegio Dolores, y nos preparaba una buena comida, con un buen postre. Recuerdo uno: charlota rusa, se hace con frutas, huevos y gelatina. ،Qué maravillosa golosina! A nosotros nos gustaba mucho.

Lidia siempre tuvo preocupación por nosotros. Me parece que los dos hermanos mayores del otro matrimonio, de aquella familia con la cual existían ciertas rivalidades, siempre, como dije, fueron cariñosos conmigo; y ella fue algo más, porque Lidia más tarde fue una compañera en la lucha revolucionaria, podría decir que la primera simpatizante política fue Lidia.

Katiuska Blanco. Comandante, siempre he lamentado no haber podido conversar con ellos y, en especial, con Lidia. Ambos murieron en el mismo año 1994. Comencé mis indagaciones en 1996, es decir, dos años después, cuando ya no estaban.

Fidel Castro. Cuando vivían nos encontramos en varias ocasiones. A Lidia la veía con mayor frecuencia. Ella fue la primera gran simpatizante, si hablamos de los nueve hermanos: los Castro Argote y los Castro Ruz, y Raúl, el primero del segundo grupo. Después, con el curso de los años, nos distanciamos un poco de Pedro Emilio, no hubo esa relación política. Más tarde surgieron algunos conflictos, algunas desavenencias de Pedro Emilio con la familia, lo que influyó en las relaciones con él; en cierto momento adoptó una actitud hostil, y eso influyó en las relaciones en lo adelante; no desavenencias con la Revolución, sino con la familia. Eso fue tiempo atrás, ya después de que él aspirara a representante en 1940; entonces tuvo algunos problemas, necesidades económicas, y presionó a la familia para resolverlas; surgió alguna hostilidad y se produjo cierto distanciamiento con Lidia y conmigo.

Cuando me gradúo de bachiller, Lidia se había quedado viuda. Al esposo de Lidia, el doctor Montero, le diagnosticaron el mal de Hodgkin, y ella tuvo que ocuparse de la enfermedad, que duró no sé si un año y medio o dos años, y fue muy sufrida, aquí en La Habana. Lidia estuvo a su lado, soportó todo aquello. Heredó algunos recursos muy modestos, una pensión, alguna propiedad familiar. Así que cuando me gradué de bachiller, Lidia se mudó para La Habana y alquiló una casa para que yo viviera con ella; entonces, varios de nosotros nos fuimos con ella un tiempo.

Siempre preocupada por nosotros, fue la primera que me apoyó mucho. Era la mayor, porque Raúl era más pequeño, entonces ya éramos tres con las mismas ideas. No era muy ideológica, pero estaba de acuerdo con la lucha, con mucha admiración, con mucha simpatía, con mucho orgullo. Después, en la lucha contra Batista, en lo del Moncada, y después del Moncada, cuando estábamos presos, en México y en la Sierra Maestra, nos dio un gran apoyo. En el período del ataque al Moncada, ya Ramón se había sumado, y Juanita lo hace posteriormente, se puede decir que todos, de una forma o de otra, participaron. Así que, en realidad, nosotros avanzamos bastante.

Con Enmita nunca hubo problemas, se mantenían excelentes relaciones. Enmita estaba bien preparada, estudió piano, adquirió una cultura. Agustinita también, la más chiquita, fue aplicada durante un período que permaneció en Europa por motivo de nuestra lucha. Juanita más bien se dedicó a algunas actividades comerciales, no estudió. Enmita sí, y también Agustinita.

Al final, después del Moncada, no pude ver a mi padre por la situación que había, le escribía y todo, pero no pude verlo. Desde que salí de la prisión permanecí breve tiempo en La Habana, no era fácil trasladarme a Birán; aparte de lo difícil que podía tornarse la situación, no era ni siquiera prudente ir a visitarlo y comprometerlo. Me fui directo a México.

Nunca tuve mucha información sobre lo que pensaba mi padre en tal período. Quizás Ramón conoció mucho más; pocas veces me detuve a conversar con él y preguntarle todo eso, a veces creemos que habrá tiempo, y ahora ya no tiene buena memoria. Pero estoy seguro de que, en el fondo, mi padre estaba con nosotros, no tengo la más absoluta duda, lo conocía muy bien. Creo que estaba preocupado, intranquilo; pensaría que las dificultades eran muy grandes, que los obstáculos eran muy grandes, que posiblemente moriríamos, pero estoy convencido de que estaba de acuerdo con nuestra lucha.

Para nosotros, ya aquella era una lucha por una revolución profunda, pero todavía en todo aquel período no estaba planteada una revolución socialista. Ya se había publicado mi discurso de autodefensa en el Moncada. Cualquiera que lea en serio dicho material, y lo lea bien, ve que hay un programa, que ahí están todos los gérmenes de una revolución mucho más progresista, de una revolución socialista: hablo de utilizar los recursos en el desarrollo del país, de la ley urbana, de la propiedad de la vivienda, la reforma agraria, de las cooperativas; ya digo el máximo que se puede decir en tal período, el programa más ambicioso que se podía proclamar y que fue la base de todo lo que hizo la Revolución. Ya era el programa de un marxista-leninista, de alguien que comprendía bien la lucha de clases, que cuando habla de pueblo se refiere a los sectores humildes, los campesinos, los obreros, los desempleados; hay una concepción clasista planteada en La historia me absolverá, un programa que era el primer paso hacia el socialismo.

