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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Fidel Castro Ruz Guerrillero Del Tiempo-Capítulo 22.

 
 
 
TOMO II

11 Afanes de Raúl, peligros de muerte, gesto de Lázaro Cárdenas con Fidel, promesa por cumplir, hacer o no hacer la Revolución, cruzar el río Bravo, encuentro con Prío, confianza de Ángel, polémica en Bohemia, militante de la ortodoxia, contra Batista y Trujillo, una Revolución verdadera, en peligro: hombres y armas, traición, últimas horas, zarpar, telegramas a Cuba

 

Katiuska Blanco. Comandante, La Palabra empeñada, un libro que nació del estudio pormenorizado hasta el deslumbramiento, del investigador de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, Heberto Norman, nos permite conocer los esfuerzos de los compañeros de la dirección del Movimiento no detenidos en junio de 1956, en México, en pos de conseguir la liberación de ustedes, evitar la detención de otros jóvenes revolucionarios con su inmediato traslado hacia Veracruz, y salvar las armas no ocupadas aún por la Policía Federal de Seguridad llevándolas en muy arriesgadas acciones desde lugares ya identificados por la policía hasta sitios seguros.

Juan Manuel Márquez, quien se encontraba en Estados Unidos, regresó apresuradamente a tierra azteca para reunirse con Raúl y Héctor Aldama, quienes integraban, junto a otros compañeros, el Comité Ejecutivo del Movimiento Revolucionario Cubano 26 de Julio en el Exilio. Ellos asumieron la realización de lo imposible para que usted y los 22 combatientes detenidos fuesen puestos en libertad, y no descansaron en el empeño de mantener vivo el Movimiento en México, sus nexos con la isla, y la capacidad de emprender la expedición en cuanto usted fuera ya de la cárcel considerara concluidos los preparativos y dispusiera la salida rumbo a Cuba, aquel mismo año 1956, tal como lo había prometido.

Le confieso que me conmovió el infatigable quehacer de Raúl durante tales angustiosas semanas en que la situación de usted y la de todos los recluidos en la estación para los inmigrantes, de la calle Miguel Schultz en el Distrito Federal, parecía de pronto resuelta y de súbito volvía a complicarse, con el peligro en ciernes de una extradición a Cuba. Se percibe en aquel frenético trajín, su desvelo por el hermano mayor y guía de la Revolución. También estremece la solidaridad de los cubanos, mexicanos, españoles, dominicanos y puertorriqueños amigos, quienes dieron refugio o los auxiliaron sin detenerse a pensar en la suerte que correrían si las autoridades, por esa razón, terminaban considerándolos involucrados o cómplices: son los casos del Cuate, las hermanas Jiménez, Arsacio Vanegas y sus hermanas, Fidalgo, Carlos Maristany y su señora Julieta, Martín Dihígo, Esperanza Olazábal, Bayo y sus hijos, Víctor Trapote, Ramón Vélez Goicochea, Marta Eugenia López, Laura Meneses de Albizu Campos, Juan Juarbe, así como los abogados y el juez que asumieron el caso, por solo citar algunos ejemplos. Las páginas del libro recuentan exhaustivamente los aconteceres en su dinámica precipitada en vorágine de aquellos días, especialmente peligrosos por las continuas detenciones a mano armada. Entonces, fueron detenidos y torturados por la Policía Secreta, Cándido González, Julito Díaz, Alfon so Guillén Zelaya y [Jesús] Chuchú Reyes quien permaneció desaparecido varias jornadas. Al Cuate también lo arrestaron, pero consiguió librarse del encierro sin ser torturado gracias al silencio valiente de Chuchú.

Comandante, siempre me ha impresionado la fotografía en que aparecen usted y el Che en la estación para los inmigrantes; se la considera con mucha probabilidad la primera foto donde aparecen juntos. Pienso que probablemente la captaron poco antes de que los liberaran, cuando ya un primer grupo había sido excarcelado y solo ustedes y Calixto García permanecían presos. Ramiro y otro compañero, por órdenes de Raúl, se mantuvieron permanentemente de guardia ante la única entrada y salida de la prisión para evitar la posibilidad de que atentaran contra su vida o lo trasladaran sin que el Movimiento conociera su paradero.

Fidel Castro. Sí, existía tal preocupación, cualquier cosa podía ocurrir; por eso fue decisivo el hecho de que se pidiera ayuda a Lázaro Cárdenas para que intercediera por nosotros. Él tenía mucho prestigio y una gran autoridad, aunque ya no presidía el gobierno. Desde que se interesó por nosotros, la situación comenzó a mejorar, su participación fue determinante en la solución del conflicto. Él intercedió por nosotros ante el presidente [Adolfo] Ruiz Cortines.

Después que salió de la presidencia mantuvo algunos cargos, trabajó en programas de desarrollo, de construcción y realizó las actividades que le asignaban: tareas de desarrollo en un puerto, una ciudad, una siderurgia. Fue siempre muy respetuoso de la Constitución, del gobierno constituido. Era un hombre que gozaba de un gran prestigio nacional, notable autoridad, influencia, y ciertamente nos prestó un gran servicio. Esto demuestra lo importante que eran las características de México para nuestra misión: un país hospitalario y progresista.

