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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Fidel Castro Ruz Guerrillero Del Tiempo-Capítulo 23.

 
 
 
TOMO II

12 Tristezas, despedida, inquietud, partir de Tuxpan, travesía tempestuosa, desembarco-naufragio, dispersión, infierno bajo los F-47, morir y ser bandera, guerrilla, diario de Raúl, peligros, dolor de Ciro Frías, combates, Camilo, duro abril, la ofensiva y la contraofensiva, el triunfo

 

Katiuska Blanco. Comandante, durante las últimas semanas en México, usted también tuvo que sobreponerse a adversidades más íntimas. Sé que sus hermanas le dieron la noticia de la muerte de su papá el 21 de octubre de 1956 y de su conmoción callada al saberlo. Usted recordaba una y otra vez lo que él decía, que iba a morir sin ver de nuevo a sus hijos. Tristemente, tal premonición se cumplió cuando apenas faltaban unas semanas para el regreso. A veces pienso cuán difícil habría sido para él soportar la avalancha de informaciones falsas que daban por muertos a usted y a Raúl. Su mamá la sufrió, pero ella era más joven y creo que poseía esa entereza femenina que suele revelarse en angustiosos instantes.

 Además, aquellos días, como nunca antes, usted pudo comprender su desvelo porque debió afrontar el momento de despedirse de Fidelito, separarse de él sin saber si alguna vez volvería a verlo y con una tormenta en sus pensamientos acerca del futuro. Aquí tengo una copia de la nota que escribió entonces.

«Desde el propio automóvil que me conduce hacia el punto de partida para Cuba a cumplir un deber sagrado con mi Patria y mi pueblo, en una empresa de donde difícilmente se puede regresar, quiero dejar constancia de este acto de última voluntad para el caso de que caiga en la lucha dejo a mi hijo al cuidado y educación de los esposos Ing. Alfonso Gutiérrez y Sra. Orquídea Pino. Tomo esta determinación porque no quiero que al faltar yo, caiga mi hijo Fidelito en manos de los que han sido mis más feroces enemigos y detractores, los que en un acto de villanía sin límites valiéndose de vínculos familiares, ultrajaron mi hogar y lo sacrificaron al interés de la tiranía sanguinaria a la que sirven [].

» No adopto esta decisión por resentimiento de ninguna índole, sino pensando solo en el porvenir de mi hijo. Lo dejo por eso, a quienes mejor pueden educarlo, el matrimonio bueno y generoso, que ha sido además, los mejores amigos de nosotros en el exilio y en cuya casa los revolucionarios cubanos encontramos un verdadero hogar.

»Y al dejarle a ellos mi hijo, se lo dejo también a México, para que crezca y se eduque aquí en este país libre y hospitalario de los niños héroes, y no vuelva a mi Patria hasta que sea también libre o pueda ya luchar por ella».

Siento preguntarle sobre estos temas, pero si no lo hago, ¿cómo narrar una historia amasada con sacrificio, tropiezos y dolor, y por ello mismo enaltecedora y bella? Intuyo muy atribulado su espíritu en el instante mismo de partir, era un momento solemne y tempestuoso no solo porque soplaba el viento y los partes anunciaban mal tiempo

Fidel Castro. Sí, cuando mi padre murió, mis hermanas me dieron la noticia. Recuerdo que fue en casa de Orquídea y Fofo. Enseguida llamé por teléfono a Ramón. Creo que fui fuerte. Tuve que sobreponerme para seguir adelante, pero tenía la convicción de que mi padre, como poseía un sentido de los valores, tuvo motivos suficientes para sentirse orgulloso de nosotros, sus hijos. Yo estaba seguro de que él confiaba en que cumpliríamos nuestro compromiso: «En el año 1956, seremos libres o seremos mártires». Esa palabra la empeñé en la batalla por levantar la moral y la línea de la lucha revolucionaria frente a los elementos politiqueros que querían elecciones. Aposté fuerte y puse una fecha precisa, algo peligroso que nos colocó en una posición muy comprometida. Con más experiencia no lanzaría la consigna, habría dejado una reserva de tiempo, porque la gente nos conocía y un compromiso de ese tipo tenía gran fuerza. Sé que muchas personas sabían que nunca hablaba en vano, que nuestro empeño era sincero, verdadero. Para mí era asunto de luchar o morir. En medio de todo, tenía la seguridad de que mi padre se hallaba entre quienes confiaban plenamente. Pensar así me confortó, me dio fuerzas. Cuando la Revolución triunfó y la familia volvió a reunirse, mi hermano Ramón me lo ratificó más de una vez. Supe que el viejo antes de morir le pidió que me entregara un anillo que él deseaba que yo heredara. Y la verdad, me quedó el anhelo de conversar largamente con mi papá, saber más de la historia de su vida, de los viejos tiempos de la guerra y de los primeros de su estancia en Cuba.

Como bien dices, antes de salir de México también tuve que despedirme de Fidelito y fue un momento duro, no lo niego. Yo tenía gran preocupación por él, creo que viajó a México cuando Myrta se casó. Lidia fue a buscarlo a Miami, pasaron por Cuba y siguieron al D.F. La cuestión concerniente al niño, era para mí una preocupación grande, algo de mucha importancia.

Para entonces ya había pasado por la experiencia de que, estando yo preso, sin mi permiso se lo llevaron. Después se creó un clima de mayor confianza y él estuvo conmigo en México. Me sentía más tranquilo con él allí.

No hubo ningún conflicto en toda la etapa anterior a la salida del Granma. Después, probablemente por lo que dice la nota, se suscitaron algunos problemas que también terminaron por resolverse. En tal época yo tenía la preocupación de que si moría, los que estaban en el poder, los batistianos, pudieran ser los que educaran a mi hijo; pero cualquiera que fuera mi actitud entonces, no habría tenido ninguna razón si hubiera tratado de privar a la madre de la custodia del niño. Comprometido con todo lo que estaba haciendo y con elevadas posibilidades de morir, deseaba que Fidelito se quedara en el seno de mi familia, lo admito. Todo tenía un antecedente, como ya los familiares habían hecho una cosa muy incorrecta, sentía mucha desconfianza. Pero de la misma forma en que lo digo, pienso que no habría tenido razón para dejar al niño bajo la custodia de alguien que no fuera su mamá.

En el momento de partir sí quería que el niño estuviera a mi lado, y así fue. Luego, cuando ya estaba con su mamá, me llegaban sus cartas a la Sierra Maestra y yo le contestaba. Y al entrar a La Habana, el 8 de enero, lo tenía esperándome con los brazos abiertos.

Ahora bien, Katiuska, pensando en tus palabras sobre esta gesta, la de México, la del Granma, coincido contigo en que se trata de una historia bella. Pienso que donde hay causas justas por las que luchar surgen historias hermosas. Y creo que sí, que este es un episodio hermoso de hombres de principio y honor, de hombres caballerosos, que a su vez da lugar a una historia increíble como la expedición del yate que es como una leyenda.

Katiuska Blanco. Recuerdo que cuando visité México, ascendí las faldas del volcán Popocatépetl a 3700 metros sobre el nivel del mar y luego, intenté aproximarme a las alturas de otra montaña, el Iztaccíhuatl o «mujer blanca» como también se le conoce por una leyenda. En una de las variantes de la leyenda, una india quedó dormida e Iztaccíhuatl, el indio, permaneció a su lado para cuidarla, pero nunca más despertaron y se convirtieron en volcanes. Conocí esos sitios junto al Cuate, que hilvanaba narraciones antiguas y nuevas, leyendas como la del yate Granma.

Fidel Castro. Había que resolver la cuestión del barco, buscar uno precisamente para poder trasladarnos a Cuba. Ha sido siempre el dolor de cabeza de los luchadores: cómo trasladarse, con qué medios. Había que encontrar un lugar de donde salir; preferiblemente cercano a Cuba: Mérida, Yucatán, Cozumel. Esos parajes están más próximos a la isla; pero en aquella época no había carreteras entre México y esa parte del país. La que existía llegaba hasta el río Coatzacoalcos, si mal no recuerdo; no tenía puentes, y era muy difícil moverse entre México y Yucatán, entre México y Cozumel. Era una de las dificultades que afrontábamos. El segundo problema radicaba en que seguramente el espionaje de Batista estaría más dirigido a aquellas regiones próximas a Cuba.

Así, buscando y buscando el barco, y el sitio de donde partir, dio la casualidad que encontramos el yate Granma en Tuxpan. Primero pensamos en un inconveniente: Tuxpan está un poco más lejos; pero luego dijimos: bueno, es un lugar más disimulado, y allí mismo está el transporte. No era fácil conseguir un barco, no disponíamos de mucho dinero; teníamos que actuar con sumo cuidado. Y apareció en aquel sitio no previsto y con otro elemento casual: el dueño del yate también era propietario de una casa a la orilla del río, dos cosas que necesitábamos: un barco y una casa a la orilla del río. El problema era que no disponíamos de suficiente dinero para comprar ambas cosas, todo costaba alrededor de 35 000 dólares, y nosotros solo disponíamos de 10 000 o 12 000, teníamos que hacer otros gastos: el mantenimiento de los hombres, la adquisición adicional de armas. ¿Cómo fue que compramos el barco? ¡A crédito!, tal como ya habíamos hecho en varias oportunidades.

Para no aparecer en la compra del barco, buscamos a nuestro amigo el Cuate. Él entregó 10 000 dólares, que era lo que teníamos, y se firmó una hipoteca sobre la casa y el barco como garantía de lo que nos faltaba por pagar como 20 000 dólares, y así resolvimos el problema. Jamás tuvimos la intención de engañar a alguien; el propósito era pagarlo todo, puesto que confiábamos en el éxito de nuestra causa, y decíamos: Ahora no tenemos el dinero, pero después lo vamos a pagar. Y, efectivamente, así lo hicimos.

Posteriormente, cuando la Revolución tuvo más recursos, pagó lo que debía, porque siempre tuvimos palabra para cumplir los compromisos asumidos. Era una deuda de honor, entre otros, con el Cuate, que nos ayudó; si no pagábamos el barco, quien se quedaba endeudado y con problemas era él. En el futuro lo pudimos hacer, y en tal sentido se cumplieron los vaticinios, las ideas que teníamos.

El barco no se encontraba junto a la casa, sino junto a otras embarcaciones del pueblo de Santiago de la Peña y había que repararlo. Tenía dos motores, pero el cloche de uno patinaba y tuvimos que contratar unos mecánicos que lo arreglaran. Los hombres trabajaron casi hasta el día que nos fuimos. Creo que lograron arreglar la pieza 24 horas antes de que saliéramos rumbo a Cuba. Mientras tanto le funcionaba un solo motor.

Nos convenía la ubicación de la casa cerca del río. Existía un muellecito, y ya cuando se acercó la partida trasladamos el barco para las proximidades de la vivienda.