Quien lo vio, admiraba que nosotros luchábamos contra Batista, la valentía de aquella gente, pero decía: «No, no es revolucionario». Estaban acostumbrados a que todos los líderes políticos en su juventud fueran radicales, y en su edad adulta, madura, fueran moderados, al final conservadores y, por último, grandes reaccionarios. Entonces, ellos creían que estaban en presencia de lo mismo, y no prestaron mucha atención a los problemas que planteaba. Pensaban que el sistema era muy sólido y ahí estaba Estados Unidos, cómplice de todo, para perpetuarlo. Aquí no podía tener lugar una revolución social, pero: «Esos muchachos son muy valientes y están contra Batista, después nos encargamos de corromperlos; no hay que hacer mucho caso de esos planteamientos radicales, es el radicalismo de la juventud []. Veintiséis años, unos muchachos muy radicales». Nunca había existido un programa tan radical como La historia me absolverá, o casi tan radical, si se exceptuaba el del Partido Socialista.

Y triunfa la Revolución, y no voy a decir que mi madre era socialista ni que mi madre era comunista; tenía sentido de la propiedad, trabajaba en la tienda y en las otras dependencias.

Ahora, sí recuerdo que casi al final de la guerra hice una visita a mi casa. Entre dos grandes combates, en un yip, con una pequeña escolta, recorro desde Palma Soriano hasta Birán para hacer una visita; fue como el día 24 o 25, creo que era Nochebuena. Claro, viajo de noche teníamos que viajar de noche, porque de día los aviones eran dueños del territorio, y llego allí casi al amanecer, iba contentísimo. La guerra andando detrás, por la Carretera Central, y cerca, en Birán, se sentía el estruendo del combate que se estaba librando en Cueto, a unos 12 kilómetros en línea recta. Cuando pasé por Marcané también sentí el ruido de los combates, se estaba luchando en muchos lugares. Era una tropa del Segundo Frente, de Raúl, por el Norte, tenían cercado Cueto y estaban combatiendo.

Entonces una de las cosas que hago después del encuentro familiar es ir al naranjal, 12 o 14 hectáreas de naranjos que había allá. Claro, allí se reunió un grupo de vecinos, no muchos, 15 o 20, los que estaban en aquel momento, aunque era peligroso, vinieron a saludarme. Figúrate, ya llevábamos casi 25 meses de guerra en las montañas, ya habíamos ejercido funciones estatales, habíamos hecho Reforma Agraria, leyes de toda clase, habíamos confiscado grandes rebaños de ganado y establecido impuestos a los centrales azucareros del país. Entonces voy a aquel naranjal que recorrí tantos cientos de veces cuando de niño iba a comer naranjas. Después de 25 meses de guerra, casi al triunfo de la Revolución, le digo a la gente: «Pasen, coman naranjas»; ya casi había perdido el sentido de la forma. Mi madre, que recibió a todos muy contenta, protesta y me dice que es incorrecto, que no debo hacer eso, que no está de acuerdo, y me explica su argumento, y concluyo que tenía toda la razón. Creí primero que protestaba porque yo estuviera repartiendo las naranjas, pero ella no lo hacía por eso, sino por el desorden al entrar allí 15 o 20 personas, y empezar a arrancar las naranjas. Ella estaba de acuerdo con repartirlas, pero con orden. Decía que esa era la propiedad, recibí una re primenda por andar creando desorden.

Mi madre tenía un carácter fuerte, sentido de la propiedad; pero, al mismo tiempo, estaba de acuerdo conmigo. Es decir, ella no estaba contra la Revolución. Después, la Revolución empieza a radicalizarse. Sin duda, hubo mucha gente que trató de influir, pero ella no se dejó influir. Cuando nosotros hicimos la primera Ley de Reforma Agraria, la finca de ella era de 60 caballerías, más las 800 que tenía arrendadas. De las 11 700 hectáreas, a mi madre le quedaron apenas unas 400 hectáreas, tal como establecía la primera Ley de Reforma Agraria, y aceptó, ni protestó ni se quejó.

Ella, entre su concepción de propietaria, sus intereses económicos y su condición de madre, optó por su condición de madre y subordinó, al fin y al cabo, sus intereses, sus ideas, a las ideas y a la política de los hijos. Nunca la oí discutir, si veía algo mal, argumentaba: «Hay algo que está mal hecho: aquella granja está mal administrada…».

En aquel período, Ramón se había sumado a la lucha contra Batista, pero después del triunfo se dedicó a la agricultura.

A medida que la Revolución se radicalizó, mi madre siguió con la Revolución y Ramón también siguió con la Revolución, a pesar de que la clase de los terratenientes y toda aquella gente trataron de ejercer influencia sobre ellos. La prensa de derecha, reaccionaria, los entrevistó para ver si hacían una declaración, y utilizarla fuera de contexto. Ni mi madre ni Ramón nunca dijeron una palabra. Mi madre, muy firme, siguió con la Revolución, y Ramón también.

Nosotros teníamos familiares pobres, los hijos de los tíos que eran carreteros: Enrique, Alejandro y, además, los parientes hijos de la tía que murió; los pobres de la familia, encantados porque hicimos la Revolución. Al fin y al cabo, nosotros habíamos llevado, de una forma o de otra, la Revolución a la familia, a pesar de nuestra procedencia de terratenientes y burgueses. Si se analizan estos orígenes, la historia de todo, podría considerarse que tuvimos un éxito total, porque habíamos llevado a prácticamente toda la familia por el camino de la Revolución.