Al final fuimos puestos en libertad provisional la tarde del 24 de julio; teníamos el derecho a estar en la calle. Fue el servicio que nos prestó Lázaro Cárdenas, nos sacó de la prisión y ayudó a neutralizar la hostilidad contra nosotros. Su participación fue muy favorable, incluso, la policía que actuó honestamente, que tomó conciencia de quiénes éramos, nos permitió desarrollar las actividades con cierto margen de seguridad. En libertad, se suponía que tendríamos un buen comportamiento, pero quedó alguna atadura todavía, no recuerdo por qué razones.

Lázaro Cárdenas no solo nos sacó de la cárcel, sino que nos cubrió con la aureola de una amistad prestigiosa, fuerte. La ayuda de Cárdenas fue decisiva, ayudó y potenció, incluso, la reacción de simpatía de la policía que nos capturó, la Policía Federal; sobre todo del jefe principal, Fernando Gutiérrez Barrios, encargado de mantener la vigilancia sobre el Movimiento.

Algunos de los que estuvimos presos, teníamos que presentarnos todas las semanas en el Ministerio de Gobernación porque permanecíamos bajo un control estricto.

Katiuska Blanco. Sé que usted admiraba al general Lázaro Cárdenas y que, incluso, no dejó transcurrir muchos días para sostener un breve encuentro con él y agradecerle las gestiones realizadas a favor de su libertad. La entrevista se efectuó a las 11:00 de la mañana, en la casa del jefe de sus ayudantes, Luis Sánchez Gómez, en Lomas de Chapultepec. Cuentan que fue un encuentro donde se habló de la fraternidad latinoamericana, un intercambio austero y cargado de emotividad, donde el General se mostró complacido.

Comandante, el desarrollo de los acontecimientos nos hace pensar que la detención y encarcelamiento de ustedes en aquel momento complicó en extremo la situación del Movimiento en México, no solo porque corrían todos una suerte peligrosa, sino porque, incluso, puso en riesgo los planes expedicionarios, ¿es así?

Fidel Castro. Sí, porque todo esto produjo un efecto secundario de mucha importancia: hubo cierto desaliento entre quienes en Cuba nos respaldaban con sus contribuciones económicas, con las cuales habíamos comprado las armas y mantenido a nuestras fuerzas en México. Recuerdo varias, una de ellas, por ejemplo, la de un descendiente de los veteranos de las guerras de independencia que se llamaba Justo Carrillo.

Aquel hombre era partidario de los auténticos y contaba con prestigio como hombre honrado porque en el gobierno de Prío había, por excepción, algunos hombres que no se habían enriquecido. Era de clase media y trabajaba en una institución bancaria, si mal no recuerdo, del propio gobierno de Prío. Era antibatistiano, formaba parte de los distintos grupos de oposición y, naturalmente, después del Moncada, desde el momento en que nos conocían y cuando ya nucleamos un movimiento de lucha contra Batista junto a los miembros del MNR grupo de no mucha fuerza, pero sí determinada influencia y recursos económicos, él se acercó a nosotros. Aportó dinero en el propio año 1955 y luego una suma, que podrían ser unos 5000 dólares, en abril de 1956, un aporte importante. Dicha cantidad nos la entregó en México, en Tapachula, a la orilla del Pacífico, donde sostuvimos una entrevista. Viajé por carretera hasta reunirme con él, su ayuda resultaba muy importante.

Recuerdo que nos entrevistamos y discutimos porque cada uno de aquellos políticos aspiraba a la presidencia de la República, cada uno se consideraba un personaje insustituible, importante, un enemigo peligroso para Batista, y, claro, se acercaban a nosotros porque teníamos prestigio en Cuba y querían colaborar. Nuestra línea era aceptar a todo el que quisiera contribuir. Pero bueno, fue en el período anterior a que nos detuvieran.

A partir de entonces sostuvimos relaciones más o menos amistosas, nos hicimos aliados en la lucha contra Batista, y como no era alguien con el descrédito de Prío, ello facilitaba el acercamiento y el hecho de que aceptáramos su ayuda, por la cual, además, no pidió nada a cambio.

Habíamos prometido que en el año 1956 seríamos libres o seríamos mártires, tal era el gran problema, y al ser detenidos el 20 de junio de aquel año, cumplir dicho plazo parecía una quimera. Los últimos que quedábamos allí fuimos liberados el 24 de julio, y entonces parecía aún más difícil cumplir la palabra empeñada.

Agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre, ¡cinco meses me quedaban! Para aquella fecha habíamos perdido una parte de las armas, muchas casas varias de seguridad, los campos de tiro donde ir, todo lo que teníamos; ya éramos conocidos, estábamos chequeados por la policía. La situación era muy complicada.

Fue un momento complejo en que hubo de todo, gestos de amigos como los que mencionabas, pero también desaliento entre quienes habían ayudado antes, y el caso era que a partir de aquella situación, necesitábamos más dinero. En el escaso tiempo restante teníamos que concluir los preparativos y recuperar una parte de las armas, aunque realmente salvamos como el 70%. Teníamos que completar el número de hombres, el entrenamiento, conseguir el barco, preparar el punto de partida, hacerlo todo y bajo la vigilancia de la policía. Batista reactivó sus propósitos de eliminarnos y frustrar nuestros empeños. Esto nos obligó a trabajar con mucha más cautela, con mucha más precisión.

