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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Fidel Castro Ruz Guerrillero Del Tiempo-Capítulo 12.

 
 
 
TOMO II

01 Junto a los comunistas, militancia ortodoxa, Chibás como Robespierre, último aldabonazo, Batista temeroso, Pardo Llada y la hora de Chibás, Quijote con ayudante, aspirar a Representante, estrategia revolucionaria, hermano de sus rivales políticos, intuir el golpe, certeza y amargura

 

Katiuska Blanco. Comandante, de la etapa previa al momento en que usted se gradúa, data la creación, en septiembre de 1949, de un comité en homenaje a Rafael Trejo, con el propósito de rescatar la autoridad de la FEU. Usted lo integró desde el primer día. Como lo formaban jóvenes comunistas y de la izquierda radical, siete estudiantes encabezados por Enrique Ovares los criticaron duramente. En medio de la discusión, usted advirtió que si ser comunista era delito, entonces habría que retirar del Salón de los Mártires el retrato de Mella. Me refiero a este tema porque explica la complejidad de los tiempos que corrían y da paso o fundamenta su simpatía por los comunistas, pero también su ratificada militancia en la ortodoxia Algo que puede parecer contradictorio a quienes desconozcan nuestra historia. ¿Podría argumentar esta certeza?

Fidel Castro. El Comité 30 de Septiembre lo integraron fundamentalmente comunistas, es la mejor prueba de mi actitud militante, ya en una línea marxista. Mella fundó el Partido Comunista junto a Baliño, supo interpretar y unir el pensamiento martiano con el pensamiento marxista. Baliño había sido miembro del Partido Revolucionario de José Martí. En las filas revolucionarias cubanas nunca hubo contradicciones entre el pensamiento martiano y el marxismo. Yo luchaba junto a los comunistas en medio de un ambiente en el que predominaba el maccarthismo, el anticomunismo; pero quería conservar mi libertad de acción, además, ya tenía una posición en el Partido Ortodoxo, que contaba con el apoyo y la simpatía del pueblo.

Yo era partidario de que la revolución había que hacerla con la participación de las masas populares, y el Partido Comunista estaba aislado. Habría podido tener quizás más ascendencia en la juventud porque todos eran compañeros muy honrados, sacrificados, constantes, luchadores; militantes bien formados, disciplinados, organizados; se destacaban entre todos los demás. Sin embargo, se dieron acontecimientos que llevaron a los comunistas a una situación de aislamiento. Por ejemplo: el Partido Comunista, fundado hacía muchos años, vivió todo ese proceso de los años 30 del pasado siglo, de la guerra mundial y la formación de los frentes populares contra el fascismo. Existía una situación política internacional que llamaba a la unión de todo el mundo; hasta Estados Unidos junto con la Unión Soviética formaron parte del Frente Antifascista ante la amenaza de Hitler, de Mussolini, del nazifascismo en cualquier latitud. En Cuba el frente popular significó la alianza de partidos muy diversos, incluido el de Batista, y eso tuvo su efecto en las condiciones de la sociedad, porque el gobierno de Batista había sido muy represivo, muy corrompido. Por tanto, aquel frente, que representó una alianza entre Batista y el Partido Comunista, produjo escepticismo en mucha gente que odiaba la corrupción de Batista; no entendía las razones de estrategia mundial porque centraban su atención en los problemas internos.

Katiuska Blanco. Comandante, mi abuelo era guiterista y respetaba a los comunistas de su pueblo, pero criticaba la alianza con Batista.

Fidel Castro. Sí. La política de frentes tuvo su precio político para el partido marxista en Cuba ante la opinión pública, sectores populares y mucha gente joven, que todavía no tenían suficiente conciencia política ni capacidad para analizar históricamente todos aquellos acontecimientos, reaccionaban con rechazo.

Pienso que el proceso influyó entre los elementos universitarios y ayudó a la campaña maccarthista, anticomunista, que cobró gran fuerza con la Guerra Fría y facilitó todo el trabajo de aislamiento del Partido Comunista, que en aquel período fue muy perseguido. Destacados dirigentes obreros, comunistas, gente honrada, luchadora, sacrificada, fueron asesinados desde mediados de la década de los 40, cuando la Guerra Fría arreció. Sobre todo durante el gobierno auténtico, aún más en el gobierno de Prío. Los auténticos intentaban ganar simpatía y apoyo de Estados Unidos a partir de la represión en general y contra los comunistas, en particular.

Yo veía en los comunistas una especie, digamos, de mártires, de víctimas, de cristianos primitivos, siendo perseguidos y asesinados. Tal circunstancia despertó en mí un sentimiento de solidaridad hacia ellos como militantes, por su postura de lucha tenaz y constante contra los abusos, contra los crímenes; además, existía ya una cercanía ideológica. La coincidencia ideológica era total cuando concluí mis estudios en la Universidad. Nadie me inculcó tales ideas, había llegado a una concepción revolucionaria radical por mi propia cuenta. Percibí con toda claridad aquella necesidad histórica.

Los comunistas eran los mejores cuadros obreros, estaban en los sindicatos y defendían siempre los intereses obreros, pero eran una minoría aislada en nuestra sociedad. Tenía la percepción clara de que, en las condiciones de Cuba, no se llevaría a cabo una revolución a través de la inscripción en un partido comunista constituido, que iba a caer en el aislamiento total, bajo la influencia y el poder del imperialismo y la burguesía. Con ello desaparecería toda posibilidad de actuar políticamente. El ortodoxo, por el contrario, contaba con el apoyo de las masas que debían ser conducidas a un camino revolucionario.

Todo aquello lo estaba pensando desde antes de la muerte de Chibás, pero aún tenía la esperanza de que su partido entrara en contradicción con el sistema y pudiera jugar un rol histórico en la vida del país, a través de un dirigente como él: combativo, luchador, honrado, consecuente con la simpatía de su pueblo. No era más que una esperanza, porque Chibás parecía más bien una especie de Robespierre que chocaba sinceramente con la corrupción y los vicios reinantes en el país. Su prestigio y autoridad se habían establecido durante muchos años, aunque, sin duda, tenía prejuicios con relación a la ideología comunista. Si se producía una decepción, entonces entraríamos en otra fase de la vida nacional. El pueblo ya no volvería a soñar con líderes exponentes de viejas concepciones políticas, ya no tendría un caudillo, un jefe, casi un amo de la opinión pública. Era difícil, sin embargo, concebir que Chibás hiciera lo mismo que Grau, porque eran dos caracteres muy diferentes; si aquel jefe popular defraudaba al pueblo, entonces las masas irían a una posición más radical; todas las fuerzas y sectores populares: campesinos, obreros y trabajadores en general, estudiantes, profesionales y capas medias progresistas, podían ser ganados para una verdadera revolución.

Katiuska Blanco. Comandante, he tenido el privilegio de conocer a Pastorita Núñez, miembro fundador del Partido Ortodoxo, ella me estuvo hablando de Chibás, del proceso histórico en que se desenvolvió. ¿Cómo surgió su arrolladora personalidad? ¿Qué retos debió enfrentar? ¿Podría definir a Chibás? ¿Qué esperaba de él?

Fidel Castro. Ocurrió todo un proceso en breve tiempo: 1944, triunfo de Grau, gran decepción popular; Chibás emerge como acusador constante; elecciones parciales en 1950; después vendrían elecciones presidenciales en 1952. 

Entre 1948 y 1950 el líder ortodoxo enfermó cerca de ocho meses y adelgazó mucho. Él había sido senador, pero como aspiró a presidente en 1948, no ocupó cargo en el Parlamento entre 1948 y 1950; pero ya en 1950 se postuló para senador por La Habana, entonces una sola provincia: campo y ciudad. Debía ganar fácilmente porque tenía prestigio y muchos simpatizantes, era conocido como un hombre honrado: su característica fundamental de toda la vida; es decir, no había robado, nunca se había enriquecido en los cargos públicos.

Recuerdo que alrededor del mes de abril o mayo de 1950, yo estaba en pleno período de estudios intensivos y observaba aquella campaña. No eran elecciones generales, pero existía una vacante. Por el gobierno se postuló un candidato llamado Virgilio Pérez, politiquero corrompido que, incluso, había sido machadista, creo que hasta policía en la tiranía de Machado o algo así.

