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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Fidel Castro Ruz Guerrillero Del Tiempo-Capítulo 19.

 
 
 
TOMO II

08Meditar La historia me absolverá, la raíz mambisa y marxista, prudencia y esencia en las palabras, mensajes escritos con zumo de limón, apoyo del Partido Comunista, cartas de amor y dolor, una protesta frente a Batista, aislado y sin luz, toda la vida para el 26

 

Katiuska Blanco. Comandante, sus palabras en el juicio del Moncada me recuerdan aquellas otras suscritas por José Martí y Máximo Gómez en el Manifiesto de Montecristi: «La revolución de independencia, iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo período de guerra» y «En la guerra que se ha reanudado en Cuba no ve la revolución las causas del júbilo que pudiera embargar el heroísmo irreflexivo, sino las responsabilidades que deben preocupar a los fundadores de los pueblos». La historia me absolverá constituye hoy uno de los documentos más importantes de nuestra historia y creo que, al igual que el Manifiesto, expresa las esencias de una realidad y un sueño para Cuba. Han sido muchas las valoraciones que he leído en relación con su alegato de defensa, pero ¿podría escucharle a usted sus propias apreciaciones? ¿Podríamos conversar sobre este tema?

Fidel Castro. Es cierto que la raíz mambisa alentó nuestra lucha, inspirada en la búsqueda heroica de nuestro pueblo por la independencia y la justicia a lo largo del tiempo. El inmenso caudal martiano de ideas y principios fluía en nosotros en el centenario del nacimiento del Apóstol. En aquel discurso, justifiqué y fundamenté el derecho a la insurrección, a la luz, incluso, de toda la filosofía liberal: la que imperó en la Revolución Francesa, la que imperó en la revolución en Estados Unidos,  el derecho a la rebelión frente a la tiranía, defendido desde mucho antes por los enciclopedistas y los filósofos en Europa. La revolución socialista que latía en todo lo expresado no es en modo alguno una negación de la filosofía de la Revolución Francesa. El socialismo y las ideas socialistas son una continuación en otra época histórica de las ideas de la propia Revolución Francesa, muchas de las cuales son reivindicadas por el socialismo: los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad. La revolución burguesa no permitió que se alcanzaran, que se desarrollaran plenamente, eso fue lo que dio lugar a la necesidad de la revolución socialista. La verdadera igualdad no existe en la sociedad capitalista, sino en el socialismo; la verdadera fraternidad y la verdadera libertad solo son alcanzables en el socialismo para la inmensa mayoría del pueblo. Si existe desigualdad, no existe fraternidad. Si existe opresión económica y opresión política, no existe libertad. Solo en el socialismo se pueden enarbolar las tres grandes banderas de la Revolución Francesa. Es la razón por la cual no hay contradicción. En cierta forma, los filósofos de la Revolución Francesa y de la propia revolución burguesa todos aquellos pensadores, Juan Jacobo Rousseau y los otros eran gente bastante radicales en su pensamiento; los enciclopedistas; los mismos que inspiraron la lucha por la independencia de Estados Unidos, todos ellos negaban, por ejemplo, el origen divino del poder, negaban la monarquía; planteaban que el poder emana del pueblo y solo puede emanar del pueblo, y, entonces, postulaban el derecho a la rebelión contra la tiranía, el derecho a la insurrección.

Katiuska Blanco. Sí, y sus seguidores abogaban por crear el templo de la razón, y de hecho lo hicieron en la Basílica de Sena-Saint Denis, sitio sagrado de la monarquía absolutista en París.

Fidel Castro. En La historia me absolverá hay una correspondencia entre el pensamiento socialista y la fundamentación política e histórica del derecho a la insurrección, parte esencial de la doctrina socialista, que es el derecho a la rebelión frente a la opresión y frente a la explotación.

Aunque no era todavía un programa socialista, la parte económica y la parte social son bien claras, se inspiran en un pensamiento socialista, lo preside tal pensamiento.

En mi autodefensa empleé una imagen bíblica: No se puede adorar a «los becerros de oro» como aquellos del «Antiguo Testamento»— esperando los milagros de los becerros de oro, los milagros del capitalismo, los milagros de los ricos. Mi rechazo se expuso a través de una imagen bíblica, con un lenguaje para ser mejor comprendido y llegar a una población que en su gran mayoría todavía no asimilaba un mensaje marxista por su insuficiente preparación cultural y el maccarthismo imperante. No digo que el pueblo son los terratenientes ni los ricos ni los industriales. «¡Ese es el pueblo, el que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje!». A ese pueblo, cuyos caminos de angustias estaban empedrados de engaño y falsas promesas, no le íbamos a decir: «Te vamos a dar» sino: «Aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad».

Cualquiera que leyera bien el alegato, quien lo hiciera cuidadosamente, podía percatarse de que se trataba de un programa socialista, donde se ponía de manifiesto un pensamiento de tal carácter, porque afirmé que no creía en la ley de la oferta y la demanda, en la solución espontánea; planteé que había que utilizar los recursos e invertirlos en un programa para el desarrollo del país en beneficio del pueblo, que no se podía creer en los becerros de oro, como los del «Antiguo Testamento», que no hacían milagros; que no se podía creer en los ricos, en los capitalistas. Había, indiscutiblemente, una crítica al capitalismo, a las ideas capitalistas, al sistema.

Katiuska Blanco. Pero fue un programa creado con prudencia, ¿verdad? Martí en relación con sus propósitos de entonces siempre señaló el peligro que representaba para la Revolución el hecho de apresurarse en los decires, de adelantar las palabras a los acontecimientos. Por ello, en su carta a Manuel Mercado apuntó:

«...ya estoy todos los días en peligro de de dar mi vida por mi país, y por mi deber puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin».

Fidel Castro. La historia me absolverá, como programa revolucionario, fue ciertamente escrito con prudencia. Sí, lo pronuncié primero y lo escribí después con cuidado. No empleé una terminología marxista; sí las ideas marxistas, su esencia. Diría que el alegato es una síntesis de ideas martianas y marxistas.

Hay una continuidad de pensamiento de las ideas de Martí y las ideas marxista-leninistas, que corresponden a esta época donde existe el imperialismo, donde existe el capitalismo, cuando no es solo un fenómeno en Cuba sino un fenómeno en el mundo entero. Y si Martí fue capaz de tener aquel pensamiento en aquella época, hoy Martí sería marxista-leninista, sería comunista, no hay la menor duda. En su época y su entorno era imposible, pero era un pensamiento avanzado, luminoso. Asombra que un hombre en sus circunstancias fuera capaz de concebir ideas tan avanzadas como las suyas.

Katiuska Blanco. Comandante, pienso que la vida en Birán, las experiencias que vivió allí desde niño, influyeron notable mente en el contenido económico del programa, en las leyes revolucionarias y en cómo, incluso, aborda el problema de la tierra, tan señalado y crucial en América Latina hasta nuestros días. ¿No es así?

Fidel Castro. Sí, lo anterior se aprecia en especial en la segunda ley revolucionaria, que concedía la propiedad inembargable e intransferible de la tierra a todos los colonos, subcolonos, arrendatarios, aparceros y precaristas y en la cuarta ley revolucionaria la agrícola que confería a todos los colonos el derecho a participar del 55% del rendimiento de la caña y cuota mínima de 40 000 arrobas...

