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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Fidel Castro Ruz Guerrillero Del Tiempo-Capítulo 10.

 
 
 
TOMO I

10 Regreso a La Habana, intensidad en los estudios, aprender más de Economía, la beca Bustamante, casamiento, viaje a Nueva York, visita a Harvard, nacimiento feliz y salvar la vida

 

Katiuska Blanco. Comandante, hablando de las experiencias vividas en muy corto tiempo, primero en Cayo Confites y luego cuando El Bogotazo, usted reconoció que le hicieron meditar mucho y le enseñaron extraordinariamente. Consideró que los hechos ratificaron sus convicciones acerca de los problemas políticos y sociales y sobre la forma de hacer la revolución, además, le convencieron de la necesidad de estudiar a fondo tales problemas y cumplir la deuda que tenía consigo mismo de continuar los estudios en la Universidad, vencer las asignaturas pendientes del segundo curso y terminar el tercero. ¿Fue la meta que se propuso a su regreso a La Habana? ¿Cumplió en aquel tiempo con el anhelo de su papá y su mamá de que se concentrara en los estudios?

Fidel Castro. Sí. A mi regreso de Bogotá me tracé un plan ambicioso: vencer todas las asignaturas pendientes del segundo año, completar las de tercero y estudiar las principales; además, me propuse cursar tres carreras, las cuales tuve que llevar por la libre, única manera de poder sacarlas: Licenciatura en Derecho, Ciencias Sociales y Ciencias Políticas. Varias de las materias eran comunes a las tres licenciaturas, pero eran muchas, yo no recuerdo el momento exacto en que me decidí a realizar tal esfuerzo. Lo primero que hice fue estudiar y sacar  varias de las materias.

Tampoco matriculé el cuarto año como estudiante regular porque ya me proponía estudiar las tres carreras y la única forma de hacerlo era como estudiante por la libre. Aún así, mantuve una estrecha relación con los estudiantes y tenía un gran ascendiente entre ellos, con la única diferencia de que no era un alumno matriculado oficialmente.

En el curso 1948-1949 matriculé un gran número de asignaturas, creo que fueron alrededor de 17, de las tres carreras, aunque no puedo decir que estudiaba durante todo el curso, lo hacía intensamente al final. Como no había tiempo de examinarlas todas en junio, el período de exámenes se extendía hasta septiembre. Mi objetivo en aquel momento era sacar las tres carreras para optar por una beca que otorgaban a los estudiantes que lo lograban. Se trataba de una beca que llevaba el nombre de un jurista que trabajó en la Liga de las Naciones Bustamante, y existía además, un premio instituido en homenaje a él. Ya entonces yo había avanzado mucho en el estudio de los problemas económicos y políticos, ya estaba en contacto con la literatura marxista. Lo que quería estudiar era Economía Política, y estaba pensando en la posibilidad de hacerlo en Francia o en la Universidad de Harvard, en Estados Unidos.

En realidad debía aprobar numerosas asignaturas. Aquel año fueron 17 y el siguiente 29 o 30. Claro, no iba a clases, era  totalmente autodidacta; buscaba los libros, las conferencias, los materiales de consulta necesarios.

Y, en medio de todo, una parte del año me dedicaba a las actividades universitarias, a las tareas de oposición política al gobierno de Grau. Yo seguía en la batalla desde mi condición de estudiante por la libre.

Realicé un gran esfuerzo. Tengo el récord de más asignaturas sacadas por un estudiante en menos tiempo. Por supuesto, no estaba buscándolo; pero en un período de seis meses aprobé como 28.

Aunque me interesaba mucho la política había llegado a la conclusión de que debía adquirir una mayor preparación y profundizar mucho más en los conocimientos teóricos de la economía. Antes de ser marxista, estudiando Economía Política, era un comunista utópico; me parecía absurdo el capitalismo. Lo más curioso en mi caso fue que llegué a la conclusión de que el capitalismo era un sistema absurdo por completo.

Analizaba de manera elemental todos los problemas del capitalismo: el desempleo, las crisis de superproducción; vi que al producirse una abundancia de productos, esta iba acompañada del hambre, el desempleo y todos estos males. Desde entonces comencé a concebir en mi cabeza un sistema de producción racional.