La única que no se adaptó a la idea de la Revolución fue Juanita, una sola. Se ve como cosa natural, porque su mentalidad era capitalista, una ideología capitalista. Desde joven, tenía en Birán un teatro, un cine, algunas propiedades, administradas por ella; tenía sus ingresos y adquirió una ideología capitalista. En definitiva, para mí existía una explicación absolutamente lógica, ya que había una diferencia de ideas, más un carácter fuerte. Ella reaccionó marchándose del país, se convirtió en una activa militante contra la Revolución; pero eso no me preocupa, siempre tuve mucha sangre fría para analizar estos problemas dentro de una concepción revolucionaria y marxista. Si hubiera tenido otra concepción, otra filosofía, quizás me habría parecido absurdo, una acción mala, pero ella actuó en consecuencia con sus ideas, y reaccionó como otras muchas personas con ideas capitalistas, no querían saber nada de socialismo, de comunismo o de marxismo. Siempre lo vi así, con mucha naturalidad, como una cosa muy lógica, casi natural. No tengo la más mínima duda, ni siquiera pudiera decir que tengo el más mínimo rencor hacia Juanita a pesar de todo.

Me parece incorrecto que hicieran campaña, sobre todo, me parece incorrecto que el imperialismo use esos métodos de manipular y utilizar a familiares para hacer campañas de esa naturaleza. Ella es ciudadana norteamericana, y la han utilizado en más de una ocasión en tal tipo de acciones hostiles, la última vez recientemente, por los días del año pasado [2009] en que la casi totalidad de las naciones del mundo condenaron el cruel e injusto bloqueo de Estados Unidos contra todo un pueblo, contra nuestra patria.

Yo creo que eso deshonra al imperialismo, son métodos sucios que no hemos usado jamás. Es como si, para combatir a Reagan, a Bush padre o a Bush hijo, hubiéramos utilizado a una prima de cualquiera de ellos que esté con la Revolución; es ridículo, no son recursos políticos, son recursos demagógicos y sucios, utilizados por el imperialismo. No me extraña, ،cómo me va a extrañar!, ¿por qué me va a extrañar que el imperialismo lo haga?, es lo más lógico del mundo. Pero nosotros nunca hemos actuado así. La Revolución nunca actuaría de modo tan poco honorable, lo ha demostrado a través de su historia. Cuando usted tiene ideas o valores que destruyan los mitos, eso no constituye un problema. Son mecanismos de tipo psicológico, de guerra psicológica, y corresponden a la esencia del imperialismo.

Katiuska Blanco. En la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado se conserva aún el registro escolar de la escuelita de Birán, tiene tapas duras de color anaranjado y hojas amarillentas por el paso del tiempo. Todo lo anotado en aquel libro, durante los años 30 del siglo xx, resulta muy interesante. Aparecen disímiles datos: alumnos, asistencia, calificaciones y hasta cuándo se suspendían las clases por epidemias de tifus o paludismo. Pienso que al salir de aquella primera escuelita, usted vivió experiencias que lo determinaron muy precozmente a tomar sus propias decisiones, pero ¿cómo ocurrió todo según sus recuerdos? ¿Qué lo llevó a esas encrucijadas de la vida a tan corta edad?¿Usted sabe con certeza por qué lo enviaron a Santiago?

Fidel Castro. Era una época difícil, la época que hoy le llaman del machadato, de la gran crisis de los años 30, cuando el precio del azúcar bajó de forma estrepitosa.

Eufrasita, la tercera maestra de quien hablé, era miembro de una familia de tres hermanas huérfanas de madre, que vivían con su padre en Santiago de Cuba. Las tres hermanas habían estudiado: una era médica, era como la estrella de la familia; la otra profesora de piano, y la tercera, maestra. 

Eran mestizas, alguna relación histórica tenían con Haití. Eso no tiene nada de extraño, porque cuando la Revolución de Haití muchas familias haitianas vinieron hacia Cuba, a la zona de Oriente, algunas llegaron con esclavos. Era la época de la esclavitud, desapareció en Haití, pero continuó en Cuba. Y esos inmigrantes de origen francés que vinieron de Haití desarrollaron una sólida agricultura de café y cacao en Cuba, y tuvieron mucho que ver con el gran auge que en el siglo xix alcanzó la producción cafetalera. Eran agricultores muy eficientes, notablemente eficientes para aquella época, que sabían usar la humedad y la fertilización a base de cal. Desarrollaron una importante riqueza y, a la vez, adquirieron nuevas dotaciones de esclavos. Por eso, en Santiago de Cuba y Guantánamo hay un gran número de nombres de origen francés entre la población cubana; es decir, los descendientes de los esclavos tienen los nombres de los antiguos amos franceses.

Algún tipo de relación tenía dicha familia con la cultura francesa y con Haití. Yo sé que las tres hermanas estudiaron, incluso, fuera del país. No tengo información de la madre, tal vez se pudiera investigar; no tengo información del padre; lo conocí de muchacho, pero no tuve mucha relación con él. Hablaban un francés perfecto, no sé si lo estudiaron en Haití o, incluso, si lo estudiaron en Francia.

Cuando Eufrasita va de maestra para Birán, era una época de gran crisis económica. Cuando surge la idea de llevarnos a Santiago, la hermana médica había muerto, y la hermana pianista, que después fue mi madrina, quedó sin empleo; la maestra era la única empleada, y su ingreso también único para su familia, y en aquella época, muchas veces, el gobierno no les pagaba siquiera a los maestros.

Vivían en Santiago de Cuba, en una casita de madera, muy modesta. Todavía está allí.