Todas las leyes propuestas eran de gran relevancia:

«La primera ley revolucionaria devolvía al pueblo la soberanía y proclamaba la Constitución de 1940 [], y a los efectos de su implantación y castigo ejemplar [] no existiendo órganos de elección popular para llevarlo a cabo, el movimiento revolucionario, como encarnación momentánea de esa soberanía, única fuente de poder legítimo, asumía todas las facultades que le son inherentes a ella». La revolución triunfante asumiría las facultades que fueran inherentes a la soberanía «excepto la de modificar la propia Constitución este era un principio muy acatado, de mucho prestigio: facultad de legislar, facultad de ejecutar, y facultad de juzgar».

Este programa cabía dentro de nuestra Constitución, bastante avanzada. 

«…un gobierno aclamado por la masa de combatientes recibiría todas las atribuciones necesarias para proceder a la implantación efectiva de la voluntad popular y de la verdadera justicia. A partir de ese instante, el Poder Judicial, que se ha colocado desde el 10 de marzo frente a la Constitución y fuera de la Constitución, recesaría como tal Poder y se procedería a su inmediata y total depuración []. Sin estas medidas previas, la vuelta a la legalidad, poniendo su custodia en manos que claudicaron deshonrosamente, sería una estafa, un engaño y una traición más».

«La tercera ley revolucionaria otorgaba a los obreros y empleados el derecho de participar del treinta por ciento de las utilidades en todas las grandes empresas industriales, mercantiles y mineras, incluyendo centrales azucareros».

Pensé mucho si lanzar, incluso, en aquel período esta idea, pero la nacionalización de todas las empresas parecía mucho, y lo planteé en aquel momento. Ese asunto había sido muy discutido en el pensamiento político, y en la historia de las doctrinas revolucionarias se había discutido si era correcto o no. A pesar de que tenía mis reservas, también prefería la nacionalización, pero como la opinión pública aún no estaba preparada para comprenderla, planteé solo la participación de la sociedad, lo que equivalía al 30% de las utilidades.

«La quinta ley revolucionaria ordenaba la confiscación de todos los bienes a todos los malversadores de todos los go biernos, y a sus causahabientes y herederos [] de procedencia mal habida[]». La mitad de ese dinero iba a ser destinada a la caja de los retiros obreros, la otra mitad para hospitales, asilos y casas de beneficencia.

Una vez concluida la guerra, a estas leyes seguirían una serie de leyes y medidas también fundamentales como la reforma agraria. Es decir, estas cinco se decretaban de inmediato, después lo sería la reforma agraria, la reforma integral de la enseñanza, la nacionalización del trust eléctrico y el trust telefónico dos grandes monopolios símbolos de las inversiones extranjeras y de la explotación de Estados Unidos a nuestro país. Eran los que cobraban en exceso y burlaban el pago al fisco, a la hacienda pública.

Todas estas medidas pragmáticas y otras se inspiraban en el cumplimiento estricto de dos artículos esenciales de nuestra Constitución, uno de los cuales proscribía el latifundio. A los efectos de su desaparición, la ley señalaba el «máximo de extensión de tierra». Fue lo que la Revolución hizo después exactamente.

Otro principio constitucional ordenaba categóricamente al Estado «emplear todos los medios a su alcance para proporcionar ocupación a todo el que carezca de ella y asegurar a cada trabajador manual o intelectual una existencia decorosa. Ninguna de ellas podrá ser tachada por tanto de inconstitucional. El primer gobierno de elección popular que surgiere inmediatamente después, tendría que respetarlas, no solo porque tuviese un compromiso moral».

El programa analizaba: «El problema de la tierra, el problema de la industrialización, de la vivienda los problemas de siempre, del desempleo, de la educación y la salud del pueblo». Es lo mismo que nos proponemos hoy, pero lo diferente son las premisas de que partimos, nuestros esfuerzos estarían concentrados en aquellos puntos y «en la conquista de las libertades públicas y la democracia política».

A las propuestas de trabajar en ámbitos como los deportes, la cultura, las investigaciones científicas, uní la denuncia de lo que ocurría. Dije: «Quizás luzca fría y teórica esta exposición, si no se conoce la espantosa tragedia que está viviendo el país en estos seis órdenes, sumada a la más humillante opresión política».

Señalé: «El ochenta y cinco por ciento de los pequeños agricultores está pagando renta []. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas, está en manos extranjeras a buen entendedor pocas palabras. En Oriente, que es la provincia más ancha, las tierras de la United Fruit Company y la West Indies unen la costa norte con la costa sur. Hay doscientas mil familias campesinas que no tienen una vara de tierra donde sembrar una vianda para sus hambrientos hijos y, en cambio, permanecen sin cultivar, en manos de poderosos intereses, cerca de trescientas mil caballerías de tierras productivas. Si Cuba es un país eminentemente agrícola, si su población es en gran parte campesina, si la ciudad depende del campo, si el campo hizo la independencia [], ¿cómo es posible que continúe este estado de cosas?». Impugné realidades dramáticas en nuestro país.

«Salvo unas cuantas industrias alimenticias, madereras y textiles, Cuba sigue siendo una factoría productora de materia prima. Se exporta azúcar para importar caramelos eso era muy gráfico, se exportan cueros para importar zapatos, se exporta hierro para importar arados... Todo el mundo está de acuerdo en que la necesidad de industrializar el país es urgente, que hacen falta industrias metalúrgicas, industrias de papel, industrias químicas, que hay que mejorar las crías, los cultivos, la técnica y elaboración de nuestras industrias alimenticias para que puedan resistir la competencia ruinosa que hacen las industrias europeas de queso, leche condensada [], que el turismo podría ser una enorme fuente de riquezas; pero los poseedores del capital exigen que los obreros pasen bajo las horcas caudinas esa es una frase romana, de la época de Roma con los derrotados, los vencidos, el Estado se cruza de brazos y la industrialización espera por las calendas griegas».

Cuestioné también la lógica absurda de estas interrogantes: En un campo donde el guajiro no es dueño de la tierra, ¿para qué se quieren escuelas agrícolas? En una ciudad donde no hay industrias, ¿para qué se quieren escuelas técnicas e industriales?

Y enfatizaba el carácter injusto del destino de muchos: «De tanta miseria solo es posible librarse con la muerte; y a eso sí los ayuda el Estado: a morir. El noventa por ciento de los niños del campo está devorado por parásitos []. La sociedad se conmueve ante la noticia del secuestro o el asesinato de una criatura, pero permanece criminalmente indiferente ante el asesinato en masa que se comete con tantos miles y miles de niños que mueren todos los años por falta de recursos. [] Y cuando un padre de familia trabaja cuatro meses al año, ¿con qué puede comprar ropas y medicinas a sus hijos? [].

»Con tales antecedentes, ¿cómo no explicarse que desde el mes de mayo al de diciembre un millón de personas se encuentren sin trabajo y que Cuba, con una población de cinco millones y medio de habitantes, tenga actualmente más desocupados que Francia e Italia con una población de más de cuarenta millones cada una?».

Katiuska Blanco. Comandante, indiscutiblemente el programa se corresponde con la ideología marxista-leninista, aunque ustedes no militaran en el Partido Comunista. Pero ¿llegaron a contar con su apoyo en ese entonces o fue mucho después?

Fidel Castro. El propio Manifiesto Comunista expresa que el Partido Comunista debe luchar junto a las fuerzas más progresistas de la sociedad, aunque no sean comunistas. El Mani fiesto aconseja la alianza. Y nosotros éramos, sin duda, una de las fuerzas más progresistas, aunque no apareciéramos como un movimiento marxista en aquel momento.

