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       Nabil Khalil PhD Sitio Web - Versión en Español

 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 Fidel Castro Ruz Guerrillero Del Tiempo-Capítulo 11.

 
 
 
TOMO I

11Graduarse, bufete de Tejadillo, defender a los pobres, gestiones diplomáticas, fugaz holgura, un gesto altruista, primera autodefensa y denuncia de raíz francesa, al lado de Justa, hermandad racial

 

Katiuska Blanco. Comandante, la culminación de los estudios universitarios fue un propósito ansiado por usted y casi visto como un viejo sueño por sus padres. Así como llegó a ser el primer bachiller de la familia en 100 o 200 años, quizás sería el primer universitario en más de 500. En Galicia, por ejemplo, recuerdo la vetustez de la Universidad de Santiago de Compostela, cuya fundación data de 1495. Sus edificios y el de la catedral son imponentes por su belleza e historia. Al menos por la familia de su papá en Galicia, nadie nunca se graduó antes del nivel superior.

El desarrollo de un trabajo investigativo constituye siempre el esfuerzo final exigido académicamente a los estudiantes para su graduación. Sé que defendió su tesis de grado el 5 de septiembre de 1950 y el tema escogido fue «La letra de cambio en el derecho privado y en la legislación laboral». ¿Tuvo alguna motivación especial para analizar tal tema? ¿Significó algo para usted?

Fidel Castro. Sinceramente, la tesis fue algo formal, no realicé ningún esfuerzo. Por entonces no se discutían los proyectos, cualquier tema podía estudiarse; una tesis no desempeñaba ningún papel. Era un tema sencillo, fácil, no significaba absolutamente nada.

 Katiuska Blanco. Comprendo, el esfuerzo mayor se concentró en vencer los exámenes en un período muy breve y hacerlo envuelto en las turbulencias políticas de la época, en la incesante lucha revolucionaria que le era irrenunciable a usted y motivo de sobresalto en su casa de Birán. Me viene a la mente ahora el mensaje suyo publicado en la revista Carteles, el 10 de diciembre de 1950. Lo titularon «Una carta de Fidel Castro ». Usted realmente replicaba, con lo que pudiera considerarse un manifiesto, ante las continuas infamias de Masferrer. La hostilidad de Masferrer tenía que ver con el hecho de que usted había desenmascarado su actitud cobarde en la expedición de Cayo Confites, su entrega de las armas al gobierno, el maltrato a los enrolados y, además, su complicidad con Mario Salabarría, principal responsable de la masacre de Orfila. Usted decía en su carta:

«...acabo de concluir mis estudios en la Universidad, donde he obtenido los títulos de: Doctor en Derecho, Licenciado en Derecho Diplomático, y Licenciado en Derecho Administrativo en cinco años académicos, sin haber perdido un solo curso, sin haber obtenido jamás un suspenso; con un expediente de estudio que puedo exhibir orgulloso en defensa del concepto a que soy acreedor. Pueden dar sobre ello cabal testimonio ilustres profesores, en los cuales no cabe sospecha de veleidad y de quienes he recibido más de una vez sincera felicitación por mis exámenes. [...] No me arrepentiré jamás de  los nobles empeños de mi lucha universitaria sin recibir más pago que lágrimas para mis familiares, peligros para mi vida y heridas para mi honra.

»Si la deshonra es el castigo de los que claudican, sea, pues, la honra el precio merecido de los que han sabido ser honrados».

Comandante, vencida esa etapa, ¿cómo fue su vida? ¿Qué causas asumió como abogado? Imagino que para entonces ya sus padres supondrían que debía comenzar a valerse económicamente por sí mismo.

¿Fue realmente así? ¿En algún momento necesitó de nuevo la ayuda de ellos?

Fidel Castro. Bueno, mi padre me ayudó cuando me casé y realicé aquel viaje a Estados Unidos, recuerdo que regresé con algún dinero de la venta del carro de uso que había comprado. En dicho período me dediqué ciento por ciento al estudio, en los años 1949 y 1950. Es decir, mientras no terminé la carrera me siguieron ayudando económicamente, aunque los gastos eran insignificantes. Ya había nacido mi hijo y recuerdo que mi padre me enviaba algún dinero, pero una cantidad limitada.

Para mí era lógico que después de graduado ya mi padre no tuviera que ayudarme. Los gastos eran muy pocos; lo que había que pagar era el apartamento y la comida de tres personas. En aquella época no había tanta inflación como hoy y, en realidad, lo que se gastaba en una casa no pasaba de dos o  tres pesos diarios. En aquel tiempo con 120, 150 pesos se podía vivir limitadamente. Yo no tenía automóvil, no tenía nada. Si acaso, usaba algo en pagar el ómnibus para ir y venir de la Universidad. Rara vez iba al cine; de vez en cuando compraba algo en la cafetería de la esquina.

Gastaba muy poco, me dedicaba todo el tiempo a estudiar, no iba a ninguna parte; de modo que con la ayuda de mi casa me las arreglaba. Ya ni me acuerdo cuánto se pagaba por aquel apartamento, debieron ser 35 o 40 pesos o algo así.

La ayuda de mi casa terminó exactamente cuando me gradué. Entonces todavía vivía en aquel apartamento de una sola habitación cercano al hotel Riviera. Estaba en el techo. El edificio tenía dos pequeños apartamentos en cada piso. Había que subir las escaleras; era muy sencillo, muy barato y me quedaba más cerca de la Universidad.

Después, algunos compañeros de oficio y yo conformamos un bufete en la calle Tejadillo, en La Habana Vieja y empezamos a trabajar.

Katiuska Blanco. El doctor Jorge Aspiazo Núñez de Villavicencio recordaba en un testimonio recogido en la Oficina de Asuntos Históricos en febrero de 1979, que fue mientras conversaban en la escalinata universitaria que usted les propuso a él y al doctor Rafael Rasende Vigoa crear el bufete. Ellos aceptaron y ese mismo día, los tres encaminaron sus pasos hacia La Habana Vieja, donde lo establecieron para atender asun tos civiles, criminales y sociales. El dueño del edificio Rosario, Nº 57 de la calle Tejadillo, les mostró el departamento 204, un pequeño local compuesto por una salita y un despachito. Lo rentaron con el pago por adelantado de 80 pesos que consiguieron reunir, de 120 a pagar, y con la promesa de abonar poco después el resto del dinero. Luego, como no tenían muebles, el propietario les prestó un buró y una silla para que pudieran comenzar a trabajar. Aspiazo también mencionaba que adquirieron una máquina de escribir de uso a plazos.