¿Por qué voy a parar a Santiago de Cuba a casa de la maestra? Porque ella, naturalmente, vivía una situación económica apurada. En mi casa, mi padre y mi madre se dedicaban al trabajo, y la escuela era mi círculo infantil. Angelita ya era mayorcita, no sé si estaba en quinto o en sexto grado, y la maestra convence a mis padres de que Angelita debía ir a Santiago a estudiar tal grado para después seguir los estudios en una escuela mejor, porque ya no existían perspectivas en Birán. Y a mí, que debo de haber tenido seis años, que llevaba sentado en la primera fila desde hacía por lo menos dos años después me deben haber pasado para la segunda porque ya escribía y sacaba cuentas, deciden mandarme también con Angelita. La maestra, indiscutiblemente, hizo una campaña; como yo había aprendido a leer y a escribir, dijo que yo era brillante, que era buen estudiante, muy inteligente y que, por lo tanto, también había que mandarme a Santiago de Cuba, para recibir una mejor educación. Ella convenció de alguna forma a mi madre y a mi padre de que era bueno que me fuera con Ange lita. No se llevan a Ramón, él no va.

Angelita y yo somos remitidos a Santiago de Cuba. Así empieza la historia.

Parece que conveniaron con mi familia el envío de 40 pesos, lo equivalente a 40 dólares, por cada uno de nosotros; o sea, la maestra aseguraba un ingreso de 80 dólares con nosotros dos en la casa. Para la época aquel era un ingreso muy grande, 40 dólares tenían entonces el poder adquisitivo que hoy tienen aproximadamente más de 1000 dólares en Estados Unidos; era un enorme poder adquisitivo, una res valía dos dólares, tres dólares. Fue un recurso que buscó la maestra para mejorar su situación económica. Hasta ese punto no la critico, aunque no puedo estar de acuerdo con que me hayan utilizado como instrumento. Los primeros en viajar fuimos Angelita y yo. A Ramón lo convencí después para que se quedara en Santiago, en una visita que nos hizo con mi madre. Soy el culpable de que Ramón haya pasado también aquel calvario.

Yo nunca me había separado de mi familia, y mandarme de Birán para Santiago de Cuba era casi casi como mandar a un muchacho de seis años para Estados Unidos, porque los de mi casa muy rara vez iban a Santiago.

Santiago de Cuba me pareció una ciudad enorme; recuerdo la estación de ferrocarril, construida en parte de madera; la ciudad, la bulla, todo.

Fuimos directamente para la casa de una prima. ،Ah!, no  estoy seguro de que ya tuvieran alquilada la casa aquella adonde fuimos a parar. En la calle Santa Rita, cerca del malecón, en una casa muy modesta, vivía la prima gorda, que le llamaban Cosita, y allí dormí por primera vez en Santiago de Cuba.

Katiuska Blanco. Ella se llamaba Osoria Ruiz y vivía en el Nº 51 de la calle de Santa Rita baja, muy cerca de La Alameda. Estuve allí y me impresionó la exactitud con la que usted recuerda la cercanía al embarcadero. Llegué y era como si conociera el lugar desde antes, y es que en verdad ya lo había recorrido a través de sus palabras memoriosas

Fidel Castro. A los pocos días, vamos a vivir en la casa chiquitica de madera, ubicada en un alto, cerca de donde se encontraba el instituto en Santiago, y allí nos reunimos el padre de la maestra, la hermana de la maestra, Angelita, Esmérida, una campesinita que llevaron de criadita y yo: cinco cuando menos. La maestra estaba unas veces, y otras no; según fuera el período de clases, ella regresaba a trabajar en la escuela de Birán.

Entonces, de la casa de la prima gorda, mandaban una cantinita chiquitica donde podía caber la alimentación de una o dos personas. Aquella cantinita, que llegaba por el mediodía, era para comer los cinco por el mediodía y por la noche.

Yo no sabía lo que era el hambre, pudiera decir que no sabía lo que era el apetito, porque estaba todo el día en la tienda, en la casa o en el campo comiendo dulces, caramelos, frutabombas, mangos y toda clase de chucherías. Cuando nos sentábamos a la hora del almuerzo, había que presionarnos, casi obligarnos a comer; eso era en la casa. Pero cuando llego a Santiago descubro el apetito, no el hambre porque yo no sabía lo que era el hambre, no estaba consciente de que estaba pasando hambre, sino de que sentía un apetito enorme, la comida me parecía una maravilla, fabulosa. Todos los días esperaba que llegara la cantina aquella, a la hora del almuerzo, y al final, por la noche, repartían el buchito de lo que quedaba en un platico. Era una cucharadita de arroz, un poco de boniato ،Hasta el último granito me lo comía!, ،lo pinchaba con una punta del tenedor! Y lo digo sin exagerar en lo más mínimo. La comida se había vuelto de repente para mí algo maravilloso, exquisito, pensaba todo el tiempo en eso. Parecía una cosa infinita, que yo no pudiera nunca satisfacer aquella ansiedad Estaba esperando por la tarde que llegara otro granito de arroz.

Aquello se une a otra cosa: en la casa, cuando llovía, caía entro que afuera. Era un barrio pobre, muy pobre.                        

Mis padres enviaban 40 dólares por cada alumno. Daba para comer igual que un rico. Creo que la maestra hizo demasiada economía. Ella empezó a ahorrar dinero. No sé cuánto se dedicaba a la casa y al gas, pero creo que serían 10 dólares, 14 dólares, 20 como máximo.

Claro, lo único que podemos decir con justicia es que todo el mundo pasaba hambre allí: el padre de la maestra, la herma na, todo el mundo; era un hambre bien repartida entre todos, porque aquella pequeña cantina no podía dar para los cinco.

En aquel momento yo vivía en el barrio de muchachitos pobres, donde un durofrío valía un centavo, un rallado o granizado con sirope de fresa, de cola o de cualquier cosa, costaba un centavo. Figúrese, con el hambre que pasaba, salía por allí y los muchachos que tenían un centavo compraban, pero los muchachos son egoístas, los muchachos, en general, son egoístas.