Recuerdo que un día habíamos decidido probar el barco para calcular qué velocidad máxima alcanzaba, y salimos por el río unos pocos de nosotros. El cloche no le patinaba constantemente, solo de vez en cuando. Las pruebas las hicimos antes del arreglo final; pero en las tranquilas aguas del río, cauce abajo y con escasa gente a bordo, el barco alcanzó una velocidad como de 11 o 12 nudos. Hicimos la prueba: llegamos casi hasta la salida y medimos más o menos la velocidad, y dijimos: este barco navega a tantos nudos. Luego calculamos cuántos días nos tomaría la travesía con la velocidad del barco medida por la navegación en el río, lo cual prueba nuestra total ignorancia en asuntos de marinería. Por tal razón calculamos erróneamente que llegaríamos a Cuba en cinco días.

A la salida del puerto aún me preocupaba y por eso los siete días que duró la travesía me los pasé oyendo el ruido de los motores, todo el tiempo. Cuando a veces el oleaje fuerte hacía que quedara fuera la hélice, se aceleraba el motor. Y cada vez que veía un acelerón de aquellos, pensaba si se había fastidiado el cloche otra vez. Por suerte se portó excelentemente bien, pero sobrevinieron dificultades muy grandes.

En Tuxpan estuvimos muy poco tiempo. Nosotros llegamos a Santiago de la Peña simultáneamente con todos los demás expedicionarios la noche del 24 de noviembre de 1956. Nuestros compañeros se habían hospedado en varios hoteles a lo largo de todo el trayecto desde Ciudad de México hasta Tuxpan. Todo llegó a una misma vez: los hombres y las armas. La casa se usó solamente durante unas horas. El día antes de partir fondeamos el barco junto al muelle, próximo a la casa. Embarcamos durante la madrugada del día 25.

Katiuska Blanco. Al leer la novela Magallanes de Stefan Zweig recordé la minuciosidad de relojero o afinador de pianos con que usted hizo los preparativos. El Cuate se ocupó, junto a otros compañeros, de avituallar la nave. Él recuerda el momento difícil en que usted le comunicó que no iría en la expedición porque sería mucho más útil en suelo mexicano. Le dio la instrucción de no despegar los ojos de la costa y bordear callado, sin acercarse a nadie, sin conversar con nadie todo el litoral atlántico del país hasta Islas Mujeres. Allí, por un radio de baterías, esperaría la noticia del desembarco en Cuba. Pero si los jóvenes tuvieran que abandonar el yate al iniciar el viaje, él lo rescataría de la deriva. El Cuate me contó que siguió estrictamente sus órdenes, porque de frustrarse ese primer intento, la única esperanza de reemprender la ruta estaría puesta otra vez en aquella pequeña nave marinera.

Fidel Castro. El Cuate representaba un puntal importante en tierra mexicana una vez que partiéramos, como acabas de decir. También algunos de nuestros hombres tuvieron que quedarse por el escaso espacio en el barco. Seleccionamos primero a los compañeros de mayor experiencia, a los de más conocimientos, y al final, entre todos los buenos que restaban, a quienes tenían menos peso y tamaño. Los últimos que seleccionamos fueron los más chiquitos y los más flaquitos, porque dijimos: en lo que va uno de estos, alto, grueso, caben dos. Fue el criterio que prevaleció ya al final. La verdad es que sobrecargamos el yate desmesuradamente, un barquito para 10 o 12 personas trasladó 82 hombres.

Katiuska Blanco. Nunca olvido que en nuestra conversación en enero de 1993 usted dudó sobre las dimensiones del yate apuntadas en el libro Después de lo increíble: 13,25 metros de eslora, y de manga solo 4,7. «¡No puede ser que el barco fuera tan chiquito!», me dijo. Verifiqué los datos y eran exactos, entonces aprecié algo: casi 40 años después, usted imaginaba pequeño el yate; pero, ¡no tanto!, es decir, no podía aún creer que hubiera sido de tal magnitud la audacia emprendida.

Fidel Castro. Sí, aún hoy sorprende comprobarlo. Te contaba la ocurrencia de afortunadas casualidades en esta historia, pero hubo otra complicada: una empresa maderera nos puso, como a 50 metros de donde estaba el barco, una patana enorme. ¡Qué desgracia! Eso nos obligaba a realizar una maniobra complicada al salir, y por si fuera poco, pusieron allí a dos soldados a cuidar la patana. Me dije: ¡Era esto lo que nos faltaba! Tuvimos que actuar muy sigilosamente, abastecer el yate, embarcar y salir sin que nadie se diera cuenta. Solo en un silencio total conseguimos eludir la vigilancia ubicada allí muy cerca.

Además enfrentamos también otro problema: por un mal tiempo en el golfo, los marinos establecieron la prohibición de que salieran al mar las embarcaciones. ¡En qué momento coincidieron los diversos obstáculos!: la patana, los soldados, la prohibición para navegar y la cercanía de la tempestad. Con todos esos factores en contra no desistimos. Embarcamos primero los medicamentos, luego las armas y por último a los expedicionarios. Insistí: no se podía hablar ni mucho menos fumar, el diminuto destello de un cigarrillo podría delatarnos y echarlo todo a perder. Recuerdo que consulté el reloj, pasada ya la medianoche todo estaba listo. Subí a bordo y di la orden de zarpar. Para no hacer mucho ruido indiqué poner en marcha un solo motor, el derecho, porque así el yate se inclinaría hacia la izquierda, y se alejaría del espigón donde siempre estaban dos soldados de guardia. Logramos hacer toda la maniobra a pesar del peligro de que varias decenas de metros más adelante había que pasar otro cable, utilizado por el trasbordador, que a falta de puente servía de transporte de una orilla a la otra del río. El peligro consistía en que al cruzar sobre el cable del trasbordador, la hélice de nuestro cansado barco se enredara con este. Cuando nos acercáramos al dichoso cable, habría que parar el motor, cruzar y volver a arrancar. Así lo hicimos y todo salió bien: no hubo ninguna dificultad con los centinelas. En tales condiciones iniciamos el viaje. Llegamos ya a la salida del río y entramos en el mar. ¡Qué alegría inmensa sentí! ¿Imaginas cuánto tiempo había soñado, trabajado y luchado para conseguir emprender la travesía rumbo a Cuba?

Lógicamente, en el río, el barco navegó apaciblemente; pero en el mar, los bandazos eran terribles. La cáscara de nuez aquella empezó a bailar en las inmensidades profundas del golfo de México. La tempestad tremenda levantaba olas realmente grandes. Lo primero que hicimos cuando salimos mar afuera fue cantar el Himno Nacional, con una alegría que pocas veces en la vida experimenté, una alegría muy grande porque en ese momento avanzábamos rumbo a Cuba.

La travesía fue muy difícil. El oleaje hacía tambalear el barco y todo el mundo empezó a marearse.¡Fue un mareo universal, «¡Busquen las pastillas contra el mareo!», sugirió alguien y resulta que los medicamentos estaban debajo del armamento y allí estaba mareado el 80% de nuestra gente. ¡Imagínate, tantos hombres mareados en un barquito como ese! Era «El Infierno de Dante». La gente soltaba la vida.

Katiuska Blanco. Ramiro [Valdés] me contó que él pasó prácticamente todo el tiempo afuera, en un asiento de proa y que Julito [Díaz], Ciro [Redondo] y él cuidaban el puesto en una litera junto a una escotilla, así si uno de ellos se mareaba se recostaba y refrescaba. Ramiro vomitó una sola vez. También recordaba que Raúl hacía bromas: si alguien vomitaba le preguntaba en francés si tenía miedo. Recuerdo que usted me contó que hizo la travesía en la parte superior del barco

Fidel Castro. Sí y tuve la suerte de ser uno de los poquísimos que no se mareó. Creo que conmigo iban en la parte superior del barco los pocos que no se marearon porque eran los que sabían del mar, hombres como Onelio Pino, [Norberto] Collado, Pichirilo y [Roberto] Roque.

Al amanecer continuaba el oleaje, y pasó lo peor: a eso de las 11:00 o 12:00 de la mañana, el barco empezó a hacer agua. ¿Cuál fue la causa? Al montar tanto peso, el barco caló más, y el agua llegó a las tablas secas, un nivel superior del que tenía normalmente, y empezó a entrar. Cuando buscamos las bombas para achicar, no funcionaban, y tuvimos que comenzar a sacar el agua con baldes. En el oleaje aquel era muy difícil apreciar si el agua bajaba o subía. Recuerdo que en un momento me senté donde la estábamos sacando con los cubos hicimos una cadena, a tratar de percibir si el agua que entraba era más que la que salía o era menos.

Katiuska Blanco. Comandante, según un testimonio escri to por Roque [navegante] en 1976, desde el 26 de noviembre ustedes avistaron Faro Triángulo y variaron rumbo 60 grados para evitar los arrecifes de Cayo Triángulo y la posibilidad de recalar en Punta Palmas, donde era muy segura la presencia de los guardacostas mexicanos que solían patrullar a los pesqueros norteamericanos en el golfo de Campeche. Desde ese día el nivel del mar sobrepasaba la línea de flotación de la nave y el agua se filtraba por las uniones de la madera. Usted, Ciro, Chuchú, Pichirilo, Roque, Faustino [Pérez] y otros sacaban el agua con cubos en una maniobra aparentemente inútil; el agua entraba, subía

Fidel Castro. Aquello duró bastante rato. Yo dije: Aquí lo único que queda, si sigue subiendo el agua ya estábamos como a 80 millas, es enfilar hacia la costa para ver si conseguimos llegar. También sucedió que cuando fuimos a ver los salvavidas de emergencia eran de corcho, viejísimos y estaban en muy mal estado. Un rato después observé que el agua disminuía poquito a poquito, tras una frenética batalla de horas. En mis pensamientos me preguntaba si la gente podría resistir aquel esfuerzo durante días. Pero, bueno, como la humedad expandió la madera, los resquicios entre las tablas se sellaron y el agua dejó de entrar Claro, las condiciones reales del viaje eran muy desiguales a las tenidas en cuenta para probar el yate sin carga y en el río; pero allí con aquellas olas y con el numeroso contingente a bordo perdió tal vez hasta un ter cio de su velocidad. De modo que el cálculo inicial hecho por nosotros, de llegar a Cuba en cinco días se hizo imposible. El viaje se tardó siete jornadas.

Katiuska Blanco. Sí, cuando conversamos sobre la expedición del Granma, en enero de 1993, usted también me comentó que durante toda la travesía maldijo su ingenuidad o desconocimiento marinero al calcular la velocidad del barco sin tener en cuenta el oleaje y el peso. El yate alcanzó apenas unos 7.2 nudos. Sin embargo, el timonel Norberto Collado, confesó, en cierta ocasión, que sin el exceso de carga, el yate se habría hundido. Collado narró que durante las primeras horas, no sabía si maldecir o bendecir esa circunstancia salvadora. Entre el peso de las armas, las vituallas y los 82 hombres a bordo debían ser solo 15 según la capacidad del barco para un viaje de recreo a la Isla de Lobos, como se consignaba en el permiso de navegación, el barco era un barco de plomo que había que sacar con fuerza del fondo de las olas embravecidas y su navegar era asmático, lento

Según la bitácora del yate, para el tercer día de viaje, con el sol afuera como una señal de buen augurio, el Granma estabilizó su velocidad y la tripulación trazó a 85 grados un nuevo rumbo paralelo a la costa norte de Yucatán hacia el Cabo de San Antonio. Ese día Fofo debía poner los telegramas en México, entre ellos uno dirigido al Sr. Duque de Estrada con la clave: «Obra pedida agotada». El mensaje cifrado en aquella escueta frase tenía para Frank País otra lectura: la expedición estaba en camino. Usted indicó esperar la confirmación del desembarco para iniciar las acciones pero, en el tercer día de viaje, le preocupaba que en Cuba esperaban que eso ocurriera en la fecha indicada, lo cual sería virtualmente imposible, y no dos días después por el retraso del Granma.

