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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Fidel Castro Ruz Guerrillero Del Tiempo-Capítulo 14.

 
 
 
TOMO II

03Cambiar de estrategia, inercia de sectores políticos, Abel y Montané, comienza la persecución, Prado N.o 109, jóvenes de ley, entrenamientos en la Universidad, revolucionario profesional, títulos en la librería del Partido Socialista Popular, estancia en Guanabo, el más noble comerciante árabe, hotel Andino, un tiempo que afrontar

 

Katiuska Blanco. Comandante, debió ser frustrante que el golpe de Estado de Batista pusiera fin al proceso político en marcha que abría perspectivas de cambio al futuro del país

Fidel Castro. Por supuesto, sentí angustia, mortificación, un gran disgusto. La estrategia revolucionaria estaba muy clara antes del 10 de marzo; pero el golpe no solo puso fin a un proceso político constitucional que abría perspectivas de cambios hacia el futuro, sino que hizo retroceder al país a una situación sin ley, sin Constitución; a un gobierno de facto, tiránico, reaccionario, contrarrevolucionario, corrompido; fue un regreso al pasado. Así que, inmediatamente después del 10 de marzo, había que olvidarse de cualquier estrategia anterior y trabajar, luchar.

En aquel momento, pensé que solo era concebible una estrategia de unión de todas las fuerzas para liquidar aquel cáncer, liquidar aquella situación anormal, y volver a la situación previa al 10 de marzo. Es decir, una vuelta al régimen constitucional, a la existencia de los partidos, al proceso político que todavía no había dado todo lo que podía dar de sí mismo; aquel proceso no estaba agotado y, desde mi punto de vista, era el camino hacia la revolución, para lo cual había elaborado una estrategia clara y precisa. 

Katiuska Blanco. Habría que volver atrás

Fidel Castro. Pensé que resultaba indispensable crear de nuevo las condiciones; me parecía que entonces nadie podía pensar en otra cosa, sino en liquidar aquel régimen de fuerza para rescatar la constitucionalidad y abrir camino a un proceso político; algo que era interés de todo el mundo. Yo veía en tal proceso el camino de la revolución.

Como estaban las condiciones en el país, no elaboré una estrategia; inmediatamente comencé a combatir. Primero a Batista; era un deber elemental, de oficio, por principio, denunciarlo, desenmascararlo, realizar toda la oposición contra el gobierno. Me dije: «Bueno, esto ha dejado de ser un proceso político y va a ser un proceso de lucha armada. Hay que derrotar a Batista», y comencé, dentro del Partido Ortodoxo, a organizar, por ejemplo, células revolucionarias para la lucha armada contra Batista.

No tuve la más remota duda de que Batista solo podía ser desalojado de la misma forma en que había usurpado el poder, por la fuerza. Como conocía el personaje, los hechos, la historia de Cuba, pude ver con suficiente claridad que Batista había vuelto al poder para permanecer allí, él y su camarilla, indefinidamente, para saquear de nuevo el país. Por eso tuve total convicción de que a Batista había que derrocarlo revolucionariamente para volver a establecer la Constitución.

Pero no me puse a pensar que nosotros, el grupito nuestro, elaborara una estrategia propia para llevar a cabo una revolución, porque lo que yo había pensado en las condiciones anteriores ahora no procedía. Cuando comencé a organizar células revolucionarias en la juventud del Partido Ortodoxo, no lo hice para desconocer aquel partido o a sus líderes. Pensaba que dicho partido tenía más obligación que los demás, porque portaba una bandera, posiciones éticas, posiciones políticas honestas; no estaba corrompido, le arrebataron el poder, y creía que aquel partido, sus dirigentes y sus masas, desempeñarían un importante y decisivo rol en la lucha. Entonces, mientras no existía una dirección, una orientación, mientras los líderes no hacían nada, comencé a preparar cuadros, células de combate para llevar a cabo tal tarea, para que aquel partido estuviera en condiciones cuando los líderes decidieran iniciar la lucha.

Ellos conocían cuál era mi criterio, mi posición y mi disposición de lucha. Yo no guardé secreto al respecto. Tampoco fui tan tonto como para esperar a que me dieran instrucciones, o perder el tiempo. Empecé a trabajar inmediatamente dentro de tales premisas: quiero decir, que aquel partido lucharía, que todos los partidos lucharían y que no se podía perder un minuto. Había que empezar a organizar al partido porque no estaba preparado para enfrentar a Batista.