En virtud de todo lo ocurrido desde 1944 hasta 1950, el Partido Auténtico de Grau llegó al gobierno y se corrompió, y mucha gente oportunista y hábil ingresó. Es decir, el opositor de Chibás no era un hombre de prestigio ni autoridad política, solo un vulgar politiquero inmoral, que no podía hacerle oposición. Además, la campaña electoral de Chibás la desarrollaba el grupo ortodoxo de La Habana, el más sano, donde figuraban profesores universitarios, los mejores cuadros y dirigentes del partido, quienes en 1948 habían evitado el pacto para postular a otro candidato del Partido Auténtico para presidente.

Sin embargo, a Chibás se le creó una situación difícil en dichas elecciones. Él, que tenía una hora radial todos los domingos, en su espacio pronunció unas catilinarias contra Virgilio Pérez, el candidato auténtico. En una de aquellas catilinarias divulgó una historia de la época del machadato, donde inculpaba al candidato por un escándalo relacionado con dos prostitutas. Chibás hizo la denuncia, revolvió los antecedentes machadistas y corrompidos de Virgilio Pérez, y citó literalmente los recortes del periódico de aquella época, donde aparecieron los nombres de dos mujeres. ¿Qué resultó? Una de ellas era ya una honorable señora que había dejado atrás el escándalo con la policía y en aquel momento era una madre de familia respetada.

Se produjo una situación triste, dolorosa, que fue utilizada por el gobierno y los órganos de prensa para crear una crisis política grave a la que dio lugar su denuncia. Le imputaron a Chibás una acusación terrible por insensibilidad, por sacar antecedentes vergonzosos y llevar la deshonra a una familia constituida Presentaron su descuido como un acto de insensibilidad, algo hiriente y cruel. Así empezaron a atacarlo, tomando tal punto como objetivo. Llegó a agredirlo toda la prensa, incluso, la tradicionalmente amistosa con él.

La cuestión se tornó dramática, y aunque objetivamente ocurrió algo desagradable, no había sido de forma intencio nal ni deliberada, sino un descuido al no prever tal posibilidad. Fue en el año 1950 y se estaba hablando de un suceso de los años 30, habían pasado un montón de años; Chibás tenía el hábito en sus polémicas de sacar los periódicos de la época con todos los detalles y sacó de manera accidental a la luz también esto, tocó un punto delicado y embarazoso; pero la opinión pública se sensibilizó. En vísperas de las elecciones, le cayeron encima todos los medios de prensa; lo acusaban duramente por aquella falta de consideración, lo cual tuvo repercusión en mucha gente.

De modo que las elecciones para senador se tornaron difíciles; Chibás estuvo a punto de sufrir una derrota, lo que hubiera sido el adiós a sus esperanzas políticas. Si perdía aquellas elecciones como senador en La Habana, no podría proseguir su campaña para presidente.

Sin embargo, la población de la ciudad se mantuvo firme, y aunque el enemigo capitalizó y sacó muchos votos en otros lugares, él ganó la mayoría en La Habana. En las zonas del campo de La Habana tuvo minoría, principalmente donde funcionó a toda máquina la campaña adversa. Fue reñida la contienda, y precedida hasta el día de las elecciones por el ataque al líder ortodoxo debido a este problema; pero al fin y al cabo ganó, recuperó la salud y persistió en la lucha. Correspondía iniciar entonces la campaña presidencial.

Cuando, en la campaña presidencial de 1950, surgió la po lémica en torno a la denuncia que Chibás hizo de que el ministro de Educación, Aureliano Sánchez Arango, poseía fincas en Guatemala, el gobierno dijo que se trataba de una calumnia, una mentira y lo retaron a que probara su acusación. Él prometió hacerlo, porque alguien le había suministrado información. Se volvió a repetir la historia anterior: «¡Eres un calumniador, un mentiroso; prometiste pruebas y no las tienes; presenta las pruebas, presenta las pruebas!». Esto lo llevó a la crisis por la cual al finalizar el que fue su último alegato, se hizo un disparo en el vientre, que le produjo la muerte días después.

Katiuska Blanco. Entonces, de manera súbita, inesperadamente, la situación cambió, ¿verdad?

Fidel Castro. Sí. La situación cambió de manera radical cuando, en el mes de agosto de 1951, se produjo la muerte de Chibás. El hecho produjo un profundo impacto en la gran masa incrementada, multiplicada, podemos decir, por los acontecimientos, por la muerte, por el martirologio de aquel hombre que se mató en medio de una polémica, mientras hacía un llamado, que él denominó su último aldabonazo. Chibás murió de forma tan dramática que prácticamente le entregó el gobierno a su partido porque, a partir de aquel momento, y con el estado anímico que se produjo en el pueblo, era inevitable la victoria. Le dejó un caudal, puso la victoria en manos de su partido, que disfrutó la aureola de ser integrado por muchos políticos honestos. Chibás fue un hombre que se sacrificó, digamos, que originó, incluso, un complejo de culpa en las masas. Tales condiciones crearon una situación totalmente nueva.

Katiuska Blanco. ¿Recuerda detalles de la muerte de Chibás? Pensar en aquel momento me remite siempre a una fotografía donde usted lo escucha mientras él se dirige a su audiencia a través del micrófono de la emisora. Imagino el impacto tremendo de todos los presentes en el estudio radial aquel día.

Fidel Castro. Fue algo impresionante. Yo estaba allí. Considero que debió de sentirse muy deprimido o con una amargura muy grande para matarse así. Pensé enseguida que, por la forma empleada, quiso crear una gran conmoción pública al precio de quitarse la vida. Hay que decir que realmente lo logró. Además, él debió disimular sus intenciones porque estaba, como era habitual, rodeado de personas, delante y detrás de su asiento, en la estrechez del local. Por el contenido de lo que dijo, meditó dispararse al final de su alocución. Llevaba encima la pistola y nadie se percató. Terminó su discurso exaltado y se disparó en el vientre. No sé cuántas perforaciones le causó el tiro en el abdomen, pero fue gravísimo. Desde el primer instante su estado fue crítico. La acción tuvo connotaciones extraordinarias debido a que millones de personas estaban a la escucha de sus palabras. Recuerdo que se sintió el vacío. Fue una sacudida al país. Cuando murió lo llevaron a la Universidad. Influí para que lo tendieran allí. Estaban todos los periódicos, todas las estaciones de radio. Cubrían la noticia las 24 horas. ¿Qué ocurrió cuando las estaciones estaban en el aire todo aquel tiempo? Las grandes cadenas de radio buscaban gente para que hablaran, entonces, no había quién lo hiciera, y creo que hablé 12 o 15 veces por las cadenas nacionales. Me di cuenta de la importancia que tenían CMQ, CMKC y las demás estaciones de radio. No existían las de televisión.

Pronuncié discursos diferentes, breves; arengas contra el gobierno, culpándolo de la muerte de Chibás, de la corrupción. Todo el tiempo que él estuvo grave en una clínica desde el 5 de agosto hasta el 16 cuando murió—, estuve agitando y al tanto de todo.

Katiuska Blanco. Comandante, aquí tengo algunas de sus declaraciones después de la muerte:

«El gesto heroico de Chibás, sacrificándose voluntariamente en la cruz, es un inmenso honor entre espinas de infamias e insultos de fariseos. Parece un episodio de leyenda mitológica; de sus entrañas limpias brotó su sangre pura para lavar la culpa de los cubanos, por su indiferencia ante los graves males de la patria. Tanta grandeza compensa la bajeza sin precedente de sus adversarios. Bien dijo Martí, que si hay muchos hombres sin decoro, hay otros que llevan en sí el decoro de muchos hombres. Vivo o muerto, Chibás seguirá siendo nuestro presidente. Vivo o muerto, como líder o como bandera, seguirá orientando a nuestro Partido en su marcha arrolladora hacia el poder, para la consecución de los grandes destinos y los ideales de Cuba».

Y el día 17, en el panteón, usted expresó: «Este es el más extraordinario duelo que se ha producido en toda la historia del país. Es suficiente, por sí solo, para hacer huir despavoridos a los voceros de las infamias del Gobierno criminal y despiadado que sufre la República».

Fidel Castro. Yo me acuerdo perfectamente de las arengas que hice. Eran alegatos breves, dramáticos, apelaban al sentimiento de la gente frente al gobierno corrompido, ladrón, por cuya culpa se había sacrificado el dirigente limpio, honrado. Arengué mucho, porque me di cuenta de la situación de los medios masivos en su avidez por informar y dar a conocer opiniones. En aquella época, al no existir todavía la televisión, el radio era todo, se vivía un estremecimiento nacional, yo agité todo el tiempo. Fueron de gran efecto las proclamas.