Además del hambre, la hermana de la maestra me daba una esmerada educación francesa: cómo uno se sienta, cómo uno tiene que comportarse, cómo se debe comer en la mesa, y entre las cosas que no se podían hacer jamás, estaba pedir. Entonces, los muchachos conocían las reglas por las cuales nosotros teníamos que regirnos, y cuando un muchacho estaba comiendo rallado y yo le decía: «Dame un poquito de rallado», me respondía: «No», e iban a ver a la hermana de la maestra y le decían: «Oiga, está pidiendo». Me delataban si violaba las reglas de la casa, porque ellos también pasaban hambre y no querían dar ni un poquito del rallado.

Todavía recuerdo que un día le pedí un centavo a la que fue mi madrina después, y me dijo: «No, no te puedo dar un centavo, porque ya te he dado 81 centavos». Sería cuando llevaba dos meses allí. La situación era tan crítica que ella no me podía dar un centavo para comprar un durofrío ni yo podía pedirlo. Eso duró unos cuantos meses, puede ser medio año.

El hecho es que un día, no sé por qué, llegó Ramón a Santiago de visita, y llegó rico, porque Ramón tenía una carterita de bolsillo, que se dobla, con un dinero en menudo 10 centavos, 20 centavos de plata, centavos de cobre, medios de níquel, ،me parecía una fortuna! y tendría alrededor de un peso, y hasta más. ،Figúrese! Salimos a una tienda, no sé si de unos chinos, y nos compramos unos turrones de coco que valían un centavo. Ramón llevaba capital suficiente para 150 turrones de coco, por lo menos. Cuando veo aquello, le digo a Ramón que se quede, que no se vaya, que se quede allí para garantizar aquella colosal riqueza. Como resultado, a los pocos días, la cantina había que estarla repartiendo con una sexta persona, que era Ramón, los comensales aumentaron a seis. El dinero de Ramón voló, no sé, en poco tiempo desapareció todo, y recuerdo que la situación llegó a ser tal, que además de pantalones cortos, sin medias, los zapatos que tenía se rompieron, y pedí una aguja y cosí los zapatos con hilo de coser. Tendría entonces seis o siete años.

Katiuska Blanco. Tenía seis años, Comandante, porque lo llevaron para Santiago en mayo o junio de 1933, en agosto de ese año cumplió siete.

Fidel Castro. Aquel fue el período más crítico. ¿Cuánto duró? Quizás Angelita supo cuánto duró tal período, porque Angelita me llevaba como cinco años. 

La maestra en Birán según oía a mis tías, a mi madre y a todo el mundo después, cuando se formó el escándalo por todo esto comía en mi casa, se servía y escogía las piezas de pollo en el arroz amarillo. Ella estaba espléndidamente en mi casa. Cuando llegó Ramón a Santiago, Eufrasita comenzó a recibir 40 pesos más, 120 pesos en total por los tres. Pero en la casita de Santiago de Cuba, para todos nosotros, la cantina seguía siendo la misma.

Fuimos objeto de un negocio y pasamos hambre, pero hambre de verdad.

Es así como te he contado, con un rigor histórico exacto y preciso. Tiene importancia porque creo que influyó después, cuando me vi desde muy temprano enfrentado a problemas y situaciones muy difíciles, como el hambre, que al principio no podía explicarme. Me doy cuenta de que hemos sido víctimas de una gran injusticia, bastante tiempo después, cuando mi madre llegó a Santiago; pero no sé qué tiempo pasó. Tengo presente que en el año 1933, en agosto, cae Machado. Con el golpe del 4 de septiembre, sube Grau. Fue él quien promulgó las leyes nacionalistas sobre el trabajo. Angelita y yo fuimos al barco La Salle, en el que expulsaron a los haitianos. Era en el último trimestre de 1933 o a comienzos de 1934.

Grau estuvo de septiembre a enero, tres meses, y en dicho tiempo dictó la ley de expulsión de los haitianos. Cuando esto ocurrió ya Luis Hibbert, cónsul de Haití, era novio o marido de Belén, y estábamos nosotros con él presenciando la expulsión de los haitianos, que fue al final de 1933 o principios de 1934. Ya habíamos vivido en la casa de madera muchísimo tiempo. Recuerdo que desde que fui interno en segundo grado, 1936 y 1937, no tuve más contacto con dicha familia. Mientras permanecí en aquella casa recibí tres obsequios por el Día de Reyes, es decir, tres días de Reyes Magos. De ello sí que me he acordado toda mi vida: las tres cornetas. Ya Luis Hibbert era mi padrino, y si no lo era todavía, ya tenía relaciones con Belén, porque si no, ¿por qué fui al vapor La Salle? Él nos llevó allá al muelle, al vapor La Salle, que tenía dos o tres chimeneas, a ver la expulsión de los haitianos, a quienes él como cónsul debía despedir.

Katiuska Blanco. Comandante, el 18 de octubre de 1933, el Gobierno Provisional de los Cien Días dictó el Decreto N.o 2232, ordenando la repatriación de todos los extranjeros desocupados o que se encontraran ilegalmente en el país. El 20 de diciembre se concede un crédito de 20 000 pesos para cubrir los gastos de los extranjeros menesterosos e indigentes así decía, a quienes el gobierno consideraba necesario enviar a sus respectivos países de regreso. Tal decisión se cumplió en vapores como el San Luis y el La Salle, que usted recuerda tan nítidamente.

Fidel Castro. Sé que estuve en aquella casa tres días de Reyes Magos, es de lo que me acuerdo. Hubo un momento en que se produjo un cambio de casa, pasé a una un poquito más cómoda, no me acuerdo qué factores lo determinaron.