A decir verdad, tuvimos que emplear algún dinero para hacer contrainteligencia entre los elementos que colaboraban con Batista: agentes cubanos y policías de la Secreta al servicio de Batista. En cierto momento obtuvimos información valiosa: qué estaban haciendo y quiénes entre los cubanos cumplían tal papel. Fue muy importante, porque nos ayudó a desinformar y confundir. Mientras no surgieron problemas con la policía, nuestra tarea fue más fácil, pero después tuvimos que trabajar con un método mucho más riguroso, más técnico y más científico.

Katiuska Blanco. Tal difícil situación puso en peligro su compromiso de regresar en el año 1956, sin embargo, su padre estaba seguro de que lo haría. Pienso en él y recuerdo una carta suya a Raúl de cuando recién se habían establecido en México, donde le confiaba sus desvelos por ustedes y su apoyo:

«He recibido tu carta por la cual veo que estás bien de salud, y Fidel sabía por la radio que estaba en New York. Yo de mis males me encuentro un poco mejor, Lina estuvo en la Colonia en Santiago unos cuantos días porque se le infectó una inyección, ya está aquí, y se encuentra mejor.

»Supongo que en estos días te habrán girado algo de La Habana, y anteriormente lo habrán recibido también, todo se hace como se pueda, ya que la situación mía no es muy ventajosa.

»Por lo demás todos estamos bien.

»Ruego a Dios por la salud y tranquilidad de Uds., y reciban la bendición de sus padres que siempre les recuerdan con todo el afecto y cariño. »PD. Reciban saludos míos, escribiré »Alfonso

»A. Castro».

En su casa de Birán, Comandante, no existía ninguna duda de que usted regresaría a Cuba aquel año. Lo conocían demasiado bien. Cuentan que el viejo pasaba el tiempo pendiente de la noticia del regreso tal como en la historia de la Biblia, en que el padre iba todas las tardes a un alto y aguardaba ansioso el retorno del hijo pródigo, aquella parábola poética del «Nuevo Testamento» que, según leí, a usted le impresionó cuando era niño. Desde el Moncada su papá vivía orgulloso de ustedes y todos los días escuchaba la radio a la espera de la llegada de la expedición. Si existía alguien en el mundo que confiaba ciegamente en la palabra empeñada por usted, era su papá, don Ángel Castro

Fidel Castro. Yo había lanzado la consigna en el terreno de la lucha contra las tendencias moderadas que querían conciliar con Batista y buscar soluciones electorales que seguramente hubieran hecho perdurar el régimen imperante en Cuba. En medio de aquella lucha lancé la consigna, porque existía una masa escéptica todavía; habían hecho muchas promesas, se hablaba constantemente y la gente desesperada, impaciente. Entonces, para levantar la fe y la confianza de quienes nos seguían y veían como hombres de palabra y hombres de honor, fue que dije: «No duden en absoluto, que nosotros estamos de regreso en Cuba en el año 1956».

Fue una decisión muy audaz. No voy a decir que correcta. Fue una promesa audaz, motivada por la idea de levantar la confianza de la gente, entre otras cosas, para lograr que contribuyeran a recaudar fondos, buscar militantes, todo eso; crear, desarrollar y ampliar el Movimiento.

Si lo miro retrospectivamente y me pregunto si era necesario, puedo responder convencido que no era necesario ni imprescindible, no había que atenerse con todo rigor a tal compromiso para hacer la Revolución. Pudo ejercer influencia, pero hoy reconozco que no era vital comprometerse con una fecha fija.

Si no hubiera sido posible en noviembre o diciembre, habríamos iniciado la Revolución en enero, febrero, marzo, abril, mayo, junio, ¡en el momento de la llegada!, en esencia habríamos cumplido el compromiso, nuestro propósito. De ello estoy seguro.

No obstante, yo estaba decidido a regresar en 1956. Era lo que sentía, únicamente preso o muerto dejaba de cumplir mi palabra, aunque fuera con un grupo de hombres en un avión secuestrado, pero en la fecha exacta.

En mi opinión, lo magnifiqué todo, le di demasiada importancia en cierta forma, sin tomar en cuenta que en el desarrollo de la historia, tales factores no vienen a ser decisivos. Pero existía el compromiso. Claro, no cumplirlo repercutía negativamente, la dictadura habría sacado gran provecho, lo habrían utilizado para presentarnos como gente poco seria e incapaz de cumplir nuestra palabra y para ridiculizarnos. Pesó mi punto de vista y fui yo quien más insistió, durante mucho tiempo, en la crítica de la política de los auténticos y lo que significaba. Entonces, en las circunstancias posteriores a nuestra detención, Prío se dio cuenta de que afrontábamos una situación muy difícil, y consideró buena la oportunidad para tener un gesto con nosotros y ofrecernos colaboración. Parece que él se sentía lastimado por nuestra posición, se sentía humillado y herido, tal vez captó nuestro precario estado y pidió una entrevista, un contacto, quería contribuir.