A ellos les llevaba tiempo, desde luego. Todavía en abril de 1958, la fuerza de que yo disponía en la Sierra Maestra sumaba algo menos de 300 hombres, y antes de la huelga de abril, éramos pocos los combatientes; el Partido Comunista trabajaba y colaboraba con nosotros, era aliado nuestro. Claro, discutía bastante con la dirección en el llano y las ciudades, con la dirección del Movimiento 26 de Julio y sus grupos de acción y sabotaje, porque a su vez tenían mucha desconfianza y no le faltaban razones, pues nuestras fuerzas no eran homogéneas en modo alguno. Existían entre nosotros quienes tenían prejuicios y resentimientos con el partido, como fue el caso de Carlos Franqui, antiguo militante del PSP [Partido Socialista Popular], reclutado por no sé quién entre la gente del llano y que había renegado del partido, y estaba lleno de odio hacia él, según pude observar más tarde. Algunas de aquellas cosas provocaban que existiera cierta desconfianza por parte de ellos. Pero con nosotros, en el Primer Frente de la Sierra Maestra, se mostraban bastante confiados, a decir verdad; ya con nuestra gente en la montaña había confianza, y conversábamos bastante cuando enviaban algún cuadro de la dirección del partido a conversar conmigo. Éramos amigos desde finales de la década de los años 40. 

Antes de la expedición del Granma también tuvimos contacto, y existían dos ideas diferentes: nosotros creíamos que debíamos partir, ellos creían que no estaban creadas todavía las condiciones subjetivas, y eran partidarios de que esperáramos. Eso me comunicó en nombre de su dirección Flavio Bravo, quien mantuvo siempre excelentes relaciones conmigo. Así que en el momento, en la oportunidad de volver a iniciar la acción, no estábamos de acuerdo, no existía unidad de criterio. Pero nos lo decían con mucha honestidad: «Lo creemos por esto, por esto». Tuvimos bastante contacto, y después lo continuaron cuando ya éramos algunos cientos de combatientes, ni siquiera una gran fuerza, antes de la huelga de abril.

En México, en el año 1956, ya estábamos en condiciones muy difíciles. Habíamos sido denunciados por Batista, quien a través de agentes llegó a conocer algunas de las actividades que forzosamente debía realizar un grupo de casi 100 combatientes por muy discretos que fueran.

Un día, por puro azar, varios agentes de la Federal de Investigaciones se percataron de ciertos pasos de algunos de los hombres que se ocupaban de mi seguridad personal, los vieron sospechosos y procedieron a nuestro arresto. Lo hicieron con gran habilidad. En ese momento estaba anocheciendo. Uno de los nuestros me acompañaba. Ambos estábamos armados. Otro compañero armado que nos custodiaba caminando a varios metros de nuestras espaldas fue capturado por los bien entrenados hombres de la Federal de Seguridad Mexicana que ocuparon ese lugar. Cuando el otro compañero y yo nos estábamos parapetando tras las columnas de una casa en construcción para defendernos de los ocupantes del vehículo que se detuvo ruidosamente ante la edificación, los de la Federal, que venían detrás, nos colocaron las pistolas en el cráneo, por detrás. Habíamos tomado aquellas medidas al observar extraños movimientos de vehículos alrededor del carro en que viajaba. Pensé que se trataba de un intento de asesinato por parte de los esbirros que Batista tenía contratados en México. La Federal luchaba en realidad contra el contrabando en las fronteras con Estados Unidos. El tráfico de drogas prácticamente no existía entonces. La Policía Secreta de México era la aliada de Batista y no la Federal, pero el arresto de nosotros desató numerosas detenciones de los revolucionarios cubanos y la búsqueda y captura de armas que complicó seriamente nuestra tarea. Todo lo acontecido implicó un gran escándalo y la investigación exhaustiva de nuestras actividades. Quiso el azar que afortunadamente, aquel órgano de seguridad lo integraran hombres más profesionales bajo la jefatura de un militar de academia. Estaban muy recientes todavía el gobierno de Lázaro Cárdenas y el espíritu de la Revolución Mexicana. Pronto comprendieron que los arrestados eran revolucionarios de convicciones profundas. Nos trataron con respeto y no pocas veces discutieron con nosotros. 

A pesar de las difíciles condiciones creadas, un mexicano ilustre, el general Lázaro Cárdenas, nos ayudó a salir de la prisión y continuamos desarrollando nuestro trabajo, aunque en circunstancias mucho más difíciles. Yo sostenía el criterio de que en un país como Cuba, sometido a una situación de pobreza y dependencia permanentes, las condiciones subjetivas para una revolución podían desarrollarse plenamente. No se podía esperar todo el tiempo.

Hoy, más de 50 años después, estaría más convencido todavía de que no se podía esperar todo el tiempo. Por tanto, pienso que fue absolutamente correcta la decisión de partir afrontando los riesgos pertinentes.

Dos años más tarde, el líder comunista Carlos Rafael Rodríguez subió a la Sierra Maestra, a mediados de 1958, durante la última ofensiva de Batista. Casualmente, esta había comenzado ya, y estaba por ver si resistíamos la avalancha de soldados que envió Batista contra nosotros. Así que no fue para la Sierra en un momento de victoria, sino en un momento de revés del Movimiento, después de la huelga de abril.

Antes de que la huelga se desatara, Osvaldo Sánchez y Enrique Olivera, dirigentes del PSP que se encontraban en la Sierra, no estaban conformes, incluso, me advirtieron que los responsables del M-26 estaban organizando la huelga de forma inadecuada. Ellos tenían el criterio de que el manifiesto escrito por mí a partir de la información recibida era de masiado radical. Estuve de acuerdo con la sugerencia, acepté la idea e incluso hice otro manifiesto más amplio, fue el que sacó de la Sierra una de las muchachas mensajeras de nuestro Ejército Rebelde. Tomé en cuenta algunos puntos de vista que me plantearon ellos. Me comentaron también aquel día: «Hay que preparar más la huelga, no está preparada», y en eso, indiscutiblemente, tenían razón.

Katiuska Blanco. A partir de la concepción de que el poder emana del pueblo y solo puede emanar del pueblo, era particularmente importante qué usted entendía como tal. ¿No cree?

Fidel Castro. Sí, fíjate que yo digo: «Cuando nosotros llamamos pueblo, estoy pensando en los obreros, en los campesinos, en los estudiantes...». Con un estilo propio y una forma que pudiera ser inteligible para la gente, para la población, en La historia me absolverá hice un ataque y una crítica fuerte a los latifundistas, a los ricos, a toda la política colonial. Se veía claramente la revolución del pueblo.

Sin embargo, el programa no creó inquietudes en tal sentido, en mi opinión, lo que pasó fue que la gente estaba muy impresionada por los hechos, por la denuncia de los crímenes, identificada con propósitos justos, y si alguien podía tener reservas de tipo social o asustarse por ese tipo de planteamientos en los que incluía todos los presupuestos de una revolución socialista, sin utilizar la terminología, si alguien podía alarmarse con tal lenguaje, posiblemente no le prestó mucha atención creyendo que se trataba de ideas de gente joven, pensando en numerosos programas anteriormente trazados y nunca cumplidos en Cuba. Es posible. Me he preguntado en reiteradas ocasiones por qué, incluso, los sectores burgueses vieron con simpatía el programa. Probablemente pensaron que muchas de aquellas ideas eran irrealizables, sueños de juventud, delirios de un soñador impetuoso.