Fidel Castro. No era raro que tuviéramos que reunir fondos para alquilar el local. Tenía muy pocos ingresos, prácticamente ninguno, porque recién me había graduado y además, de inmediato, como abogado, empecé a defender a los pobres, a quienes no poseían nada, tampoco dinero con qué pagarme.

Por fortuna pude movilizar algunos recursos por otras vías. Por ejemplo, existía una póliza de seguros que mi padre me había hecho. No recuerdo bien en qué momento negocié la póliza de seguro; tenía que escoger entre la gran seguridad por lo que podía pasar después si a mí me ocurría algo y la necesidad de vivir. No sé a cuánto ascendía la póliza, si era por 20 000 pesos o algo así. Era una cantidad que mi padre venía pagando y se acumulaba, para cobrarlo a los 20 o no sé cuantos años. Creo que tales compañías de pólizas invertían el dinero en bienes inmuebles y apartamentos.

Desconozco lo que las compañías hacían con el dinero, pero si usted había pagado 3000 o 4000 pesos y se moría, la familia recibía la cantidad completa. Tampoco llegué a saber si los asegurados ganaban interés, imagino que no ganarían mucho; creo que el atractivo era que aseguraban al individuo mismo o a su familia.

Bueno, tuve que negociar la póliza con la compañía, porque si el asegurado quería recuperar el dinero no se lo devolvían todo, solo una parte de lo depositado. De todas formas recuperé cierta cantidad, y así pude disponer de algunos recursos después de la graduación.

Como abogado no recuerdo haber recibido ingresos, prácticamente no le cobraba a nadie, de manera que la situación económica mía era bastante apretada. Mejoró cuando mi padre me pidió que, en mi condición de abogado, le resolviera un problema de mucha importancia. Sin que yo conociera las razones, casi desde que nací, había oído hablar de algunos de aquellos problemas. Sabía que una de las la fincas de mi padre, quien poseía alrededor de 800 hectáreas, estaba a nombre de su gran amigo don Fidel Pino Santos. Se trataba de la mejor tierra de aquella zona. Él era como un banquero también de mi padre; don Fidel le prestaba dinero. Si mi padre tenía alguna necesidad, le hacía un préstamo y le cobraba un interés. No creo que fuera un interés tan alto como el que cobraban los bancos americanos, pero si mal no recuerdo, le cobraba a mi padre como el 8% cuando lo que se practicaba era el 10%  de interés. Don Fidel ya era representante. En aquel momento creo que mi padre se había nacionalizado cubano, aunque español al fin, siempre tenía cierto temor, cierto complejo.

Katiuska Blanco. Sí, Comandante, su papá se hizo ciudadano cubano en 1941. Para entonces llevaba casi 42 años viviendo en Cuba y había prosperado en los negocios con mucho esfuerzo personal, pero la propiedad de la finca Manacas, su posesión más preciada, estaba a nombre de don Fidel Pino Santos desde el año 1933. Don Ángel tuvo que cederla en pago a Pino Santos, de quien era deudor desde 1923 y 1924, por unos préstamos recibidos con el 8 y el 10% de interés anual. En 1924 fue cuando don Ángel firmó el contrato por 20 años con la Warner Sugar Corporation, compañía propietaria del central Miranda, del que don Ángel resultó ser colono. Se hablaba de una especie de pacto de caballeros entre ambos amigos, algo que la vida demostró como cierto. Aunque realmente, para todos en Birán, don Ángel era dueño absoluto.

Fidel Castro. Mi padre explotaba, entre tierras arrendadas y propias, más de 10 000 hectáreas, algunas propiedad de unos latifundistas, descendientes de luchadores por la independencia. Los mismos veteranos hicieron negocios con él, pero años después la contraparte eran los descendientes. Además, durante mucho tiempo, mi padre explotó la madera de los grandes pinares y áreas de montaña de Mayarí. Cuando yo era muchacho, el viejo tenía ganado, caña en sus tierras y en las  arrendadas, de manera que, entre unas y otras, llegó a administrar alrededor de 11 000 hectáreas.

Aquellas tierras se encontraban rodeadas por grandes latifundios norteamericanos: la United Fruit Company, Marcané Sugar Company, Warner Sugar Corporation (propietaria de la finca Miranda Sugar States), que poseían muchas tierras y un sistema muy rígido de administración. Empleaban a la gente en período de zafra, pero le ofrecían muy poco trabajo en el tiempo muerto como se le llamaba a la etapa en que no había zafra y aquella gente pasaba bastante necesidad. Como en el medio se ubicaban las tierras de mi padre, tanto las tierras propias como las arrendadas, eran una especie de oasis, donde mucha gente de los alrededores se refugiaba buscando trabajo o crédito para comprar en las tiendas. Las empresas norteamericanas pagaban todo en efectivo y no daban jamás un solo centavo de crédito a nadie.

Por otro lado, allí vivían administradores de las grandes trasnacionales; los dueños eran los accionistas o no sé quiénes, pero los que administraban allí no eran los dueños, eran empleados muy rigurosos, administradores muy estrictos. Si un trabajador se acercaba a ellos a pedirles algo, no podían prestarle ni un centavo porque no tenían un fondo social.

Pero como en Birán vivía mi padre, el dueño y administrador de todo, se le acercaban los trabajadores, los campesinos, para pedirle ayuda. Ninguna de aquella gente podía ir a  Nueva York a conversar con los accionistas de la United Fruit o de la Altagracia Sugar Company para pedirles un crédito en la tienda. Pero mi padre no vivía en Nueva York, estaba allí, era accesible y la gente podía hablarle; le pedían que les diera algún trabajo, y él les buscaba trabajo aunque no fuera muy necesario o les daba crédito en la tienda. En realidad, él nunca dejó a nadie con las manos extendidas pidiéndole algo. Era un hombre espléndido y se condolía al ver a aquellas personas en problemas. Aunque era capitalista y defensor del capitalismo, pensaba que si las cosas no estaban mejor era por culpa del gobierno.