Con el ofrecimiento de Prío se me creó otro dilema porque yo había dicho: «Con dinero robado a la República no se puede hacer la Revolución, a las puertas de los malversadores tocaremos después de la Revolución». Eso quería decir que entonces íbamos a tocar sus puertas para confiscar a los malversadores. ¿Cómo iba a acceder entonces a la contribución de Prío? Para mí era una prueba tremenda, porque yo era quien había lan zado también tal consigna; yo casi tenía que escoger entre la Revolución u obviar e ignorar la consigna que yo mismo había lanzado, y me dije: «Bueno, ¿qué es aquí lo fundamental? Primero, tenemos que hacer la Revolución, es esencial cumplir el compromiso con el pueblo de llegar a Cuba e iniciar la lucha en el año 1956; bueno, pues sencillamente, tenemos que sufrir la humillación de tocar a las puertas de los malversadores antes de la Revolución», y así hicimos: tocamos a las puertas de los malversadores antes de la Revolución.

Para mí era amargo, humillante, pero tenía que hacer un sacrificio personal y tragarme el orgullo, las consignas y todas las cosas, porque había que salvar la Revolución, hacer la Revolución. Así es que, sencillamente ni lo dudé, no lo dudé ni un segundo. Puesto en la disyuntiva, me decidí por la Revolución. En realidad, la opinión pública se gana con hechos, no con palabras, frases ni consignas. Ello suponía, de facto, un acuerdo en la lucha contra Batista, en la misma línea.

Pienso que entre las motivaciones de Prío podría considerarse que él se daba así un baño de rosas al reunirse con nosotros, ¡tan radicales!, y darse el gusto de colaborar económicamente con el movimiento revolucionario significaba como una reivindicación, una especie de amnistía moral; no olvidar las denuncias que había hecho antes del 10 de marzo, eran contundentes e irrebatibles. Además, no fue tanto dinero. Calculamos que hacían falta unos 40 000 dólares, y fue lo que pedimos. No existía manera de recaudarlos. No era sencillo eludir y vencer el poder de un gobierno con los recursos de que disponía Batista.

De todas formas, continuamos recaudando, pero resultaba insuficiente. Tal vez cuando Frank País fue a México llevó una cantidad; pero no bastaba, quizás 5000... Si llegó alguna vez a 8000 fue una cantidad fabulosa, recaudada centavo a centavo, porque el pueblo siguió contribuyendo en menor escala.

En definitiva, conversar con Prío no trajo mucho problema o contradicción. La gente nuestra comprendía la situación y confiaba; posiblemente muchos fueran partidarios de la coalición. En la Sierra Maestra, al final, hubo acuerdos de todas las fuerzas, cuando ya nosotros éramos fuertes y representábamos el factor determinante. Todo respondió entonces a una táctica y una estrategia.

La entrevista con Prío significaba que lo aceptábamos como parte de la lucha contra Batista, nada más. Para él era algo moral, y para nosotros algo amargo y duro el tener que utilizar fondos de una procedencia que no aprobábamos.

Después, poco antes de la partida, tuvimos otra vez a la Policía Federal siguiéndonos los pasos cuando preparábamos la expedición. Organizamos la salida de México bajo una persecución tenaz y rigurosa de la mejor policía mexicana, la de más recursos y autoridad. Ya aquello pertenece a otra proeza que nos vimos obligados a realizar sin alternativa alguna, ¿cómo pudimos escapar de la policía mexicana para venir a luchar contra Batista? Fue una acción realmente muy difícil y audaz, porque, a pesar de todo, por poco no podemos salir.

Katiuska Blanco. Comandante, recuerdo que en el verano del año 2006 usted me habló de la entrevista con Carlos Prío y de que había cruzado a nado el río Bravo como si fuese un espalda mojada También me explicó que entonces tenía ante sí solo dos caminos: hacer o no la Revolución y optó por el primero. Acudió en busca de fondos y, a pesar de sus reparos a la reunión con Prío, pasó por alto sus profundas diferencias políticas con el objetivo irrenunciable de librar a Cuba de la dictadura batistiana y transformar el país desde sus raíces. ¿Quién concertó la entrevista? ¿Dónde se vieron? ¿Qué conversaron? ¿Cuál fue la actitud de Prío? ¿Cómo usted regresó a México? Parece cosa de aventura imaginarlo.

Fidel Castro. Para encontrarme con Prío tuve que entrar como indocumentado en territorio de Estados Unidos, cruzar a nado el río Bravo y llegar a la otra orilla. Por su parte Prío no corría ningún riesgo, me estaba esperando en un motel y era feliz de reunirse con aquel jacobino que no quería tratos de ninguna clase con el gobierno anterior.

Todo fue organizado con la valiosísima colaboración del explorador petrolero mexicano, nuestro amigo Alfonso (Fofo) Gutiérrez. Gutiérrez conocía la frontera, tenía amistades, re laciones, gente influyente. Fue él quien nos ayudó a organizar el cruce ilegal de la frontera, puesto que a mí no me daban visa para ir allí, y mucho menos después de las declaraciones del Che y su defensa encendida del marxismo-leninismo en las prisiones de la Policía Federal. Entonces no existía otra forma de ver a Prío que hacerlo ilegalmente, cruzar la frontera, y para eso había que atravesar el río. Es decir que crucé el río, y al mismo tiempo la frontera. Como Fofo Gutiérrez era explorador de petróleo mexicano, pudo garantizar mi traslado. Contactó con sus amistades para que pusieran caballos del otro lado del río. Entonces llegué, me monté en un caballo hasta un punto y luego seguí en un vehículo hasta el motel Royal Palm, en la fronteriza ciudad de McAllen, en Texas, donde me esperaba Prío. Conversamos largamente. Allí estuve unas horas, creo que hasta almorcé con él. Después regresé legalmente, porque en sentido inverso no hacía falta visa, no exigían documentación para ir de Estados Unidos a México.