La concepción martiana y marxista de nuestra lucha estaba muy clara en el programa, por supuesto, hay que leerlo despacio para apreciar un pensamiento socialista, incluso un pensamiento marxista, que fluye natural, sin usar la terminología marxista, porque hago una definición de la sociedad dividida en clases, y algo más, digo: «El pueblo es este, todos esos sectores a los que siempre han engañado con promesas de todo tipo, con el que nunca han cumplido []. A ese pueblo no le vamos a decir te vamos a dar, sino aquí tienes, lucha con toda tu fuerza para defender tu derecho a la vida []. No les vamos a hacer promesas, les vamos a dar esto». Era nuestra idea en el Moncada, cuya culminación contaba con la participación del pueblo como protagonista.

Por supuesto, cuando decidí asumir mi propia defensa, trabajé intensamente en la preparación del alegato, yo contaba con las principales ideas, la estrategia, los conceptos, la denuncia; me parecía fundamental la explicación de los hechos, el programa, la fundamentación legal, moral, política, filosófica de toda la acción, y al final al revés de lo que piden los abogados: la absolución, yo pedí que me condenaran.

Katiuska Blanco. Su hermana Enma me contó por qué no existen los originales de las cartas o mensajes en que usted reprodujo sus palabras de La historia me absolverá. Ella, poco antes de partir hacia México en el año 1956, los escondió dentro de un libro de música, en el colegio religioso donde estudiaba. Una empleada del lugar los encontró accidentalmente y los llevó a su casa. Un día, mientras la policía registraba las proximidades, la persona se asustó y los quemó. Así sucedió con innumerables documentos valiosos de nuestra historia.

Comandante, ¿podría hablarme de aquel esfuerzo? ¿Dedicó muchas horas a aquella tarea? ¿Cómo se las arregló para sacar los apuntes de la prisión?

Fidel Castro. Todo corría el riesgo de perderse, pues no pude grabar mis palabras ni tomar notas de ellas; entonces tuve que reconstruirlas. Como estaba en prisión, ello consistió en un meticuloso trabajo de escribir entre líneas de las cartas con zumo de limón, para poder burlar la censura.

Le concedí importancia al rescate del discurso, su publicación y distribución, y también a todo lo que constituyera una denuncia.

Tuve que escribir las misivas con limón, tú sabes que el jugo de limón se seca y luego cuando planchas el papel sale lo escrito es increíble que no hubiera falla. Lo escribí con jugo de limón, en un papel de cartas. Escribía, por ejemplo, una carta a Enmita: «Querida Enmita, estoy bien, estudiando...», o cualquier otro tema, cuatro o cinco líneas, un telegrama era lo que le mandaba, y ahí mismo empezaba yo a escribir con limón; tenía que aprovechar la luz y la hora adecuada.

Es muy difícil, porque a medida que avanzas, desaparece el texto. ¿Cómo continuar escribiendo, si apenas se veía la línea en que uno se quedó? Tenía que poner línea por línea, con lápiz, y después comenzar a escribir, cuando tenía la línea completa, iba marcando. Llenaba la hoja por ambas caras, y en el medio, la inocente carta, breve, a Enmita, a Lidia. Nunca se ha dicho más literalmente: «era un mensaje entre líneas».

Permanecía atento por si un día se les ocurría hacer la prueba. Nunca lo descubrieron, fue increíble. ¡Ni se sabe los mensajes que escribí! En tal sentido, contamos también con el secreto total de la gente que recibía los mensajes con tinta invisible, el grupo donde estaban Lidia, Myrta, Haydée, Melba, ellas nunca dijeron una palabra, porque nunca, jamás, en los dos años interceptaron un mensaje, y a pesar de estar incomunicado, la correspondencia era copiosa. Cuando los compañeros los recibían, ponían el papel en el horno o le pasaban la plancha para que apareciera el mensaje.

Por entonces mis padres ya estaban viejos, sobre todo mi padre. No viajaban prácticamente nunca a La Habana. Para ellos un viaje a Isla de Pinos era casi un viaje a España. Ya no salían de Birán. Nosotros mismos les sugerimos siempre que no fueran. Además, había otra razón de tipo práctico: los pocos contactos que teníamos eran para comunicaciones, los utilizábamos en eso; en las visitas, que eran una vez al mes. Si venían de mi casa, yo no iba a poner a mi padre y a mi madre a realizar actividades de tal índole. Para nosotros la visita era una oportunidad de comunicación con el exterior.

¡Es increíble cómo pudimos mantener aquella comunicación durante dos años y que Batista no lo descubriera!

También utilizaba un papel muy finitico, de cebolla, ahí sí todo lo escribía con tinta, con letra chiquitica. Con una letra chiquitica pero clara, escribía completa una hoja grande, la doblaba, la volvía a doblar, la aprisionaba y la metíamos dentro de una caja de fósforos que tenía doble fondo, yo la hacía del tamañito exacto. Eran un poquito más grandes que las cajitas de fósforos que se distribuyen en la actualidad.

Era un trabajo minucioso de una persona que pasa horas encerrada y se torna meticulosa y paciente en cualesquiera de las labores que realice o en lo que se proponga. ¡Ni se sabe las páginas que escribí con esa letrica tan chiquitica, en papel fino, de cebolla!

Aunque estaba aislado, tenía la posibilidad de salir al patio, y metía la cajita en una pelota, la envolvíamos con esparadrapo y la tirábamos de un patio a otro. Si la pelota se quedaba arriba, la gente reclamaba: «Oye, se ha quedado la pelota en el techo...».

Al otro lado estaban Pedrito y los demás. Como ellos tenían visitas sin una pared que los separara, llevaban cajas de fósforos. Les iban dando la mano a las mujeres, les daban cigarros, fumaban, y les entregaban la caja de fósforos a un familiar, a una madre, a otro. A veces yo mandaba varias cajas en una visita, y se las daban a Lidia, porque ella era una de las receptoras de todas estas cosas. Una parte fue así y otra importante fue con limón.

Pero La historia me absolverá no fue el único mensaje que mandamos. Montones de mensajes enviábamos con el método del limón. Todos los días escribíamos y, sin duda, el correo funcionaba bien, puesto que las cartas llegaban y no tuve que repetir ni una sola página. Todo salió perfecto, organizado, de forma que no hubo una sola falla, no faltó un solo dato. Pero el esfuerzo era muy grande, había que hacer línea por línea, una por una, y que no se me olvidara una palabra, una frase. Fue un trabajo realmente laborioso y tuve que dedicar tiempo a muchos mensajes y a diversos asuntos.

Cuando salió el folleto La historia me absolverá, se publicó por todas partes, se trasmitió de mano en mano. Fuimos creándole a Batista una situación en que tuvo que ponernos en libertad.

Nosotros sabíamos que Batista tenía que liberarnos, y ya contábamos con un plan de lo que íbamos a hacer cuando saliéramos, ya ese plan había sido elaborado. Pensé en todo eso, pero estaba solo con Raúl. No volví a reunirme con los demás hasta que salimos de la cárcel. Mantenía la comunicación por aquí y por allá, entre los dos patios aquellos; pero Raúl estaba conmigo, sobre todo en los últimos meses que estuvimos en la prisión.

Katiuska Blanco. Comandante, en las cartas a su papá usted asegura que el Presidio Modelo no es la prisión de Boniato. Percibo en esa afirmación el deseo de tranquilizarlo, pero pienso que allí también su suerte estaba en perenne asedio desde muchos puntos de vista, ¿no es así?