Todavía confiaba en que sus líderes: Pardo Llada, Millo Ochoa, Agramonte y los demás, hasta los más débiles, los más flojos, por un elemental sentido del deber, del honor y la dignidad, empezarían a trabajar para hacer una revolución.

Y sucedió que en lugar de ellos buscarme a mí, yo los buscaba a ellos para exhortarlos, estimularlos a trabajar, a luchar.

En ese período, Millo Ochoa comenzó a realizar algunas actividades organizativas, a emprender acciones para la lucha contra Batista. Él era de los políticos conservadores o mediatizados pero adoptó esa posición. Recuerdo que fue, de los líderes ortodoxos, uno de los primeros con que establecí contacto.

En algún momento, varios de los dirigentes empezaron a hacer algo. No a organizar la lucha, sino a conspirar, a contactar con antiguos militares desplazados y con otros activos. Realmente no estaban pensando en una lucha armada, sino en un contragolpe.

Los demás partidos también actuaron: el Partido Auténtico, la gente de Prío, comenzaron a aglutinar a su tropa y a prepararse para una supuesta lucha contra Batista; algunos partidos, no todos. Otros empezaron a maniobrar con Batista, a buscar salidas políticas; y líderes como Grau San Martín, y otras gentes, pensaron en fórmulas electorales; pero fueron rechazadas por casi todos los líderes de la oposición, que asumieron una postura más radical.

Katiuska Blanco. Comandante, pero puede decirse que en los primeros momentos primó el desconcierto general, ¿verdad? Sin embargo, siento que entre los ortodoxos más radicales sur gió desde el inicio la idea de enfrentar a Batista por las armas. Recuerdo un testimonio del comandante Ramiro Valdés, desde el mismo día del golpe pensó que a Batista había que tumbarlo por la vía de las armas.

Fidel Castro. En los primeros momentos de desconcierto general comencé a realizar actividades, como la firma de los manifiestos, el intento de publicar un periódico, denunciar continuamente. Fue en ese tiempo que conocí a Abel, a Montané, a Melba, pero sobre todo a Abel y a Montané.

Katiuska Blanco. En un testimonio que guarda la Oficina de Asuntos Históricos, Montané recuerda que ustedes se conocieron el 1º de mayo de 1952, en el cementerio, en un acto de recordación de Carlos Rodríguez, al cumplirse un año de su asesinato por [Rafael Salas] Cañizares y [Rafael] Casals a quienes usted, por ese crimen, pedía 30 años de cárcel. Cuando terminó la conmemoración se quedaron conversando y muy pronto narraba Montané— se estableció una animada y amigable charla alrededor de los acontecimientos políticos del país. Estuvieron de acuerdo en que algo había que hacer para combatir al régimen dictatorial de Batista. También se lamentaron de la inercia de algunos sectores de la llamada oposición que no presentaban un frente de combate. Concluyeron que se imponía la acción de la juventud ante tanta politiquería y vacilaciones. Decía que desde entonces usted despuntaba como  el líder que organizaría al pueblo en su lucha a muerte contra la tiranía.

Fidel Castro. Sí, recordaba que había sido en mayo. Abel y Montané se acercaron a mí e iniciamos un trabajo con la idea, desde luego, de la lucha armada contra Batista, y en el mismo objetivo que yo tenía de organizarnos bien para ese propósito hasta entonces era, de hecho, una lucha común. Por aquellos días intentamos sacar el periódico, pero cayó en manos de la policía y algunos integrantes del grupo fueron llevados prisioneros. Al periódico le habíamos dado el nombre de El Acusador.

Katiuska Blanco. Usted los visitó en el Castillo del Príncipe. Entre los arrestados estaban Abel, Montané y Raúl Gómez García... ¿Su encarcelamiento marca un inicio de la persecución?

Fidel Castro. Comenzamos a tener problemas. Además del periódico ocuparon la estación de radio por la que intentábamos trasmitir nuestros programas. La policía nos perseguía. En ocasiones ocurrió que personas que nos apoyaban, al ser detenidas, nos delataron porque se asustaron. Era muy grande el clima de terror. De modo que las primeras actividades, relacionadas fundamentalmente con la propaganda, fueron contrarrestadas por la policía. Fue una lección muy importante, aunque desde luego nos subestimaron, lo cual fue bueno.