A la quinta jornada de travesía, el barco surcaba bien alejado de las costas los mares al sur de la isla, a 104 grados, para recalar de noche en el faro de Caimán Grande y asegurar así un punto geográfico que permitiera trazar con seguridad el derrotero de la etapa final del viaje. La tripulación del yate evitó la entrada en aguas al alcance de la aviación enemiga. No se guió por lo aconsejable desde el punto de vista náutico, sino por el empeño de no arriesgar la expedición. Por eso, próximo al faro norte de Caimán Grande, se siguió rumbo nuevo, a 84 grados, que conducía directamente a Cabo Cruz, marcaba de día los Caimanes Chicos a una distancia segura y entraba en la zona de peligro ya de noche.

El 30 de noviembre sincronizaron los relojes por un equipo de radiotelefonía.

El sol imprimía a la tarde aspecto de somnolencia y letargo propio de las horas de mediodía cuando se escuchó la noticia sobre las acciones en apoyo al desembarco en Santiago de Cuba. Usted y sus compañeros se acercaron a la radio. Subieron el volumen. Se hizo silencio. La interferencia se llevaba y traía la voz del locutor. Los partes informaban del ataque al edificio de la policía en la Loma del Intendente, y a la Aduana en el puerto, de los tiroteos en las calles. Pedrín Sotto Alba apuntó en su diario que ocuparon el mortero de Léster [Rodríguez]. Usted le dijo a Faustino: «Quisiera tener la facultad de volar».

Fidel Castro. Sí, recuerdo con nitidez mi ansiedad por llegar. No teníamos conocimientos de marinería y nos llevó a situaciones muy difíciles. El alzamiento de Santiago de Cuba se realizó el 30 de noviembre porque nuestros compañeros del Movimiento calcularon los cinco días que debía durar la travesía, y el resultado fue que cuando llegamos ya no existía el factor sorpresa, realmente las fuerzas enemigas estaban sobreaviso y nosotros lejos de las costas.

¡Navegamos 1500 millas! Pasamos hambre, sed. Como a última hora tuvimos que partir de manera apresurada, llevamos poco alimento y escasa agua el viaje se prolongó dos días, y te voy a decir algo más: llegamos con una pulgada de combustible en los tanques; en el barco habíamos puesto, además, muchos bidones de combustible para reserva, pero no fueron suficientes. El desembarco fue muy difícil. Onelio Pino, nombrado capitán del yate, había pertenecido a la marina en Cuba antes de que Batista lo expulsara; precisamente por su experiencia confiábamos en que atracaríamos en el punto exacto. Más tarde, desgraciadamente, nos traicionó, reclutado por la CIA. No era un hombre muy activo ni tampoco ambicioso, más bien de carácter débil. Reclutarlo fue una canallada de ese repugnante organismo de inteligencia yanqui. Bueno, lo cierto es que casi en el momento del desembarco, cuando llegamos allí, a las proximidades de nuestras costas, se creó una confusión tremenda con las boyas me refiero, al lugar mismo del desembarco; dimos una vuelta, luego otra para que él se orientara ya era casi de día, repetimos la maniobra tres veces, hasta que le hice una sola pregunta: «¿Tú tienes la seguridad de que esa es la isla de Cuba? ¡No vayamos nosotros a desembarcar en otro lugar, en Jamaica o en otro lado! ¿Esa es la isla de Cuba?». Yo le hice la pregunta formalmente: «¿De verdad esa es tierra?». Me dijo que sí y entonces ordené: «Bueno, no des más vueltas y enfila a toda velocidad hacia la costa». Y así fue que llegamos, hasta que el barco encalló y nos bajamos. Llegamos a un lugar pantanoso, los hombres se enterraban en el fango. Pasamos un trabajo tremendo. Fue un desembarco muy difícil, y aquello tuvo sus inconvenientes.

Katiuska Blanco. Sí, el famoso escritor argentino Julio Cortázar, inspirado en una narración del Che donde lo definía como un naufragio, lo describió en un cuento con las siguientes palabras: «...y llamarle a eso una expedición de desembarco era como para seguir vomitando, pero de pura tristeza». Sé que el agua y la comida escaseaban después de seis soles. Almeida le cogió dos huecos al cinto para poder abrochárselo en el último día de la travesía. No tenían para comer más que vitaminas, naranjas y agua en una mínima ración que no satisfacía el apetito y más bien hacía desfallecer las fuerzas de los enrolados... Sé también que usted dedicó horas a graduar las mirillas telescópicas desde el segundo día de la travesía.

Fidel Castro. Efectivamente, desde aquel día, me dediqué a graduar las 52 mirillas telescópicas de los fusiles, algo que no había podido hacer debido a la situación creada en México. El movimiento del barco y la brisa entorpecían la exactitud con que debía realizar aquella labor minuciosa. Debía fijar la vista con cuidado y calcular en unos pocos metros el alcance de los fusiles para una distancia de hasta 600 metros. La operación debía tener en cuenta las marcas de fabricación de las armas: belgas, suecas, norteamericanas. Insistí en realizar aquella ardua faena porque, como tirador, sabía que si la graduación de las mirillas era correcta podríamos ser certeros y ahorrar por esa vía cientos de disparos, lo cual resultaba decisivo, de acuerdo con las municiones y el arsenal de que disponíamos para la guerra.

Al pasar de los días, ya el último, en la madrugada vivimos el momento dramático en que Roque cayó al mar Cuando ya desistían de continuar buscándolo, di la orden de persistir aunque eso implicara el riesgo de llegar en pleno día a la costa. En el intento final conseguimos rescatarlo.

Como se conoce, desembarcamos el 2 de diciembre. Así vivimos aquella «aventura del siglo», como la llamó el Che.

Katiuska Blanco. Sí, lo hicieron por un lugar alejado de la playa por donde el mangle y los espinos enredan el monte. Usted me contó que el primero en lanzarse fue René Rodríguez y el segundo usted y que por el peso de su cuerpo y de las armas se hundió en el fango. Leí que en el momento de abandonar el barco, el Che le preguntó a Raúl el nombre de la embarcación para anotarlo en su diario y ambos bordearon el costillar del barco, como si se tratara de un enjuto Rocinante. Con el agua al pecho llegaron hasta la popa, donde está la inscripción. Al principio pensaron que decía Gamma, como la letra del alfabeto griego; luego leyeron Granma. Ramiro también fue de los últimos en desembarcar y recogió un fusil antitanque que se quedaba en el barco. Después fue la odisea de avanzar entre la maleza retorcida de las zonas bajas de la costa sur, con los palos punzantes enredándolos y haciéndolos tropezar y caer, y ustedes incorporándose más con la voluntad que con las pocas fuerzas que les restaban y, por si fuera poco, el infernal cañoneo, una sed de salitre partiéndoles los labios y la sal del sudor quemándoles la piel y las ampollas

Fidel Castro. Desde el primer momento, la aviación nos sobrevolaba. Avanzábamos, además, con tal preocupación y por ello no nos percatamos de las tropas que se aproximaban por tierra. También influyó la falta de experiencia; teníamos muy poca en aquellos momentos. El día 5, en Alegría de Pío, ubicamos las postas demasiado cerca del lugar de la acampada, y como consecuencia se produjo un ataque por sorpresa del Ejército de Batista, y nuestras fuerzas se dispersaron. Fue un momento muy duro, muy difícil.

Logramos reunirnos nuevamente unos pocos y en condiciones muy difíciles reanudamos la lucha, para obtener la victoria al cabo de 25 meses. Tal vez habría sido mejor llevar desde México un contingente más reducido. Tal vez habrían bastado 30 o 40 expedicionarios nada más y llegar con mucha más seguridad durante la travesía y el camino hacia las montañas. Porque la vida nos impuso realidades: la idea original de llegar a Cuba con 300 hombres e igual número de armas automáticas, se redujo a un arma automática, 82 hombres, y al final ni siquiera eso, sino reanudar la lucha con ocho hombres y siete fusiles.

Siempre que pienso en ello me pregunto cómo fue posible, porque fue duro, muy duro el avance por el agua sobre un fango movedizo que amenazaba tragarse a los hombres sobrecargados de peso. Casi dos horas demoramos en dejar atrás aquel infernal pantano. Acabábamos de arribar a terreno firme y ya se escuchaban los disparos de un arma pesada contra el área de desembarco en las proximidades del solitario Granma.

La situación empeoró precisamente porque el mando enemigo había sido informado y reaccionó de inmediato, atacó por mar a la expedición y ametralló por aire la zona hacia donde marchaba nuestra pequeña fuerza. Ya hablé de las terribles condiciones en que realizamos el viaje, así que eran tremendos el grado de fatiga, cansancio físico, sueño, hambre, en que nos encontrábamos cuando tratamos de emprender la marcha hacia la Sierra Maestra. Días después, el 5 de diciembre, fue que nos atacaron por sorpresa en un pequeño bosque donde esperábamos el anochecer para seguir adelante. Aquello fue horrible, un revés tremendo, se dispersaron nuestros combatientes y se produjo una búsqueda tenaz de los expedicionarios. Se perdieron muchas vidas valiosas de combatientes que en su inmensa mayoría fueron asesinados después de caer prisioneros. En ese combate perdimos además, casi todas las armas.

Muchos hombres comenzaron a vagar solos, otros en pequeños grupos, como Raúl que andaba con cuatro hombres más, y Almeida con otro pequeño grupo. Yo estaba con Universo Sánchez, después se sumó Juan Manuel Márquez, el segundo jefe de la expedición; pero lo perdimos de vista y finalmente se nos unió Faustino Pérez, el médico.

Katiuska Blanco. Usted se refiere al combate de Alegría de Pío. En el libro, La Conquista de la Esperanza, donde aparecen apuntes de los diarios de campaña de Raúl y del Che, se puede conocer mucha información, uno siente que puede palpar la historia, emociona conocer de puño y letra de ambos combatientes lo que vivían en tales circunstancias: los hombres dispersos, los días y días sin comer ni beber agua, sin saber el paradero de los demás compañeros, sin un guía que pudiera orientarlos en aquellos parajes desconocidos. Pero en los apuntes del día 18 de diciembre, ya se aprecia un cambio en el estado de ánimo de Raúl. Había tenido lugar el histórico encuentro con usted en la finca de Mongo Pérez en Cinco Palmas.