No puedo negar que el hecho de aceptar la contribución de Prío fue un sacrificio muy grande que me vi prácticamente obligado a asumir, pero valió la pena, aquel dinero nos permitió seguir adelante y cumplir con nuestra consigna, lo que fortaleció la confianza del pueblo en la nueva generación revolucionaria.

Katiuska Blanco. Además, en aquel momento usted era consecuente con el planteamiento expresado en un artículo en Bohemia, donde ratificó la necesidad de unir a todos los hombres, armas y recursos en la lucha contra Batista.

En medio de toda aquella experiencia tremenda vivida desde la detención hasta el momento de la salida hacia Cuba, fueron varios los artículos que usted redactó para dicha revista, hubo incluso algunas polémicas

Fidel Castro. Sí, yo iba publicando en Bohemia. Recuerdo que el primero [en 1955] se tituló «Sirvo a Cuba. Los que no tienen el valor de sacrificarse», que escribí cuando me encontraba de recorrido por Estados Unidos, para responder a un artículo de Ángel Boán, aparecido en la prestigiosa revista cubana bajo el rótulo «Fidel, no le hagas un servicio a Batista». Concedí declaraciones en Miami. Me hicieron una entrevista allí. Mi respuesta fue muy enérgica, muy llena de citas martianas. Sinceramente, estaba entonces muy irritado con él porque consideraba que al escribir algo así contra nuestra línea revolucionaria, de hecho, de manera inconsciente, ayudaba a Batista. En tal momento, Boán era quizás partidario de la lucha civil, cuando ya nosotros creíamos fervientemente en la insurrección armada, y claro, por la mente no me pasaba la idea de que pudiera estar equivocado. Impugné su posición de atacar a quienes se encontraban dispuestos a realizar los mayores sacrificios por Cuba. Ángel Boán, por cierto, tuvo una buena actitud después, porque cuando la historia demostró que yo tenía razón, él se unió a la Revolución. Creo que murió en un accidente automovilístico. Era corresponsal de la agencia latinoamericana Prensa Latina, que fundamos con Jorge Ricardo Masetti y jóvenes escritores como Gabriel García Márquez.

En diciembre apareció otro artículo que nos atacaba: «La patria no es de Fidel», firmado por otro periodista. En respuesta publiqué «¡Frente a todos!», que apareció el 8 de enero [de 1956] en las páginas del propio semanario y era realmente un desafío. Después, el 5 de marzo [de 1956], escribí: «La condenación que se nos pide», en torno a las acusaciones de que teníamos algo que ver con un incidente violento acontecido el 2 de febrero en la reunión del Consejo Director Ortodoxo, con lo cual se pretendía lanzar contra nosotros el estigma de gente violenta y desenfrenada. Recuerdo que argumenté que si algo había caracterizado nuestro estilo era la franqueza con que nos expresábamos y una incondicional devoción a la verdad. Cité a Gustave Le Bon para explicar la actitud de una multitud enfebrecida contraria a la política de diálogo con el régimen, puesta en marcha por dirigentes del Partido Ortodoxo. Recordé lo que Le Bon afirmaba: que las multitudes eran destructoras pero altamente morales y que en el incidente si bien se lanzaron cuadros contra los reunidos en la casa del doctor Dorta Duque, a nadie se le había ocurrido decir que la muchedumbre hubiese robado allí un solo objeto. Además sostuve que no podía permitir que algunos dirigentes de ese partido para descargo de sus errores lanzaran imputaciones veladas e injustas contra el movimiento donde militaban entonces los verdaderos seguidores de las prédicas y del ejemplo de Eduardo Chibás. Agregué que la verdadera ortodoxia histórica la que junto a Chibás salvó al partido cuando los caciques provinciales pretendieron llevarlo a las componendas y pactos politiqueros, estaría junto a nuestra línea revolucionaria.

Recuerdo que también señalé que el doctor Dorta Duque, en cuya casa había tenido lugar el incidente, era un viejo compañero mío de estudios y de lucha y miembro estimado de nuestro Movimiento, que el 7 de diciembre había compartido con nosotros el acto de la emigración en Cayo Hueso. Ratifiqué al pueblo de Cuba que no estaba lejano el día en que cumpliríamos nuestra palabra y finalicé mi réplica con la aseveración de que el Movimiento Revolucionario 26 de Julio se había organizado para combatir de frente a un régimen que poseía tanques, cañones, aviones de propulsión, bombas de napalm y armas modernas de todas clases, y no para agredir tranquilas mansiones donde se reuniera un grupo de indefensos ciudadanos. Este escrito apareció en la Bohemia [el 5] de marzo de 1956.

El 1º de abril de 1956, publiqué: «El Movimiento 26 de Julio ». Aprovechaba los períodos en que no había censura para escribir en los diarios y revistas. Era periodista, y creo que lo sigo siendo.

Tenía la idea de que debía defenderme con la pluma, por que si no lo hacía me dejaban sin masa, y un político sin masa es igual a cero; una revolución sin masa es igual a cero, y tenía que defender la Revolución; por eso le prestaba atención a todo lo que se publicara y entonces entraba en la polémica, escribía las réplicas. Ya escribía artículos desde la prisión en la Isla de Pinos.