Llegué rápidamente a la conclusión de que por relaciones de amistad o familia no se podía confiar en la gente, sino  más bien por la convicción que cada individuo tuviera en la necesidad de la lucha. En dichas circunstancias se desarrolló mucho en mí la capacidad de apreciar las motivaciones de la gente para seleccionarla, una vez que comenzamos a trabajar. Entre los primeros se cuentan Abel, Montané y algunos otros compañeros que aparecieron.

La cuestión de los métodos de conspiración se volvió de suma importancia. Desplegamos métodos donde todo el trabajo estuvo protegido contra la posibilidad de una delación, de una traición. Comenzamos a utilizar rigurosos métodos, porque la situación era nueva, ninguno de nosotros había vivido bajo una dictadura militar como la de Batista, no teníamos viejas experiencias de conspiradores, ¡ninguna, se puede decir! Entonces, creo que era un problema a resolver, y creo que lo solucionamos bien: rigor en la selección fue lo que aplicamos estrictamente: disciplina, discreción.

Katiuska Blanco. La primera persona a quien escuché hablar sobre los reclutamientos que usted hacía fue al comandante Ramiro Valdés, quien nunca olvida la primera entrevista en Prado Nº 109 a la que asistió con José Suárez Blanco; luego Pastorita también narró vivencias de esa etapa.

Fidel Castro. Empecé reclutando personalmente a los primeros; luego, entre los compañeros que integraban el grupo inicial, alistamos a todos los demás. Íbamos seleccionando cuadros: uno aquí, otro allá, gente que íbamos conociendo  por sus condiciones, elegidos de la cantera ortodoxa, gente humilde, trabajadora, y que sentían indignación realmente con lo hecho por Batista. Si captábamos a un jefe de célula, él tenía después la responsabilidad de seleccionar a un grupo de cinco, seis, siete; varios de ellos salieron jefes de células.

Se creaba una célula bajo ciertas premisas: quiénes podían ser, cómo seleccionarlos, todo eso, de forma muy rigurosa; gente que no estuviera en otras organizaciones, que no fuera conocida. Yo sí me reunía después, una por una, con cada célula, y hablaba con cada movilizado.

Reclutábamos a la gente sobre la base de que estuviera dispuesta a luchar contra el gobierno de facto que, en aquel momento, prácticamente no era un delito. Batista menospreciaba a sus adversarios; a nosotros, como no teníamos ningún recurso económico, nos menospreciaba más. Puede decirse que él y su policía y todos ellos subestimaban totalmente a los revolucionarios.

Pero yo iba evaluando, conversando y viendo las motivaciones, una por una, de cada una de la gente, y así decíamos: «Bueno, esta célula, esta otra...».

Y después, el siguiente paso era que los entrenábamos, pero en la Universidad, en seco, en frío, sin disparar.

Empezamos con este pequeño núcleo de cinco o seis; pero yo era conocido, muchos jóvenes sabían cual era mi actitud, tenían esperanzas, confiaban en mí. Percibí que la gente esta ba desesperada, quería luchar y como los líderes del partido no hacían nada o muy poco, aquellos muchachos eran muy receptivos a alguien que los organizara bien para la lucha.

Claro, existían otros grupos, el mismo partido; algunos líderes, otros jóvenes, creaban sus agrupaciones, eran más bien líderes oficiales. Pero yo empecé a trabajar con la masa anónima completamente. Ninguna de la gente con las que iniciábamos la labor era conocida.

Transcurrieron los primeros cinco meses de este proceso de gradual maduración. El 16 de agosto, día del primer aniversario de la muerte de Chibás, ya estaba hablando otro lenguaje. Vi que los líderes no hacían nada y aunque todavía estaba pensando en la lucha unida de todos, comencé a reclamar que el Partido Ortodoxo desempeñara un papel fundamental en la lucha. Así, cuando volviera la situación constitucional, este partido tendría una fuerza nueva, diferente, para la idea de llevar a cabo la revolución ulterior.

Katiuska Blanco. Por eso es que el día 16 de agosto, en el aniversario de la muerte de Chibás, usted hace un llamado a los dirigentes del partido. Le voy a leer lo que escribió entonces en su artículo «Recuento crítico del PPC», publicado en el tercero y último número de El Acusador:

«El momento es revolucionario y no político. La política es la consagración del oportunismo de los que tienen medios y recursos. La revolución abre paso al mérito verdadero, a los  que tienen valor e ideal sincero, a los que ponen el pecho descubierto y toman en la mano el estandarte. A un partido revolucionario debe corresponder una dirigencia revolucionaria, joven y de origen popular que salve a Cuba».