Fidel Castro. A mí también me han impresionado muchas veces los apuntes recogidos en los diarios, aunque en la guerra no era partidario de llevarlos por razones de seguridad. ¡Cuánta información podría aportar un diario al enemigo! Pero reconozco que, con el tiempo, los hechos a veces no son narrados con exactitud, la gente se apasiona y agrega detalles surgidos de su imaginación, cosa que influye negativamente en el recuento histórico, en tal caso, los diarios cobran mayor importancia. En verdad, fue una etapa muy dura. A raíz del combate de Alegría de Pío, cuando se produjo la dispersión de nuestras fuerzas, yo estaba con Universo Sánchez, entonces llegó Juan Manuel, quien ya en plena retirada se nos perdió y aunque diinstrucciones a Universo para que se moviera en su busca, no lo encontró. Seguimos, atravesamos varios cañaverales y llegamos a la guardarraya. Nosotros conservábamos nuestros fusiles y cuando ya estaba empezando a oscurecer, vimos que se acercaba un hombre, parecía un soldado; no obstante, le dije a Universo que no disparara hasta que no lo tuviera bien cerca. Universo le apuntó con su fusil de mira telescópica; pero cuando la persona se acercó se dio cuenta de que se trataba de Faustino Pérez, el médico. Entonces cruzamos la guardarraya y nos internamos en un pedazo de monte. Decidimos pasar la noche allí, pues los soldados andaban por todas partes.

Al otro día, recuerdo que estuvimos discutiendo sobre qué hacer, yo era partidario de quedarnos en el monte y movernos a través de la espesura hacia el Este en busca de la Sierra, y Faustino decía que en los cañaverales era donde podíamos calmar el hambre y la sed para sobrevivir. Lo cierto es que no estaba de acuerdo con el criterio de Faustino, además no traía fusil. En un acto de indignación ante la idea de que el esfuerzo de tanto tiempo se perdiera, no discutí una palabra y seguí directo por los cañaverales, algo que dio lugar a que los F-47 de Batista, nos descubrieran y atacaran con ocho ametralladoras calibre 50 cada uno. Fue algo terrible, de lo cual salimos vivos por ocho o diez pasos que dimos en una dirección determinada para acercarnos a un tupido campo de caña. No obstante, las balas pasaban por encima o muy próximas a nosotros, a pocos metros de llegar a este. Es decir, al salir del bosque y marchar por las cañas viejas, fuimos descubiertos y atacados por la aviación que había comenzado a sobrevolar desde el amanecer. Tratamos de ocultarnos en la manigua de un lote de caña en demolición, pero los aviones, comenzaron a ametrallar, inicialmente a menos de 50 metros y después directamente. Nos habíamos apartado unos metros de la manigua y nos cubrimos con paja de caña vieja. Después de cada pase de los aviones, llamaba por su nombre a Faustino y a Universo para saber si estaban vivos.

En un momento de calma nos movimos unos 40 metros de distancia, para enterrarnos en una caña más alta. Los ojos se me cerraban y no pude impedir el sueño, pero en caso de sorpresa no me iban a capturar vivo como cuando el Moncada, coloqué el fusil entre las piernas, aligeré uno de los dos gatillos y apoyé la punta del cañón debajo de la barbilla.

Katiuska Blanco. Siempre me impresionó ese pasaje, lo percibo dramático porque sé que pasó por su mente la idea de matarse si los soldados llegaban donde usted, ¿no es cierto?

Fidel Castro. Sí, estaba una avioneta vigilando constantemente, era casi imposible que no nos capturaran si llegaban las tropas a explorar el resultado y antes de que me capturaran otra vez dormido, como es lógico prefería morir. Desde las guerras mambisas existía toda una concepción de no permitir que el enemigo te hiciera prisionero, además de que lo más probable era que nos asesinaran, porque ya no se repetiría un segundo milagro, y yo no me resignaba a la idea de ser otra vez un prisionero de guerra. Era tal el odio, la repulsa, el recuerdo de los crímenes del gobierno tras el Moncada, que no podía quedarme dormido y despertar de nuevo con los fusiles sobre el pecho. Era imposible imaginar esa tragedia. Creo que esa idea tiene que ver además con nuestras tradiciones, con la mentalidad de nuestro pueblo, con su sentido del honor. ¿Para qué darle al enemigo el gusto de caer otra vez prisionero? A mí me parecía sumamente humillante. Son circunstancias especiales en las que privarse de la vida está justificado, cuando vi que no podía evitar dormirme. Lo otro es tener sangre de mártir cristiano y yo no la tengo.

Katiuska Blanco. Lo escucho y pienso que fueron horas graves. ¡Imagínese!, pudo morir fortuitamente, al disparársele el fusil por un leve roce, por bostezar o hacer algún gesto brusco mientras dormía. No creo que haya sido un impulso de juventud, ¿usted cómo lo considera?

Fidel Castro. Hoy pensaría y haría exactamente igual, porque parto de una concepción revolucionaria y realista. Nosotros representábamos la causa de nuestro pueblo, no estábamos allí para tratar de sobrevivir sino para ser consecuentes hasta el final, además, siempre dimos mucho valor a la idea de que cuando los hombres no pueden ser otra cosa, pueden ser símbolos, pueden ser banderas, eso lo dijo Mella: «Hasta después de muertos somos útiles, porque servimos de bandera».

Por suerte, no se le ocurrió al enemigo revisar aquel punto en busca de cadáveres después del bombardeo. Por otro lado no podía imaginarse que yo estaba allí. Ya en la noche, pudimos seguir avanzando y llegamos a un cañaveral más tupido. A pesar del revés, confiaba en que los combatientes que lo graran burlar al enemigo, cumplirían la orden de marchar a la Sierra. A tales alturas no sabía cuántos hombres habían muerto ni cuántos habían sido capturados por el enemigo.

Avanzamos lentamente entre las filas enemigas, durante varios días hasta que llegamos a un punto después del río Toro, donde comienza propiamente la Sierra Maestra. Bajamos y llegamos hasta las proximidades de una casa, pero era de noche todavía y decidimos esperar al día siguiente.

Desde la cima de una pequeña elevación estuvimos todo el tiempo observando la casa y ya sobre las 4:00 de la tarde, como no se había observado nada sospechoso, le dije a Faustino que fuera allí a buscar información y que pidiera comida para 20 o 25 personas a fin de desorientar en relación con la cantidad de expedicionarios. Los campesinos nos dieron comida y tomamos agua después de siete días. Por cierto, recuerdo que Faustino, como médico, recomendó que la tomáramos en pequeños sorbos pues de lo contrario nos haría mal; estábamos prácticamente deshidratados. Universo, que andaba descalzo, con las medias llenas de paja, consiguió unas alpargatas. Allí supimos sobre los crímenes cometidos por los guardias con los expedicionarios y nos explicaron los caminos para internarnos en la Sierra. Un práctico nos condujo hasta la Loma de la Yerba y ya después hicimos contacto con los hermanos Rubén y Walterio Tejeda que pertenecían a la red de recepción preparada en la zona. Después seguimos y acampamos en el monte. Allí, en nuestro pequeño campamento, dio con nosotros Adrián García, el padre de Guillermo, quien sabía por Eustiquio Naranjo de la presencia de algunos expedicionarios en la zona y traía comida, leche y café. Yo me presenté como Alejandro, pero él no se tragó el cuento, creo que había visto unas fotos mías en Bohemia. Era un hombre realmente inteligente. Conversó despacio y sereno, de repente miró una estrellita metálica que yo tenía en la gorra desde el Granma y dijo algunas palabras con referencia a las guerras de independencia. Sin duda se dio cuenta de que yo no me había identificado totalmente. De más está decir que en cuanto un visitante se despedía, cambiábamos de lugar. Estábamos superdesconfiados.

Al otro día llegó Guillermo, y entonces supimos de la suerte corrida por muchos de nuestros compañeros, de algunos asesinados o capturados y de los que fueron contactados por nuestros colaboradores campesinos. Queríamos cruzar ese mismo día la línea de soldados entre Niquero y Pilón. Guillermo nos informó que él conocía que los soldados abandonarían dicha línea. Decidimos esperar aunque nos ubicamos en otro punto de la zona. Sucedió lo que él dijo y ese día los soldados abandonaron la línea. Llegada la noche contactó con nosotros e iniciamos la marcha en dirección a la finca de Mongo Pérez, a cuyas proximidades llegamos casi amaneciendo en una noche de luna plena. Es lo que recuerdo.

Seguimos la marcha y, finalmente, luego de atravesar unos cafetales, salimos al fondo de la casa de Mongo Pérez. A los pocos minutos él salió, estuvimos hablando e intercambiamos algunas impresiones, después acampamos entre unas palmas en el centro de un pequeño cañaveral. La finca de Mongo Pérez en Cinco Palmas era el punto seleccionado para recibir a los expedicionarios, agruparlos y organizarlos antes de partir a las zonas más intricadas de la Sierra Maestra.

Katiuska Blanco. Y allí se produjo el encuentro con Raúl, ¿cómo usted lo rememora?

Fidel Castro. Sí, llevábamos un día en nuestro campamento cuando se apareció Primitivo Pérez, un muchacho que vivía y trabajaba en la finca, venía con una cartera una billetera, entregada en la casa de Mongo Pérez para que me la hiciera llegar. Dentro, estaba la licencia mexicana de conducción de Raúl. Le pregunté dónde se encontraba y si estaba armado, entonces me explicó que él se había presentado como Raúl Castro en la casa del campesino Hermes Cardero y que le había mostrado su licencia. Este campesino la entregó en la casa de Mongo. De todas formas, todo esto podía ser una trampa, entonces le dije: «Mira, te voy a dar los nombres de los extranjeros que vinieron con nosotros, uno es argentino y se llama Ernesto Guevara, le dicen Che, y el otro es dominicano, se llama Mejía y le dicen Pichirilo. Ahora tú vas para allá y le preguntas por estos combatientes, si te dice bien los nombres y los apodos de cada uno, es Raúl».

Al mediodía regresó el campesino con la respuesta. Aquel hombre había pasado la prueba, no cabía duda de que se trataba de Raúl.

Llegaron en la medianoche, fue un momento inolvidable, de gran emoción. Yo no me sentía derrotado a pesar del revés de Alegría de Pío, pero aquel encuentro me aportó la certeza de que ganaríamos la guerra.

Katiuska Blanco. Escuchándolo hablar de aquel encuentro, de los campesinos que ayudaron, de la importancia de la finca de Mongo Pérez, me viene a la mente la extraordinaria labor de Celia Sánchez en la organización del campesinado de la zona para apoyar el desembarco. El día 19, Mongo Pérez bajó a informar a Celia de la presencia de usted, Raúl y otros compañeros en su finca, contó en detalle lo acontecido e informó que se quedarían unos días en espera de otros compañeros que, según los campesinos comprometidos, estaban en la zona.

Mongo comunicó a Celia las instrucciones suyas y siguió para Santiago a informar a Frank País, uno de los pilares de la lucha en el llano. El día 21 se produjo el encuentro con los hombres de Almeida, y el 22 en la tarde regresó Mongo de sus contactos con Celia y Frank. Trajo dinero, ropa, botas, medicinas, entre otras cosas que Celia envió de inmediato. Por otro lado se recibieron noticias de que Guillermo y otros compañeros localizaron algunas armas del Granma. La situación era muy incierta todavía, recién comenzaban a reorganizarse; no obstante, el pequeño ejército formado por algunos expedicionarios y un grupo de campesinos, obtuvo muy pronto sus primeras victorias. ¿Es así, Comandante?