No sabía que me estaba ocurriendo lo mismo que a mucha gente antes de Marx, que sacaban de su cabeza un prototipo de sociedad y comencé a fabricar el mío; que no era capitalista, era socialista de sociedad, era la propiedad común sobre los medios de producción, destinada a satisfacer las necesidades del hombre. Desde que me adentré un poco en todo esto llegué a la conclusión de que si el hombre debía producir para satisfacer las necesidades, era inconcebible que las necesidades y la producción estuvieran divorciadas, que las necesidades de los consumidores y la propiedad de los medios de producción estuvieran divorciadas. Todo aquello me parecía absurdo y empecé a cuestionarlo; empecé a elaborar la idea de una sociedad ideal, perfecta, en la que no existiera ninguno de estos problemas de hambre, desempleo, pobreza, crisis cíclica.

Pensaba todavía de manera elemental, no era profundo, pero comencé desde muy temprano a cuestionar toda aquella sociedad y me convertí en un socialista utópico. Pasaba horas enteras en la plaza Cadenas, hablando a los que querían oírme de todos estos problemas, predicando estas ideas a un auditorio de cinco, seis, siete, ocho o diez personas. Estos razonamientos los hacía durante horas, bastante tiempo antes de encontrarme con la literatura marxista.

Después supe de la existencia de gente que había hecho lo mismo que yo y que se conocían como soñadores y socialistas utópicos. Esto lo comprendí mejor, especialmente cuando me puse a estudiar Economía Política más a fondo, porque la que estudié en la Universidad trataba las diferentes teorías políticas a grandes rasgos.

Curiosamente, uno de los primeros libros donde se hablaba de marxismo, era de legislación obrera, escrito por un profesor que había sido revolucionario: Aureliano Sánchez Arango. Él había luchado contra Machado, contra Batista, pero como otros profesores con autoridad, no entró a formar parte del gobierno auténtico, y ello le confirió cierto prestigio. Era un profesor riguroso, sin embargo, cuando llegó a ser ministro durante el gobierno de Prío reprimió a los estudiantes. Con él fue con quien Chibás entabló por radio la famosa polémica que llevó a Chibás al suicidio. Después, cuando el golpe de Estado de Batista fue un conspirador destacado, lo que le permitió recuperar cierto prestigio.

Existía otro libro que partía de una concepción marxista también, de Raúl Roa, profesor de una de las asignaturas de la carrera de Ciencias Sociales, creo que era Historia de las Doctrinas Sociales.

Primero con los libros de Economía Política Capitalista y después con estos que obligadamente hablaban mucho de las distintas escuelas políticas, empecé a recibir información sobre las ideas y concepciones del marxismo.

No sé en qué período fui socialista utópico, casi desde que llegué a la Universidad, pero el contacto directo con la literatura marxista lo tuve después, el primero fue con el Manifiesto Comunista. La lectura de este libro me produjo un gran  impacto. No me acuerdo cómo cayó en mis manos el primer ejemplar, cosa extraña, porque en un centro superior de estudios debiera haber muchos materiales de tal tipo. Cuando llegué a la Universidad, que tenía 15 000 estudiantes, el número de comunistas, antiimperialistas, puede que no pasara de 30. Es la impresión que tengo, a lo mejor eran más, pero muy pocos en general.

Recuerdo que después hicimos algunos comités, en los que estaban [Antonio] Núñez [Jiménez], Lionel Soto, Alfredo Guevara, todo el grupo de izquierda. Yo cursaba el cuarto año. Las actividades que hicimos entonces fueron desde una posición muy de izquierda. Yo no militaba entre los comunistas. Era marxista pero no era un miembro del Partido Comunista.

La Universidad estaba saturada de maccarthismo; bueno, no solo la Universidad, ya el espíritu público estaba saturado de maccarthismo, anticomunismo, prejuicios de todas clases, y aquella escuela era de los hijos de los burgueses y pequeñoburgueses fundamentalmente. Se había producido un retroceso en el pensamiento político universitario desde la época de Mella, de los años 1920 y 1930. En la década de los 40, cuando ingresé, encontré una Universidad muy descolorida, muy atrasada en el aspecto político, donde prácticamente no existía el movimiento antiimperialista, progresista; el movimiento socialista.