Fidel Castro. Ya estaba desafiando un poco a la dirección que no actuaba. No era que hubiera roto con ella, la estaba presionando, le exigía que luchara. Pero el 16 de agosto no habían hecho nada, habían perdido cinco meses, ¡más de cinco meses! Entonces comencé a utilizar dicho lenguaje.

El grupo de jóvenes anónimos con los que inicié tal trabajo tenía confianza en mí. Y así, a partir de cero y con algunos amigos, comenzamos el trabajo. Yo diría que de los 1200 jóvenes que llegaron a integrar el movimiento, conocía solo a 20 o 30, muy pocos, entre ellos Gildo Fleitas, Raúl de Aguiar, Ñico López; al resto, no los conocía. Es decir, que la gente era totalmente nueva y procedían de las filas del Partido del Pueblo; era juventud humilde, que no tenía todavía una conciencia de clase, una conciencia socialista o marxista, pero culpaba al gobierno de todos los robos, las inmoralidades; gente rebelde que sentía odio hacia Batista, por lo que significaba; gente imbuida de una ética. En sí, yo trabajé dentro de ese marco, con Abel, Montané y los que fuimos conociendo después.

Buscaba gente joven que no fuera conocida; que no fueran líderes, ni cuadros, gente de fila, la más honesta que existía, espontánea y sana. 

También trabajé siempre con personas de similares cualidades cuando aspiré a representante, cuando tenía las 8000 direcciones de los contribuyentes. Todo mi trabajo era con los espontáneos, con quienes no aspiraban a nada, no buscaban nada y eran capaces de luchar. Comprendía el estado anímico de la masa, de todo el pueblo y de aquella muchedumbre joven: se entremezclaban irritación, frustración, amargura.

Emprendí el camino sin contar con la dirección del partido ni con la Universidad, no se podía contar con ella, no se podía contar con nadie allí, no tenía más que enemigos y, en todo caso, alguna gente me miraba los auténticos como culpable del golpe, y los estudiantes con grandes celos de que alguien les fuera a arrebatar su revolución.

En verdad, la Universidad adquirió mucho prestigio y además fue inmune, la policía no entraba, se convirtió en centro de reunión de todo el mundo. Yo no la usaba, porque tal método no era bien visto; pero bueno, cuando empezamos a reclutar y a organizar gente, ya para entonces en la Universidad jugaban un poco a la revolución jugando sin saber, no de mala fe, mientras llegaba «la tremenda», como le decían a la hora definitiva, la gran revolución, que se suponía harían los políticos, los líderes, los partidos o los propios estudiantes universitarios.

Finalmente, no sé cómo se consiguieron un fusil Springfield, una ametralladora Thompson y una carabina M-1, que es taban en el Salón de los Mártires de la Universidad. En tales días conocí a Pedrito Miret, quien nos apoyó para entrenar a la gente. Aquellos muchachos no habían visto nunca un fusil, no sabían manejar un arma. A través de distintos compañeros fui mandando gente a la Universidad porque allí entrenaban a todo el que iba. Existían muchas organizaciones y la FEU era reconocida. Alguna gente como Abel, Montané, Ñico, iban con una célula y les enseñaban a manejar el Springfield, el M-1... Eso era en la propia Universidad, que tenía autonomía, porqueBatista, vestido de cordero, queriendo dar una imagen de hombre no represivo y de político responsable, todavía no había invadido la Universidad ni tenía necesidad de hacerlo, porque era un centro de agitación, pero de ahí no pasaba a más.

Fue un campo de entrenamiento lo que montaron en el Salón de los Mártires, allí enseñaban a manipular un fusil a todo el que quisiera.

Los grupitos empezaron a adquirir prestigio: Abel, Montané, Ñico, todos los que yo mandaba, porque eran muy serios. Llevaban gente joven, que no eran comecandelas, habladores, sino gente disciplinada, más bien parca. Aquello crecía y Pedrito fungía de instructor, posiblemente sin saber que todos ellos tenían relaciones conmigo.