Fidel Castro. Sí, en enero se alcanzaron las primeras victorias, ya para entonces se habían incorporado otros expedicionarios y sumábamos alrededor de 18, más los campesinos de la Sierra incorporados a la guerrilla. Fueron los días 17 y 22 de enero. El 17 fue el de La Plata que, después del fracaso en Alegría de Pío, nos llenó de regocijo y satisfacción. Nuestro objetivo era ocupar las armas. Si los soldados se hubieran entregado antes, no hubiera habido derramamiento de sangre. Por nuestra parte no hubo muertos ni heridos y a los prisioneros los dejamos seguir su camino.

Katiuska Blanco. Para mí fue reveladora la lectura de las anotaciones del diario de Raúl al finalizar aquel combate, dice:

«Como no teníamos medicinas allí, nada pudimos hacer por el momento con los heridos. Acordamos pues que los dos prisioneros y el herido leve nos acompañaran hasta el campamento para darles allí medicinas y q[ue] ellos los curaran hasta por la mañana que llegaran sus comp[añeros], ya que por lo avanzado de la hora, nuestro médico no podía atenderlos debidamente, si no con mucho gusto lo haríamos. Le prendí candela al cuartel, la única casa que quedaba sin arder y después de colocar los heridos distantes del fuego, nos marchamos. El herido q[ue] me regaló el cuchillo, creyendo que nos íbamos empezó a gritar lastimosamente: «No me dejen solo que me muero», él ignoraba que momentos después volverían 3 de sus comp[añero]s, con medicinas nuestras para curarlos.

»Tomamos rumbo hacia el campamento. Me puse al lado de un prisionero y, echándole un brazo por arriba de los hombros, así, fui hablando con él de la ideología de nuestra lucha, del engaño que eran víctimas ellos por parte del gobierno y todo lo concerniente al tema q[ue] el tiempo y lo corto del camino nos permitió, él me pidió q[ue] anotara su nombre y q[ue] en el futuro no me olvidara de él, ya q[ue] era pobre, q[ue]mantenía a su mamá, y él no sabía lo q[ue] iba a pasar. Nos despedimos de los prisioneros con un abrazo; soltamos a los civiles presos, uno de ellos nos serviría de guía y nos encaminamos rumbo a Palma Mocha, por un camino que bordea la costa».

Pienso, Comandante, que tales palabras de su hermano Raúl son una muestra de los sentimientos de solidaridad, justicia y amor hacia los seres humanos que animaban a la guerrilla rebelde desde sus días augurales, al punto de ser magnánimos con los adversarios. Impresiona la última frase de Raúl:

«Desde lo lejos, se veían arder sobre los cuarteles de la opresión, las llamas de la libertad. Algún día no lejano sobre esas cenizas levantaremos escuelas».

Fidel Castro. Aquel día el entusiasmo por el triunfo fue grande. El combate iniciado a la 1 y 50 de la madrugada, si mal no recuerdo, duró 40 minutos. La patrulla del ejército había regresado al anochecer de un vandálico recorrido guiado por el mayoral de una compañía que reclamaba la propiedad de miles de hectáreas boscosas que nunca adquirió. Lo exigía a los campesinos, ciudadanos muy pobres, que azotados por el desempleo en los llanos buscaban un pedazo de tierra en las montañas para vivir penosamente con la mujer y los hijos.

Durante el combate las descargas de nuestras reducidas armas, eran acompañadas por la apelación de que se depusieran las suyas. Sin duda pensaban que haríamos lo que ellos con los prisioneros. El ardor y la iniciativa de nuestros combatientes se multiplicó y al final todos los soldados enemigos con excepción de uno, estaban muertos o heridos. El jefe había escapado en medio del combate. Nuestras armas se incrementaron un 70%. De inmediato continuamos la marcha fuera del monte, hasta el arroyo montañoso de Palma Mocha. Era ya de día. Lo hicimos intencionalmente a la vista de los vecinos; tenía la seguridad de que después del combate de La Plata, el enemigo se lanzaría con furia a perseguirnos. Se hacía necesario buscar un lugar apropiado para medir de nuevo nuestras fuerzas frente al enemigo. Ellos seguirían las huellas que dejáramos y nosotros utilizaríamos el método de la emboscada sobre una tropa en marcha. En el camino encontramos un espectáculo muy triste, a decenas y decenas de familias campesinas que el día antes habían recibido la orden de abandonar sus tierras: mujeres embarazadas, niños pequeños, ancianos, cargaban a la espalda lo poco que pudieron recoger. Para el ejército, de las fuerzas expedicionarias no quedaba nada, pero con el pretexto de que la zona sería bombardeada debido a la presencia guerrillera, las autoridades hicieron un desalojo campesino en masa con el fin de que la compañía se apoderara de todas las tierras.

Finalmente, encontramos el lugar que nos convenía, una especie de meseta descampada en la ladera de la montaña, conocida como los Llanos del Infierno, donde acampamos; ya el 20 organizamos la emboscada. Estaba seguro de que el ejército iría por nosotros y así fue: el día 22, un pelotón selecto de paracaidistas que iba a la vanguardia de 300 hombres avanzó en la dirección que esperábamos; la acción duró alrededor de 30 minutos y nuestro plan se cumplió cabalmente. Una típica emboscada guerrillera. A nuestros combatientes no les quedó duda alguna de que podíamos enfrentar al enemigo, a pesar de su superioridad en hombres y armas. La reacción enemiga fue muy fuerte, a dichos combates siguieron días de persecución implacable, se hizo mayor el riesgo de exterminio de nuestra fuerza que se creó nuevamente con una resistencia tenaz.

Recuerdo que el mayor peligro de liquidación de nuestro pequeño núcleo combatiente se debió a la traición de Eutimio Guerra, un campesino astuto y combativo que se ha bía hecho esencial y que se volvió traidor al caer prisionero en una de sus misiones. El enemigo le ofreció dinero abundante, grado y cargo, con la misión de asesinarme y de ser posible, llevar al destacamento a una trampa mortal, lo que en más de una oportunidad estuvo a punto de conseguir.

Katiuska Blanco. Comandante, ¿en algún momento percibió tan próximo el peligro o la sensación de que cerca alguna amenaza acechaba?

Fidel Castro. Ya sospechaba de Eutimio por pequeños indicios, y recuerdo que una noche durmió al lado de donde yo descansaba, pero Raúl había tomado disposiciones para mi seguridad y muy cerca permanecían algunos compañeros que nunca me dejaban solo. Recuerdo una vez que Eutimio pidió conversar conmigo en solitario; sin embargo, Universo no se apartó de mí, nos siguió de cerca todo el tiempo. Conversamos en un cafetal y, mientras caminábamos, Eutimio se viraba constantemente hacia él y mascullaba mal su nombre; bajito, como molesto, murmuraba una y otra vez: «Aniverso, Aniverso». Me preguntó qué ganaría él después de que triunfáramos y tal pregunta me permitió calar sus motivaciones, supe qué tipo de persona tenía delante por aquella pregunta. No le dije nada y le respondí no recuerdo qué cosa, pero ya no importaba, la pregunta retrató al hombre de cuerpo entero. No olvido nunca las palabras con que le reclamó Ciro Frías un excelente combatiente de estirpe campesina que se sumó a nosotros y murió más tarde como comandante. Una de las delaciones de Eutimio provocó que a un hermano de Ciro Antonio, lo torturaran, le vejaran su mujer a la vista de él y finalmente lo ahorcaran. Cuando capturamos al traidor en su cuarto intento de entregarnos al enemigo, la voz de Ciro era firme: «Compadre», le decía, «¿cómo usted ha sido capaz de hacer lo que ha hecho? Usted, mi compadre () Usted, compadre, ha matado a Antonio». Le agregaba que había quemado vivo a un muchachito que era arriero de Ciro y, por último, le decía: «Usted ha querido matarme a mí, compadre, a mí y a mis compañeros, usted ha matado a Julio», se refería a Julio Zenón, víctima de la más seria maniobra de cerco y exterminio organizada por el ejército enemigo, de la que me percaté por pura intuición una hora antes de que se realizara, cuando ordené el movimiento que nos salvó a todos por cuestión de minutos y los compañeros llevaron a cabo por pura disciplina, pues no podían imaginarlo. Recuerdo que Ciro concluía: «Usted no tiene perdón, mi compadre».

Fue por aquellos mismos días críticos, que consideramos necesario dar a conocer que la guerrilla estaba activa, que los rebeldes permanecíamos en la Sierra dispuestos a luchar hasta el final; desmentir las noticias falsas de que los expedicionarios y los principales líderes habíamos sido exterminados. Por eso coordinamos para que un periodista norteamericano nos entrevistara. Para entonces Faustino había bajado de la Sierra con la misión de comunicar a los miembros del Movimiento que vivíamos y seguíamos la lucha. Además debía contactar con la prensa extranjera, pero llegó el momento en que se hizo imprescindible agilizar esa gestión para que el pueblo tuviera noticias de nosotros y se conocieran, en el ámbito internacional, los combates librados. Entonces envié a René Rodríguez con la misión de verlo para que coordinara la entrevista. René estuvo en Manzanillo, informó a Celia el motivo de su viaje y dejó establecidos los contactos para el regreso.

Katiuska Blanco. Sí, el periodista norteamericano fue contactado a través de la señora Phillips, corresponsal del diario The New York Times aquí y acreditada ante la embajada. Tengo entendido que ella se interesó enseguida en asumir la entrevista, pero se le explicó que las condiciones de la Sierra eran muy difíciles, por eso designó a [Herbert] Matthews.

Fidel Castro. Cuando Matthews llegó a Manzanillo con Faustino, René estaba allá, él regresó antes y lo habían puesto al tanto de una decisión que tomé después de su salida para La Habana: toda la dirección del Movimiento subiría en tal oportunidad a la Sierra Maestra. Consideramos oportuno aprovechar la circunstancia de la entrevista para realizar la primera reunión con los combatientes del llano que también se estaban organizando en aquellos días.

A mí me interesaba mucho el encuentro, era importante que el periodista se llevara la impresión de que existía allí un ejército fuerte, organizado. Le dimos a entender que existían varias tropas en diferentes puntos, cuando en realidad nuestra situación aún era muy adversa, los combatientes tuvieron incluso que intercambiar la ropa de manera que cuando estuvieran delante del periodista, tuvieran una mejor apariencia. Recuerdo que contábamos con Vilma y con Javier Pazos en caso de que hiciera falta traducir, pero, entre lo que yo sabía de inglés y lo que Matthews sabía de español, logramos entendernos bastante bien. Después cuando él publicó su primer artículo hubo cierta polémica porque Batista reclamó pruebas de que lo dicho fuera cierto, entonces Matthews publicó días después una foto mía con mi fusil de mira telescópica y ya, para que no quedaran dudas, publicó luego una en la que aparecíamos los dos durante la entrevista. Era un periodista de gran prestigio, que antes había comunicado su interés en relación con la situación de Cuba y que había estado en la Guerra Civil Española, él tenía una posición liberal dentro de la prensa norteamericana. La señora Phillips lo sabía, a ella le había manifestado su interés, por eso lo designó, aunque no le dijo a quién entrevistaría; cuando llegó a La Habana fue que supo los detalles.