Fidel Castro. Fue una prisión riesgosa, porque el conflicto con el gobierno y las autoridades fue permanente, estábamos a merced de ellos; pero yo diría que fue una prisión digna y que no se puede comparar con la que han pasado otros revolucionarios; no fuimos torturados en ningún momento expliqué los factores que pudieron haber influido en eso, se nos trataba con respeto, lo inspirábamos a nuestros enemigos por la moral superior, pero no había paz. Y, claro, el respeto de que hablo es relativo. Ellos trataron, incluso, durante un tiempo, de llevar buenas relaciones con nosotros, pero nuestra actitud hizo imposible que aquellas se desarrollaran, se hizo absolutamente imposible.

Para lo que en Cuba se conocía, la cárcel fue dura, pero en relación con la experiencia universal actual, no puedo decir que estar casi dos años presos haya sido un gran sacrificio.

Al final tuvimos un radiecito y nos dedicábamos a escuchar las noticias. Claro, a veces nos lo ponían y después nos lo quitaban.

Al principio tuvieron cierta consideración, hasta pabellón familiar permitían. Intentaban mantener buenas relaciones con nosotros, pero estábamos muy irritados y no admitíamos el más mínimo de coexistencia pacífica; éramos nosotros, realmente, los que complicábamos la situación. El primer conflicto allí fue con el director, el comandante Capote, el día mismo que llegué. A mí me estaban esperando, y ellos tenían un régimen carcelario donde cada cual respondía a una escala de mando entre los propios presos. Al jefe le decían mayor, era el responsable de todo. Es decir, para mantener la disciplina utilizaban a los mismos presos. Cuando llegué, me llamó el director y me dijo: «Usted va a ser mayor». A mí no me gustó mucho aquello y dije: «No, ¿por qué? ¿Para qué hace falta eso?». «Bueno, aquí hace falta que uno sea el responsable de la disciplina y represente a la gente». Le dije: «Correcto». Como a los dos o tres días de estar allí, le digo: «Yo soy el mayor, represento a los demás» me sentía como un dirigente sindical. Proseguí: «Lo primero que voy a decirle es que apaguen las luces por la noche, porque el calor de los focos molesta mucho y uno está todo el tiempo despierto, y lo se gundo es que nos den patio, que no tenemos». El comandante se mostró muy arrogante y me dijo: «Bueno, las luces tienen que estar encendidas. Ustedes no saben lo que es la prisión, las luces tienen que estar encendidas, porque el problema...». Dio a entender que era para evitar la sodomía entre los presos. Le riposté: «¿Se va a suponer que usted tenga que tomar esas medidas en relación con nosotros?», y fue cuando me dijo: «Es que ustedes no saben lo que es la prisión, la prisión es muy dura». Entonces yo le contesté: «Óigame, comandante, yo he observado que en los cuarteles, por la noche, las luces están apagadas, ¿eso significa que los soldados practican la sodomía? ». ¡Se quedó frío! Y repitió: «Ustedes verán, ustedes no saben lo que es la prisión».

Así que ellos empezaron nombrándome mayor, lo cual fue una cosa, en cierta forma, amable. En realidad, la gran complicación, la más seria, surgió a partir del momento en que Batista visitó la prisión.

Estábamos con un espíritu intransigente, y cada día 26 y 27 hacíamos dos cosas, una conmemoración de lucha y de luto, de recuerdo a los que cayeron. Por ejemplo, un día no comíamos, otro permanecíamos en silencio. Adoptábamos medidas colectivas de tal tipo durante los dos o tres meses que estuve con el resto del grupo en el mismo pabellón.

El día de Nochebuena, el comandante Capote se jactaba de tener una administración eficiente y de que la comida era buena. Negociaba con todo, ponía a los presos a producir alimentos y entonces él recogía la cosecha y se la vendía al Estado. Le interesaba que los presos comieran bien, porque era el dueño de todas las producciones agrícolas, donde los empleaba como fuerza de trabajo. En ello se basaba su prestigio de eficiente administrador y de bondadoso, porque les daba buena comida. Eran miles los presos comunes y un pequeño grupo de revolucionarios. La comida no era mala, y ellos vivían muy orgullosos de eso. Un militar de orden, eficiente, pero un militar muy ladrón; y sus intereses coincidían, en este caso, con los de los presos, porque así ellos recibían una buena comida.

También era dueño de la tienda. A numerosos presos, sus familiares les mandaban algún dinero, y, como él era el dueño de la tienda, las ganancias eran para él; por lo tanto, los presos, si tenían dinero y estaba depositado en la prisión, podían comprar. Por supuesto, los negocios del hombre nos convenían. Vendía cualquier cosa: tabacos, cigarros, fósforos, latería de cualquier cosa, hasta aceite de oliva, granos, lo que quisiéramos comprar; era un negocio de los militares.

Llegaba fin de año y se jactaba de que la cárcel ofrecía una buena comida festiva, el día de Nochebuena, y nosotros decíamos: «No comemos», le despreciábamos la buena comida de fin de año siempre. Y después, día de Año Nuevo, y nosotros le despreciábamos la buena comida del Año Nuevo. Todo los ofendía mucho y los irritaba.

Por otro lado, parece que a Batista le gustaba ir por la Isla de Pinos como entonces se llamaba. A veces iba en un yate, pescaba, tenía una casa por allá, y un día fue a visitar la prisión porque quería inaugurar una pequeña planta eléctrica de unos 100 o 150 kilowatts, que sería para darle electricidad a la prisión cuando se iba el fluido eléctrico.

Comenzó entonces un ambiente de gran acontecimiento, una atmósfera de que iba Batista, el murmullo que la propia dirección del penal propiciaba, un clima de alegría, «gran honor » porque Batista iba a estar allí y había que organizarle una recepción con letreros y todo: «Bienvenido, Batista, a la prisión ». «Batista, los presos te saludan». Cosas por el estilo. Entonces les afirmamos a las autoridades que no le tributaríamos honor alguno a Batista y menos le daríamos la bienvenida, y que protestábamos por su presencia, que no lo saludaríamos, que estábamos en desacuerdo. Empezamos a expresar nuestro descontento y a protestar en contra de aquella atmósfera creada. Claro, ahora lo veo más natural y pienso que, a pesar de todo, a aquel comandante, director de la prisión, no le quedaba más remedio que organizar la bienvenida; pero nosotros siempre desarrollábamos las contradicciones como parte de nuestra lucha: hicimos constar nuestra protesta.

Katiuska Blanco. ¿Cómo fue que transcurrió la visita de Batista a la prisión? Ustedes se habían manifestado muy rebeldes en relación con esta desde el principio.

Fidel Castro. Aquel día, posiblemente coincidió con el hecho de que no teníamos patio: pero yo creo que nos encerraron. Un policía andaba con una pistola y con un palo, le decían Pistolita, tenía fama de bravo, de matón, y fue al que pusieron de guardia por fuera en nuestro pabellón, con la reja cerrada. Almeida vigilaba para ver cuándo Batista entraba en la planta eléctrica, en un edificio próximo al pabellón donde nos encontrábamos. De repente nos alertó: «¡Ya entró Batista, ya llegó!». Entonces nos sentamos todos a esperar. Almeida nos avisó: «¡Ahora está saliendo!». Y cuando salió, empezamos a entonar: «Marchando vamos hacia un ideal...», la marcha del 26 de Julio.