Sí recuerdo que en un momento dado, más que reclutar, conquistamos a Pedrito. Ya le habíamos mandado algunos grupos, entonces realmente hice la gestión para conquistarlo del todo. El emisario para captarlo fue Ñico López. Era muy importante porque Pedrito era el jefe de la instrucción dentro de la Universidad. Era un anónimo, un fanático obsesivo, estudiaba ingeniería. Cuando yo organicé la rebelión en La Pelusa contra el desalojo, él trabajaba en Obras Públicas para ganarse la vida como muchos otros estudiantes universitarios. Hacía trabajos de telemetría cuando la gente se sublevó y se acabó todo aquello. Él decía que yo le había echado a perder el trabajo.

Pedrito es de Santiago de Cuba, de familia santiaguera. Muy pronto me di cuenta de que tenía un carácter serio por la responsabilidad con que se dedicó al entrenamiento de todo el que llegaba a la Universidad, y por tal razón nosotros conquistamos su apoyo. Cuando lo hicimos, ya teníamos la llave del entrenamiento en la Universidad, un santuario por la autonomía de que disfrutaba. Batista seguía haciendo el papel de bueno, no se metía ni le preocupaba lo que hacían los estudiantes; porque conocía que ellos tampoco tenían armas ni dinero ni nada.

A decir verdad, Batista se mostraba preocupado por el antiguo gobierno, que contaba con dinero: Prío, los auténticos, entre ellos Aureliano. Batista vivía con temores porque Aureliano fue adquiriendo prestigio. La situación era muy difícil y la gente, tan desesperada, se mostraba dispuesta a admirar y a aplaudir a Aureliano, aquel de la polémica con Chibás, con  tal de que luchara contra Batista o con tal de que existiera algo contra Batista.

Al ganarnos a Pedrito, nuestro jefe de instrucción uno solo en la Universidad, se abrió la válvula del movimiento nuestro; pasamos por allí a 1200 hombres, no sé en cuántos meses, puede haber sido en menos de seis meses. Claro, íbamos seleccionando quién tenía más interés, más habilidad y más condiciones.

Todos los líderes universitarios que no querían que yo fuera por la Universidad por problemas de celos ni siquiera imaginaban que les había pasado y entrenado 1200 hombres por allí, y mucho menos que ya teníamos creado un movimiento. Los únicos que hicieron un uso sistemático y correcto de tales posibilidades fuimos nosotros.

Si Pedrito tenía alumnos era porque nosotros se los mandábamos. La Universidad creía que tenía un ejército, porque allí entrenaban 20, 30 o 40 hombres por día con regularidad, sin que yo apareciera por ninguna parte.

En aquellos tiempos, no teníamos armas, y yo, ¿dónde trabajaba fundamentalmente? Ya me encontraba un poco más legalizado y me había convertido en un cuadro profesional, por primera vez fui un cuadro profesional de la Revolución. Era sostenido por Montané y por Abel. Montané tenía algún dinerito guardado por ser bastante ahorrativo, 2000 pesos, algo así; Abel ganaba un buen sueldo, los dos disponían de un  buen salario. Ellos, dentro de sus posibilidades, me ayudaron: sacaron el carro de los problemas, siguieron pagando la letra, el alquiler de la casa y la comida.

Era un paria, no tenía casa; entonces la señora del Partido Ortodoxo que me ayudó a raíz del golpe, me prestó por un tiempito una casa en Guanabo. No recuerdo exactamente en qué mes fue, ya estábamos en plena organización, porque entre junio y julio, Abel, Montané y yo, y creo que Ñico también, teníamos círculos de estudios marxistas. Imbuido de las ideas marxistas-leninistas, desde antes del 10 de marzo, a alguna gente como Ñico, Montané, Abel y otros compañeros, les venía hablando de esto a menudo, les formaba así una conciencia. Ellos eran terreno muy fértil, y les fui trasmitiend mis ideas, las ideas revolucionarias, las ideas socialistas, las ideas marxistas-leninistas.

Cuando entré en contacto con Abel y los demás, les expliqué lo que era la sociedad, los problemas, cuáles eran sus causas fundamentales, las clases, la explotación de que eran víctimas los obreros; todo el bagaje que tenía y traía conmigo desde hacía tiempo. Como ya trabajábamos en la conspiración, en la lucha, me franqueé con ellos. Rápidamente Ñico, Montané y Abel se convirtieron a la misma idea. Claro, se trataba de un núcleo muy pequeño. Sabía a quiénes les podía hablar así. Algunos compañeros sentían mayores preocupaciones políticas e ideológicas; otros eran más bien hombres de acción, que querían luchar y ansiaban la acción; confiaban pero no se preocupaban mucho de la cuestión política, ideológica; para ellos la lucha era para derrocar a Batista.