¿Qué hice? Las redactaba rápido, eran breves: un párrafo o poco más, no fueron improvisadas; eran cinco minutos, siete minutos, a lo sumo. Me sentía irritado, indignado; existía una atmósfera de indignación general en todo el pueblo. Las alocuciones tenían un objetivo revolucionario porque aprecié que había una gran conmoción popular, que el Ejército y el gobierno estaban paralizados y desmoralizados.

El día del entierro, como sabía que una enorme multitud se concentraría en la escalinata universitaria y en la calle 23, propuse a los líderes ortodoxos Pardo Llada, Millo [Emilio] Ochoa y otros, que en vez de llevar el cadáver para el cementerio bajáramos por la escalinata universitaria hacia el Palacio Presidencial, tomáramos el Palacio con las masas y derrocáramos al gobierno; pero Pardo Llada y los demás se opusieron, tenían miedo, creyeron que era una locura y se asustaron. Ellos pensaban seguir la rutina: convocar unas elecciones y después otras, y así, interminablemente, continuar el mismo ciclo inútil, por ambiciones presidenciales y otros intereses a mil leguas de la realidad.

Chibás realmente ganó su popularidad, en gran parte, gracias a un horario radial de 8:00 a 8:30 todos los domingos, durante muchos años, en la CMQ, la estación de mayor audiencia. Tenía una hora histórica aquella fue la primera prueba de la enorme influencia de los medios de difusión masiva y del instrumento valioso que constituían, más que la prensa escrita, la prensa radial como medio de comunicación, mucho antes que la televisión. Él nunca faltaba. Era muy constante martillando sobre la base de una moral; denunció la corrupción, el robo, los abusos. No tenía una prédica social, sino una ética política y una serie de valores políticos, pero martillaba incesantemente.

Tenía una gran masa que lo seguía, pero carente de una conciencia revolucionaria de la situación del país. Su discurso culpaba a los gobernantes de todos los males sociales; no veía en el sistema la causa de las desgracias, de los problemas. Denunciaba el robo, los gobernantes corrompidos, ladrones, viciosos; el nepotismo, el engaño, la mentira.

El pueblo no entendía que el sistema era el culpable de los sufrimientos padecidos, creía que aquello se debía a la maldad de los hombres y de los gobiernos, no al sistema y los elementos que lo componían. El desempleo, la pobreza, la explotación, los campesinos sin tierra, los niños sin escuelas, los hombres sin trabajo, los enfermos sin médicos; toda aquella tragedia social, el pueblo la atribuía al hecho de que los gobernantes no querían trabajar y administraban mal los recursos porque se los robaban.

Una de las primeras realidades que capté fue que existía una gran confusión en las masas; imputaban a los hombres las consecuencias de un sistema. Yo estaba convencido de que si aquellos gobiernos hubieran sido honrados hasta con el último centavo, la situación social habría seguido igual.

Katiuska Blanco. Después de la muerte de Chibás, ¿cómo quedó conformada la dirección del Partido Ortodoxo? Ello determina también su línea, ¿verdad?

Fidel Castro. Sí. Se postuló entonces al candidato Roberto Agramonte, un hombre calmado, lento, incapaz de un gesto enérgico. Era preferible aquel candidato porque era un profesor que no había robado, no había hecho nada. Su mérito era permanecer inmaculado en su cátedra universitaria, fren te a los politiqueros, a los que querían pactar con otras fuerzas tradicionales, los partidarios de las componendas políticas. Fue, incluso, un éxito llevarlo de candidato. De vicepresidente llevaron a Millo Ochoa, que hubiera querido aspirar a presidente. Así se inició un período nuevo.

Todo cambió realmente con la muerte de Chibás. Existía un partido con una gran masa, un gran caudal político, pero en casi todas las provincias, a excepción de La Habana, la dirigencia estaba ya en manos de terratenientes. En la dirección del partido, como vocero, también aparecía José Pardo Llada, que contaba con una hora radial dos veces al día: a la 1:00 de la tarde donde daba noticias, comentarios de las informaciones y, al final, un breve editorial, y a las 7:30 p.m. Él tenía una voz muy sonora, una voz tronitonante como de trueno, ciertas facultades histriónicas, habilidad para redactar las noticias, ironía, elementos atrayentes. Él se inició haciendo la crítica al gobierno de Grau. Recibió una formación marxista en su juventud y tenía concepto de las clases sociales, aunque sus intereses no eran precisamente los de las grandes masas. Entonces, desde su programa radial, bien lejos de sus veleidades marxistas de la juventud, pero con cierta preparación, empezó a convertirse en vocero de las causas populares. Cada vez que había una huelga él hablaba.

Aquel noticiero fue adquiriendo gran audiencia en la medida en que todo el que tenía un problema iba allí a denun ciarlo: los obreros en paro, en una demanda; en las huelgas de transportes, de tabacaleros; de todo. Él apoyaba las huelgas, defendía a los trabajadores; expresaba también intereses de capas medias de la población, y, al mismo tiempo, era un crítico muy fuerte de las inmoralidades y los robos del gobierno.

Devino buen periodista radial; sobre todo, lo esencial de él era la voz y sus habilidades histriónicas, también había estudiado algo de teatro. Combinó un poco de marxismo con un poco de teatro, mucho de ambición y de oportunismo, y con eso fue ganando rating. Su espacio radial se convirtió en el más escuchado.

Él también se acercó a Chibás, a los ortodoxos. Vio que era el partido y el movimiento del futuro. Incluso, creo que fue en las elecciones de 1950 que se postuló para representante y rompió los récords de votación para el cargo. Sacó decenas de miles de votos preferenciales alrededor de 71 000, que era una enorme votación en la ciudad de La Habana, dentro del Partido Ortodoxo. Entré en relaciones con él, precisamente porque los estudiantes le llevábamos noticias, denuncias.

Es decir, el fenómeno nuevo que se dio con Chibás en la radio se repitió con Pardo Llada. Chibás debía su popularidad no solo a una política determinada y a sus luchas de estudiante contra Machado y Batista, sino a la radio. Desde el momento en que hizo uso de dicho medio de difusión masiva, que podía ser escuchado por millones de personas y tenía una hora se manal; no era un discurso hoy, otro dentro de tres meses, sino una hora habitual todos los domingos alcanzó gran ascendencia y popularidad porque lo escuchaban en las ciudades, en el campo y hasta en las montañas.

En Cuba abundaban las personas analfabetas, mucha gente no sabía ni leer ni escribir, eran incultas y además tenían infinidad de problemas. Donde quiera que había cerca un radio se creó el hábito de escuchar la hora radial de Chibás todos los domingos a las 8:00 de la noche, debido al contenido político de sus discursos.

El segundo fenómeno, resultado de los medios de difusión masiva, fue Pardo Llada, porque al ser un periodista con un doble horario todos los días y las cualidades que he mencionado, también fue ganando crédito entre la gente.

Claro, existía una gran diferencia entre ambos. Chibás tenía una historia con sus luchas estudiantiles, sus luchas contra Machado y Batista, disponía de un aval político de muchos años contra Grau. Era un hombre muy consistente, consecuente, intransigente y valiente.

No eran las virtudes de Pardo Llada en absoluto ni tenía aquellos méritos; era un individuo con un poco de conocimientos de marxismo, que sabía de la sociedad dividida en clases antagónicas y de la existencia de intereses irrenunciablemente opuestos. En su proyección política como periodista, y buscando el rating, se convertía en defensor de los intereses mayoritarios y de los sectores medios. Además, hizo suya la política de Chibás contra el robo y la corrupción; criticó al gobierno por todas las medidas impopulares adoptadas.

Lo mismo que hacía Chibás pero, en su caso, él lo hacía como periodista y comentarista de radio, aunque el editorial de la mañana era el que se repetía por la tarde. Pardo Llada no tenía ninguno de los méritos de Chibás y, sobre todo, no tenía su valentía. No era la característica de Pardo Llada, lleno de ambiciones por ser presidente de la república.

Yo conocía al personaje perfectamente bien, cómo era de oportunista, ambicioso, cobarde. Sin embargo, cuando murió Chibás, como era muy lógico y natural, la hora dominical radial en la que se hizo el disparo, el partido se la entregó a Pardo Llada, sin duda el individuo con más prestigio y popularidad para hacerse cargo de aquella trasmisión.

La dirección del partido quedó en manos de intelectuales, profesores, gente buena, pero no se podía esperar una revolución de ellos. Del próximo presidente no podía esperarse nada.