Katiuska Blanco. Comandante, Matthews era el hombre ideal para la entrevista, había sido partidario de la República Española y cubierto como periodista dichos acontecimientos. En el libro Tinísima de la escritora mexicana Elena Poniatowska, un pasaje describe la actitud honorable del corresponsal norteamericano Herbert Matthews, quien se indigna al presenciar la humillación que se le hace en la frontera francesa a un republicano español. En el mismo lugar donde usted se entrevista con Matthews, en la finca de Epifanio Díaz, tiene lugar el primer encuentro con los combatientes del llano. ¿Qué detalles registró su memoria?

Fidel Castro. Supe que los compañeros estaban muy contentos y que mientras preparaban la subida a las montañas para encontrarse con nosotros, se presentó lo del periodista, entonces el viaje sucedió antes de lo que imaginaban. Conversamos largamente, yo quería saber los detalles de la situación en el llano y ellos se mostraban ansiosos por conocer todo lo que habíamos vivido, y cómo logramos resistir. En aquel encuentro compartimos criterios sobre el refuerzo, les dije lo que necesitaba, especialmente a Frank, le pregunté por las armas que se habían podido rescatar del alzamiento del 30 de noviembre y de qué forma podían hacerlas llegar a la Sierra, le hablé de la cantidad de fusiles y balas imprescindibles para armar a 100 hombres y acerca de la posibilidad de ir, sobre la marcha,  fortaleciendo nuestro grupo de combatientes en la medida que se libraran combates y ocupáramos armas al enemigo.

Debo añadir algo. Yo no conocía a Matthews y lo traté como un periodista importante de uno de los más conocidos e influyentes órganos de prensa de Estados Unidos, ignoraba su brillante historia y su calidad humana como hombre progresista y honesto. Batista cayó en la trampa de sus propias mentiras. De haber estado consciente de estos aspectos es muy probable que mi conversación hubiera sido diferente. En esos días no dependíamos de las apariencias, sino de nuestra fuerza real y ya entonces éramos gigantes en comparación con lo que poseíamos cuando éramos solo dos hombres armados y después siete, en el momento que tuve la convicción de que ganaríamos aquella guerra. No debíamos haber utilizado aquellos ardides para impresionar a Matthews. Después lo conocí bien y era un hombre honorable por el que siempre sentí respeto y aprecio. Todo siguió dependiendo de nuestro espíritu de lucha y, no poco, del azar.

Katiuska Blanco. En verdad, Comandante, usted siempre ha sido un hombre extraordinariamente optimista, usted mismo ha dicho que esta es una cualidad irrenunciable en un revolucionario. Algunos años después del triunfo, Haydée Santamaría contó que ellos iban al encuentro con la idea de proponerle su salida de la Sierra y que regresara más adelante en mejores condiciones, pero que, finalmente, nadie se atrevió a pedírselo al escucharlo hablar con tanto entusiasmo y determinación aquel día, cuando con tan pocos hombres y prácticamente sin armas ni suministros, usted les trasmitió una seguridad total, al punto que bajaron convencidos de la victoria rebelde.

Fidel Castro. Sí, yo no tenía dudas; pero lo ideal hubiera sido comenzar la lucha en la Sierra después del Moncada, se hubiera evitado el exilio, la expedición, el desembarco en condiciones tan difíciles, la pérdida de tantas vidas valiosas; además, hubiéramos contado con el apoyo del pueblo santiaguero. Pero bueno, no pudo ser, ya estábamos en la Sierra, teníamos un grupo muy fuerte en el llano y a partir de aquel encuentro comenzaría a llegar el refuerzo. Hombres y armas se concentraron en Manzanillo, en un marabuzal que Celia escogió porque ofrecía seguridad, el traslado se hizo en la más estricta clandestinidad. Nuestros combatientes se jugaban a diario la vida, tuvieron que ser muy astutos, muy discretos y muy valientes.

También se fueron sumando campesinos, y como las condiciones de vida en la Sierra eran tan difíciles, dedicamos tiempo a explorar el terreno donde operábamos, a entrenarnos, trabajamos mucho en la preparación de nuestros combatientes para la lucha en las montañas.

Katiuska Blanco. Otro combate muy arriesgado, que provocó una fuerte reacción enemiga unos meses después, fue el de Uvero, el 28 de mayo de 1957, ¿no es así?

Fidel Castro. Sí, fue un combate feroz, muy arriesgado, contra fuerzas fortificadas enemigas a orillas del mar. En tal ocasión se ocuparon numerosas armas y, por supuesto, la reacción enemiga fue tremenda. Debo recordar que aquel tipo de acción no se conciliaba con los conceptos elaborados para desgastar y destruir al enemigo con un mínimo de bajas. La llevamos a cabo para tratar de evitar el aniquilamiento de un grupo de hombres de otra organización política, que procedentes de la Florida, desembarcaron por las proximidades de Sagua, al norte de Oriente. Tal vez no debimos realizar aquella acción que se tornó bien compleja, aunque fue victoriosa al derrotar y ocupar el armamento de una compañía de ejército reforzada. Aquel resultado habríamos podido alcanzarlo con un mínimo o ninguna baja y muy poco gasto de municiones emboscados en caminos importantes, pero entonces tal vez tampoco habríamos llegado a ser el tipo de revolucionarios que fuimos después. A partir del duro combate de El Uvero, creamos una segunda fuerza con personal de la Columna N.o 1 y varios campesinos, comandada por el Che, la columna N.o 4. Él se destacó en aquel costoso episodio de guerra, fue el primer oficial ascendido a comandante. Recuerdo que, poco después de la creación de aquella segunda fuerza, supimos de la muerte de Josué País, y apenas un mes después nos sorprendió una noticia que causó una profunda conmoción: la caída de Frank País.

Katiuska Blanco. Comandante, entre los documentos que traje para la entrevista, se encuentran las palabras que usted escribió con motivo del asesinato de Frank. ¿Me permite leerlas?

«No puedo expresarte la amargura, la indignación, el dolor infinito que nos embarga. ¡Qué bárbaros! Lo cazaron en la calle cobardemente, valiéndose de todas las ventajas que disfrutan para perseguir a un luchador clandestino. ¡Qué monstruos! No saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado. No sospecha siquiera el pueblo de Cuba, quién era Frank País, lo que había en él de grande y prometedor. Duele verlo así, ultimado en plena madurez, a pesar de sus veinticinco años, cuando estaba dándole a la Revolución lo mejor de sí mismo.[...] ¡Cuánto sacrificio va costando ya esta inmunda tiranía!».

Fidel Castro. Sí, en realidad, la muerte de Frank fue un golpe muy duro para el Movimiento, él era el responsable de Acción Nacional en aquel período, había realizado una labor importantísima en la reorientación de los grupos de acción, la organización de la lucha en el sector obrero y la estructuración de la resistencia cívica. Las últimas semanas de su vida las dedicó a impulsar la sección obrera del Movimiento. Fue la figura máxima en la clandestinidad desde mucho antes de iniciarse la guerra en las montañas. Los dos hermanos dieron la vida por la Revolución. A Frank lo asesinaron en plena calle y su muerte provocó una reacción popular espontánea de tal magnitud que la ciudad se paralizó durante varios días. El entierro del joven luchador se convirtió en una gran manifestación de rebeldía, la más representativa en la historia del pueblo san tiaguero hasta entonces. Fue la mayor expresión de repudio generalizado contra el régimen de Batista.

Katiuska Blanco. Hace poco leí que cuando Vilma visitó México, usted le habló con admiración de Frank, de todo lo que él había logrado hacer en Santiago y de su capacidad de burlar al enemigo en acciones altamente riesgosas, propias de la vida clandestina. También conocí historias de los combatientes del llano. ¿Podría explicarme, Comandante, dónde radicaba la dirección del Movimiento? ¿Ellos actuaban siempre en correspondencia con sus instrucciones?

Fidel Castro. La dirección del Movimiento en el llano tenía plena autonomía, cuando yo estaba en el exilio, ellos se encargaban de la organización, asumían diferentes tareas: reclutar gente, hacer campañas políticas, agitar, accionar contra el gobierno, reunir fondos, captar estudiantes, obreros, campesinos, y enviarlos para México. De igual forma se mantuvieron los vínculos con el llano en la etapa de la guerra. Algunos en la Sierra formábamos parte de la dirección del Movimiento, pero muy pocos, los demás estaban en el llano y tenían, al igual que en la etapa de preparación, una gran autonomía. En todo ese tiempo, tuvimos un puntal muy fuerte en la figura de Frank País, su muerte fue uno de los golpes más tremendos que recibimos durante el primer año de la guerra.

Katiuska Blanco. Antes de referirse a la muerte de Frank, usted me comentó que para entonces ya contaban con una segunda fuerza al mando del Che, la Columna N.o4. ¿Podría explicarme como fue fortaleciéndose el Ejército Rebelde?

Fidel Castro. Bueno, la primera columna que se hizo fue la nuestra, de ahí salieron todas las demás, la segunda fue la del Che. Luego, nuestro pequeño ejército fue ganando en experiencia y llegó el momento en que asestamos golpes muy fuertes a Batista, habíamos ido adquiriendo algunas armas, entonces enviamos una columna al mando de Raúl al Segundo Frente, a invadir el norte, y otra, al mando de Almeida, a invadir la zona próxima a Santiago de Cuba. Éramos una pequeña fuerza, pero fuimos capaces de abrir nuevos frentes guerrilleros. Con la columna al mando de Raúl se invadió por primera vez la Sierra Cristal, y con la de Almeida nos ubicamos en la proximidades de la ciudad de Santiago; fue un momento muy importante desde el punto de vista político y militar. Otra fue la de Camilo, una pequeña columna que comenzó a operar en el llano.

Katiuska Blanco. ¿Podría referirse a las implicaciones que tuvo el fracaso de la huelga de abril, a sus dramáticas consecuencias?

Fidel Castro. La huelga de abril tuvo lugar precisamente en la etapa en que habíamos ganado terreno frente al enemigo. En realidad, se llevó a cabo como resultado de los puntos de vista de la gente del llano, ellos estaban convencidos de que con el auge de la lucha popular, entonces fortalecida, estaban crea das las condiciones para el desencadenamiento de la huelga general revolucionaria, objetivo estratégico final para derrocar a la tiranía. De que sería efectiva yo no tenía dudas, pero aquel no era aún el momento propicio. Sostuvimos discusiones en el seno de la dirección nacional del Movimiento, según ellos nosotros no podíamos percatarnos de las posibilidades existentes porque permanecíamos en las montañas. Fue el criterio que prevaleció. No obstante, en apoyo a la huelga, las fuerzas de todas las columnas realizaron acciones militares decididas y exitosas. Pero bien, como era de esperar, en aquel momento la huelga fracasó. Batista dio un duro golpe al Movimiento al aplastar la huelga, lo cual provocó a su vez un desaliento muy grande en la gente. Lo primero que hice fue hablar por la emisora de radio que a iniciativa del Che habíamos instalado en el territorio de la Columna N.o 4, Radio Rebelde, una idea magnífica que nos fue muy útil para mantener la comunicación con otros combatientes en la Sierra, con los del llano y con el pueblo en general. Lo que dije el 16 de abril de 1958 para levantar el ánimo de la gente, se conserva todavía. ¿No lo tienes por ahí, Katiuska?