En Guanabo hicimos algunos círculos de estudio y recuerdo que uno de los libros que utilizamos en un esfuerzo para introducir la historia de Marx, su vida y pensamiento, fue la biografía [Carlos Marx y los primeros tiempos de la Internacional] escrita por Franz Mehring, bastante conocida.

Desde mucho antes como ya señalé—, adquiría libros en la librería del Partido Socialista Popular en la calle Carlos III. Contaban con muchas ediciones de las obras de Marx, Engels y Lenin impresas en Moscú, en lengua española. No sé cómo las conseguirían, pero hacía mucho tiempo me proveía allí. Como tenía buenas relaciones con ellos, aunque no era un miembro del partido, gustosamente me facilitaban libros y me daban crédito para comprarlos. Creo que Carlos Rafael [Rodríguez] era quien tenía que ver con eso. Como yo vivía del crédito en aquel período tenía créditos en la tienda, en la carnicería, en el garaje, en todas partes, para no variar tenía crédito también en la librería. Me suministraban títulos de todas clases, y luego se los prestaba a Abel, a Montané, a Ñico. Las ideas revolucionarias, socialistas, marxistas, caían en la mente de dichos compañeros como una llama en pólvora seca.

En un período de mi vida en que empecé a persuadir a mucha gente de estas ideas, pude darme cuenta de que no hacía falta mucho tiempo para convertir en comunista a un hombre honrado.

Este grupo pequeño, y muchos con los que hablé, se convirtieron en excelentes revolucionarios casi súbitamente. En la situación que vivía nuestro país, las ideas eran tan fuertes, tan lógicas, tan atractivas, que apenas les daba una explicación a los compañeros del panorama, de los conceptos, y enseguida se convertían.

Cuando se produjo el ataque al Moncada, el Ejército ocupó una serie de libros de Marx, Engels, Lenin, sobre todo, muchos de Lenin. Sus escritos esenciales, los que figuraban en los volúmenes de Obras Escogidas en dos tomos, los habíamos estudiado; El imperialismo, fase superior del capitalismo. Había otro muy de moda: ¿Qué hacer? Porque mucha gente pensaba que en el libro de Lenin iba a encontrar la fórmula de ¿qué hacer? No era la colección completa porque en aquella época no me habrían dado crédito para una colección tan grande, solo para una docena de libros más o menos.

Casi desde el momento en que conocí a Abel y a Montané, ya tenía la fiebre aquella y lo menos que podía hacer era trasmitirla, aunque no se planteaba de inmediato hacer una revolución. Para nosotros la revolución era el socialismo, para mí lo era desde hacía bastante tiempo, pero entonces creo que trabajamos con la fiebre con que trabaja un verdadero revolucionario, pensando en una transformación total de la sociedad.

 La señora que me prestó la casa de Guanabo se llamaba Blanquita, no recuerdo el apellido; había tenido cierta participación en la lucha contra Machado y también después. No sé muchos datos de ella, pero sé que era ortodoxa. La familia seguramente tenía alguna fortuna; pero en aquel período es probable que estuvieran arruinados, les quedaban las costumbres de la burguesía, pero no el dinero. Era casada y tenía tres hijos; los muchachos más mal educados y malcriados que he conocido. Era una casa de locos porque ellos hacían lo que les daba la gana, lo destruían todo, quemaban la casa si era necesario, hacían cualquier disparate. Uno de ellos, llamado Erick, el mayorcito, vino después entre los mercenarios de Girón.

Recuerdo que cuando fuimos de El Cano para la casa que nos prestó en Guanabo, me llevé algunos muebles que pude rescatar, entre ellos, un juego de sala bastante modesto. De vez en cuando la señora iba a la casa con todos los muchachos y aquello era el infierno; lo mismo agarraban un cuchillo y rompían el asiento Lo rompían todo y había que tolerárselo porque eran los hijos de la dueña de la casa.