Una vez mi padre había ido a Santiago, y recuerdo que mi madrina después viene la historia con la que fue mi madrina, contaba que cuando mi padre estaba bajando por la escalera, lo vi, salí corriendo y decía: «Ahí está Castro, ahí está Castro, ahí está Castro». Nosotros no los llamabámos papá y mamá, todo el mundo les decía Castro, y nosotros le decíamos Castro al padre, y a la madre, Lina. La madrina decía: «Igualito que él».

Acabábamos de pasar no sé qué enfermedad, no sé si era la papera, la rubéola, una de las tantas. Según contaban en mi casa, estaba flaco, peludo, pero todo se explicaba porque habíamos estado enfermos, y mi padre no se daba cuenta.

El asunto se descubre cuando va mi madre a Santiago a vernos. Ella llega. Parece que Angelita está más consciente y le cuenta. Mi madre comprende que estábamos pasando hambre. Yo me acuerdo de una cosa fabulosa. Aquel día mi madre nos llevó a la ciudad a la mejor heladería que había en Santiago de Cuba, se llamaba La Nuviola, cerca del parque Céspedes, nos sentó, y nosotros: toma helado y helado. También lleva para la casa un saco de mangos tiene que haber sido en la época de los mangos, en el verano y entre Angelita, Ramón y yo nos comimos el saco de mangos completo.

Desde luego, aquella fue la peor fase, la del hambre física. Por entonces también viví otra experiencia que me causó una impresión fuerte. Mientras estaba yo en Santiago de Cuba en casa de la maestra, siendo un niño, fue de Birán a Santiago la mujer de Antonio Gómez para visitarlo en la cárcel. Antonio era mecánico y su familia vivía a orillas del río Manacas, cerquitica de la tienda estaba el correo, siguiendo por el Camino Real en Birán. Después de la tienda, a unos 80 metros, había una casita de madera de dos pisos a orillas del arroyo. En los bajos de la casa vivía una familia y en los altos, otra. No sé el origen de dicha edificación. Allí vivía Antonio, el mecánico, que tenía varios hijos.

Era la época del machadato, y no sé por qué razón, posiblemente, como era una mujer de Birán, al único lugar que se dirigió fue a la casa de la maestra, y por alguna razón la mujer de Antonio me llevó con ella a visitar a su marido. Fue la primera vez que vi una prisión. El vivac estaba hacia el oeste de Santiago de Cuba, donde termina la avenida de La Alameda; como a tres o cuatro cuadras más estaba el vivac. Antonio permanecía preso por razones políticas, por ser comunista y por algún otro problema o protesta. La mujer se sentía muy triste. La imagen que recuerdo es de tragedia: al padre de familia, al sostén de la familia, de allá de Birán lo mandan preso al vivac de Santiago, y la mujer lo va a visitar. No sé por qué, no recuerdo cuál fue la causa, pero por alguna razón yo también fui incluido en la visita. Lo recuerdo perfectamente bien. Me daba mucha pena, sentía mucha lástima por aquella familia. La mujer lloraba desconsolada, muy triste. Aquello inspiraba mucho respeto, por el concepto que le hacían a uno de que la cárcel era un lugar muy malo, que estar preso constituía una tragedia muy grande.

Recuerdo que vi algunas escenas de los soldados, pasaban frente a la casa, ubicada al lado del instituto, y allí había unos marinos apostados. Posiblemente el instituto estaba ocupado por la fuerza pública. Existía una lucha revolucionaria en aquella época. Recuerdo la imagen de alguien que pasa no sé si le dijo algo a un marino y le dan un culatazo con un arma. Vi algunas escenas de violencia, porque vivíamos frente al instituto, cuando permanecíamos en la casita chiquita.

De aquella casita no nos mudamos para otra más amplia, sino que al lado, de vecino, vivía un pequeño comerciante su hijo se llamaba Gabrielito, quien al triunfo de la Revolución era ingeniero de TV, trabajaba en la televisión, que se quedó con una parte de la casa y le dio la de abajo alquilada a la familia de la maestra. De la casa aquella, que era mucho mejor, se bajaba por una escalera. Quedaba en el borde de una loma y tenía una buena vista. Eso no ha cambiado, allí todavía está la casa de madera y también la otra. Con la mudada se mejoró algo la alimentación.

Un día llega mi madre y nos lleva otra vez para Birán, transcurre así el primer período, porque hay dos etapas. 

Cuando se da el escándalo, tomo conciencia de que habíamos pasado hambre, que habían cometido una injusticia con nosotros. Oía en mi casa a todo el mundo hablando, decían horrores de la maestra: que si era esto, que cuando volviera le iban a tirar la puerta, que ella comía allí, que recibía todo. Según el escándalo y las conversaciones en mi casa, le sacaron a relucir todo. La maestra se convirtió en un personaje tenebroso. Pero luego pasó la tempestad, llegó la maestra, volvieron las relaciones normales en mi casa, un convenio de paz, y nos volvieron a mandar para allá para Santiago, en verano. Volvimos para la casa después del escándalo, de la discusión, los esclarecimientos y bajo juramento solemne de que nosotros no íbamos a pasar más hambre. Ya no la pasamos más, efectivamente, ya en el segundo período no pasamos hambre, hubo un cambio en cuanto a eso; pero la situación siguió siendo desagradable, porque había una pérdida injustificable de tiempo.