Katiuska Blanco. ¿Y qué fue de la hora de radio en manos de Pardo Llada?

Fidel Castro. Mientras Chibás siempre fue un azote en la denuncia contra Batista, Pardo Llada no. Chibás atacaba al gobierno duramente y de manera sistemática, también arremetía contra Batista porque su retorno era un peligro; pero desde el momento en que murió y Pardo Llada se hizo cargo de la hora radial, no se volvió a escuchar nunca más un ataque contra Batista pues, en cierto momento, ambos habían tenido alguna relación, en la que Pardo Llada recibió regalos, pequeñas prebendas y favores, tenía el temor que un día se supiera. Lo cierto es que Batista lo neutralizó.

Por alguna razón, el Partido Ortodoxo, formado en el antagonismo no solo contra Grau y Prío, sino también contra Batista y en el odio a Batista, contaba con un vocero que no lo atacaba.

También pudo ser por miedo a meterse en problemas muy serios con un político que tenía mil medios, fuerza e influencia en el Ejército. Tal vez fueron aquellos los motivos de Pardo Llada para mostrar tal extraña actitud.

Cuando Chibás se dio el tiro, habló de que había que evitar el regreso de los generales, de la ley de fuga y el palmacristi; pero Pardo Llada tampoco atacó nunca a Masferrer, le tenía miedo porque era un hombre de armas tomar, peligroso, muy polémico, agresivo. Pardo Llada no se metía con él, siendo incluso un esbirro de Prío, uno de los jefes de los grupos armados. Tampoco denunciaba al resto de los grupos de gángsteres cómplices del gobierno ni a ninguna organización de las responsables de actos de anarquía y crímenes; eran estas las características de Pardo Llada cuando se convirtió en vocero del Partido Ortodoxo.

Katiuska Blanco. ¿Y dónde estaba Batista? ¿Antes de la muerte de Chibás, se le vislumbraba como una amenaza o un peligro real en la política cubana? ¿Alguien podía adelantar lo que sucedió después? Tengo la impresión de que permanecía al acecho, como en la sombra, ¿estoy en lo cierto?

Fidel Castro. Batista se sentía acomplejado con Chibás y le temía, porque el líder del Partido Ortodoxo era un flagelo que constantemente lo atacaba y le recordaba los crímenes, asesinatos, robos y abusos. Batista lo respetaba y no se habría atrevido a dar un golpe de Estado mientras estuviera vivo, porque habría tenido que ser un golpe sangriento. También en el fondo era un tipo cauteloso, astuto, cobarde, oportunista. Chibás lo veía como un adversario político peligroso; comprendía que Batista podía ser un conspirador y, como para neutralizarlo, lo atacaba sistemáticamente.

Una conspiración prospera mejor cuando no hay denuncia; de lo contrario, los implicados se asustan y creen que los han descubierto, cuando se les combate. Esto es importante, porque ayuda a discernir toda la estrategia que elaboré, el plan que tracé a partir de aquel momento.

Entonces, si Batista no podía planear un golpe de Estado en vida de Chibás, tampoco se podía definir una estrategia revolucionaria descontando a Chibás. Había que esperar, dar tiempo a un proceso natural tras la conquista del gobierno.

Ya, en aquellos momentos, sin la presencia del líder ortodoxo, Batista no tenía verdaderamente un obstáculo que le impidiera conspirar. Entonces empecé a concebir una estrategia, porque si Chibás era una incógnita, lo que quedó de liderazgo después de él no lo era para nadie: Agramonte, Pardo Llada, Millo Ochoa, toda aquella gente. Estaba absolutamente seguro de que aquello constituiría una catástrofe política, porque quienes figuraban en la dirección de la ortodoxia serían incapaces de hacer algo, en un país donde urgía una revolución.

Katiuska Blanco. ¿Fue entonces que usted concibió una estrategia revolucionaria?

Fidel Castro. Sí, en aquel momento empecé a pensar en una estrategia para la toma revolucionaria del poder. Estaba muy claro que aquella gente iba a ganar las elecciones, y sería un desastre porque en realidad no tenían consistencia para sostener un liderazgo. Comencé a elaborar una estrategia dentro de todo el proceso político y, tomando en cuenta el período ulterior, planeé introducirme en la maquinaria de dicho partido, postularme para legislador por la organización, y llegar al parlamento. Conocía por anticipado lo que iba a pasar. Luego, desde el Parlamento, presentaría un programa revolucionario con los ortodoxos.

Perfilé la estrategia rompiendo la disciplina del partido. En virtud de la Constitución y las leyes, pensaba presentar un programa similar al del Moncada. Todas las cuestiones vitales que expuse en La historia me absolverá aparecerían en forma de leyes en el plan que iba a presentar en el Parlamento, con la seguridad de que aquel proyecto dentro del partido se convertiría en un programa de la masa revolucionaria. Es decir, no se iba a aprobar, pero sí se iba a convertir en la plataforma de movilización de todas las fuerzas sociales y políticas, de las fuerzas de acción armada para derrocar aquel gobierno.

Cuando se produjera la gran decepción, yo no repetiría la vieja historia de crear un partido nuevo, otra ortodoxia. Me dije: cuando el momento llegue, hay que barrer a toda esta gente y tomar el poder, pero hacerlo con las masas, revolucionariamente, no constitucionalmente; porque después de una segunda frustración era muy difícil que el pueblo fuera a creer en algún líder político, en algún partido político nuevo, aquello iba a ser de consecuencias desastrosas.

Tenía una idea clara de que la revolución se hacía desde el poder, que la revolución en Cuba no se realizaría por métodos legales ni constitucionales. A tal convicción llegué, totalmente, desde mucho tiempo atrás; creo que antes de ser marxista. Fue una de las primeras cuestiones, de las primeras ideas revolucionarias que tuve: comprender el Estado, comprender qué significaban todas estas constituciones, qué implicaban todos los obstáculos.

Katiuska Blanco. Nunca olvido una expresión suya: «...más que ninguna teoría, me ha convencido de esto, a través de los años, la palpitante realidad vivida». Comandante, ¿puede afirmarse que sus vivencias personales le sirvieron para esbozar dicha estrategia?

Fidel Castro. Sí. Viví la experiencia de las elecciones para la Constituyente de 1940, vi el papel represivo de las fuerzas armadas, del Ejército, lo que hizo Batista. Capté que existía una fuerza determinada, mantenida por el gobierno, que era su instrumento principal para cometer los abusos y violaciones. Por lo tanto, pronto sentí un rechazo hacia los militares, hacia el Ejército, porque lo vi cometer injusticias, atropellos. Vi cómo aplicaban fácilmente un plan de machete, daban planazos a la gente, cogían un fusil y amenazaban a las personas. Tuve una clara impresión del imperio de la fuerza practicado por el Estado a través del Ejército.

Percibí que Batista se había ido, pero había dejado su Ejército, y que Grau no había tenido una política en relación con aquel mismo cuerpo militar.

No tuve que estudiar a Lenin para darme cuenta de que el Ejército era el instrumento de poder del Estado, utilizado contra la gente, en favor de los más poderosos, los más ricos. Una revolución tenía que resolver el problema. Todas aquellas realidades las viví.

Después pude comprender mucho mejor en qué consistía el Estado burgués, el Estado capitalista, instrumento de dominación por parte de las clases ricas, las clases explotadoras contra las clases populares. Todo aquello ayudó también a que comprendiera con gran facilidad la teoría leninista sobre el Estado y su papel en la sociedad, que la llamada democracia representativa era, sencillamente, un sistema dictatorial al servicio de las clases dominantes.

La experiencia de lo vivido, de todo lo visto, pudo haberme ayudado a alcanzar una precoz comprensión de tales asuntos.

Después, cuando vino el golpe de Estado, pensé en dividir el Ejército. Fue curioso, porque primero tuve la idea de tomar el Palacio, cuando Chibás desapareció físicamente. Tenía lugar un momento de desmoralización en el Ejército en el que adoptaron una posición neutral; entonces desde el poder había que tomar el mando y hacer lo que no habían hecho Grau ni los gobiernos auténticos, que no se habían ocupado del Ejército. Había que tomar el control de aquel Ejército para transformarlo y ponerlo al servicio de la revolución. La fuerza fundamental seguía siendo el pueblo, la gran masa que podía tomar el poder y después, desde esa posición, adoptar todas las medidas.