Katiuska Blanco. En el libro Fidel periodista, la investigadora Ana Núñez Machín compiló todos los materiales periodísticos que ilustran la intensa batalla política que debió librar desde la nación azteca ante infundios, infamias y mentiras. En tal trabajo sobre el Movimiento 26 de Julio usted ratificó la línea insurreccional como la única salida posible a la situación de Cuba y la lealtad a la ortodoxia.

Fidel Castro. Sí. En aquel trabajo reivindicaba la fidelidad del 26 a los más puros principios del chibasismo y el hecho de que la línea de nuestro Movimiento era la aprobada unánimemente en el Congreso de Militantes Ortodoxos, el 16 de agosto de 1955. También esclarecía que no amábamos la fuerza, porque detestábamos la fuerza era que no estábamos dispuestos a que se nos gobernara por la fuerza; no amábamos la violencia, porque detestábamos la violencia era que no estábamos dispuestos a seguir soportando la violencia que desde hacía cuatro años se ejercía sobre la nación. Enfatizaba que la lucha era el camino elegido por el pueblo y que para ayudar al pueblo en su lucha heroica por recuperar las libertades y de rechos arrebatados se organizó y fortaleció el Movimiento 26 de Julio. Opuse en una frase dos fechas: «¡Frente al 10 de Marzo, el 26 de Julio!». Ya desde entonces definí al 26 de Julio como la organización revolucionaria de los humildes, por los humildes y para los humildes y como la esperanza de pan para los hambrientos y de justicia para los olvidados.

Katiuska Blanco. Comandante, pero ¿entonces usted continuaba siendo militante del Partido Ortodoxo?

Fidel Castro. Sí, aunque el Partido Ortodoxo estaba dividido, existían diferentes tendencias. Diría que una de ellas era la nuestra, la insurreccional, porque de hecho, desde el comienzo en Prado Nº 109, hicimos nuestro trabajo dentro de la masa ortodoxa. Reclutamos la mayor parte de los combatientes, la inmensa mayoría diría que el 90%, entre la juventud ortodoxa; jóvenes, sobre todo, fueron los que nos ayudaron.

Ahora, existían varios grupos: Pardo Llada tenía su grupo, Millo Ochoa tenía el suyo, Agramonte el de él. No hubo nunca una ruptura formal nuestra. Existió una ruptura real con todos aquellos líderes politiqueros, pasivos, aliados al Partido Auténtico, o alineados a una tendencia electoralista; pero nunca dejamos de declararnos verdaderamente ortodoxos, nunca rompimos con la membresía del partido, porque a mí lo que me interesaba era la masa ortodoxa, no me interesaba ninguno de aquellos líderes políticos, me interesaban los militantes y con ellos no rompimos nunca ni de hecho ni formalmente; al contrario, nosotros hablábamos como militantes e intérpretes del mejor pensamiento y el más puro de aquella masa, de lo que podía ser el pensamiento más puro de aquel partido.

En 1955 envié un manifiesto al Congreso del Partido Ortodoxo y la inmensa mayoría de los delegados lo apoyó; en él defendía la línea insurreccional, la línea revolucionaria frente a otras tendencias dentro del partido.

En todos los preparativos trabajó conmigo Juan Manuel Márquez, un ortodoxo de ley, fue el compañero que me acompañó al recorrido por Estados Unidos. Era un muchacho muy bueno, muy buen orador; antes, de cierta forma, habíamos sido contrincantes dentro del partido; después del Moncada, me apoyó y luego permaneció en México; viajó conmigo a Nueva York. Fue el segundo jefe de la expedición del Granma. Murió después del desembarco.

Katiuska Blanco. Tras conocer cuál fue el destino de Juan Manuel Márquez es imposible olvidarlo. Supe que él, después del desembarco y el combate de Alegría de Pío en que el contingente expedicionario se dispersó, se perdió, vagó solitario durante diez días hasta que la piel quedó adherida a su camisa, lo delataron y, finalmente, las tropas de Batista le apagaron a tiros la mirada clara

Fidel Castro. Lo recuerdo como un extraordinario ejemplo, además, su figura representa nuestra unión y fidelidad a la masa ortodoxa.

Yo decía que quienes habían roto con la masa eran los otros; incluso, en aquel tiempo atacaba posiciones políticas, no llevaba a cabo ataques personales contra los dirigentes. Primero, defendía mi posición y combatía las otras posiciones. Claro, el grupo de la ortodoxia que no quería pactar con los auténticos y toda aquella gente, el grupo pasivo, el de Agramonte y los demás, el mismo [Raúl] Chibás el hermano de Chibás, aquel grupo era mucho más afín a nosotros que Pardo Llada, Millo Ochoa y aquellos que firmaron un pacto con Prío y con todos los demás partidos para la guerra contra Batista. Pero tal proceso venía produciéndose desde antes del Moncada.

Dentro de la ortodoxia se dio una lucha por ganar la masa, y nosotros la ganamos, e incluso a mucha gente que no pensaba como nosotros fuera del Partido Ortodoxo. Logramos el apoyo del pueblo en general; pero ya la ortodoxia lo había hecho antes, porque con ella organizamos el ataque al Moncada. Pero después contábamos con toda la gente de izquierda, progresista, liberal, democrática. El apoyo a la Revolución fue un río gigantesco de más del 90% del país. Al final, junto a la dictadura no quedaban más que los batistianos, los demás partidos se quedaron sin masa; al final nos apoyaba la mayoría, y los elementos progresistas, comunistas nos apoyaban también. Contábamos con la inmensa mayoría del pueblo. Los partidos burgueses, reformistas, de derecha, ya no tenían masa, ya nada más les quedaba el esqueleto, y a veces ni eso.