En tal situación mi padre también necesitaba créditos. Aunque los ingresos eran elevados, los gastos también. Existían dos causas de endeudamiento: una, las campañas políticas de su amigo don Fidel Pino Santos. Mi padre, como era lógico, lo apoyaba, es decir, le pedía prestado al amigo parte del dinero que gastaba en la campaña política y, además, le pagaba interés por eso; no es que don Fidel le diera dinero para la campaña, ese era un concepto de amistad que tenían. Otra causa era la situación social porque a aquella gente había que darle un trabajo, o un crédito, y todo eso, a su vez, necesitaba adquisiciones importantes de mercancías. Claro, mi padre para eso también daba y recibía créditos. Así que tenía algunas deudas; y el banco era este señor, don Fidel Pino Santos.

¿Cuál era la garantía de tales deudas? La finca de mi padre, que por cierto, valía mucho más que la deuda. Ocurrió una situación muy especial, todo se basaba en una relación de confianza, él tenía una confianza ilimitada en su amigo y su amigo aparentaba tener la misma amistad hacia él; cualquier cosa que mi padre le planteara, créditos, préstamos, sin vacilar se los daba. Incluso no pienso, y lo demostró, que estuviera pensando engañar a mi padre; pero el hecho es que este hombre se enfermó, lo recluyeron en el hospital y estuvo un tiempo allí. Tenía problemas hepáticos. En cierto momento se hablaba de que tenía cáncer en el hígado. Pero, bueno, estuvo en el hospital, lo operaron, no sé si de vesícula o de otro mal, porque en aquella época el hígado no se operaba.

Pudo ser en el año 1950 o 1951, pero su salud se deterioraba continuamente. Lo habían vuelto a ingresar, y se pudo apreciar el riesgo de que aquel hombre muriera. La finca de mi padre estaba a nombre de don Fidel, no hipotecada, pero sin ningún papel ni garantía; de modo que si moría, lo que más valía de todo lo que mi padre tenía estaba en el aire, porque la única garantía era la buena fe o la amistad de don Fidel. Era un problema delicado, porque era el amigo de toda la vida y estaba próximo a morir. En tales circunstancias tenía que arreglarse la situación de la propiedad.

Por entonces, de tiempo en tiempo, yo iba por Birán y me pasaba temporadas allá, incluso a mi regreso de Estados Unidos estuve viviendo en mi casa.

 Katiuska Blanco. Sí, Comandante, todavía en Birán se recuerdan sus breves estancias en la casa de La Paloma, construida por su padre para que usted viviera después del matrimonio y de su graduación de los estudios universitarios.

Fidel Castro. Yo iba con mi familia. No recuerdo cuánto tiempo, pero estuve algunos períodos en la casa que no significaron gastos para mi economía familiar, como es de suponer; quizás Myrta recuerde con mayor precisión algunos detalles.

Katiuska Blanco. Conversé con ella en Madrid cuando visité España en junio de 2007. Fue muy gentil y recordó con gratitud a sus padres. Incluso conversamos sobre el libro Todo el tiempo de los cedros.

Fidel Castro. Bueno, fue una de esas veces que fuimos a mi casa, cuando mi padre me encargó que le resolviera aquel problema. Yo era abogado, tenía la autoridad y cierto prestigio que da el serlo y al mismo tiempo de representar los intereses de mi padre, pero el trabajo era fundamentalmente diplomático. Debía arreglar la situación, persuadir a don Fidel de la necesidad de traspasar la finca otra vez a nombre de mi padre, a partir de una realidad, el estado delicado de su salud.

Era una cuestión que resultaba siempre algo sensible. Es decir, la misión no era fácil, no podía ignorar el estado en que se encontraba don Fidel. Por las relaciones familiares que existían, me hubiera recibido en su casa pero permanecía recluido en el hospital y tuve que visitarlo allí, conversar con  él, plantearle el problema, explicarle que era una razón justa, lógica; que yo comprendía la situación porque no eran las mejores circunstancias para plantear el dilema, pero como se trataba de un problema de mucha gravedad y trascendencia para mi padre y para toda la familia, era necesario, partiendo de la realidad de su estado de salud, que la situación que había perdurado muchos años se arreglara.

Indiscutiblemente lo persuadí. No resultó difícil. Dijo que lo comprendía, que era correcto, que yo tenía razón en todo, y desde el propio hospital dio las instrucciones para que el asunto se resolviera, incluso me dio un poder para eso, porque en su estado no podía encargarse. Tuve que hacer más gestiones porque esto suponía el pago de la deuda no recuerdo ahora el monto, de eso deben conservarse aún algunos documentos y había que buscar el dinero. Hice todas esas gestiones a nombre de mi padre.

Katiuska Blanco. Sí, Comandante, los documentos aún existen. Su padre recuperó la finca por escritura de compraventa de fecha 20 de julio de 1951, exactamente 18 años después de que la había cedido en pago de sus acreencias a Pino Santos. Conseguimos localizar el original en el Archivo de Protocolos Notariales de la ciudad de Santiago de Cuba.

Fidel Castro. Me moví muy rápido. Fui a Santiago, después a otros lugares. Creo que lo hice en un tiempo bastante breve. Mi padre era suministrador de caña de la Miranda Sugar  States, una de las grandes empresas norteamericanas. La abastecía tanto de la caña que él cultivaba en sus propias tierras, como de las producidas en los terrenos arrendados. Suministraba 3 o 4 000 000 de arrobas de caña por zafra, no recuerdo con exactitud. Ramón sí tenía la cifra muy clara.

Katiuska Blanco. Los suministros fluctuaban de acuerdo con el clima y los resultados de la siembra y cosecha cada año. Lo supe por datos del anuario azucarero de la época, donde aparecen las producciones de la finca en determinados períodos y del cual se conservan todavía algunos números en la Biblioteca Nacional.