Batista, un tipo al que le gustaba hacer teatro, sonrisa para todas partes, salió de la planta aprisa, y oyó en aquel instante el himno: «Marchando...», se estaba riendo, creyó que se trataba de un homenaje más, y le dijo a quienes lo acompañaban: «Espérense, espérense», y se detuvo muy risueño a oír el homenaje de un coro celestial que acariciaba sus oídos, creyó que le estaban cantando una loa: «Marchando vamos hacia un ideal, sabiendo que hemos de triunfar...», y cuando el himno dice: «...limpiando con fuego que arrase con esa plaga infernal de gobernantes indeseables y de tiranos insaciables que a Cuba han hundido en el mal». Batista iba muy entretenido y feliz, caminaba, y a medida que reparaba en lo que decía la marcha se fue quedando serio, cada vez más serio, y cuando escuchó: «...esa plaga infernal de gobernantes indeseables y de tiranos insaciables...», el hombre, según nos contaba el observador, puso una cara terrible.

A todas estas, mientras cantábamos de aquel lado, próximo al lugar por donde pasaba Batista, Pistolita abrió la puerta de rejas y entró, llegó por el pasillo con el tolete: ¡Pa, pa, pa!, golpeando el suelo, y nosotros alto, muy alto, continuamos el himno. Nadie sabía en ese minuto si Pistolita iba a sacar la pistola e iba a empezar a matar gente. Pero, ¡qué va!, Pistolita era más fanfarronería que otra cosa, cuando llegó su hora ni sacó la pistola ni mató a nadie, y nosotros sí disparamos, cantamos completo aquel himno sin que Pistolita hiciera absolutamente nada.

Aquella segunda protesta fue la que puso más furioso al comandante Capote. Dos o tres días después me llamaron, me llevaron a la dirección y el tipo me insultó, tuvo un arrebato de cólera, y me dejaron aislado, condición en la que permanecí el resto del tiempo. Como la planta eléctrica quedaba justo al lado del lugar donde permanecíamos presos, por una coincidencia así, en aquella inmensa prisión, tuvimos la necesidad de protestar y aquello me costó la incomunicación. Fue una declaración de guerra.

También se llevaron a Cartaya, el autor del himno, y a muchos de los nuestros les dieron golpes. A mí me separaron y a los demás los castigaron; se puso serio el encierro.

Me pusieron frente a la funeraria, allí solo había movimiento y ruido cuando traían a los muertos, fueron mi única compañía durante largo tiempo. Como nos ubicaron en el área del hospital para no mezclarnos con los presos comunes, en aquella parte de la instalación carcelaria radicaba una capilla ardiente. Además, me hicieron una trampa. Entró uno de los carceleros, se llamaba Perico; un tipo alto, flaco, narizón y de malas pulgas, fuerte, era teniente de la policía. Llegó con unos presos, una escalera y cambiaron el bombillo. Les pregunté: «¿Qué pasa con el bombillo?». Respondió: «Lo vamos a cambiar».

No tuvieron el valor de decirme que me quitaban la luz. Pusieron un bombillo fundido. No tuvieron valor para decirme: «Oiga, lo vamos a dejar sin luz». Como nosotros no les temíamos, sino que sentíamos un gran desprecio por lo que ellos hacían, no podían amenazarnos ni asustarnos. Les demostrábamos continuamente que no les teníamos miedo. Eran ellos los que temían nuestras protestas y por eso no me lo dijeron. Cuando fui a encenderlo no funcionó, y cuando avisé que el bombillo estaba sin luz no me prestaron ninguna atención. Me tuvieron muchos días aislado y sin luz. Fueron cerca de dos meses sin luz.

Katiuska Blanco. Fue cuando, atento al desvanecimiento de la luz al oscurecer, usted se fabricó sus propias, temblorosas y pálidas iluminaciones de aceite. He visto esa imagen en mi pensamiento. La cama estrecha cubierta por el mosquitero, la luz parpadeante bajo la gasa y usted inclinado, leyendo.

Fidel Castro. La cama era estrecha y no tenía luz; pero lo verdaderamente incómodo en el presidio eran los mosquitos, una nube me sobrevolaba persistentemente, un infierno; unos mosquitos implacables exigían que a una hora del día, de forma invariable, tuviera que poner el mosquitero. Dormía bastante bien, todo lo bien que se puede dormir en una prisión, donde de vez en cuando uno sueña con que está en la calle y se despierta otra vez en aquel dichoso lugar. Es una de las experiencias más amargas.

Aquellos militares no podían entendernos. Nosotros pensábamos como gente que tiene la razón. Teníamos una posición moral más fuerte que ellos, y ellos, a su vez, sentían la inferioridad en que se encontraban en tal sentido; eran más débiles que nosotros moralmente. Era algo habitual entre nosotros por el sentido y justeza de nuestra lucha, inspirada en valores éticos martianos, esencialmente.

Katiuska Blanco. Hace poco más de una década atrás, leí en el periódico español ABC unas maravillosas cartas de amor que le atribuían a usted. Pensando que dicho rotativo es algo así como un Diario de la Marina en la Península, intuyo que fueron publicadas para denostarlo, pero muy contrariamente a tal propósito, las cartas solo mostraban a la luz un hombre de exquisita espiritualidad. Poco después usted respondió a unos periodistas aquí en Cuba: «Eran mis cartas de amores platónicos ». Pienso que se trata de joyas literarias.

Fidel Castro. Sí, escribí esas cartas a Naty Revuelta. Recuerdo que una vez, en la prisión, me las cambiaron de destinatario deliberadamente. Fue una de las cosas sucias que me hicieron, algo desleal: me cambiaron las cartas de mis amores platónicos.

Realmente, yo actuaba de una manera natural y espontánea; así mismo escribía y expresaba los sentimientos que me embargaban. Pero el problema era que estaba preso y me censuraban las cartas, debía emplear imágenes. Tenía que ser muy cuidadoso al escribir y expresar mis sentimientos, hacerlo sin que los enemigos se dieran el gusto de estar conociendo los sentimientos de uno, y por eso empleaba un lenguaje figurado, un poco poético. Reconozco mi vocación poética, pero las circunstancias obligaban también. No obstante, ellos se percataron de que yo tenía un intercambio de comunicaciones ilegales, ciertas relaciones sentimentales extramatrimoniales pero que eran muy sanas, podrían considerarse una especie de deslealtad espiritual, pero realmente no pasaban de eso, en dicho período las relaciones eran puramente platónicas y desinteresadas. Se trataba de alguien que me había ayudado mucho desde el punto de vista revolucionario, ella me enviaba libros a la prisión, yo no había querido mezclar en absoluto aquellas dos cuestiones, la actividad revolucionaria y la personal. Tuve una conducta intachable, pudiéramos decir; no quise que se mezclaran mi vida política y mi vida personal. Tales relaciones surgieron al calor de la actividad revolucionaria y la conspiración. No tenían algo torcido, sucio, nada de que tuviera que abochornarme, afirmo que eran platónicas. Le escribí varias cartas con un lenguaje poético, literario.

Entonces un día conspiraron contra mí y me cambiaron las cartas; lo hicieron también para crear problemas, fueron sucios, muy sucios. Una de mis cartas para Myrta se la enviaron a Naty y viceversa, una de aquellas cartas que yo escribí a esa dama, la pusieron en la correspondencia a Myrta. Actuaron con una falta de hidalguía tremenda, no obstante que las cosas escritas por mí, más o menos, eran literarias, poéticas, sentimentales, románticas y platónicas.

Había mucho de reconocimiento, de gratitud por la colaboración y un sentimiento de amor también, un sentimiento de amor absolutamente puro y que había sido objeto de una total disciplina y corrección.