Katiuska Blanco. Sí, Comandante, permítame leer algunos fragmentos:

«A la opinión pública de Cuba y a los pueblos libres de América Latina

»He marchado sin descanso días y noches, desde la zona de operaciones de la Columna N.o 1 para cumplir esta cita con la emisora rebelde. Duro era para mí abandonar mis hombres en estos instantes, aunque fuese por breves días, pero hablarle al pueblo es también un deber y una necesidad que no podía dejar de cumplir.

»Odiosa como es la tiranía en todos los aspectos, en ninguno resulta tan irritante y groseramente cínica como en el control absoluto que impone a todos los medios de divulgación de noticias impresas, radiales y televisadas.

»La censura, por sí sola, tan repugnante, se vuelve mucho más cuando a través de ella no solo se intenta ocultar al pueblo la verdad de lo que ocurre, sino que se pretende, con el uso parcial y exclusivo de todos los órganos normales de divulgación hacerle creer al pueblo lo que convenga a la seguridad de sus verdugos.

»Mientras ocultan la verdad a toda costa, divulgan la mentira por todos los medios.

»No escucha el pueblo otras noticias que los partes del estado mayor de la dictadura. Al ultraje de la censura, se impone a la prensa el ultraje de la mentira. Y a esos mismos periódicos y emisoras, a los que un inquisidor severo y vigilante impide la publicación de toda noticia verdadera, se les obliga a informar y emitir todo cuanto la dictadura informe. Se arrebatan al pueblo sus órganos de opinión para convertirlos en vehículos de la opresión. La tiranía pretende engañar constantemente al pueblo, como si el mero hecho de negarle toda información que no venga de fuente oficial no bastase a invalidar todas sus informaciones. ¿Y a quién ha de creer el pueblo, a los criminales que lo tiranizan, a los traidores que le arrebataron su constitución y sus libertades, a los mismos que censuran la prensa y le impiden publicar con libertad la más insignificante noticia? ¡Torpes, si lo piensan, porque a un pueblo se le puede obligar a todo por la fuerza menos a creer!

»Cuando se escriba la historia real de esta lucha, y se confronte cada hecho ocurrido con los partes oficiales del régimen, se comprenderá hasta qué punto la tiranía es capaz de corromper y envilecer las instituciones de la república, hasta qué punto la fuerza al servicio del mal es capaz de llegar a extremos de criminalidad y barbarie, hasta qué punto la soldadesca mercenaria y sin ideología puede ser engañada por sus propios jefes. ¿Qué le importa, después de todo a los déspotas y verdugos de los pueblos la desmentida de la historia? Lo que les preocupa es salir del paso, aplazar la caída inevitable. Yo no creo que el estado mayor mienta por vergüenza; el estado mayor del ejército de Cuba ha demostrado no tener pudor alguno, el estado mayor miente por interés; miente para el pueblo y para el ejército; miente para evitar la desmoralización en sus filas, miente porque se niega a reconocer ante el mundo su incapacidad militar, su condición de jefes mercenarios, vendidas a la causa mas deshonrosa que pueda defenderse; miente porque no ha podido a pesar de sus decenas de miles de soldados y los inmensos recursos materiales con que cuenta, derrotar a un puñado de hombres que se levantó para defender los derechos de su pueblo. Los fusiles mercenarios de la tiranía se estrellaron contra los fusiles idealistas que no cobran sueldos; ni la técnica militar, ni la academia, ni las armas más modernas sirvieron de nada: es que los militares cuando no defienden a la patria, sino que la atacan, cuando no defienden a su pueblo sino que lo esclavizan, dejan de ser institución para convertirse en pandilla armada, dejan de ser militares para ser malhechores, y dejan de merecer no ya el sueldo que arrancan al sudor del pueblo, sino hasta el sol que les cobija en la tierra que están ensangrentando con deshonor y cobardía. Y esos mismos militares que nunca han defendido a la patria de un enemigo extraño, que nunca se han ganado una medalla en los campos de batalla, que deben sus grados a la traición, al nepotismo y al crimen, emiten partes de guerra anunciando diez, veinte, treinta y hasta cincuenta compatriotas muertos por sus armas homicidas, como si fuesen victorias de la patria, cual si cada cubano asesinado, porque esas son las bajas que ellos enuncian, no tuviesen hermanos, hijos, esposas o padres. Solamente con los familiares de los compatriotas ultimados habría para librar una guerra victoriosa. Nosotros no hemos asesinado jamás un prisionero enemigo. Nosotros no hemos abandonado jamás un adversario herido en el campo de batalla; y eso es y será siempre para nosotros una honra y un timbre de gloria; nosotros sentimos con dolor cada adversario que cae, aunque nuestra guerra sea la más justa de las guerras porque es una guerra por la libertad, pero el pueblo de Cuba sabe que la lucha se está librando victoriosamente; el pueblo de Cuba sabe que a [lo] largo de 17 meses, desde nuestro desembarco con un puñado de hombres que supieron afrontar la derrota inicial, sin cejar en el patriótico empeño, la Revolución ha ido creciendo incesantemente; sabe que lo que era chispa hace apenas un año es hoy llamarada invencible; sabe que ya no se lucha solo en la Sierra Maestra, desde Cabo Cruz hasta Santiago de Cuba, sino también en la Sierra Cristal, desde Mayarí hasta Baracoa, en la llanura del Cauto, desde Bayamo hasta Victoria de Las Tunas; en la provincia de Las Villas desde la sierra Escambray hasta la sierra de Trinidad y en las montañas de Pinar del Río; en las propias calles de ciudades y pueblos se lucha heroicamente; pero sobre todo sabe el pueblo de Cuba que la voluntad y el tesón con que iniciamos esta lucha se mantiene inquebrantable, sabe que somos un ejército surgido de la nada, que la adversidad no nos desalienta, que después de cada revés la Revolución ha resurgido con más fuerza; sabe que la destrucción del destacamento expedicionario del Granma no fue el fin de la lucha sino el principio; que la huelga espontánea que siguió al asesinato de nuestro compañero Frank País no venció a la tiranía pero señaló el camino de la huelga organizada; que sobre el montón de cadáveres con que la dictadura ahoga en sangre la nueva huelga no se puede mantener en el poder ningún gobierno, porque los centenares de jóvenes y obreros asesinados en estos días, la represión sin precedentes desatada contra el pueblo, no debilita la Revolución sino que la hace más fuerte, más necesaria, más invencible, que la sangre derramada hace más grande el valor y la indignación, que cada compañero caído en las calles y en los campos de batalla, despierta en sus hermanos de ideal un deseo irresistible de dar también la vida, despierta en los indolentes el deseo de combatir, despierta en los tibios el sentimiento de la patria que se desangra en su dignidad, despierta en todos los pueblos de América la simpatía y la adhesión».

Fidel Castro. Eso dije al pueblo ese día y luego regresé al frente de la Columna Nº 1 en el área de La Plata. Todo lo ocurrido apuntaba a que Batista aprovecharía la oportunidad para organizar un contraataque, una ofensiva fuerte contra el Ejército Rebelde. Estaba seguro de que lo haría y de que sería en la zona del Primer Frente rebelde donde se librarían las batallas más duras. Entonces le di instrucciones al Che de enviar la estación de radio para el territorio de la Columna Nº 1, para un lugar estratégico, donde instalamos el pequeño equipito de radio.

Después, no recuerdo la fecha exacta, llegaron compañeros para incorporarse a la lucha guerrillera. Recuerdo a Jor ge Enrique Mendoza y a Orestes Varela, quienes junto a otros compañeros, trabajaron en Radio Rebelde. También arribaron durante las semanas subsiguientes los compañeros, que el Movimiento envió después de la catástrofe de abril, porque estaban siendo muy perseguidos. Tras el fracaso de la huelga planteé que la dirección política del Movimiento radicaría en la Sierra Maestra. Aquel encuentro es conocido como la reunión en Altos de Mompié.

Katiuska Blanco. ¿Comandante, comenzó entonces la etapa de las batallas decisivas?

Fidel Castro. Sí, porque el enemigo se sintió estimulado con el fracaso de la huelga de abril y con el desaliento que había en las filas del pueblo; creyó que era el momento preciso para dar un golpe definitivo a las fuerzas guerrilleras. Concibió y organizó lo que sería su última acción estratégica. Su plan, conocido por las siglas FF que significaban Fin de Fidel, consistió en concentrar 10 000 hombres con apoyo de tanques, artillería, medios aéreos y navales. Lanzaron una poderosa ofensiva, que comenzó el 25 de mayo de 1958, contra la Columna Nº 1, en cuyas áreas se formaron todas las demás columnas. Allí se ubicaban la Comandancia General y las instalaciones más importantes de nuestra guerrilla como Radio Rebelde y un hospital de campaña.

Casi simultáneamente lanzaron otra ofensiva por la zona del Segundo Frente Oriental Frank País, atacaron fuertemen te en aquellos dos frentes principales. Los combates duraron varias semanas y el enemigo fue rechazado. Nuestros combatientes causaron un gran número de bajas al enemigo y ocuparon muchas armas.

En el frente de la Columna Nº 1 nos reunimos alrededor de 300 hombres, incluido el refuerzo de las columnas del Che y Almeida y los hombres de Camilo, convocados a tal punto. Fueron 74 días consecutivos librando combates decisivos para alcanzar el triunfo sobre aquel descomunal golpe. Luchando primero a la defensiva y luego contraatacando vigorosamente, logramos destrozar la ofensiva. Ocasionamos más de 1000 bajas a las fuerzas élites del enemigo, capturamos 443 prisioneros y ocupamos más de medio millar de valiosas armas.

Katiuska Blanco. Comandante, aquí tengo un mensaje que usted envió a Ramón Paz, en relación con la táctica para resistir la ofensiva:

«Por todos los caminos les vamos a hacer resistencia, replegándonos paulatinamente hacia la Maestra, tratando de ocasionarles el mayor número de bajas posibles.

»Si el enemigo lograra invadir todo el territorio, cada pelotón debe convertirse en guerrilla y combatir al enemigo, interceptándolo por todos los caminos, hasta hacerlo salir de nuevo. Este es un momento decisivo. Hay que combatir como nunca».

¿En medio de tal situación no le preocupó a usted carecer de fuerzas, armas, municiones y suministros para sobrevivir, como para hacer frente a una embestida así?

Fidel Castro. Siempre pensé que no importaba cuántos fueran ellos, lo importante era la cantidad de gente que necesitáramos para hacer invulnerable una posición y resistir, resistir hasta que el ejército de la dictadura se desgastara, para entonces nosotros contraatacar Al inicio la otra táctica que utilizaríamos sería emplearnos en aquello en que éramos expertos: propiciar los movimientos enemigos en una dirección determinada y emboscarlos donde fueran más vulnerables en su recorrido.