Katiuska Blanco. Quizás recordó usted las simpatías que Gaitán alcanzó entre las filas del Ejército colombiano por haber defendido al teniente Cortés; al menos usted sabía que, a pesar de todo, nobles empeños pueden calar entre los militares de un Ejército como aquel si existe una política hacia ellos. De nuevo pienso en lo vivido por usted como punto de referencia esencial.

Fidel Castro. En efecto. El hecho de que me hubiera enfrentado solo y desarmado al gobierno, a su policía, a su cuerpo represivo, a sus bandas mercenarias, a lo que pudiéramos llamar hoy fuerzas paramilitares, escuadrones de la muerte; el hecho de que hubiera participado en acciones como la de Cayo Confites y hasta en el mismo Bogotazo, y vivido tantas experiencias, me hizo ser optimista, en el sentido de que si usted tiene al pueblo y una cantidad determinada de armas, puede imponerse a un Ejército. Es decir, si usted tiene una parte de dicho Ejército, si puede armar al pueblo; si usted tiene al pueblo, además, está en condiciones de resolver el problema de las fuerzas armadas y crear unas al servicio del propio pueblo.

Yo era optimista. Pensé: si tomamos el poder hay que lograr el control de un número de oficiales de ciertas características, de algunas unidades. Ellos y el pueblo rompen el equilibrio establecido antes.

A esas alturas yo, saturado de lecturas de revoluciones, desde la Revolución Francesa hasta la Bolchevique, y de regreso de experiencias intensas vividas, tenía una actitud optimista en el sentido de que si en un momento como aquel en un momento como el de la muerte de Chibás tomábamos el poder, podíamos consolidarnos en él.

Cuando concebí una estrategia revolucionaria ya conocía bien al pueblo: su psicología, sus aspiraciones, los sufrimientos del pueblo. Comprendí además que aquel pueblo culpaba de sus sufrimientos a las autoridades. Tenía un instinto de cla se, pero no una conciencia de clase, por tanto, no comprendía el fenómeno social; que aquel Estado estaba diseñado para mantener el dominio de los ricos, de los terratenientes, de los explotadores, de los monopolios extranjeros. En definitiva, percibí que nuestro pueblo sufría.

Solamente una parte del pueblo tenía una conciencia de clase, una parte pequeña, digamos, los militantes, los cuadros sindicales del Partido Comunista y, además, sectores obreros influidos por ellos; pero, desde luego, no tenían acceso a los medios de divulgación masiva, a la radio, a la prensa, a los libros, al cine. Existía gente en Cuba con una conciencia de clase, pero la gran masa trabajadora del país no la tenía ni tampoco contaba con una cultura política, no comprendía la sociedad en que vivía ni los problemas del poder y del Estado, asuntos cruciales que el marxismo y el leninismo enseñan de una manera clara y elocuente a cualquiera que quiera aprenderlos.

En aquel período pensaba presentar en el Parlamento una ley de reforma agraria, una ley de rebaja de alquileres que después se convertiría en una ley de reforma urbana. Planteaba una legislación también a favor de los pequeños propietarios, de los pequeños comerciantes, medidas a favor de los maestros, los médicos, de todo el pueblo en general.

Concebí una serie de leyes mínimas que luego llevé como programa del Moncada. No era un programa socialista, pero estaba seguro de que leyes que planteaban la reforma agraria, la rebaja del alquiler, la disminución del precio de la electricidad, de los teléfonos, de necesidades básicas de la población; leyes a favor de los deudores; leyes de aumento de salario a los trabajadores de varios sectores: maestros, médicos, militares, no a los oficiales, sino a las tropas; todas ellas iban a ser apoyadas por el pueblo. Yo veía a los soldados como gente también explotada por los políticos y los altos oficiales del Ejército; es lo que explica la campaña que desarrollé de denuncia de la explotación de los soldados, a quienes los políticos, los coroneles y los jefes tenían trabajando en sus fincas y sus propiedades. Tuve constancia de que aquella campaña ganaba fuerza entre los soldados.

Katiuska Blanco. ¿Cómo pudo realizar dicha campaña?

Fidel Castro. Bueno, emprendí algunas acciones Me metí en la finca de Prío, cerca de La Habana, con una cámara, le tomé películas y fotografías a los soldados trabajando en la finca. Me jugaba la vida. El único capital que tenía era mi vida, y creo que todos los días la arriesgaba. Alquilé en El Chico una avioneta, me monté y volé por arriba de la finca de Prío. ¡Sacando películas desde una avioneta!, con el cuerpo hacia afuera para captar las imágenes de abajo, parecía que uno se iba a caer y no dudo que faltara poco para que en verdad ocurriera, pues yo era un inexperto, era entonces aprendiz de camarógrafo.

En aquella época tenía varios colaboradores, unos amigos me prestaron una cámara fotográfica con la que capté las imágenes. Yo no tenía ninguna porque costaba adquirirla. René Rodríguez siempre estaba conmigo. Yo era don Quijote y René mi ayudante.

Dar una vuelta y pasearme por arriba de la finca de Prío me costaba cinco pesos. Retraté por aire y por tierra la finca del presidente donde trabajaban los soldados. Se llamaba El Rocío. Tres fincas poseía Prío. La finca que tenía en una altura en Pinar del Río la retraté por mar y tierra. Navegué en un bote por unos esteros en la propia finca para tomar las imágenes de los hechos.

De las filmaciones yo era el director, el productor, el camarógrafo, el escritor, el guionista. Toda la película la realicé yo, con la ayuda de unos cuantos amigos.

Una vez me metí en la finca del jefe del regimiento de Pinar del Río y les tomé las películas a los soldados mientras laboraban, a René lo agarraron y lo llevaron preso aquella vez, y yo pude escapar con todos los rollos.

Desplegaba una intensa campaña pública entre los soldados, y fui el único defensor que tuvieron en todo el período. Así influía en el Ejército. No llevaba adelante una conspiración; pensaba obrar desde el Congreso, proponer un conjunto de leyes. Las ideas básicas estuvieron contenidas después en el programa de La historia me absolverá.

Adelantaba el impacto que iba a tener, sabía que sería tremendo. Un programa así nadie lo había presentado. Nunca antes un individuo se mostró decidido a luchar por eso. Ya iba a ser un luchador con bastante apoyo y respaldo popular que debía desafiar a todo el mundo sin usar un arma, iba a tener inmunidad parlamentaria. Desde el momento en que estuviera en el Congreso podría usar un arma, aparte de las posibilidades de que iba a disponer, porque hasta entonces luchaba con un mínimo de recursos.

En un momento dado, un político que presentó una ley de un aguinaldo de cinco pesos a fin de año, por el mero hecho de proponerlo, se convirtió en candidato presidencial del Partido Auténtico. Se llamaba Arturo Hernández Tellaeche.

Yo conocía cómo pensaba la masa campesina y obrera de nuestro país porque estaba metido en todas partes, entre los indigentes, la gente pobre en las villas miseria; entonces me decía: ¿qué será este pueblo el día que se presente un programa serio de verdad, de leyes dirigidas a resolver los problemas de la gran masa del país? ¿Qué va a pasar?

Katiuska Blanco. Comandante, ¿pero usted sabía que el Congreso jamás aprobaría un programa de tal índole?

Fidel Castro. Por supuesto que el Congreso no lo aprobaría, pero se convertiría en el programa revolucionario que movilizando a las masas las conduciría a la toma revolucionaria del poder, con empleo de todo el pueblo, de las armas, incluso, de los soldados que pensaba reclutar en un movimiento de masas. Aquella era la estrategia clara, y he estado toda la vida absolutamente convencido de que era una estrategia correcta. Creo que si volviera a vivir un período como aquel volvería a hacer lo mismo. No me arrepiento en lo más mínimo de todas aquellas ideas.

No pensaba librar una lucha frontal contra los soldados, sino arrastrarlos hacia aquel programa, hacia aquel conjunto de demandas donde se defendían y reivindicaban sus intereses económicos. Fui creando condiciones para ello.

Claro que nadie conocía dicha estrategia. No era pública. Había cuadros en la ortodoxia que me miraban con recelo, y unos cuantos andaban diciendo que era comunista porque solía hablar con bastante libertad, de forma bastante crítica, aunque con cuidado. Mas por mi carácter, a veces hacía algunas críticas duras, y por eso alguna gente afirmaba que yo era comunista.

Pero bien, ya iba adquiriendo mucha influencia en la masa ortodoxa, y tenía que resolver el problema de que una asamblea me postulara para representante, porque no tenía maquinaria política dentro de aquel partido. Yo trabajaba de forma independiente, es decir, no estaba en ninguna fracción, grupo, no tenía un cargo en el partido.