Fidel Castro. Tengo que traducir los datos a toneladas. Voy a poner a 3 000 000 la cifra más pequeña para decirlo en toneladas. Era suministrador de alrededor de 35 000 toneladas de caña cada año, como mínimo, lo que representaba una producción de alrededor de 5000 toneladas de azúcar, producidas con ella. La cantidad de caña suministrada por mi padre a aquel central, acordada en un contrato de suministro, era una cantidad muy importante.

La compañía Miranda molía cañas de tierras propias y cañas que se sembraban en tierras de otros propietarios. Aquellos centrales eran muy celosos de mantener el suministro, y mi padre, con estabilidad, los proveía de materia prima. Partiendo de tal circunstancia y puesto que existían tres empresas importantes por los alrededores, nos dirigimos a la mencio nada compañía para pedirle un préstamo con garantía de hipoteca sobre las tierras de mi padre. Ellos no podían negarse a hacerlo porque era con intereses y todos los requisitos. Mi padre solicitó unos 50 000 pesos para gastos y otras cuestiones. Él concurría a un banco de operaciones para pagar las cuentas comerciales, girar cheques, dar créditos, pero no se trataba de un banco grande y por eso acudimos a la Miranda.

También un banco habría podido prestar los fondos, pero lo más lógico era pedirle el préstamo a una empresa porque esta, por su propio beneficio, estaba interesada en resolver un problema de uno de sus suministradores de materia prima. Si mi padre lo era, lo más lógico a su vez era que ellos concedieran el préstamo, y así lo hicieron.

Hubo que hacer todos los trámites del traspaso de la finca de don Fidel Pino Santos a nombre de mi padre y, a la vez, suscribir la hipoteca y saldar la deuda con don Fidel. Me ocupé de todo.

El recargo que le puso la empresa norteamericana a mi padre por el préstamo fue un interés normal, no sería mayor que el que le pagaba a Pino Santos.

Mi padre estaba muy, muy contento con toda la gestión que yo le resolví porque salió perfectamente bien. Entonces, me dio una cantidad de dinero. No recuerdo si fueron 3000, o una cifra cercana. Para mí era una cantidad enorme de dinero en aquella época. Me la dio espontáneamente, no le pedí nada  ni estaba supuesto que yo trabajaba para que me la diera; pero él hizo así: ،Pram!, y me dio el dinero que, naturalmente, no podía rechazar porque tenía mis necesidades.

Por aquel mismo período, recuperé dos cantidades más de dinero. Una de ellas fue porque, revisando los papeles de mi padre, descubrí que los propietarios de las tierras cuando se firmó el contrato de explotación de la madera habían pedido una garantía en dinero y nadie se había acordado más de eso. Yo, como abogado, escrutando los papeles, descubrí que existía una garantía de préstamo como de 2000 pesos. Ya se había terminado todo el negocio y la garantía no se había devuelto. Entonces, le pedí permiso a mi padre para recobrar ese dinero, que nadie calculaba. Aprobó mi propuesta y me dijo que lo recuperara para mí. No lo recuperé todo, pero por lo menos conseguí la mitad. Significaron como 1000 pesos.

La otra cantidad fue de la forma siguiente: cuando viajaba de mi casa hacia Miranda por la vía del ferrocarril de línea estrecha para estas gestiones, iba observándolo todo en el camino, y como estaba metido en los problemas de las fincas preguntaba constantemente de quiénes eran las plantaciones de caña. Lo que me respondieron me resultó muy extraño porque la frontera entre las tierras de la compañía Miranda y las del colono Hevia era muy irregular. Entonces busqué los mapas. Mi padre tenía los mapas de todas las tierras de Hevia porque aquellas tierras las había arrendado él, y descubrí que  la transnacional yanqui Miranda había plantado cañas en tierras de Hevia, el heredero del veterano de la independencia.

Cuando descubrí tal asunto en los mapas y con todas las escrituras, me dediqué a recoger la información de cuánta caña se había cortado allí en 15 años para saber de cuánto podía ser la deuda de la transnacional yanqui con dicho terrateniente. Logré obtener la información necesaria correspondiente a tales años, calcular el monto que debía pagársele al dueño del terreno, y que recuperara, por lo menos, como 70, 80 o 100 hectáreas. No era una cantidad muy grande de tierra, pero con la caña cortada en 15 años se demostraba que tenía que pagar, por lo menos, 17 000 pesos, es decir, su equivalente en dólares; más reconocer la propiedad de la tierra y lo que iba a ganar por año.

Con los datos acopiados me reuní en La Habana con uno de los herederos los dueños eran dos familias y le llevé los papeles. Le demostré todo de una manera tan irrebatible que no se podía discutir nada. Ellos iban a ganar más de 15 000 pesos; yo pensaba que, por lo menos, me darían un tercio del resultado de la gestión. Algo debían de darme por haber descubierto todo aquello. No fue un pleito que me llevaron, sino algo que descubrí. Bueno, fueron tan avaros que me pagaron como 2000, si acaso 2500 pesos por la gestión, sin contar que recuperaron la tierra. Fue un poquito más del 10% de todo el dinero y, además, lo cierto es que también me costó trabajo cobrárselos. Una de las dos familias me pagó primero, pero recuerdo las veces que me hicieron esperar, hasta que finalmente pagaron.

Los propietarios de las tierras arrendadas hicieron un negocio redondo porque no hubo pleito, bastó presentarle a la empresa norteamericana la información y lo reconoció todo. La empresa pagó sin necesidad de ir a los tribunales.

Dichas gestiones me proporcionaron como 3000 pesos por un lado, cerca de 1000 por otro, más los 2000 que pude cobrarle a los latifundistas. Sumando fueron alrededor de 6000 pesos que pude recaudar en relativamente poco tiempo, lo que me permitió conseguir un nuevo apartamento, ubicado en la calle 23. Tenía mejores condiciones y me mudé para allí. Estaba en una tercera planta, era un poco más caro, un poco mejor, porque ya siendo abogado necesitaba tener un despacho. En un período anterior, cuando vivíamos en 3.a y 2, Raúl contribuía con lo que le mandaban de la casa. Lo juntábamos. Éramos cuatro allí. Él estuvo viviendo con nosotros cuando estábamos más escasos de dinero.

Aquel ingreso que obtuve después de graduado, si lo traduces al valor del dólar en los tiempos que corren, debe ser varias veces superior, porque en aquella época el peso era equivalente al dólar, y Cuba vivía una gran crisis.