El estudiantado, sobre todo, tenía una tradición de lucha  a la cual estaba apegado desde la época de la independencia creo que conté algo de esto en una ocasión, desde los estudiantes fusilados, los que murieron en la lucha contra Machado: Mella, o Rubén Martínez Villena, que muy enfermo murió después, todos ellos dejaron una gran tradición. Pero en la Universidad que conocí, el pensamiento político había retrocedido extraordinariamente; como a veces ocurre, tras una ola de pensamientos político-revolucionarios ya avanzados sobrevienen períodos de retroceso. Cuando entré en la Universidad, estaba en su punto más bajo. No era posible que pudiera desarrollar allí un pensamiento comunista en toda su magnitud. Pero ya tenía mis propias ideas, y el Manifiesto Comunista me causó un gran impacto; debe de habérmelo sugerido algún estudiante comunista de la Escuela de Derecho. A partir de entonces comencé a recibir tal tipo de literatura.

Katiuska Blanco. Comandante, ¿a qué aspectos esenciales del Manifiesto Comunista atribuye tal impacto en usted?

Fidel Castro. Fue la primera vez que di con una interpretación coherente, bien explicada, de la historia y de los acontecimientos históricos y sociales, la existencia de las clases sociales con la claridad con que Marx la explica, las pugnas históricas, los diferentes tipos de sociedades que han existido. Lo vi todo muy claro, además, pude captarlo porque conocía lo que era un terrateniente, una propiedad terrateniente; una familia terrateniente; quiénes eran los trabajadores, los obreros,  que no contaban con nada, que producían una riqueza que no disfrutaban y eran despojados del fruto de su propio trabajo. Podía entenderlo perfectamente, había tenido la oportunidad de verlo muy de cerca, con mis propios ojos. Para mí tales ideas eran irrebatibles, al igual que las verdades de que habla la Declaración de Derechos del Hombre, porque conocía perfectamente todo lo relacionado con la revolución burguesa, que se inició con la Revolución Francesa, y la historia de la revolución americana.

Para entonces había leído con mucha avidez cuanto texto caía en mis manos sobre la Revolución Francesa, mucho antes de tener una noción; era estudiante de bachillerato, pero ya me interesaban dichos temas. Eran verdades evidentes, realmente incuestionables, que pude comprender con mayor nitidez, explicadas y razonadas en el Manifiesto Comunista.

Cada vez que tengo una oportunidad vuelvo a leer el Manifiesto Comunista porque está tan bien escrito, en un lenguaje tan claro, tan directo. La crítica a fondo que hizo el Manifiesto de la sociedad burguesa, la forma en que lo dijo, la coherencia, la claridad con que explicó todos los problemas, su elocuencia, realmente me produjeron un gran impacto.

Yo venía fabricando castillos en el aire y de repente me encontré con el Manifiesto, entonces fue que comencé a entender aquel problema, a ver una teoría, y, claro, ya yo había oído decir: «Existe tal o más cual teoría». Podría decirse que  comencé a simpatizar con aquellas ideas expresadas de forma tan clara y elocuente; era lo más claro que había leído en mi vida. Yo estaba condicionado porque había estado elaborando teorías en el aire que carecían de una base social, no tenían una base histórica, se fundamentaban solo en un espíritu rebelde y una ética elemental.

Existían dos teorías: la liberal burguesa y la marxista, las otras carecían de una base sólida y respondían a escuelas políticas como las utópicas, desde tiempos inmemoriales, y el anarquismo de época más reciente. Estaba claro el enfrentamiento entre aquellas dos teorías, entre dos sectores decisivos: los propietarios y los desposeídos, los explotadores y los explotados. Mi mente y mi ánimo eran totalmente proclives a la receptividad del marxismo, el interés que ya tenía por los problemas políticos y económicos se multiplicó. En aquel momento vivía una etapa de estudio y fui obteniendo otros libros de marxismo, pero principalmente me dediqué a estudiar todas las asignaturas que debía aprobar para poder obtener los tres títulos necesarios con los cuales aspirar a la beca. Quería cumplir esa etapa, lograr la beca para estudiar Economía Política, en una especie de postgrado.