Cuando comienza la ofensiva teníamos una situación muy, muy difícil con las balas, tú has estado indagando en todas estas cuestiones históricas y seguramente leíste los mensajes que envié por aquellos días a nuestros compañeros, en todos está la necesidad de ahorrar las balas, de crear tal conciencia en nuestros combatientes; no obstante, estábamos resistiendo y, aunque yo confiaba aún en la posibilidad de recibir ayuda del exterior, estaba seguro de que si aquella fallaba, los planes de defensa que habíamos elaborado nos permitirían resistir con nuestros propios medios y con los que fuéramos arrancando al enemigo, hasta tanto se desgastara la ofensiva y se detuviera.

Katiuska Blanco. En un mensaje que usted envía a Camilo, se aprecia su seguridad en que librarían la batalla de mayor trascendencia en la guerra revolucionaria. Es una nota adicional, dice:

«Este movimiento que te comunico está relacionado con todo un plan y una serie de circunstancias: aseguramientos de puntos por donde deben llegar armas (algunas de las cuales ya están aquí), plan minucioso de resistencia a la ofensiva y contraofensiva inmediatamente posterior. Hemos convertido a la Sierra [Maestra] en una verdadera fortaleza llena de túneles y trincheras. La planta de radio está convertida en un baluarte de la lucha revolucionaria, tenemos instalada una red telefónica y muchas cosas han mejorado extraordinariamente. Te hago estas aclaraciones para que no vayas a recibir la falsa impresión de que estamos en situación difícil. Creo cerca la Victoria».

Ya en el mensaje principal usted le había explicado la envergadura de la batalla que se libraría en la Sierra y la necesidad de que él trasladara su tropa con todas las armas buenas de que dispusiera, así como lo ventajoso que resultaba desde el punto de vista estratégico, el hecho de que el enemigo había trazado sus planes con él allá y como bien usted dijo: «Vamos a hacer que tengan que librar su batalla contigo aquí».

Usted llegó a sentir un afecto, una admiración muy grande por Camilo. A mí me impresionó, en gran medida, el cuadro de Camilo que vi en su despacho cuando lo entrevisté por primera vez, al igual que las palabras que dirigió al pueblo para confirmar su desaparición física. Me gustaría que hablara de Camilo, ¿qué recuerdos guarda de él?

Fidel Castro. En relación con la trascendental batalla que teníamos por delante, puedo decirte que no fue nada fácil la misión que le di a Camilo, debía atravesar el cerco enemigo de la Sierra y una vez dentro de la montaña eludir a las diversas agrupaciones de guardias que estaban operando en ella, para llegar hasta nosotros. Debía hacerlo en el mayor secreto, que nadie supiera su rumbo y en el menor tiempo posible. Tú puedes estar segura, Katiuska, de que yo no tenía duda alguna de que lo lograría. Cumplió con éxito aquella misión, muy poco tiempo después de haber cursado el primer mensaje, ya estaba con 40 de sus mejores combatientes en la zona de La Plata. Para mí, su presencia allí influiría muy positivamente en el resto de los combatientes. Era un valiente y competente jefe, al frente de su pequeña, aguerrida y combativa tropa.

Katiuska Blanco. Cuando uno estudia esta etapa de la lucha en la Sierra Maestra, se percata de que usted se propuso aprovechar la ofensiva para debilitar en gran medida al enemigo. ¿Podría explicarme cuáles eran sus propósitos?

Fidel Castro. En realidad quería que la ofensiva, lejos de acabar con nosotros, se convirtiera en un revés para la dictadura, y para eso hubo que trazar una estrategia muy bien pensada, que garantizara la resistencia organizada por largo tiempo, así se iría debilitando, agotando el ejército mientras nosotros íbamos reuniendo los recursos, las armas necesarias para lanzarnos contra la ofensiva cuando ellos comenzaran a flaquear. Había que golpearlos en los tres factores que tenían en su contra: la extensión de las líneas de abastecimiento en un terreno desfavorable, la necesidad de realizar sus operaciones en un terreno mucho más familiar a los rebeldes y, por último, la imposibilidad moral y material del enemigo.

En realidad, se libraron combates decisivos en esta etapa de la guerra, dimos un duro golpe al enemigo; pero se perdieron muchas vidas valiosas, cayeron los comandantes Ramón Paz, Andrés Cuevas, René Ramos Latour (Daniel), los capitanes Ángel Verdecia y Geonel Rodríguez, a quienes consideraba entre los jefes más eficaces, combativos e inteligentes de que disponíamos. Cuando me referí a tales sensibles pérdidas en el libro que escribo sobre la ofensiva [La Victoria Estratégica, publicado poco después en agosto de 2010], hice hincapié en el arrojo y la calidad moral de nuestros jefes, quienes cayeron combatiendo en primera línea, al frente de sus tropas. Se perdieron, además, otros combatientes rebeldes y varios colaboradores campesinos.

Katiuska Blanco. Comandante, una vez derrotada la ofensiva enemiga se aunaron las tropas del Primero, el Segundo y el Tercer Frente rebeldes y penetraron en la totalidad del territorio oriental con vistas a la Operación Santiago. Para entonces ya usted consideraba a la guerrilla lo suficientemente fuerte como para ganar la guerra, ¿no es cierto?

Fidel Castro. Nuestro ejército había adquirido una experiencia colosal, se había fortalecido, como el ave Fénix había resurgido de sus propias cenizas; pero seguía siendo pequeño frente a la superioridad del enemigo. No obstante, ese pequeño ejército logró vencer. Las columnas de la Sierra Maestra, del Segundo y Tercer Frente penetramos en el territorio oriental y dos columnas al mando de Camilo y Che fueron enviadas al centro del país, una con 94 hombres y otra con 142. Se puede decir que fue una hazaña recorrer más de 500 kilómetros por terreno llano, pantanoso; una faena difícil, muy riesgosa, pero lo lograron. También, en el mes de septiembre, se creó el primer pelotón femenino de combate Mariana Grajales, que entró en acción con la Columna N.o 1 ese mismo mes, en el combate de Cerro Pelado.

En octubre, el Segundo Frente ocupó importantes posiciones enemigas y capturó numerosas armas. La Columna Nº 1, con una pequeña vanguardia y llevando consigo 1000 jóvenes desarmados de la escuela de reclutas, inició su avance el 11 de noviembre por el norte de la cordillera hacia Santiago de Cuba. En el trayecto tuvo lugar la Batalla de Guisa, una población muy próxima a Bayamo, sede del mando de operaciones enemigas. Al inicio de la ofensiva del verano contábamos apenas con 180 hombres en el firme de la Maestra, tras la victoria sobre esta, el número de combatientes fue creciendo en la medida en que se ocupaban las armas. En Guisa fueron diez días combatiendo sin tregua hasta derrotar a las fuerzas enemigas, que en conjunto alcanzaban la cifra de 5000 soldados, apoya dos por tanques ligeros y pesados, artillería y aviación. Guisa fue tomada el 30 de noviembre y ya en el mes de diciembre todas las columnas rebeldes de Oriente y centro, en plena y audaz ofensiva final, ocuparon numerosas ciudades, cercaron Santiago de Cuba y atacaron la ciudad de Santa Clara.

A solo 24 meses del desembarco del Granma, nuestro ejército había logrado derrotar al poderoso enemigo. En aquel momento contábamos con apenas 3000 hombres equipados con armas de guerra que en su mayoría habían sido arrebatadas al enemigo en combate, luchando contra fuerzas bien instruidas, con todo tipo de armamento y compuestas aproximadamente por 80 000 hombres.

Katiuska Blanco. ¿Cuáles fueron los últimos acontecimientos, Comandante?

Fidel Castro. Ya la guerra estaba ganada, y el 28 de diciembre de 1958 se produjo en las ruinas del Central Oriente una reunión en la que el jefe de las fuerzas de operaciones enemigas reconoció, ante el alto mando rebelde, que había perdido la guerra, y solicitó una fórmula para poner fin a los combates. La fórmula fue elaborada con toda precisión por nosotros, y aceptada por él. ¿Y qué ocurrió? Que no se cumplió lo acordado y dio lugar al desenlace final con la participación de los trabajadores y de todo el pueblo, que siempre nos acompañó en la lucha. Ante la nueva situación de peligro, un golpe de Estado en la capital, se dieron instrucciones a los comandan tes rebeldes de continuar su avance sin aceptar ningún alto al fuego y se hizo el llamado a la huelga general fue la respuesta inmediata. El país se paralizó de un extremo a otro y las estaciones radiales se enlazaron con Radio Rebelde trasmitiendo las instrucciones del mando revolucionario. Fue un contragolpe demoledor con el que respondimos a la desesperada maniobra del enemigo para impedir nuestro triunfo. Ya a las 72 horas se habían tomado todas las ciudades, se habían ocupado alrededor de 100 000 armas y todos los equipos militares de aire, mar y tierra estaban en manos del pueblo.

Katiuska Blanco. Comandante, cuando se libraban las últimas batallas, muy pocos días antes del triunfo, usted visitó a su mamá, fue la única vez, en mucho tiempo, que se alejó por unas horas del campo de batalla, tal parece como si usted estuviera necesitando su abrazo entrañable para seguir adelante. ¿Qué puede decirme de aquel encuentro?

Fidel Castro. Fue el 24 de diciembre, resultó imposible para mí resistir la tentación de ir a visitarla, hacía años que no la veía; recuerdo que la sorprendimos, porque lo menos que ella se esperaba era que nosotros apareciéramos por allá. Fue una emoción tremenda volver a verla, pero sentí nostalgia, ya no estaba la casa grande, no estaba el viejo. Recuerdo que le brindé naranjas al grupo que venía conmigo y se formó un determinado desorden en el naranjal. Ella nos llamó la atención por arrancarlas de manera descuidada porque seguía respe tando la forma en que mi padre exigía que se recogieran las naranjas. Lo hacía como velando porque él de alguna forma siguiera vivo allí en Birán.

Recuerdo que cuando regresábamos por el camino que cruza a través de los Mangos de Baraguá, también sentimos la imperiosa necesidad de detenernos para rendir homenaje a los mártires de nuestras guerras de independencia. Intuíamos cerca el momento sublime en que los sueños de nuestros próceres se harían realidad, teníamos el presentimiento de que la Revolución que ellos soñaron triunfaría de un momento a otro. Esta vez no ocurriría como en 1898, cuando la presencia norteamericana impidió a las fuerzas mambisas de Calixto García entrar a la ciudad de Santiago de Cuba, en lo que fue una frustración y una injusticia histórica con los cubanos. Mangos de Baraguá, su significado en nuestra historia, nos conmovió profundamente. Poco después de una semana, el jueves 1.o de enero de 1959 triunfaba la Revolución Cubana, colmada de anhelos de justicia e independencia acariciados durante más de 100 años. Al fin los sueños casi imposibles se convertían en realidad palpable y los mambises entraban en Santiago. La historia abría sus puertas para siempre a una vida nueva y digna para el pueblo de Cuba. Todo lo demás dependerá de nosotros mismos.

 

 
 
 
 

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