Entonces adquirí un Chevrolet de color beige. La verdad es que tenía necesidad del carro para trasladarme con más  prontitud y realizar múltiples gestiones. Era un auto nuevo, pero de una línea modesta y adquirido a crédito. Me debió de costar 2000 y pico o 3000 pesos, tal vez un poco más; pero lo que tenía que pagar era el seguro y una cantidad mensual. No recuerdo cuánto era, pero el acuerdo fue pagar una cifra inicial y el resto en varios años. Creo que debía abonar alrededor de 60 pesos mensuales.

Es decir, conseguí automóvil a crédito, un mejor apartamento y algún dinero que, por supuesto, guardé en la medida en que fue posible. Pagué deudas de distinto tipo a mis acreedores: en la carnicería y hasta en el restaurante que existía frente al anterior apartamento donde vivíamos, cercano al futuro hotel Riviera.

Katiuska Blanco. —¿Era el restaurante que se llamaba Frenmar? Cada vez que paso por allí veo aún las letras en la pared del edificio.

Fidel Castro. Frenmar, así se llamaba el pequeño restaurante al cruzar la esquina de la casa. Era bastante bueno. Recuerdo que hacían jamón dulce, lo preparaban excelentemente. Tenían camarones rebozados con salsa de ajo, dos exquisiteces. Ofrecían muchas cosas buenas allí. Yo podía ir alguna que otra vez porque el dueño era amigo mío y también me daba créditos.

Pero bien, el hecho es que tuve un respiro económico como consecuencia de tales gestiones. En dicho período también mis gastos aumentaron con motivo de un tiempo radial contratado para difundir mis mensajes. Debía pagarlo mensualmente. Al principio se trataba solo de 15 minutos y luego se extendió a una hora. El requisito de pago no duró mucho tiempo eran como 200 pesos, más los sobres y los papeles para escribir a la audiencia. Después, en los últimos meses en que mantuve el espacio radial, la misma emisora tenía interés en el programa que yo trasmitía, porque así conservaban a los oyentes.

Constituían mis gastos fundamentales independientemente de que tenía que pagar la letra y el combustible del carro, la vivienda, la alimentación y, al final, la hora de radio, los sobres y el envío de cartas.

La suma grande de dinero de que hablábamos, reunida por gestiones propias, me permitió ir resolviendo mis problemas personales en todo el tiempo inicial posterior a mi graduación y además desplegar una actividad sumamente intensa hasta el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, sin que me abrumara la estrechez económica que después viví.

Al bufete que establecimos, en octubre de 1950, entre los doctores Aspiazo, Rasende y yo, en Tejadillo Nº 57, acudían algunos casos de personas con solvencia económica, no todos eran casos sociales, no todos eran personas que iban a desalojar de un edificio o de un territorio, como los vecinos de La Pelusa, un barrio en los terrenos de lo que hoy es la Plaza de la Revolución. La mayor parte de los casos eran de tal tipo, pero otros no. No sé si alguien me dio un día 1000 pesos porque lo defendí. A veces eran casos penales, gentes infelices, si querían me daban algo y si no podían no me daban nada. No resolvía así ningún problema, se trataba de cantidades insignificantes.

A fines de 1951, la mayor parte de mis gastos los hice en papeles, sobres y una hora de radio, que duró varios meses, quizás cinco o seis meses, aquello debió costar unos 1000 pesos.

Aparte tenía los créditos de los propietarios y comerciantes, lo mismo el del garaje, la tienda, el alquiler Todo el mundo me daba créditos. Se suponía que les pagara después de la campaña política, porque ya yo aspiraba a representante por el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos); ya era delegado por el barrio de Cayo Hueso. Tenía suerte, la gente confiaba.

En aquel período trabajé incansablemente. Fue cuando desarrollé investigaciones para sustentar denuncias de corrupción hacia las postrimerías del gobierno de Carlos Prío, el segundo presidente del Partido Auténtico. Para ello, tenía que incurrir en gastos para viajar a Pinar del Río, alquilar un avión por cinco pesos para que me llevara a fotografiar propiedades y negocios ilícitos, liquidar la deuda por una cámara de película que utilicé. Claro, no tenía que gastar recursos en empleados, porque todos mis amigos eran voluntarios en los esfuerzos que realizaba, entre ellos René Rodríguez.

Más tarde sobrevino el tiempo que siguió al golpe del 10 de marzo, fue muy duro, muy duro, desde el punto de vista económico; posiblemente, el más difícil de todos. Tras el golpe de Estado no tenía nada. Me vi obligado a mudarme varias veces, vivir en casa de familias amigas, hasta que más tarde mis compañeros me convirtieron en revolucionario profesional, porque Abel y Montané me pagaban la comida, el carro y el apartamento.

Katiuska Blanco. Debió de ser muy ardua tal etapa de su vida, quizás recordó los tiempos difíciles de su niñez. A pesar de eso, ¿nunca existió un caso que al asumirlo usted cambiara su suerte?

Fidel Castro. La verdad, sí existió tal oportunidad pero la desestimé y te voy a explicar mis motivos. Siempre me digo, ¿cuál fue la actitud más admirable que asumí en aquel período, ya graduado en leyes? ¿Qué fue lo más admirable que hice, siendo alguien muy necesitado de dinero y que pasaba tanto trabajo? Lo más admirable ocurrió cuando don Fidel Pino Santos murió. Él era millonario, se calculaba su fortuna en 8 000 000 de pesos. ¿Qué sucedió? El amigo de mi padre había enviudado mucho tiempo atrás y establecido relaciones con una mulata santiaguera, a quien hizo propietaria de una farmacia. Vivían juntos, no casados legalmente, pero llevaban una vida en común, viajaban a mi casa. Aquella mujer se ocupaba de él realmente, lo hizo durante muchos años, desde su viudez. Que recuerde, creo que yo estaba estudiando entonces en el Colegio Dolores. Él debe haber enviudado en el año 1938 y  estamos hablando del año 1950 o 1951, más o menos. Habían estado juntos como 10 0 12 años, haciendo vida matrimonial.