Recuerdo que a partir de la lectura del Manifiesto Comunista se estrecharon mis relaciones con la juventud comunista de la Universidad. Siempre fui muy franco y compartía con ellos mis ideas. Esto se tradujo en un acercamiento ideológico entre los muchachos comunistas, antiimperialistas de la Universidad y yo, en un período en que ya no era el hijo del terrateniente que venía de la escuela de los jesuitas. No era todavía un autoconverso del marxismo, no puedo decir tampoco lo mismo del leninismo, porque la etapa en que entré en contacto con la literatura leninista fue ulterior. Todo fue un proceso, y no estábamos de acuerdo con cuestiones tácticas y determinada autosuficiencia que los caracterizaba. Formé parte del comité al que pertenecían [Alfredo] Guevara, Lionel [Soto], [Antonio] Núñez [Jiménez] y otros, y realizamos muchas actividades progresistas. Este comité tenía una gran influencia en la FEU. Todavía persistían la represión, las amenazas y subsistían los grupos armados fuertemente ligados al gobierno, que conservaban una poderosa influencia.

Participé en muchas actividades junto a los estudiantes comunistas y antiimperialistas, pero no era militante del Partido Comunista. Estaba vinculado a personalidades que crearon el Partido del Pueblo Cubano Ortodoxo, prácticamente desde que llegué a la Universidad, pero sosteníamos relaciones excelentes con los comunistas, desafiábamos al gobierno, a las fuerzas represivas, a las pandillas armadas.

Creo que fue en cuarto o quinto año no recuerdo bien, cuando [Pedro] Albizu Campos protagonizó un levantamiento en Puerto Rico y organizamos una enorme manifestación hasta la embajada norteamericana en La Habana Vieja, en un costado de la Plaza de Armas, muy cercana a donde está hoy el Museo de la Ciudad. Fue una manifestación multitudinaria. Lionel Soto trataba de quitar el escudo del consulado americano cuando llegó la policía dando golpes, y a mí me dieron tremendos fuetazos con una fusta de manatí por la espalda, mientras sostenía a Lionel que escalaba el primer piso del edificio.

Tal vez ocurrió en octubre de 1950, pero las actividades que desarrollamos entre 1948 y dicha fecha, tenían carácter de movilización masiva. Realizamos muchos actos de tal índole en aquella época. Me convertí en especialista en preparar manifestaciones. Creo que el de los marines que se encaramaron en la estatua de Martí en acto ignominioso, también fue en aquella etapa.

Katiuska Blanco. Comandante, busqué la fecha en la cronología y fue el 11 de marzo de 1949. También leí un testimonio de [Baudilio] Bilito Castellanos de 1999, donde explicaba cómo ocurrieron los hechos al día siguiente. El periódico Alerta publicó las fotos del ultraje y los estudiantes universitarios partieron desde la Escuela de Derecho hacia el Parque Central, y de allí hacia la embajada de Estados Unidos. Él narró que cuando Lionel intentaba quitar el escudo estaba subido sobre los hombros de usted. Quienes reprimieron la manifestación dando fuetazos con «bicho de buey» fueron policías bajo las órdenes del teniente Salas Cañizares. A Bilito lo golpearon sal vajemente y usted lo trasladó a la Casa de Socorro, donde pidió un certificado de lesiones para denunciar el atropello. Se dirigieron con tal propósito al Ministerio de Gobernación, donde un oficial destacado a la entrada del edificio le suplicó: «No me perjudique, señor, yo con mi sueldito sostengo a mi familia». Usted lo tranquilizó y finalmente no presentó la denuncia allí, sino en la estación de policía de Dragones y Zulueta.