Primero debía ser delegado para participar en la asamblea. Debía ganar apoyo en la base, entre los delegados.

El partido aquí en La Habana no estaba en manos de las maquinarias politiqueras, era bastante espontáneo e independiente; era el mejor grupo que tenía el partido. No estaba controlado por los terratenientes como en Pinar del Río, o por intereses políticos como en otras provincias. Los de La Habana eran gente más sana y sin ataduras, aunque ya surgían candidatos con caudal, ayudados por las relaciones.

Yo era el paria que no tenía ningún dinero. Sí tenía el apoyo de unos cuantos compañeros y la simpatía creciente de la masa. Entonces tenía que postularme, decidir un lugar por donde presentarme para delegado.

¿Cómo lograr que un grupo de electores me diera su voto concreto? Tenía alguna experiencia porque en la Universidad me había postulado por primera vez.

Organicé un radio-mitin. Empecé a aplicar mi técnica política. En los mítines, que fui dando por fechas históricas, mandaba miles de cartas. Comencé a enviarlas cuando descubrí que en el partido existía un addressograph. El partido tenía un fichero con los nombres de 7000 u 8000 personas contribuyentes, que aportaban cinco, tres, dos pesos yo no figuraba en la lista porque no contribuía con nada; no tenía nada. Era la gente más devota del partido, la más espontánea y libre de la maquinaria política, la más militante, la gente del pueblo que daba lo que podía. Tenía amigos entre quienes integraban el addressograph. Yo llegaba, organizaba y les decía: «Con motivo de tal acontecimiento histórico, hay que hacer un mitin». Lo hacía y, además, les escribía a los militantes del partido y les mandaba cartas a todos los registrados en la ciudad y la provincia de La Habana que era una sola.

Como aquel partido había nacido en La Habana, donde radicaba la mayor parte de dicha gente, les decía: «Tal día habrá un radio-mitin con tal objetivo, le pido que usted divulgue esto, lo anuncie, reúna gente y escuche el radio-mitin ». Toda persona se siente muy contenta cuando recibe una carta, cuando le piden una colaboración, una actividad. Yo organizaba el radio-mitin y seguidamente mandaba rápido las 8000 cartas. Todas aquellas personas se iban convirtiendo en activistas porque existía alguien, una sola persona que les escribía, que se acordaba que ellos existían, que les informaba y les pedía cooperación, y se ponían a trabajar en masa. Yo hacía todos aquellos trabajos en áreas campesinas y obreras.

Entonces, en cualquier lugar de La Habana que escogiera para ser delegado a la Asamblea del Partido Ortodoxo, me habrían elegido por estos factores.

Pronunciaba un discurso fuerte, denunciaba al gobierno, denunciaba a Batista, a Masferrer, a los gángsteres y los grupos armados. Estaba en guerra con todos, en lucha, denunciaba a todo el mundo, en la medida en que los grupos iban dejando de ser revolucionarios y, además, ocupaban puestos en el gobierno. Creo que nadie salió vivo de una aventura como aque lla alguna vez. Andaba desarmado y, como el domador con el látigo, haciendo ruido ante los leones.

Tras cada radio-mítin, como defendía a los campesinos, a miles de pobladores y a sectores populares, envuelto en una actividad sistemática y febril, ya me buscaban las personas para resolver problemas sociales.

El lugar que escogí para garantizar mi campaña fue el barrio de Cayo Hueso, un barrio de vecinos modestos, donde estaba organizado el partido y tenía su líder allí: Adolfito [Torres], que después se incorporó a la Revolución. Llegué, conversamos y le expresé: «Adolfito, tengo que ser delegado, necesito un lugar y escogí empezar por aquí, no lo tomes como algo hostil contra ti». No lo perjudicaba realmente, porque lo que yo quería era ser delegado. Él ya era delegado, era quien más o menos controlaba el partido en esa zona. Entonces empecé a trabajar, tuve la lista con el registro de electores inscriptos en el Partido Ortodoxo, saqué los de todo aquel barrio y los visité uno por uno a muchos, para hablar con ellos.

Claro, era imposible que pudiera visitarlos a todos, porque algunos estaban inscriptos allí pero se habían mudado para otro sitio. Visité a cientos y, además, como disponía de sus direcciones, cada vez que hacía un radio-mitin les escribía, les indicaba el sitio donde tendrían lugar las actividades.

Eran allí unos 900 electores. En la provincia de La Habana existían 80 000 inscriptos. Después busqué la dirección de todos ellos. Fue un primer test sobre el resultado de mi actividad. Antes de las elecciones de delegado escribí una carta que reproduje y envié a cada uno de los 80 000 y les pedí que me apoyaran este método no lo había usado nunca nadie en Cuba, los invité al radio-mitin.

Como existían dos fuerzas, la de Adolfito y la mía, y cada uno tenía que llevar dos delegados la mayoría ganaba dos, la minoría ganaba uno, Adolfito percibió la presencia de las fuerzas que yo había desarrollado y me propuso que no hubiera pugna, cosa razonable, incluso, muchas veces normal. Bueno, la mayoría, que la tenía yo, aceptó. Saldríamos como delegados él, un compañero mío por la mayoría nuestra y yo.

Cuando se hizo tal tipo de arreglo, el día de las elecciones, que éramos A, B y C, digamos, de cada uno de los que entró, uno votó por AB, otro por BC, y el otro por CA. Es decir, como había que hacer el acto formal de votar, en esos casos, lo hicimos según nuestro acuerdo. Era más o menos lo habitual, la norma, porque de todas maneras había que hacer la elección; pues no había lucha, sino acuerdo.

¿Qué ocurrió el día de las elecciones? Cientos de aquellas personas a las que escribí empezaron a aparecer para votar al llamado que les hice. Entonces, cuando teníamos que decirles que existía un arreglo, cómo era la votación, tuvimos un problema porque mucha gente decía: «Vine a votar por usted y voto de todas maneras por usted». Cuando no me tocaba a mí porque era entre dos, no querían. Se reunieron cientos y cientos de personas. El éxito fue total. Vinieron de los más distintos barrios a votar por mí. Claro, no estaban votando solo por quien les escribió, quien se acordó que ellos existían; vinieron a votar también por un individuo que luchaba, denunciaba todas las injusticias, en un momento de acción política.

Mientras tanto, Pardo Llada, con la voz engolada, hablaba todos los domingos en la hora que era de Chibás y no se metía con Batista, no se metía con nadie, era una voz mediatizada.

La gente fue a votar también por el individuo que estaba dando la batalla. No solo porque alguien le escriba se traslada una persona al centro de La Habana, un domingo, desde Guanabacoa o Marianao, y de otras partes lejanas de la ciudad. Fue la primera prueba que tuve en una elección, después de aquella que ya había tenido como estudiante; pero el éxito fue mayor, fue total. Estos acontecimientos tuvieron lugar a lo largo de 1950 y 1951.

En plena culminación de la campaña fue cuando se produjo el cuartelazo de Batista el 10 de marzo de 1952, y los auténticos me acusaron de haber socavado al gobierno. Casi me echaron la culpa del golpe de Estado porque la campaña que hice fue tan estremecedora que el gobierno de Prío se tambaleó. Pero aquella no fue la causa. Batista pudo utilizarlo, pero la culpa la tuvieron los líderes ortodoxos, Pardo Llada entre ellos, Agramonte; toda aquella gente tuvo la culpa por su reacción cuando informé que Batista conspiraba y les pedí la hora de radio para denunciarlo.

Katiuska Blanco. Comandante, en el afán de no detener aquellas denuncias ni la campaña política, ¿cómo podía sobrellevar los gastos y su estrechez económica?

Fidel Castro. En aquella época siempre andaba muy apurado, en deuda, aunque para escribir a la audiencia no gastaba mucho porque donde me dieron el addressograph también me facilitaron el cuño de la Cámara de Representantes con franquicia postal del partido, con lo cual no tenía que pagar la estampilla. Solo empleaba recursos en sobres y papel que significaban 50 y hasta 100 pesos, pero aún así no me alcanzaba el dinero, siempre tenía que estar buscando.

Mi carro estaba sin pagar todavía, la casa siempre endeudada; le debía al dueño del inmueble, al de la carnicería, al de la bodega, al de la gasolinera, pero todo el mundo confiaba más o menos en que tendría posibilidad de pagar, y al mismo tiempo me veían luchando y con problemas y dificultades.