Katiuska Blanco. Fidel Pino Santos enviudó en diciembre de 1937; pero don Ángel viajó a dar el pésame a su amigo a principios del año 1938, y aprovechó el viaje para llevarlos a usted y a su hermana Angelita para la casa de Martín Mazorra. En tal oportunidad fue que a usted lo matricularon en el Colegio Dolores.

Fidel Castro. Al morir don Fidel Pino Santos, aquella señora, Ana Rosa Sánchez, tenía derecho a bienes gananciales; es decir, le correspondía la mitad de lo que hubiera ganado don Fidel en los últimos 12 años. En un pleito, según el derecho civil y familiar que yo había estudiado, ella tenía derecho a los bienes gananciales del millonario fallecido, en virtud de un juicio de equiparación matrimonial. Lo más fácil del mundo era probar su vida en común durante 12 años.

Entonces la señora me pidió que me hiciera cargo del proceso, que fuera su abogado. Aquel sí era un negocio grande, y un pleito que se ganaba simplemente con presentarlo. Don Fidel al morir poseía, como dije, alrededor de 8 000 000 de pesos entre dinero, bienes, hipotecas De esa cifra a ella le correspondía alrededor de 1 500 000 de pesos, posiblemente más.

La señora Ana Rosa me conocía porque el matrimonio fue muchas veces a mi casa en Birán durante los 12 años de unión. Don Fidel nos visitaba y nosotros también íbamos a la casa  donde él vivía, teníamos relaciones de amistad, en especial mi padre. Si me hubiera hecho cargo de dicho pleito, simplemente con ir a los tribunales y presentarlo se ganaba. La herencia no podía repartirse mientras no terminara el litigio; lo más probable era que se llegara a un arreglo, y en el más insignificante resultado, si a mí me daban nada más que un exiguo 10% de lo que le correspondía a la viuda, habría recaudado unos 100 000 pesos, nada más que con buscar los datos imprescindibles.

Otros pleitos que presenté los gané todos sin ir a los tribunales. Hacía un trabajo casi diplomático, más que otra cosa. Y yo, que tenía unas necesidades materiales tremendas, me di el lujo de decirle a esa señora que no me hacía cargo del caso por una cuestión ética, porque la otra familia, los hijos de don Fidel Pino Santos, eran gente conocida por nosotros y también teníamos relaciones de amistad con ellos desde que éramos muchachos. Es decir, que tanto con los hijos de la primera unión de don Fidel Pino, como con su segunda señora, manteníamos vínculos amistosos. Entonces, a mí me repugnaba entrar como abogado en un pleito de familia, simplemente porque me convenía muchísimo y hubiera podido resolver todos mis problemas. Aunque necesitaba aquel dinero, me interesaban mucho más la política, la revolución y la ética, digo la verdad, aquel dinero habría resuelto mis problemas familiares; pero por una cuestión de escrúpulos, de conciencia, si había conocido de muchacho a dicha gente, lo mismo a unos y a otros,  no consideré correcto presentarme de repente en una querella de familia.

No sé todavía cómo se resolvió el litigio, ni quise saber. El caso es que en aquel período crítico, entre el momento en que resolví el problema de mi casa y el momento en que se produjo el golpe de Estado del 10 de marzo, tuve oportunidad de ganarme esa elevada suma fácilmente. Sin embargo, con una tranquilidad y un desprecio olímpico por el dinero, dije que no. Si hoy me viera en la misma situación, tampoco me inmiscuiría en el conflicto, más bien propiciaría de forma diplomática un arreglo, una solución, pero nunca interviniendo como abogado de una de las partes.

Haciendo un análisis de aquella etapa de mi vida, diría que fue meritoria porque pasé trabajo. Era un individuo joven, activo, dinámico, que viviendo en una sociedad donde lo más importante era el dinero, no me dejé arrastrar por ningún interés material. Si me preguntan cuál fue mi mérito más grande en dicho período, diría que fue aquel.

Creo que uno de los hijos de don Fidel, después, se quedó con un anillo de brillantes que mi padre me iba a dejar. Mi hermano Ramón lo supo porque el viejo, cuando estaba muriendo, le habló de ello.

Además, durante 1950, 1951 y los primeros meses de 1952, creo que ejercí la profesión de abogado de forma noble y desinteresada, a pesar de que existía la tradición de pagar bien los  servicios de los abogados. Por la misma causa, a veces, contar con un letrado en leyes era un lujo que no podían darse los humildes.

Frecuentemente ejercí sin ningún propósito económico, sino por defender lo justo o a quienes no tenían recursos y serían despojados de sus derechos por dicha razón.

Pienso en aquellos años y recuerdo que tampoco dejaron de ocurrir en mi vida hechos inesperados y hasta sorprendentes. En el bufete de Tejadillo atendí algunos casos importantes. En uno de ellos me autodefendí. Fue con motivo de una huelga estudiantil en Cienfuegos contra el gobierno de Prío, en la etapa cuando Aureliano Sánchez Arango fungía como ministro de Educación, olvidado de sus posturas progresistas y revolucionarias de otro tiempo. Existía una gran polémica con este personaje muy influyente. Su disputa posterior con Chibás dio lugar a la muerte de este. Aureliano era un tipo de armas tomar, y ya Prío era peligroso, su mandato presidencial contaba con su cuota de responsabilidad por las muertes de personas, debido a sus debilidades y errores. Sobre todo la corrupción se había generalizado y los que en un tiempo fueron revolucionarios se habían hecho millonarios desde el poder.

Puede haber sido en el mismo año 1950, yo estaba recién graduado de abogado y fui a Cienfuegos invitado por los estudiantes para un gran acto.

Katiuska Blanco. Según el Libro 6º, Folio 79 del Registro de Inscripciones de Títulos del Colegio de Abogados de La Habana, usted se incorporó a dicha asociación profesional el 10 de noviembre de 1950, y aquel mismo mes apareció publicada [en el periódico La correspondencia, de Cienfuegos] una «Carta Denuncia» que usted firmó y donde señalaba: «Los universitarios que acudimos a Cienfuegos, lo hicimos invitados por los compañeros del Instituto para hacer uso de la palabra en un acto que, como nadie ignora, había sido convocado con todos los requisitos legales, y cuyo único fin era la justísima protesta contra la actitud despótica con que el ministro de Educación se ensaña ahora contra los estudiantes como ayer se ensañara terriblemente contra maestros y profesores de la Segunda Enseñanza ». Los hechos tuvieron lugar en la ciudad del sur de la isla, el domingo 12 de noviembre de 1950.