Fidel Castro. En aquella época hicimos de todo, cuanta causa había que defender, nosotros la apoyábamos: la independencia de los pueblos contra las tiranías, contra el racismo

Así que la dedicación al estudio no me impidió seguir cumpliendo mis obligaciones en la lucha universitaria contra el gobierno y contra la corrupción. Entonces decidí casarme con Myrta, que estudiaba en la Escuela de Filosofía. Asocié el matrimonio a la idea de dedicarme a estudiar. Fue en octubre del año 1948.

Katiuska Blanco. Tal decisión seguramente hizo muy felices a sus padres, siempre atentos para prestarle ayuda, para apoyarlo. ¿Es así como lo intuyo?

Fidel Castro. En realidad mi padre me ayudó, pues cuando me casé no tenía recursos. Fue una decisión importante porque en dicho período yo viajé a Estados Unidos. De Camagüey salí en avión para Miami y luego en tren para el Noreste, hacia Nueva York. Allí se encontraba el hermano de Myrta, no recuerdo ni qué él hacía, creo que trabajaba. Entonces viví en Nueva York  durante algunas semanas.

Katiuska Blanco. El viaje fue después del matrimonio en la iglesia de Banes. Usted se casó ante el notario el día 11 de octubre de 1948. Al día siguiente, 12 de octubre, tuvo lugar la ceremonia religiosa. La periodista Marta Rojas me aseguró que la noticia salió publicada en el Diario de Cuba, el periódico de la capital oriental en aquella época.

Fidel Castro. Me casé por la Iglesia Católica, la familia no habría aceptado otra cosa, no tuve prejuicios en tal sentido, me parecía algo estrictamente social. Era obligado casarse por lo civil y por la Iglesia. La muchacha me interesaba más que los trámites, sinceramente.

Ella había pasado sus trabajos también, sus dolores de cabeza, sufrimientos. Era novia mía desde antes de lo de Santo Domingo, después vino lo de Bogotá. Yo era un novio que no se sabía si iba a sobrevivir a tantas aventuras. Claro, en mi casa, todo el mundo vio muy bien el casamiento porque estaban preocupados por mí. En la casa se alegraron de que estuviera dedicado al estudio, al matrimonio, creyeron que eso me alejaría de los peligros, de las inquietudes políticas.

Como tenía mis planes de dedicar tiempo a estudiar, cuando estuve en Nueva York me compré unos libros de Marx en inglés y un diccionario también de ese idioma. Para entonces estaba imbuido de todas aquellas ideas, al punto de que estuve en la Universidad de Harvard, en Boston, y pedí los programas  de Economía. Este es un centro de gran prestigio.

Era tan audaz que fui como turista a Nueva York y allí, con parte del dinero que me dio mi padre, compré un carro de uso, barato, y corrí en él por la carretera de la ciudad a Harvard. Regresé de Nueva York a Miami por esa vía.

Anduve manejando en Estados Unidos con un mapa para no perderme, algunas veces por la noche; no sabía ni por dónde andaba, me extravié más de una vez. Estando en Nueva York presencié las elecciones de [Harry] Truman en 1948, en el mes de noviembre, no recuerdo bien, pero allí estuve alrededor de seis semanas nada más.

Katiuska Blanco. Una de las crónicas que atesoro en casa fue escrita por el periodista Guillermo Cabrera Álvarez y se titula «Buscando lo mío en Nueva York». Es el recuento de una búsqueda de los espacios entrañables vinculados a nuestra historia, algo así como seguir la huella, los pasos de José Martí y de usted, en esa cosmopolita ciudad. ¿Puede recordar dónde vivió y los lugares que frecuentaba?

Fidel Castro. Viví en un edificio de ladrillos que tenía cinco plantas. Alquilé un cuartico muy modesto que estaba más bien  en el sótano; daba a la calle y estaba a la altura de la acera. Primera vez que pasaba un invierno crudo, yo no sabía lo que era el invierno; lo que había allí era un aparato viejísimo de calefacción.

Por entonces yo sabía hablar muy poco inglés, entonces aprendí a ir a los delicatessen, las bodegas y me asombraba de que en la misma tienda en que vendían medicamentos, ofertaban comida. Era muy raro para mí, muy extraño, puesto que en Cuba la farmacia es la farmacia, y la bodega es la bodega.