También mis gastos aumentaron con motivo de la hora de radio que debía pagar mensualmente. No duró mucho tiempo, pero eran como 200 pesos mensuales. Cuando empecé había que pagar aquellos 15 minutos. Después, en los últimos meses, la misma estación radial tenía interés en la hora de radio que yo trasmitía, porque conservaba a los oyentes.

Estaba en febril actividad. Trabajaba 17 o 18 horas todos los días, me movía rápido. Recuerdo que en Navidad los saludé a todos. Aquella carta ya no fue en el mimeógrafo, fue en multilith que se veía como en tinta; parecía una carta escrita de forma natural.

Escribí el 31 de diciembre. Mi mensaje decía:

«Diciembre 31 de 1951.

»Compañero de ideales:

»Con motivo de las Navidades, le hago estas líneas portadoras de mi más sincera felicitación para Ud. y su distinguida familia.

»Tristes y recientes recuerdos enlutan nuestras alegrías en estas Pascuas, pero nuevas y alentadoras esperanzas van naciendo al calor de las luces primeras del amanecer venturoso que encendió el sacrificio».

Chibás murió en agosto y esto fue en diciembre, habían transcurrido apenas cuatro meses. A tal sacrificio me refería, al de su último aldabonazo.

Y proseguía:

«Para nosotros no hay más que un modo posible de esperar el Año Nuevo, y es trayendo a la memoria las palabras postreras de Martí en aquellas Navidades que precedieron el último esfuerzo por la libertad: para un pueblo sufrido no hay más Año Nuevo que el que se abra con la fuerza de su brazo por entre las filas de sus enemigos. Con ellas se despide de Ud., sinceramente, Fidel Castro». 

Con un grupo de amigos, nos quedábamos hasta la madrugada llenando direcciones y metiendo las misivas en sobres. Si hubiera tenido que pagar el sello no habría podido enviarlas. El sobre y la carta valían menos de un centavo; todo eso pudo haber costado 200 pesos mis 80 000 cartas. Si yo hubiera tenido que poner dos centavos habría costado 1600 pesos, ¿y de dónde yo sacaba 1600 pesos? Fue posible únicamente por la ayuda de los amigos en el partido.

¿Tenía derecho a hacer aquello? No está muy claro si yo tenía derecho; pero parece que todos los partidos usaban las franquicias postales. Yo ponía la franquicia postal debido a que el Partido tenía una fracción parlamentaria... Nadie lo hacía, pero por falta de iniciativa, disposición, emprendimiento.

A fines de 1951, la mayor parte de mis gastos los hice en papeles, sobres, y la hora de radio, que duró varios meses, quizás cinco o seis meses, así que debe haber costado unos 1000 pesos.

Más tarde vino el período que siguió al golpe de Estado del 10 de marzo, fue muy duro, muy duro, desde el punto de vista económico; fue el más difícil posiblemente de todos, no tenía nada.

Antes del golpe, a la hora de radio se había sumado después la prensa, con las denuncias espectaculares que hice en Alerta, el periódico de más circulación en Cuba. Cuatro veces los titulares los ocuparon mis denuncias, en la edición extraordinaria de los lunes. Vasconcelos era periodista y director de aquel diario, ya militaba en la ortodoxia pero había sido batistiano. También él era como Pardo Llada, que con Batista no se metía mucho, este por temor y aquel por su antigua amistad. Algunos talonarios de cheques que tenía Batista podían delatar a Pardo Llada y por eso, si este último lo atacaba, Batista podría darlos a conocer y aniquilarlo como figura pública. Tal era la médula de la cuestión y la causa principal de la cierta «complicidad» con Batista.

Para entonces, ya yo había conquistado simpatías y ascendencia entre la gente por los escritos en el periódico, y también como resultado del conjunto de acciones, las 80 000 cartas, y hablaba duro por radio todos los días, sin dejar de atacar a los adversarios en medio de aquel vacío dejado por la muerte de Chibás; iba desarrollando una fuerza increíble. Empleaba eficazmente los medios de difusión masiva y la correspondencia. Ya no me podían parar.

Pienso que aprendí poco a poco a captar el espíritu de la situación y observar con detenimiento alrededor. Creo que mi educación política fue madurando, ya entonces no era el que llegó a la Universidad en el año 1945, habían transcurrido seis años, era más conocedor, había pasado por muchas experiencias y leído incansablemente. Por otro lado, los casos de Chibás y de Pardo Llada me enseñaron cómo algunos individuos, por medio de la radio, adquirían fuerza. Fue de las realidades que verifiqué.

 Tenía lugar, además, un hecho curioso: todo el mundo rivalizaba con sus compañeros de candidatura como adversarios, mientras que a mí los otros candidatos me invitaban a sus mítines a hablar de ellos, a reconocer sus méritos. Mis rivales me invitaban para que hablara en todos los mítines. Ellos tal vez, no reparaban en que yo, al hacer eso, ganaba más mérito y más prestigio ante la militancia, porque no estaba atacando al otro ni usaba política mezquina, lo cual probaba que no tenía miedo a reconocer los méritos de los demás.

Una de las personas que aspiraba a delegada era la que había sido secretaria de Chibás, Conchita Fernández, quien después siguió con la Revolución. Éramos rivales en cierto sentido. Ella, como secretaria de Chibás, iba a sacar muchos votos. Yo iba gustosamente a los mítines a hablar de ella, una excelente persona, y de los demás candidatos. ¡Qué situación privilegiada tenía yo, que mis rivales me invitaban a sus actos y yo iba a los mítines de apoyo a ellos! Sabía cómo iban a quedar aquellas elecciones. Calculé que nunca obtendría no menos de 20 000 votos; habría quedado en primer lugar, con casi el doble de los votos necesarios. Ya contaba con una fuerza grande.

Chibás se suicidó porque no podía demostrar que Aureliano compró una finca en Guatemala, ello significó una derrota política, porque no pudo probar su denuncia. Entonces, ¿qué hice yo? Me dediqué a buscar las fincas de la gente del gobierno aquí en Cuba; afirmé: «No hay que ir a Guatemala», y me presenté con los registros de propiedad, con datos irrebatibles. Me dediqué a buscar en los registros de propiedad de la república, de las provincias. Lo hice personalmente, busqué las escrituras de las fincas en las notarías.

Katiuska Blanco. En el libro Fidel periodista se recopilan todos sus trabajos. En un fragmento usted señala: «Treinta y cuatro fincas compradas en una sola provincia». Y en el primero de los artículos, publicado el 28 de enero de 1952, afirma: «Prío rebaja la posición de nuestras fuerzas armadas». «Las pone a producir en beneficio de su patrimonio. Fomenta el latifundismo y convierte a los soldados en caballericeros, braceros y peones de sus vastas y costosas fincas». «Indultó, como Presidente, a un sancionado que no pudo absolver como abogado».

Fidel Castro. Esta denuncia inicial fue la más grave porque el público conocía una valiosa propiedad de Prío, inscripta en los registros de finca. Dije: Voy a descubrir quién le dio esa propiedad a Prío. Buscando todo esto conocí que una, El Rocío, pertenecía a un millonario proveniente de Las Villas, condenado por violar a una niña. Prío era el abogado del hombre. Saqué la sentencia, las razones de la condena; investigué en qué fecha lo condenaron, en qué fecha lo indultó Prío y, entre el momento de la condena y el indulto, la finca del millonario pasó a manos de Prío Socarrás. Es como si a un presidente de la república le pusieran una bomba. Cintillos así no los tuvo nunca ningún político en Cuba, nada, ni un artículo.

Hay que ver las cosas que revelé: «Exclusivo para Alerta». Fue la primera vez que ocupé el cintillo. Desde entonces me hice propietario de la primera página. En la introducción del primer artículo se afirmaba: «Haciendo graves imputaciones al Presidente de la República sobre la adquisición de distintas fincas y del trato indebido que en las mismas se da a miembros de las Fuerzas Armadas tomé hasta vistas que allí trabajan como braceros y peones, así como la violación de todas las leyes sociales en cuanto a los trabajadores agrícolas que también se emplean, ha hecho interesantes declaraciones a Alerta, con carácter exclusivo, el doctor Fidel Castro, ex líder universitario».

«A continuación reproducimos el texto íntegro de los pronunciamientos hechos [...] de los 20 millones que salían del país». Y yo siempre ponía: Chibás denunció, dijeron que era mentira, yo voy a demostrar que es verdad.