Fidel Castro. Sí, viajé a Cienfuegos porque tenía el propósito de ayudarlos en la defensa de sus reivindicaciones. El día que llegamos a la ciudad, nos arrestaron por la noche y, además, nos sacaron de la estación policial a una hora muy sospechosa, creo que de madrugada para trasladarnos desde Cienfuegos hasta Santa Clara; un recorrido de muchos kilómetros por un camino solitario y oscuro.

No habría sido nada extraordinario que un capitán del Ejército, la policía o la rural, recibiera órdenes de matar. Ya por entonces los gobiernos auténticos mataban a dirigentes obreros y políticos como si nada, y aquel capitán que nos detuvo tenía  mala fama y se prestaba a las mil maravillas para tal fin.

Habría sido cosa posible que desde el gobierno le hubiesen dado instrucciones al capitán, o a cualquiera, de ser represivo, para que considerara su deber aplicarnos la ley de fuga. No habría sido un hecho excepcional porque en aquel momento, y en Cuba, la llamada ley de fuga era un procedimiento aplicado a los prisioneros políticos.

Enrique Benavides Santos, líder estudiantil de la FEU, que también participó en los actos en Cienfuegos, recordaba que nos trasladaron de una forma inusitada, y ciertamente hubo quien se preocupó por nosotros y siguió el carro que nos trasladaba. A la hora decisiva intercedió. Fue grande el peligro que vivimos en aquel episodio.

Katiuska Blanco. Sí, Benavides, entrevistado en 1989 por el periodista Aldo Isidrón, narró que en la madrugada del 13 de noviembre, con órdenes de trasladarlos, llegaron dos parejas de la Guardia Rural a la celda donde se encontraban presos. Contó que ustedes opusieron resistencia, pero que a fuerza de culatazos y esposados los sacaron de la prisión. Los guardias los introdujeron en un auto y emprendieron viaje con destino ignorado, custodiados por otro automóvil. Trascurridos unos veinte minutos de trayecto, en un lugar rodeado de montes, detuvieron la marcha y quisieron obligarlos a bajar, pero ustedes, para impedirlo, lucharon a puntapiés, codazos y puñetazos. En medio de tal forcejeo, a la distancia, un auto hizo  señales con las luces y en pocos segundos se detuvo a su lado. Entonces un hombre se bajó y preguntó indignado: «¿Qué sucede con estos muchachos?». Era el presidente del Ayuntamiento de Cienfuegos, quien los había seguido desde la ciudad porque temía por sus vidas. Benavides también recordaba que llegaron a Santa Clara a las 4:00 de la madrugada y fueron de nuevo encarcelados. Tres horas después una multitud enardecida clamaba por su liberación a las puertas de la penitenciaria provincial. Las voces repetían: «،Que los suelten, que los suelten! ». A partir de la movilización combativa de los estudiantes y el pueblo y de las denuncias de Eduardo Chibás, el gobierno de Prío se vio forzado a decretar su libertad provisional.

Al llegar a La Habana, lejos de sentirse atemorizados por lo ocurrido, ustedes firmaron un llamamiento a una protesta estudiantil nacional el 27 de noviembre. El juicio oral por los hechos en Cienfuegos fue señalado para el 14 de diciembre en el Tribunal de Urgencia de Las Villas.

Fidel Castro. Aquella fue la primera vez que me defendí en una sala, el juicio tuvo lugar en el Tribunal de Urgencia de Santa Clara. Por ello, cuando llegué al juicio del Moncada ya yo era mi propio abogado desde hacía rato. En Santa Clara fue la primera vez que me defendí y salí absuelto. Por suerte tuve éxito.

Katiuska Blanco. Benavides recordaba que viajaron por ferrocarril y que usted apenas durmió porque durante horas leyó libros de José Martí. 

Conversé con Benito Besada, condiscípulo suyo en la Universidad y abogado de Benavides en el juicio. Benito falleció el 16 de septiembre de 2005 y casualmente nuestra charla fue por teléfono, poco antes de su muerte. Él recordaba muy bien aquel día. Ustedes llegaron casi al amanecer, como a las 6:00 de la mañana, a su casa en Santa Clara. Poco después él fue a la Audiencia para conocer las incidencias del proceso y trazar una estrategia defensiva. A su regreso, usted estaba adormecido y sobre su pecho tenía el famoso alegato ،Yo acuso! de Émile Zola.

A Benito le impresionó mucho su autodefensa, sobre todo porque en realidad se convirtió en una denuncia tremenda, desde el momento mismo en que usted asumió sus funciones e interrogó a los testigos. Él evocaba que cuando le concedieron la palabra a la defensa, usted se levantó pausado y enérgico y se refirió apasionadamente a los males que Cuba padecía, a todos los atropellos del régimen, lo que confirió al juicio una tensión insospechada, mientras los asistentes escuchaban atentos y conmovidos. Todo el mundo coincidía: nunca había sucedido algo así ni se creía que alguien se pronunciara de tal forma, era algo absolutamente nuevo. Cuando los magistrados se retiraron a deliberar, usted le dijo: «No importa la suerte que corramos, Benny, estas verdades había que decirlas». Finalmente, Benavides y usted fueron absueltos.

Así que puede aseverarse también, Comandante, que cuando el juicio del Moncada, hacía ya bastante rato que usted, de acusado se erigía en acusador, ¿no lo cree?

Fidel Castro. Sí. ،Cuántas circunstancias recurrentes!, ¿verdad? Uno se pone a pensar y aprecia cómo se hilvanan las historias poco a poco. De los casos más connotados en que participé, recuerdo también un juicio que sesionó en la Audiencia de La Habana donde creo que defendí a Armando Hart y a un grupo de estudiantes presos también en el Tribunal de Urgencia, acusados por el gobierno de Prío. Defendí distintas causas de gente pobre. Cuando existía un problema serio de tierras, de gentes a las que querían desahuciar, yo los representaba, hablaba con ellos, organizaba la agitación política, la denuncia. Lo llevaba a un plano político y a un plano público; no seguía precisamente el método tradicional, el estilo jurídico. Defendía a la gente no con argumentos estrictamente legales, porque desde la legalidad a lo mejor los podían sacar o desalojar, pero al mismo tiempo se cometía un abuso de poder, un acto inhumano, un acto injusto.