Angelita decía horrores, porque tenía más edad, hablaba, contaba, pero Ramón y yo al regresar a Birán estábamos en guerra con la maestra, y decidimos tomar represalia; éramos sus enemigos, con plena conciencia de que habíamos sido víctimas de una injusticia. ¿En qué consistió nuestra represalia? Otra vez en Birán, libres, salvajes de nuevo, recuerdo una de las acciones que tomamos contra la maestra: rumbo a la panadería había un caminito, y enfrente una gran estiba de leña para el horno. Cerca estaba la escuela. El techo era de zinc. La profesora era una mujer nerviosa y se irritaba con facilidad. Ramón y yo hicimos una estiba de piedras pequeñas, y con unos tirapiedras, como si fueran morteros, en las primeras horas de la noche la maestra estaba al acostarse a dormir le tiramos desde la estiba de leña y empezaron a caer las piedras en el zinc, las que rodando por el techo hacían un ruido infernal: ،Ta ta ta ta ta!, la maestra gritaba. Aquello fue del diablo, Ramón y yo tomamos así venganza contra ella, pero a pesar de todo, a mí y a Angelita nos mandaron otra vez para su casa. A Ramón no lo enviaron la segunda vez.

A Angelita la pusieron en una escuela de monjas, en el Colegio de Belén, como a dos cuadras de la casa. A mí no me pusieron en ningún colegio, me ponían a estudiar con la que fue después la madrina. Me daba clases. Así que me sacaron de una escuela, me sacaron del campo, me encerraron en Santiago, y aun cuando ya no estaba pasando hambre, me daban clases, pero no con libros, sino con una libreta de esas que en la carátula tenía la tabla de sumar, restar, multiplicar y dividir. Me ponían a aprender las tablas y yo me las sabía de memoria, todavía me acuerdo de las cifras; me hacían algún dictadito, y así me tenían perdiendo el tiempo.

Katiuska Blanco. Sí, Comandante. De mayo a diciembre de 1933, y luego, todo 1934 estuvo sin cursar estudios.

Fidel Castro. Recuerdo que pasé tres 6 de enero, tres días de Reyes Magos en casa de la maestra. 

En el ínterin, ocurrieron importantes acontecimientos. Se establecen relaciones entre Belén y el cónsul de Haití, se crea un compromiso y se casan. Esperando porque el millonario y el cura se reunieran, cumplí ocho años sin bautizarme. Ya era grande, y entonces, el 19 de enero de 1935, me llevaron a la Catedral de Santiago de Cuba y me rociaron el agua bendita.

Ya no pasábamos hambre en aquel período, pero yo continuaba perdiendo el tiempo, hasta que, por fin, me ponen externo en el primer grado en el Colegio La Salle, después de todas aquellas calamidades. Eso solo podía ocurrir en 1935 si me hubieran llevado a Santiago de seis años, tal como fue, porque me llevaron antes del derrocamiento de Machado. No recuerdo con exactitud en qué momento. Con ocho años, antes de cumplir los nueve, ingresé en La Salle.

Esto implica que me deben de haber llevado de seis años y estuve aproximadamente dos años sin estudiar. Por eso pasé tres Reyes, tres veces el 6 de enero, porque me acuerdo de los regalos que me hicieron se lo conté a Frei Betto: primero me dieron una cornetica de cartón y un pito de metal; después me dieron otra que era mitad de cartón y mitad de metal, y después me dieron una de aluminio. Yo hasta entonces les escribía interminables cartas a los Reyes pidiendo de todo; mientras más pobreza y más necesidades, más le pedía yo a los Reyes. Mis cartas a los Reyes estaban en relación directa con la pobreza. 

Ahora, si los datos son correctos, me mandaron a Santiago cuando estaba cerca de cumplir siete años, y me enviaron a la escuela cuando tenía los ocho cumplidos porque yo cumplo en agosto; así que me deben de haber mandado a La Salle a principios del año 1935, hasta entonces me han hecho perder dos años de estudio.

Katiuska Blanco. Efectivamente, Comandante. Lo enviaron a Santiago por primera vez en mayo o junio de 1933, con seis años cumplidos. Lo sé porque conseguí localizar el certificado de defunción de la doctora Nieves Feliú Ruiz. Ella muere el 30 de enero de 1933 y usted recuerda la llegada de tal noticia a Birán cuando afirma: «Ya Eufrasita era maestra en Birán, porque yo me acuerdo del llanto, de la historia, de la tragedia, que murió la hermana, y de todo eso». Ustedes viajan a Santiago poco después. En la finca esperaron que concluyera el curso para enviarlos. Cuando la caída de Machado, en agosto de aquel año, ya están en la capital de Oriente.

Fidel Castro. A mí me han hecho perder allí dos años. Entro con ocho años en primer grado; nueve años, segundo grado; diez años, tercer grado. De tercero, Ramón y yo ya estamos juntos pasamos a quinto, recupero un año, a los 11 en quinto ya después voy para otro colegio en quinto; 12, sexto; 13, séptimo. Ahora, aparece un problema cuando voy a ingresar en el instituto, pero eso ocurre cuando tengo 12 años, no en sexto grado, que es cuando viene una maestra negra, la pro fesora [Emiliana] Danger que se entusiasma conmigo y quiere que estudie el séptimo y el primer año de ingreso, y que al cumplir la edad los examinara. Ella traza un plan conmigo.

Recupero un año por buenas notas. A unos pocos alumnos nos pasaron del tercero al quinto por excelentes notas; nos ahorramos el cuarto grado, y yo recuperé uno de los años que perdí. A mí me hacen perder dos años académicos, por lo menos, porque llegué en 1933 y debía de haber hecho el primer grado con seis años, ،si ya yo sabía! A falta de círculo infantil, me enviaron a los cuatro años a la escuela.