El hecho es que compraba en los delicatessen y cocinaba, porque siempre me gustó cocinar y muchas veces lo hacía. Los primeros días el hermano de mi esposa estuvo allí, Rafael Díaz-Balart, él estaba casado también y hacía meses que permanecía allá. Él fue nuestro cicerone en Nueva York. Muchas veces salíamos con ellos.

Durante las semanas que estuve en aquella ciudad, vi muchas cosas, visité museos como el de Historia Natural, el famoso Empire State, visité los teatros, algunos restaurantes. Creo que yo era el que pagaba con lo que me había dado mi padre, porque mi cuñado no tenía ni un centavo. Disfruté los paseos, pero no abandoné nunca mi propósito de estudiar Economía Política después que terminara la carrera de Derecho y la de Ciencias Sociales, por eso visité Harvard, pensando en la posibilidad de estudiar allí. A lo mejor era una ilusión mía, pero tenía tal idea en la cabeza, estudiar en Francia o en Harvard, de las mejores universidades y de las más fuertes en Economía entonces.

Claro que se trataba de la Economía Política del capitalismo, pero me interesaba seguir los conocimientos: la Matemática, el estudio del propio marxismo, de las distintas teorías,  del capitalismo mismo, porque nadie estudió más el capitalismo que Carlos Marx. Él lo estudió como algo esencial. Fue estudiando el capitalismo que me volví comunista. Yo tenía una decisión, una inclinación franca y decidida por la política. En aquel período, estaba pasando de mi fase de comunista utópico a comunista marxista, y marxista-leninista. Tal fue el camino que seguí después.

Ya en Miami tomamos un ferry hasta La Habana, llegamos con muy poco dinero, se puede decir que arruinados. Tuve que vender el carro, no me quedó más remedio. La abundancia relativa había durado realmente poco tiempo.

Cuando repaso todo 1948 recuerdo las elecciones generales del mes de junio como el acontecimiento más importante de aquel año en Cuba. Tuvieron lugar poco tiempo después de mi regreso de Bogotá. Participé activamente en la campaña política por la presidencia de Eduardo Chibás; incluso, en un mitin en Santiago de Cuba días antes de las elecciones. Estuve en parte del recorrido; una masa impresionante de gente apoyaba, aplaudía. No votaron por Chibás, pero lo aplaudieron. Era la tercera fuerza y como ocurrió tantas veces, la votación se inclinó hacia los dos candidatos a los cuales se les consideraban más posibilidades.

Allí pronuncié un breve discurso de poco tacto, porque le hice un emplazamiento al candidato presidencial, a Chibás; le dije: «Mira al pueblo, a este pueblo que te apoya: nunca trai ciones a este pueblo». Fue una gran falta de tacto mía, pero le gustó mucho a la gente. Entonces, yo dije allí que, si trataban de quitar la victoria por la fuerza, cambiaríamos las escobas por fusiles las escobas eran símbolo de los ortodoxos en pos de barrer los males del autenticismo para conquistar el poder por las armas. Lo declaré en el mes de mayo, unos días antes de las elecciones, en aquel mitin en Santiago de Cuba. Los santiagueros lo recuerdan siempre. Por alguna razón me pusieron a mí entre los últimos que dirigieron unas palabras a la multitud.

Quería llevar adelante mis ideas. Claro, todo ocurrió en año y medio. Fue un período de rápido proceso de estudio, aprendizaje, radicalización; en que me adentré en la literatura marxista, de Engels, de Lenin y, por supuesto, seguí realizando el mayor esfuerzo por vencer todas aquellas asignaturas.

Fue una etapa difícil, había llegado del viaje con los bolsillos vacíos. Con el dinero del carro y con lo que de vez en cuando me enviaban de la casa, alquilé un apartamento en un edificio semiconstruido en Miramar. Todavía simultaneaba el estudio con las actividades políticas.

Luego de las elecciones fue que me dediqué al estudio en función de cumplir mi plan de ganar la beca. Llegué a lograr mi objetivo, pero tenía que salir de Cuba por lo menos tres años. Fue un dilema que viví por aquella etapa, tenía que tomar una decisión. 