Retomando el tema de que hablábamos, sobre los artículos que escribía en Bohemia, los redactaba con el propósito también de fijar posición ante los eventos en Cuba, era una forma de vínculo con el país.

Recuerdo lo que escribí [en el periódico clandestino Aldabonazo, el 15 de mayo de 1956] sobre «El Movimiento 26 de Julio y la Conspiración Militar de Los Puros», liderada por oficiales pundonorosos del ejército regular al frente de la cual se encontraba el teniente coronel Ramón M. Barquín. A aquella conjura militar perteneció un hombre como José Ramón Fernández. Ellos fueron arrestados en abril de 1956, juzgados y condenados a prisión. En dicho trabajo sostuve que el restablecimiento de la democracia ya no bastaba para cumplir las aspiraciones del pueblo. Decía: «¡Democracia solo, no! ¡Democracia y además, justicia!». Y definía que la verdadera revolución, la única revolución posible, era la revolución justiciera y limpia, que desde sus raíces, sobre principios y sobre ideas, echara los cimientos de la patria nueva.

Luego escribí desde la propia prisión de Miguel Schultz para enfrentar las mentiras que se habían echado a rodar en México y en Cuba sobre nosotros. Entonces publiqué el artículo «¡Basta ya de mentiras!». Lo firmé desde la cárcel el 9 de julio [de 1956]. Expliqué los pormenores de nuestra detención, di a conocer los intentos de asesinato y secuestro en marcha por sicarios del régimen batistiano, me referí a la insidiosa campaña de prensa en la isla que desconocía los múltiples artículos que a nuestro favor aparecían cada vez más en los medios de difusión masiva de México, y por último denuncié las torturas a que fueron sometidos Cándido, Julito y Guillén Zelaya por el servicio secreto de aquel país y la desaparición de Chuchú Reyes, y cómo la actitud de los cuerpos policíacos y del secretario de Gobernación vulneraban la constitución mexicana. Ratificaba también que conservábamos intactas nuestras fuerzas. Recuerdo que proclamaba al final: «La dispersión de las fuerzas es la muerte de la revolución; la unión de todos los revolucionarios es la muerte de la dictadura».

Tal artículo es el que trata del encuentro con Prío.

Katiuska Blanco. Sí, Comandante. Después también escribió sobre la infamia de Salas Cañizares al unir el nombre de usted al del dictador dominicano Trujillo. ¡Era ya el colmo, cuando usted siendo aún estudiante, había sido nada menos que un ferviente combatiente en la expedición de Cayo Confites! Su artículo afirmaba que el barraje de calumnias lanzadas por la dictadura contra el Movimiento rompía todos los límites. Busqué el material y subrayé este fragmento:

«Tengo derecho a defenderme, porque no se dedica la vida a una causa, se la sacrifica a ella todo cuanto otros hombres cuidan y encarecen: la tranquilidad, la carrera, el hogar, la familia, la juventud y hasta la existencia, para que un puñado de malvados, que disfrutan un poder ejercido a sangre y fuego sobre el pueblo, en beneficio exclusivo de sus fortunas personales, puedan lanzar fango, calumnia e ignominia impunemente sobre el sacrificio, la abnegación y el desinterés, mil veces probado al servicio de un limpio ideal».

Luego analizaba las similitudes entre las dictaduras de Batista y Trujillo. Era agosto 26 de 1956 cuando escribía y volvía a ratificar: «Ningún revés impedirá el cumplimiento de la palabra empeñada. A un pueblo escéptico por el engaño y la traición no se le puede hablar en otros términos. Cuando esa hora llegue, Cuba sabrá que los que estemos dando nuestra sangre y nuestras vidas somos sus hijos más leales y que las armas con que vamos a conquistar su libertad no las pagó Trujillo, sino el pueblo, centavo a centavo y peso a peso. Y si caemos como le dijo Martí al ilustre dominicano Federico Henríquez y Carvajal, caeremos también por la libertad del pueblo dominicano ». El que cito fue el último de los escritos publicados en Bohemia. Vio la luz el 2 de septiembre de 1956.

Aunque hay que decir que de tal fecunda etapa mexicana en que usted dirime combates en la prensa también son de su puño y letra los manifiestos N.o 1 y N.o 2 del 26 de Julio al pueblo de Cuba, impresos en México y distribuidos clandestinamente en Cuba.

Un pensamiento suyo sobre Marx y Lenin se aviene muy bien a usted: «poseían un terrible espíritu polémico [] eran implacables y temibles con el enemigo. Dos verdaderos prototipos de revolucionarios».

Hace algunos años entrevisté a Enio Leiva. Sé que a él y a Pedro Miret los detuvieron apenas unas horas antes de la partida del Granma, lo que prueba que las dificultades y riesgos no habían quedado del todo abolidos. En la pared de su celda inscribieron lo siguiente [sic]:

«Pedro Miret. Enio Leiva. Noviembre de 1956. Incomunicados por defender la libertad de su País: Cuba. Nos ocuparon; 50 000 cartuchos 30.06, 10 fusiles Jonson, 2 ametralladoras Tho., 3 rifles de mira tel., 2 fusiles auto., 1 fusil Garand, 12 pistolas ametralladoras y algunas otra bob.