Un día, a Fidelito por poco lo mata un automóvil porque cuando llegaron aquellos muchachos mayorcitos 9, 10, 11 años de edad armaron un rollo, un desorden, una anarquía tan grande, que en ese correcorre salió Fidelito y atravesó una calle. Estuvo a punto de matarlo un carro, no le dio, pero por poco lo mata.

 Bueno, ya era intolerable, tanto que dije: «Tengo que irme a buscar otro lugar. ¡Qué va, aquí yo no puedo seguir ya!, bastaba con que fueran tres días». Aquello era una catástrofe intolerable. Decidí irme aunque no sabía para dónde.

Pero allá en Guanabo me ocurrió algo muy curioso, algo que no se me olvida. Resulta que Abel y Montané me ayudaban económicamente, me garantizaban lo fundamental, pero necesitaba siempre algún extra. Yo le había solicitado crédito a un árabe dueño de un comercio que me suministraba algunos víveres, y no tenía dinero para pagarle antes de irme de allí. No sabía qué hacer, me avergonzaba no poder cumplir pues él había confiado en mí. Por fin fui a verlo y le dije: «Mire, me tengo que ir, me voy a mudar de aquí, le debo a usted tanto y no tengo dinero para pagárselo ahora. Me da mucha pena». El hombre me respondió: «¿Y usted necesita algún dinero, necesita algo más? ¿Dígame qué necesita?». Fue un gesto increíble. Aquel árabe fue el comerciante más noble que he conocido.

Algún tiempo después lo anterior había sido en 1952, cuando salí de la prisión, en mayo de 1955, pensé: «Tengo que ver a alguien, tengo que saludar a alguien y tengo que darle las gracias a alguien», y fui allí a Guanabo donde estaba el comerciante árabe, a saludarlo y decirle: «Mire, todavía no le puedo pagar, pero vengo a darle las gracias otra vez». Apenas salí de la cárcel pensé que tenía que ir sin falta a verlo para agradecerle su gesto una vez más. 

Katiuska Blanco. Comandante, el comerciante que recuerda tan nítidamente se llamaba Ángel Chaljup Barquet, le decían el Turco, pero era libanés de nacimiento. Su bodega estaba en la esquina de la casa donde usted se alojó en Guanabo, en la bifurcación de las calles 5.a y 480. La vivienda de Blanquita se ubicaba en la misma calle 5.a , pero entre 478 y 480. Según la viuda del Turco, Altagracia Cala, a quien todos llamaban Gazita, usted fue a visitarlos cuando salió de la cárcel porque les debía 50 pesos. Ella decía que su esposo le pidió a usted que se olvidara de aquel asunto.

Toda esta historia la hilvanaron los investigadores Elsa Montero, Guillermo Alonso y Juan José Pujol, de la Oficina de Asuntos Históricos, quienes consiguieron localizar los datos en 1986, por un registro de comerciantes de la época. El testimonio de Gazita narraba que usted volvió a visitarlos tras el triunfo de la Revolución, el 23 de febrero de 1959. El Turco le brindó coñac Napoleón de una botella que guardaba especialmente para usted. Él murió en 1963, a la edad de 63 años. Antes de fallecer le encomendó a su esposa que entregara al Estado una casa de huéspedes de su propiedad, allí mismo en Guanabo.

Fidel Castro. Recuerdo como si fuera hoy que en cuanto salí de la cárcel fui a verlo para agradecerle su gesto una vez más.

Al marcharme de la casa de Blanquita en Guanabo fui a vivir al hotel Andino, frente a la Universidad. Creo que a crédito  también, alquilé una habitación como en el cuarto o quinto piso. Fue en pleno verano de 1952. Vivíamos Myrta, Fidelito y yo en un cuartito donde hacía mucho calor; recuerdo que en la despensa solo tenía un queso Roquefort. Aunque de mi casa ya no recibía ayuda económica, yo conservaba la amistad con unos comerciantes almacenistas de La Habana Vieja, suministradores de las tiendas de Birán. Ellos mantenían buenas relaciones con mi padre y yo podía ir alguna que otra vez allí y adquirir algún vino, también vendían quesos importados. El caso es que en ese verano conseguí un poco de vino español y un maloliente queso Roquefort que puse sobre una gaveta. Al menos eso tenía.

Por entonces viví un día muy difícil, muy triste, quizás porque reparé en la situación tan desventajosa en que me encontraba, frente a la gran contienda que debía afrontar.

 

 
 
 
 

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