Nunca fui un Don Juan ni estaba haciendo ningún papel de Don Juan. El vínculo tenía relación con la causa revolucionaria, y era sano, no hubo deslealtad, nada en absoluto; pero era lógico que mi esposa se molestara, ellos lo hicieron para provocar un conflicto. ¿Cómo lo hicieron? Bueno, yo nunca me dediqué a vengarme de los agravios en este mundo, no averigüé nada, seguí en la revolución que era en lo que yo estaba, ni siquiera me preocupé de averiguar quién demonio me había cambiado las cartas y por qué lo había hecho.

Bueno, realmente, creo que el gobierno cometió otra gran infamia y, sobre todo, la familia de Myrta se portó muy mal. Si hubieran querido ayudarla porque hubo una situación muy difícil, casi de hambre, lo hubieran hecho. No a mí, no lo necesitaba en absoluto ni les hubiera aceptado ninguna ayuda, ellos lo sabían. Indiscutiblemente, se aprovecharon de la situación difícil de tipo económica, el problema del niño y otras: peligro, hambre, sobresaltos; porque yo solo tenía lo esencial, muy poquito, y ellos empezaron a conspirar para destruir la armonía.

No sé en qué momento fue, si antes del Moncada o después, el hecho es que, bajo el pretexto de ayudarla y no hay duda de que fue algo deliberadamente pensado para crear un conflicto porque, desde el momento en que se produjo el golpe de Estado del 10 de marzo, aun antes del ataque al Moncada, las relaciones con aquella familia se tornaron muy malas, totalmente malas, y me convertí en una especie de problema porque algunos de sus miembros ocupaban posiciones importantes en el gobierno de Batista; me convertí en una preocupación, su hermano Rafael puso a Myrta en la nómina de un ministerio donde él trabajaba era viceministro de Gobernacióna devengar un sueldo de un cargo que no desempeñaba, un modesto salario; eso conocido como botella era una cuestión muy criticada en Cuba. Ellos sabían que yo no lo habría aceptado bajo ningún concepto.

Bueno, no sé si Myrta sabría cómo era que percibía aquel salario ni me he preocupado nunca de preguntar ni de hablar sobre aquello; pero el hecho es que hicieron constar su nombre en una nómina del Ministerio de Gobernación por un sueldito.

La familia de ella sabía que yo no aceptaría semejante cosa, no podía aceptarla jamás. Fue una grave ofensa que me hicieron, y ellos se valieron de una situación de dificultades económicas muy grandes, de desamparo.

Katiuska Blanco. Precisamente, tengo la carta que usted envió el 17 de julio de 1954 a Myrta en tales circunstancias, entre los papeles que utilicé para preparar este encuentro, dice:

«Myrta:

»Acabo de oír por el noticiero de la CMQ (11:00 de la noche) que el Ministro de Gobernación había dispuesto la cesantía de Myrta Díaz-Balart…”. Como no puedo creer bajo ningún concepto, que tú hayas figurado nunca como empleada de ese Ministerio, procede que inicies inmediatamente una querella criminal por difamación contra ese señor, dirigida por Rosa Ravelo o cualquier otro letrado. Quizás han falsificado tu firma o quizás alguien haya estado cobrando a tu nombre pero todo se puede demostrar fácilmente. Si tal situación fuera obra de tu hermano Rafael, debes exigirle sin alternativa posible que dilucide públicamente esa cuestión con Hermida aunque ello le cueste el cargo y aunque fuera la vida. Es tu nombre lo que está en juego y no puede rehuir la responsabilidad que tiene que saber muy grave para con su única hermana, huérfana de madre [] cuyo esposo está preso [].

»Considero que tu pena y tu tristeza sean grandes, pero cuenta incondicionalmente con mi confianza y mi cariño».

Fidel Castro. Es la carta que le envié a Myrta. Yo sabía que ella estaba siendo víctima de su familia, de su hermano que la utilizó sin escrúpulos, yo quería que todo se aclarara porque ella había estado colaborando con nosotros, sabía que estaba haciendo grandes sacrificios y por ninguna razón, después de los trabajos que pasó, yo la hubiera abandonado.

Nunca me he puesto a averiguar realmente cómo fue, cuándo lo hicieron, en qué fecha ni me ha importado averiguarlo. El hecho es que así estaban pretendiendo darle una ayuda. Yo no sabía nada. Si me hubieran dicho que el padre le dio 50 pesos o le dio 100 pesos un día, no me habría negado ni lo habría visto mal. Probablemente no me habría gustado o habría mostrado desacuerdo; pero, bueno, me habría parecido un poco lógico, tenía cierta lógica que dijera: «Como padre te doy una ayuda», una pequeña ayuda, si quería dársela, para ella y para el niño. Yo no sabía absolutamente nada ni siquiera podía imaginarme semejante cosa.

El hermano me conocía bien. Pienso que cuando hizo esto y no sé en qué momento, en qué período después del golpe lo hizo estaba buscando crear un conflicto, porque no tenía sentido ni pies ni cabeza que procediera así. Fue una provocación de las grandes.

Entonces, ¿qué ocurrió? En un momento determinado, no sé qué protesta pública tuvo lugar, qué denuncia, por las condiciones de los presos, no sé qué declaración de protesta hizo Myrta, y entonces Hermida, ministro de Gobernación del mismo ministerio donde el hermano de ella era viceministro, hizo una declaración afirmando que la había cesanteado. En medio de un conflicto alrededor de los presos, este hombre acudió a tal bajeza, a una especie de venganza. Él sabía que Myrta figuraba con un puesto allí y lo expresó en público, indiscutiblemente para ofenderme, para herirme, para atacarme, o para atacarla a ella. No recuerdo bien las circunstancias, pero ella había hecho una declaración de protesta por el trato a los presos. Ella tuvo una actitud muy solidaria todo el tiempo, nos visitaba en la prisión, todo lo sentía perfectamente bien; pero indiscutiblemente que el hermano y la familia la embarcaron al concederle esa «ayuda», que debió ser inaceptable, y luego la colocó en un lugar embarazoso y de desventaja moral.

Qué le dijeron a ella, o qué sabía ella, yo no sé, realmente tampoco me puse a averiguar ni a hacer preguntas sobre dicho problema.

Por entonces ya se había producido también la conspiración de las cartas y la familia casi se apoderó de Myrta; porque cuando hicieron la declaración, ella supo que se había creado un problema conmigo, supo que para mí se trataba de algo muy grave. La familia le cayó encima. Ella pudo pensar que yo no aceptaría lo ocurrido bajo ningún pretexto, bajo ninguna justificación, pudo pensarlo. Fue un momento muy difícil para ella.

En mi caso creo que yo habría tenido al respecto una reacción muy fuerte, muy dura. Aún teniendo en cuenta mi antagonismo con el gobierno, mi lucha total, mi odio, mi repudio a la dictadura; no lo consideraría un problema insoluble, habría podido superarse con más calma, con más sangre fría y tomando en cuenta todas las circunstancias. Habría podido solucionarse sin el divorcio. Desde luego que se creaba un problema serio, muy serio en el caso real de que ella supiera eso, que figuraba en un puesto de ese ministerio, pero no hubo oportunidad de discutirlo. Ya la familia, apenas se publicó la noticia, prácticamente se apoderó de ella. Debieron utilizar todos los demás argumentos: las cartas, las dificultades, etcétera; deben de haber presentado un cuadro muy negativo, difícil, y la cuestión es que decidieron y ella aceptó— salir al extranjero con el niño. Resultó que, en tal situación en que yo estaba preso, ella salió al extranjero con el niño. Entonces, desde mi punto de vista, cayó en manos de su familia. No hubo una conversación ni una explicación, nada. Fue la forma en que ocurrieron los hechos.