En el año 1949 saqué 17 asignaturas, y después, en 1950 matriculé todas las que faltaban para las tres carreras que cursaba.

Entre los meses de febrero, marzo y julio, estudié y examiné casi todas las asignaturas y obtuve notas de sobresaliente en la mayor parte. En total, eran como 47 las que tenía que aprobar.

Llegó el momento en que me faltaban dos o tres asignaturas y tenía todavía tres meses a mi favor. Eran las más fáciles. Ya tenía la beca asegurada porque era el único alumno del curso que había sacado todas las asignaturas de las carreras Ciencias Políticas, Ciencias Sociales y Derecho Diplomático, requisito indispensable para obtenerla.

Cuando hice el plan, necesitaba 47 asignaturas; en año y medio saqué 45 y me quedaban todavía tres meses y solo dos o tres asignaturas por aprobar. Las tenía estudiadas incluso y no las examiné. Hubiera sido muy bueno haber podido estar dos o tres años formándome en Economía Política, pero tuve que escoger entre irme a estudiar, a perfeccionar los conocimientos, o participar activamente en la lucha. Decidí participar de inmediato en esta; renuncié al proyecto del estudio para dedicarme por entero a la lucha revolucionaria.

Si me hubiera marchado lejos, a Estados Unidos o a Francia para estudiar, hubiera perdido muchísimo, hubiera perdido la hora oportuna de la acción revolucionaria; pero parece que vi  claro que se acercaba un momento clave, una etapa, en que no era correcto invertir el tiempo en el estudio, y con la audacia característica de toda la gente joven, creí que estaba preparado para la acción política con un objetivo revolucionario bien definido. Entonces dejé el estudio y me decidí por la lucha. Esto ocurrió en el verano del año 1950. Ni siquiera fui a examinar las dos asignaturas que me faltaban, a pesar de que eran las que más dominaba. Debí haberlo hecho para llegar a la meta de aprobar las 47, aunque ya no me interesara la beca.

Le había dedicado muchas veces hasta 16 horas diarias al estudio. Fue un récord aprobar 45 asignaturas en tan poco tiempo, pero hubo mucha constancia de mi parte. La tranquilidad que da el matrimonio influyó positivamente, además, yo tenía mis técnicas, mis métodos de estudio.

Mis enemigos seguían acechando debido a las actividades políticas que yo simultaneaba con el estudio. No había desaparecido el peligro y yo andaba totalmente desarmado. En dicho período no tenía ni la posibilidad de usar un arma, porque los inconvenientes eran mayores.

Recuerdo que el día que nació Fidelito, el 1º de septiembre, yo tenía que ir a la Universidad y no fui por tal motivo. Después supe que aquel día había ido un grupo de gente a la Universidad únicamente con la intención de matarme.

Yo no había hecho otra cosa que seguir en la política, en la actividad contra el gobierno, contra Prío que ya era presidente.  Probablemente el motivo del intento de matarme fuera la política de oposición, todas las actividades que desarrollaba en la Universidad junto a los comunistas, nucleados después en el Comité 30 de Septiembre, creado en homenaje a Rafael Trejo.

Si aquel día hubiera ido a la Colina, me hubieran asesinado; fue una tremenda casualidad. Se puede decir que el día en que nació Fidelito fue también el día en que yo nací. El 1º de septiembre de 1949. Es una verdad rigurosa, exacta.

Cuando estudiaba en la casa y lo sentía llorar recordaba que su llegada al mundo me había salvado aquel día la vida. El peligro resurgía a intervalos por alguna coyuntura o actividad de la oposición. Se habían dado en tal período luchas estudiantiles y algunos estudiantes negociaron, pactaron. Precisamente cuando estuve en Estados Unidos se desataron movimientos en contra del incremento del pasaje. Algunos dirigentes se dejaron sobornar, no recuerdo ahora qué problema puede haber surgido con el gobierno que se dio esa situación coyuntural.