Es mejor que el hambre la haya pasado a los seis o siete años y no a los cinco, porque ya entonces no me producía daño cerebral, menos mal que comí bien antes. Creo, por lo menos me imaginaba, que era alto, flaco y crecido. Los primeros seis años fueron abundantes de leche, carne, proteína, de todo. Si me llega a pasar aquello en el primer año de vida hubiera sido un desastre. El hambre en Santiago debe de haber durado por lo menos un año.

Katiuska Blanco. Sí, Comandante. Calculo que fue de mayo de 1933 a mayo o junio de 1934, cuando Lina fue a verlos en plena temporada de mangos. Anteriormente, su papá había ido a visitarlos, pero sin percatarse de lo que acontecía, pues le dieron como explicación de su delgadez, la enfermedad del sarampión. Para Lina era difícil ir hasta Santiago porque había dado a luz a Juanita la noche del 6 de mayo del propio 1933. En tonces, cuando su mamá va a verlos y los encuentra en aquel estado deplorable, sufre un gran disgusto.

Fidel Castro. En aquel tiempo enfermé de una epidemia. No me podía enfermar del estómago, porque no comía nada. Cuando daban purgante, ¿para qué me iban a dar purgante a mí?

En la primera casa había riesgos, porque se mojaba toda, era húmeda. En tal época hubiera podido contraer una tuberculosis. Mucha gente sobrevivía a todo aquello. Algún efecto tiene que haber hecho en nosotros; calculo en alrededor de un año el período de hambre, posiblemente fue un año y tanto.

Yo no entendía nada, parecía que me estaban ayudando, que me mandaban para la ciudad, que me hacían un favor con todo aquello, para allá y para acá, y posiblemente hasta me embullaron para ir, me lo presentaron como un acontecimiento importante, como una gran cosa. Sé que salí encantado para allá, iba con Angelita, y el tren y la ciudad y las luces eléctricas, todas aquellas cosas nuevas Pero nunca me llevaron al cine en dicho período. Recuerdo que una sola vez, muy al principio, me llevaron a la entrada de la bahía de Santiago de Cuba, a La Socapa, y a un islote que está en la entrada, debe de haber sido en ese tiempo, a los seis años. Fue una excursión campestre, a la francesa: en una lanchita, llegamos hasta cerca de la entrada de la bahía de Santiago de Cuba, Cayo Alto. Trajeron algo maravilloso: unos dulces de leche; recuerdo que tenían unos pedacitos de guayaba una sola vez. Después, en la misma lancha, nos sacaron hasta la entrada de la bahía, y por primera vez vi el mar abierto, una cosa impresionante, lo más impresionante que vi, el mar abierto y olas fuertes en pleno verano. Una sola vez. Nunca me llevaron al cine ni salí más a ninguna parte: una excursión solitaria que hicieron una vez, al estilo francés, con una canasta.

Fue una época de pobreza, pero no como para pasar hambre, porque la gente estaba mal alimentada, sin embargo, resolvía el problema del apetito desmedido comiendo harina de maíz; compraban una libra y con ella se llenaban. La gente no comería carne, no tomaría leche, pero por lo menos comía harina seca de maíz, pan, se llenaba aunque estuviera desnutrida. Nosotros, no era que estuviésemos desnutridos, sino que pasábamos hambre. No nos llenábamos, al estómago no llegaba lo que tenía que llegar.

A mí me da pena hacer esta historia, porque todas aquellas personas murieron hace tiempo y fueron unos infelices. No es que fueran malas personas, sino que estaban obligadas a ser mala gente, porque la hermana de la maestra era una excelente persona y nos quería a nosotros y nosotros la queríamos muchísimo a ella; era una víctima. Ahí la autoridad, la que mandaba, era la maestra Eufrasita, porque era quien recibía un sueldo, cuando se lo pagaban, era quien tenía la relación con Birán, con mi familia, era la que recibía el pago. Ella ad ministraba todo; era, además, dura y ahorrativa, demasiado ahorrativa.

Lo que podemos decir es que el hambre que nosotros pasábamos, la pasaba la hermana y la pasaba el padre. Ella hacía pasar hambre a todo el mundo para ahorrar el dinero. Incluso, en aquel período fue a una excursión que organizaban a las Cataratas del Niágara. Era un viaje largo de Santiago a La Habana, de La Habana a Estados Unidos en barco, y no sé si luego, por tierra, iban en tren hasta las cataratas. La maestra de Birán, en aquella época de tanta pobreza y de tanta miseria, hizo el gran viaje y llegó llena de souvenires, de banderitas. Nos pasamos un año entero oyendo hablar de las Cataratas del Niágara. Fue el acontecimiento más grande que ocurrió en aquel período.

También se produjo entonces el derrocamiento de Machado. Recuerdo que en la mejor casa, yo no dormía en un cuarto, sino en un pasillo; y no dormía en una cama, sino en un canapé de mimbre, era rígido y no sé si le ponían algo, sé que dormía allí. Pero lo peor no era eso, sino que en aquella época de gran convulsión, todas las noches estallaban bombas. En una sola noche explotaron 22 bombas en Santiago de Cuba, y cada vez que explotaba una me despertaba. Aquella noche explotaron como 22, y a mí me parecía que iba a explotar una allí mismo, al lado. Yo no sabía ni por qué explotaban, ni a qué se debían. Había temor, pero a mí me ponían a dormir al lado de la calle; si hubiera estado en un cuarto más hacia dentro, más resguar dado, habría estado más tranquilo. Cuando no había hambre, había bombas. Hubo de todo allí. Conocí el terrorismo desde temprano, fui víctima del terror.

Además, en dicho período se establece la relación con el cónsul, hay matrimonio, el cónsul va a vivir allí, son mis padrinos, van cambiando las cosas y la situación mejora.

 

 

 
 
 
 

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