Salió la noticia y a los pocos días nombraron un abogado, usaron todo el poder de la familia y todo el poder del Estado para obtener tal resultado. Ellos querían separarnos y, efectivamente, lo lograron; además, para infligir una herida, una ofensa grande y llevarse a la madre y también al niño, los mandaron a ambos para Estados Unidos. Fue una acción muy sucia, realizada por el gobierno y por la familia. Ellos consumaron su conspiración, y realmente no había ningún fundamento, tuvieron que haber utilizado el argumento de las cartas, en parte, pero eso lo sabía yo nada más.

En dicha etapa me lastimaba más la ofensa política que la personal, porque, además, yo veía en todo aquello las maquinaciones del gobierno y de los batistianos, de los cuales tenía un pésimo concepto, de los batistianos y de sus métodos. Ellos habían hecho cosas peores, porque habían matado a decenas de compañeros míos, los torturaron y asesinaron brutalmente. Ellos habían hecho cosas peores, instauraron una tiranía sobre nuestro país.

Tenía entonces agravios mucho más fuertes que aquel, tenía motivaciones mucho más fuertes, porque estaba contra dicho régimen, luchaba y estaba concentrado hasta el último acto de mis energías y de mi vida a tal batalla. Tenía una terrible opinión de Batista y de todos los batistianos. Pero también me dolía en lo personal, como es lógico.

Mi irritación era fundamentalmente política, por lo que habían hecho; la forma sucia, innoble, grosera en que actuaron. Tuve motivaciones adicionales fortísimas para repudiar aquel régimen, del cual tenía un concepto pésimo. De modo que toda aquella cuestión política hizo que disminuyera mucho la estrictamente personal.

Katiuska Blanco. Comandante, usted expresa dicho sentimiento en una carta que me causó gran impresión:

«Vivo porque creo que tengo deberes que cumplir. En muchos momentos de los terribles que he tenido que sufrir en un año, he pensado cuánto más agradable sería estar muerto. Considero al 26 de Julio muy por encima de mi persona y en el instante que sepa que no pueda ser útil a la causa por la que tanto he sufrido me quitaría la vida sin vacilar, con más razón ahora que no me queda siquiera un ideal privado al cual servir. Lo poco que he hecho con suma infinita de sacrificios y noble ilusión no lo podrán destruir destruyendo mi nombre. []

»Trabajo me cuesta alejar de mi pecho los odios mortales que quieren invadírmelo. No sé si habrá hombre que haya sufrido lo que yo en estos días pasados; han sido de terrible  y decisiva prueba, capaz de apagar en el alma hasta el último átomo de bondad y pureza, pero me he jurado, a mí mismo, perseverar hasta la muerte []».

Fidel Castro. Puede ser que haya escrito algunas cartas denunciando lo que hicieron en aquel momento, era amargo en lo personal; pero, me había enfrentado a problemas mucho más duros, más amargos; de ninguna manera iba a subordinar a mi situación personal los asuntos políticos de la revolución.

A decir verdad, me sentía consagrado a mi tarea política y revolucionaria, y me irritaba el golpe bajo que habían querido darme.

En mi estado, tal vez magnificaba un poco el problema; más de 50 años después veo las cosas con más calma. Pude magnificar la ofensa hecha por el gobierno y hecha a la familia, veía como algo atroz lo hecho; pero creo, a pesar de todo, que me repuse relativamente rápido, y es explicable: seguí en la lucha, creo que todo aquello multiplicó mi espíritu de lucha.

Y todo aquel asunto pudo tener solución, pudo no producirse el divorcio, no era inevitable, yo hubiera podido comprender hasta qué punto la convirtieron en una víctima de toda aquella manipulación e intriga.

A Myrta la volví a ver después en Miami, mientras yo estaba en los inicios del exilio en México, hablamos, pero no de eso. Tuve siempre mi idea de lo que había ocurrido, y la idea de que la habían hecho víctima. En realidad lo hicieron. Cuando vi la cosa clara, fríamente, comprendí que la hicieron víctima en una situación muy difícil, en que prácticamente estaba pasando hambre y estaba el niño chiquito, y tú sabes la influencia que tienen en una madre los problemas del hijo y de la seguridad del hijo, todas esas zozobras y angustias.

La familia la utilizó, se aprovecharon de las circunstancias especiales en que se encontraba, la situación de pobreza y de necesidades materiales tremendas. Ellos habrían podido ayudarla limpiamente, nadie la hubiera podido censurar; si la hija no tenía a nadie que la ayudara, la podían ayudar limpiamente, si no era tanto lo que necesitaba.

Si a mí me consultan, naturalmente, yo digo que no, hubiera estado opuesto; pero desde el punto de vista de la familia, habría comprendido que era lo mejor. De una manera limpia, si hubieran querido darle 50 o 100 pesos todos los meses, cuando se quedó sola. Tú no le puedes cuestionar a la familia, a un padre, que quiera ayudar a la hija, a un hermano ayudar a la hermana.

Katiuska Blanco. Toda esa historia me recuerda otras difíciles y dolorosas en la vida de Martí y en la de Mella. Tengo entendido que Hermida, el ministro de Gobernación que declaró que Myrta recibía un salario en el Viceministerio, lo visitó luego en la prisión, ¿es cierto?

Fidel Castro. Sí, un día visitó la cárcel. A mí no me consultaron antes, de repente se abrió la celda y entró. Creo que Raúl estaba conmigo entonces, no sé si él me acompañaba donde yo me encontraba o si estaba solo allí; porque yo viví primero aquel período de soledad, aislamiento total, sin patio, sin nada; después fue mejorando mi situación: derecho a ir al patio, en que podía comunicarme con el de al lado, y después un período en que enviaron a Raúl para el lugar de mi confinamiento. Es decir, no recuerdo si él estaba allí o no en aquel momento, pero el hecho es que abrieron las rejas y entró el ministro de Gobernación, me saludó y entonces le reproché lo que había hecho, le reproché las declaraciones. Él trató de dar una excusa, me habló y me dijo: «Bueno, yo también fui revolucionario », dijo una cosa: «Yo también estuve preso, porque puse bombas contra Machado».

Aquel hombre fue casi a rendirme tributo, porque me dijo: «Bueno, yo fui preso también, yo comprendo lo de ustedes, porque fui revolucionario. Estuve preso, puse bombas, y, mira, ahora estoy aquí». Casi quiso decir que él entendía lo que hacíamos, que él lo había hecho también y que algún día no estaríamos ahí. Realmente fue casi a rendirme un tributo, a decirme reitero que él también había estado preso, que comprendía. Fue todo lo que dijo, no fue a decirme nada ni a proponerme nada ni a conversar nada. Quería verme, parece que tenía curiosidad de ir a verme y entró. Era el ministro de Gobernación, el dueño de las cárceles, y yo era un prisionero.

Le reproché además en breves palabras las arbitrariedades de la prisión. Él dio alguna explicación, realmente trató de hacerse simpático. Pero yo comprendía que era un problema moral de todos ellos: se sentían inferiores frente a nosotros, se sentían desmoralizados. Incluso, tenían curiosidad por ver cómo éramos. Es otra manifestación de la inferioridad moral de toda aquella gente frente a nosotros.

 

 
 
 
 

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