«Pues, bien, vengo hoy a denunciar en todos sus aspectos una de las más grandes inmoralidades [...] y de antemano lo reto a que me desmienta, porque esta vez en una mano tengo la denuncia y en la otra las pruebas».

Tenía reservadas las películas y fotografías. Eran las pruebas que guardaba por si decían que se las presentara. Disponía de todos los datos que avalaban mi denuncia, la historia completa de las fincas. Aquí tengo algunos de aquellos escritos: «Finca Gordillo, adquirida en subasta de fecha 10 de septiembre de 1946». Realicé una investigación exhaustiva: «Hoja 73, libro 89, 18 de enero, Carlos Prío». «Mediante escritura de compra-venta Nro. 292, del 8 de julio de 1949, ante el notario Mario Pereira Gallardo; 29 de junio, mediante escritura 545». Todo lo presentado eran alegatos innegables.

Ante toda esta avalancha, dicen que Prío por poco enloquece. No sé ni cómo no me mataron ese día. Pienso que porque la denuncia ya era pública y habría sido muy negativo para él.

Así que con el telón de fondo de la muerte de Chibás, que denunció y no pudo probar lo que decía, yo salí con la teoría: «No hay que ir a Guatemala».

El último artículo no lo poseo porque no se publicó— sacaba a la luz un negocio de millones de pesos que se había ganado Prío Socarrás con terrenos comprados y vendidos en toda la zona de la actual Plaza de la Revolución. Desarrollé una ofensiva fulminante y no pudieron evitarlo, me hice de todas las pruebas. El único recurso que ya les quedaba era matarme; creo que no me mataron porque era muy grande el escándalo armado en el periódico de más prestigio y circulación del país, de más tirada; era el non plus ultra de la prensa, y entonces, cuando alguien conquistaba los cintillos en primera plana de la edición extraordinaria, alcanzaba gran influencia. Mis trabajos como periodista eran irrefutables. Todavía conservo las denuncias que hice, por ejemplo, denuncié los 2000 puestos que el gobierno les repartió a las llamadas organizaciones revolucionarias. También acusé a policías por asesinatos. Bueno, estaba en guerra con todo el mundo.

Mi plan se iba cumpliendo, y para las elecciones en junio de ese año ya yo tenía asegurada la elección y un gran apoyo.

Viví esa etapa en intensa actividad. Una vez llegué a un pueblito que se denominaba San Antonio de Río Blanco porque todo el mundo me invitaba a los mítines y en una tarde iba a cinco, ¡no me maté por esa carretera de milagro!. Bueno, ese día llegué tarde, a la 1:00 de la mañana, ya se había acabado el acto, todos los habitantes se habían acostado, y cuando llegué se levantaron y tuve que hablar.

Katiuska Blanco. Pastorita Núñez me contó esa anécdota. En el primer acto hablaron varios líderes ortodoxos. Usted llegó después y la gente que estaba dispersa se avisó y reunió nuevamente, y entonces sí que el mitin fue encendido en plena noche, pues usted se refirió a las denuncias que por aquellos días publicaba en la prensa. Ella dice que el acto de la madrugada fue mucho más emotivo que el primero.

Fidel Castro. Era un esfuerzo, en primer lugar, dirigido a la masa ortodoxa y después a todo el país. Ningún político, ni Pardo Llada siquiera, nadie, alcanzaba tal nivel en la prensa escrita. Ya entonces se podría decir que yo era propietario de la primera página del periódico Alerta los lunes. 

Para hacer todo eso debía desplegar una cantidad de trabajo descomunal. En realidad no paraba y, por supuesto, disponía de una masa que me respaldaba laboriosamente, miles de gentes a quienes escribía se iban convirtiendo en activistas.

En tal período, Pardo Llada, Agramonte y los otros líderes del partido sabían que yo tenía conmovido al país, pero ellos estaban pensando en las elecciones a la presidencia. Pardo Llada no sé a qué aspiraba. Ellos estaban en lo suyo, no creo que se percataran totalmente del volcán que se gestaba a sus pies. Como yo había alcanzado esos niveles de prestigio, ese crédito, esa autoridad... a lo mejor pensaban que me iban a matar cualquier día, que yo terminaba muerto. Pienso que no me mataron porque mi asesinato habría hecho demasiado ruido.

En el quinto artículo, que debía salir el 10 de marzo, denunciaba un negocio millonario fabuloso, y en el sexto estaba detrás de las pruebas de cómo en el Palacio Presidencial habían pagado la muerte de un individuo. A medida que denunciaba, cada vez más gente me traía noticias de forma espontánea, muchos colaboraban conmigo en las averiguaciones y en la recopilación de datos.

Claro que no iba a caer en lo que cayó Chibás de no disponer de una prueba, al contrario. En vista de la catástrofe, yo decía: «No hay que ir a Guatemala, aquí en Cuba…». Ra, ra, ra, disparaba ráfagas de denuncia. Cuando escribí sobre una niña violada, no mencioné el nombre de la niña para evitar que ocurriera aquella historia que dañó a Chibás, de una mujer que vio perjudicada su dignidad en medio de una polémica pública, y yo decía: «Por razones obvias, omito el nombre». Era un caballero en ese sentido, porque tenía experiencia, había observado y analizado los acontecimientos. No era que inventara de pronto ese modo de proceder, sino que fue resultado de la reflexión acerca de lo vivido. Y, además, mucho de aquello lo aprendí gradualmente. ¿Quién me enseñó cuando llegué a la Universidad? El tipo de política, cómo hacer, cómo ganar el apoyo de la gente, la voluntad de la gente; es una mezcla de factores políticos, psicológicos. A la gente le gusta que cuenten con ella, a la gente le agrada que le pidan apoyo.

Casualmente, el 10 de marzo debía publicarse un artículo más polémico, ¡siento que se haya perdido!, denuncié con todas las pruebas un negocio millonario. No habían podido desalojar a la gente como antes, compraron muy barato el terreno; después que empezaron a construir, comenzaron a vender. Entonces fui al Tribunal de Cuentas, el 7 de marzo, y al periódico Alerta, llevé todo. Fue la denuncia más peligrosa. Revelé todo el rejuego que involucraba a las denominadas organizaciones revolucionarias en un pacto, en una paz que Prío había hecho por medio del soborno. Compró el orden, y yo lo denunciaba todo.

Después sospeché que Batista iba a dar el golpe y fui a la dirección del partido, les aseguré que Batista estaba conspirando. No quería denunciarlo por mi hora radial, porque no era nacional. Vasconcelos no me habría publicado en su periódico un ataque de tal tipo contra Batista.

El único instrumento que tenía era la hora nacional del partido, y la solicité para hacer la denuncia; entonces dijeron que iban a investigar. Como había unos cuantos profesores de academias militares entre los ortodoxos, hicieron una investigación y respondieron: «No hay nada, absolutamente nada». Me aseguraron que no había nada, hasta me desorientaron. Adujeron: «Hemos hablado con importantes contactos en el Ejército, y nada». Eso sucedió dos o tres semanas antes del golpe.

Si yo hubiera denunciado el golpe, no hubiera ocurrido, porque se habrían desmoralizado todos los involucrados, ellos hubieran salido corriendo. Si se descubría, Batista se amedrentaba porque era cobarde. Si existe un complot y es denunciado, los conspiradores se alarman y desalientan. Si realizaba esa denuncia agitaba al país, advertía al país. No hay algo a que le tengan más miedo los conspiradores. Tal tipo de grupito se desbarataba porque no era ni conjura, se trataba de unos cuantos oficiales y unos cuantos cabos. No habría habido golpe.

Entre el 28 de enero y el 10 de marzo transcurrieron 38 días, y yo escribí siete artículos.

Después los auténticos, Prío y toda su gente, aseveraban que yo era culpable del golpe de Estado porque había destrui do al gobierno. Fue uno de los problemas que tuve cuando se produjo el 10 de marzo, me vi obligado a cambiar todo de nuevo.

Cuando imaginé la conspiración de Batista estaba en un movimiento de defensa a favor de los soldados, pensaba en una parte del Ejército, la base del Ejército, para hacer la Revolución; y de súbito, los soldados se implicaban en un golpe militar, unidos a Batista Esa certeza supuso un cambio de plan por completo para llevar a cabo la Revolución.

Y sucedió, que a quienes tenía acusados de asesinatos y les estaba pidiendo 30 años de cárcel, amanecieron el 10 de marzo, día del golpe, como jefes de la policía y las patrullas motorizadas.

 

 

 
 
 
 

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