Es verdad que después tuvieron muchas oportunidades de eliminarme, entre el año 1950 y 1952. Cuando el golpe del 10 de marzo de 1952, resulta muy difícil responder a la pregunta de por qué no me mataron en aquel período. Tengo mi teoría, que es la del domador de circo: el domador está en una jaula, rodeado de leones, y mientras hace ruido con el látigo y lo restalla una y otra vez tiene a los leones atemorizados. Creo  que la táctica que a mí me salvó fue que me mantuve con el látigo en la mano, haciendo un ruido igualmente tremendo.

Cuando tenía todo lo que anhelaba a mi alcance, luego de haber realizado un gran esfuerzo en los estudios, había decidido quedarme en Cuba. Percibía que era un momento muy importante en el país, tal vez lo magnifiqué pero, efectivamente, cuando se produjo el golpe de Estado en marzo de 1952, yo hubiera estado afuera y habría perdido todos los contactos, todas las relaciones. Fueron poco más de dos años en que aprendí mucho de Cuba, de las realidades, y mi pensamiento revolucionario se enriqueció extraordinariamente. Fue el período en que me gradué. Ya como abogado pude palpar de cerca muchas de las realidades de la época.

Aunque mi familia me ayudaba todavía de alguna manera, yo vivía muy apretado, andaba a pie, en la guagua, en el tranvía, con muy poco dinero, con una vida bien estrecha y con deudas, aunque siempre aparecían amigos que me daban créditos.

También es verdad que al estar dedicado al estudio, incurría en muy pocos gastos. Apenas hacía vida social, en lo que se refiere a fiestas, paseos, cenas, visitas; no tenía tales hábitos. Quizás por mi vida en el campo, en las escuelas donde estudié, cuando llegué a la Universidad era un joven muy rústico, no estaba acostumbrado a la vida social. Claro, tenía relaciones, amistades de todo tipo, y de vez en cuando me in vitaban a alguna fiestecita, pero no sentía inclinación por tal tipo de actividades. Era muy mal bailador, muy malo, no tenía oído para la música. Aprendí un poquito, necesitaba saber para ciertas ocasiones pero era un desastre. Un buen atleta pero muy mal bailador.

No quiere decir que fuera un joven apático, amargado. Antes de Myrta tuve otras novias y muchas amigas. Me gustaba la compañía de las mujeres, lógicamente; una parte del tiempo la invertía conversando con ellas en la Escuela de Derecho, y tenía numerosas amistades. Pero después que tuve novia asumí la relación con mucha seriedad. Cuando nació mi hijo, creo que cumplí también con seriedad mis obligaciones de padre. Como su nacimiento coincidió con la etapa de mi dedicación al estudio, permanecía mucho tiempo en la casa; estaba muy contento, muy satisfecho. Creo que todo eso me ayudó a llevar a cabo mi programa.

El plan del matrimonio como un medio de estabilización dio resultado. Era bastante casero, salía cuando era necesario para participar en las actividades políticas, seguía siendo buen estudiante y no mal cocinero. Muchas veces colaboraba en la casa, aunque no en virtud del Código de Familia que existe actualmente Ni siquiera se planteaba dicho problema, no llegué a tener cargos de conciencia en relación con eso, porque en tal época ni siquiera se hablaba del asunto. Naturalmente, colaboraba siempre que podía y en ocasiones ayudaba, coci naba una o dos veces; pero había una división del trabajo. La histórica y vieja división del trabajo subsistía en aquella casa perfectamente bien.

No era machismo, sino un hábito tradicional en que la mujer se ocupaba más de la casa, de los niños. Si había que dar una ayuda, una colaboración, yo, por supuesto, la daba, no voy a decir que no; pero no estaba planteado el problema como ahora. En realidad no era un problema, era algo muy propio de aquellos tiempos.

De aquel primer apartamento, no sé exactamente en qué momento nos mudamos. Conseguí uno en 3a y 2, en el Vedado, allí estábamos mejor, era mucho más fresco, cerca del mar, no muy caro y enfrente había un cuartel del ejército, con un muro que abarcaba toda el área donde está hoy el hotel Riviera o los edificios próximos a este hotel.

 

 
 
 
 

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