»Pero esto no impedirá la caída de la dictadura este año 1956.

»Seremos libres o seremos mártires».

Comandante, ¿usted recuerda cómo fueron los últimos días vividos en México, cuénteme cómo se precipitaron los hechos? Las últimas horas fueron inciertas y arriesgadas, ¿verdad?

Fidel Castro. Sí, muy peligrosas. La semana antes de salir, la policía nos cayó arriba y aquella misma noche se entabló una lucha con ellos, entre la maniobra de la policía federal y la nuestra, como consecuencia de la existencia de un traidor que conocía algunas direcciones, en especial dos casas donde guardábamos armas.

En el momento en que llegaron a esas dos casas, nosotros nos percatamos de la traición; varios compañeros las conocían y nosotros no podíamos asegurar desde el inicio quién era el delator, aunque sospechábamos de Rafael del Pino Siero y de otros colaboradores que andaban un poco raros.

Entonces tuvimos que mover todas las armas ocultas en varias casas hacia lugares seguros. Ya no podíamos confiarnos.

En realidad, yo era el único que sabía dónde estaban todas las casas, pero los otros sabían de una o dos y desconocían las demás. Tuvimos que adoptar medidas en relación con todos los sitios donde podían estar los potenciales delatores.

Eso fue tremendo, muy difícil; iban a destruirnos si caían las casas, y la policía en el medio. Tuvimos que movernos en rigurosa clandestinidad y trasladar todas las armas, algunas cayeron en manos de la policía y otras las salvamos. Nosotros teníamos suficientes armas para cada combatiente y una cantidad para entregarlas al pueblo al llegar a Cuba. Es decir, no solo las armas de los 82 hombres, sino que pensábamos traer, por lo menos, para 200 hombres. Siempre planteamos llegar con más armas que combatientes.

El traidor, desde Miami, entregó en dos partes su secreto. No sabíamos quién era, pero conocíamos que lo había entregado en dos partes a la espera del pago exigido: delataba una parte, un número de armas, una casa o dos, los nombres de los compañeros, y entonces le entregaban 5000 dólares, porque la policía batistiana desconfiaba de él. Cuando Batista comprobara que el informe era fidedigno, él recibía 20 000 dólares, y entonces él brindaría otras confidencias, incluido el barco.

Nosotros nos fuimos 48 horas antes de que el traidor informara, y sabíamos cuál era su negocio, lo que aún no conocíamos su identidad. Después supimos que era Rafael del Pino Siero. Con él cometimos un error, porque se disgustó cuando yo le exigí que entrenara. Entonces se produjo un incidente y él se fue de México. Todo el que conocía su idiosincrasia, su carácter, podía esperar la indisciplina que cometió, pero no lo considerábamos capaz de una traición. Cometimos cierto error de apreciación en relación con este hombre, hasta tal punto confiábamos en él. Intenté que regresara, no me parecía bueno que se fuera con la información que tenía, yo no estaba tranquilo e hice un esfuerzo para que volviera. Solo la deserción era para mí una traición porque tenía informaciones importantes; no todas, pero sí muchas.

Aunque tratamos de que regresara, mucha gente que lo conocía pensaba que era incapaz de traicionar, reconocían sus defectos pero no lo consideraban capaz de una acción tan baja, quizás era yo el que más desconfiaba porque para mí, aunque no le diera información a la policía, era un traidor. Si aquel hombre se había marchado con un secreto tan importante, debíamos haber tomado todas las medidas como si fuera a delatar.

Sinceramente, no estuve tranquilo en ningún momento, pero se acercaba la hora crucial de la partida y estábamos tratando de acelerar lo indispensable para partir. No existía ninguna evidencia de que hubiera traicionado, pero sin duda alguna ya lo venía haciendo, y no lo realizó todo de inmediato, lo pensó fríamente y negoció, y no lo entregó todo de una sola vez. Vendió por dinero los secretos de la Revolución.

Nuestra situación era muy difícil a la hora de salir: allá la policía mexicana tratando de capturarnos, y el Ejército de Batista esperándonos aquí; además, un barco de sesenta y pico de pies comprado a crédito.

El día que nos fuimos no lo supo prácticamente nadie, solo Fofo y su esposa Orquídea, porque tenían que pasar los telegramas, y el Cuate que avitualló el barco.

Katiuska Blanco. Durante mi estancia en México, su hermana Enma me entregó la nota original manuscrita donde usted daba las instrucciones a Fofo para que pasara a Cuba el aviso de que el barco había zarpado. Usted nunca estuvo muy de acuerdo con avisar pues significaba correr un gran peligro; pero finalmente accedió. De esa forma, Frank y Celia estarían al tanto de la llegada de la expedición y podrían cumplir lo acordado. Dio órdenes de confirmar el desembarco antes de iniciar las acciones. Los telegramas debían cursarse a partir del 27 de noviembre.

Telegramas que se enviarán a Cuba por Fofo para coordinar el levantamiento con la llegada del Granma.

 

Sr. Arturo Duque de Estrada

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