De todos aquellos casos en los que defendí a gentes que querían desahuciar de los edificios, a campesinos que querían desalojar de las fincas, el más notorio de todos, porque abarcaba a miles de personas 1 000 o 2 000 familias por lo menos, fue el de un barrio muy humilde ubicado donde ahora se encuentran el Monumento y Memorial José Martí, el Palacio de la Revolución, la Plaza de la Revolución, el Teatro Nacional. Por toda la amplia avenida, desde los límites de la calle Zapata, vivían miles de familias en villas miseria eran La Pelusa y otros barrios, y el gobierno de Prío quería desalojarlos.

Era un gran negocio. El gobierno fue comprando tierras; pero le faltaba toda aquella zona que podían ser pienso yo 20 o 30 hectáreas, donde vivía aquella gente dentro de la ciudad. Los terrenos valían varios millones de pesos porque eran tierras urbanizadas. Tenían casi desalojados a los moradores utilizando presiones y ofreciendo un pago de 25 pesos.

Reunidos los representantes del Ministerio de Obras Públicas con los pobladores allá en La Habana Vieja, a punto de firmar el desalojo, llegué y dije: «No firme nadie, vamos a ver». Ahí empezó la batalla. Decía: «Bueno, no nos oponemos a que hagan esas construcciones aquí, pero hay que hacer una vivienda para cada familia». Toda aquella gente comprendió. Yo organizaba mítines con estudiantes, con trabajadores. La FEU nos apoyaba, también lo hacían algunas estaciones de radio. Todo eso creaba agitación. No se trataba de un pleito formal. Es decir, defendía a la gente, pero en algunos casos, el método no era jurídico sino de denuncia pública del abuso. Claro, también defendí en los tribunales disímiles juicios; pero todos los problemas de carácter social, problemas políticos, los dirimí en el terreno político: denunciando, movilizando a la gente, buscando apoyo. Y el caso más importante de todos los que libré fue este, sin discusión.

 Katiuska Blanco. Sé que también por entonces usted orientó al bufete seguir expediente en la Dirección Central de Servicios Públicos contra la poderosa Cuban Telephone Company. Se trataba de concesiones del gobierno a dicha compañía, lo cual le permitía, entre otros desmanes, cobrar en exceso a los usuarios. La empresa apeló ante la Sala de Leyes Especiales y Contencioso Administrativo del Tribunal Supremo, y valiéndose de muchos ardides consiguió retrasar el proceso. El recurso no se vio hasta 1954 y en tal fecha usted estaba preso en Isla de Pinos, por lo que no pudo comparecer en la sala. Por decisión suya, en su lugar, lo hizo el doctor Pelayo Cuervo Navarro, junto a Aspiazo, quien testimonia dicha historia años después. También detalla que el fallo fue favorable a los usuarios, pero nunca se ejecutó. La dictadura batistiana, lejos de respetar la decisión jurídica, el 14 de marzo de 1957, tras el ataque al Palacio Presidencial del día 13, en una burla siniestra al pueblo, promulgó un decreto aumentando las tarifas. El día antes habían asesinado a quemarropa al doctor Pelayo Cuervo, un ortodoxo poco conocido ahora y de quien quisiera en algún momento de nuestra conversación, usted me hablara.

También conocí que muy poco antes del golpe usted ofició como abogado acusador a nombre de la madre del joven Carlos Rodríguez, asesinado por la represión policial. Leí los reportajes y noticias de la época y los testimonios de Justa, la mamá de Carlos, quien pasó por el dolor punzante de perder a  su hijo por una agresión brutal. No pudo llegar a tiempo para salvarlo, pues demoró en conseguir el dinero imprescindible para comprar unos medicamentos que su hijo requería y cuando llegó con ellos ya era tarde. No olvido el recuento publicado entonces. Para mí fue estremecedor. También fue un caso importante, ¿no es así?

Fidel Castro. Sí, así mismo fue. Acusé al jefe de la motorizada y a un teniente muy agresivo.

Bueno, algunos de los casos ante los tribunales fueron importantes porque yo no solamente defendía, sino acusaba. Había logrado, en un proceso que seguí contra aquel teniente de la policía y contra un comandante, que los procesaran y que les pidieran 30 años por asesinato. Hubo muchas actividades de tal tipo en las que acusé como abogado, promoví movimientos, denuncias.

En un periódico de la época, que guardo, se informaba que el abogado, doctor Fidel Castro, había instruido de cargos al comandante Rafael Casals y al primer teniente Salas Cañizares, en la causa incoada por la muerte de Carlos Rodríguez Ya los tenía agarrados, acusados, procesados; tuvieron que presentar fianza y quedaron en libertad provisional.

Cuando se produjo el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, el teniente de la motorizada al que yo acusaba, al que le pedían 30 años, que fue de los que conspiró con Batista, fue designado jefe de la Policía Nacional, uno de los cargos más sig nificativos. Y el otro, el comandante, fue ascendido también, le dieron un cargo muy importante. El teniente llegó a general y jefe de la policía. Los tipos que yo casi tenía en la cárcel.

Este fue el tipo de guerra que le hice a los del Ejército, es decir, a los oficiales, a la policía que asesinaba, que atacaba. Yo desplegaba una actividad incansable, redacté infinidad de artículos, escribí denuncias para la prensa.

En otro periódico se comunicaba que se esperaba mi presencia como abogado acusador por la muerte del obrero cinematográfico Fabio Peñalver García...

De tal etapa, el titular de un rotativo señalaba: «Habla Fidel Castro en el acto de protesta organizado por el Comité de Lucha de los Vecinos Pobres de la finca San Cristóbal, contra el desalojo ordenado por el ministro de Obras Públicas». Antes del golpe del 10 de marzo, fui encendiéndolo todo con continuas denuncias. Estaba a todo tren.

Pelayo Cuervo cooperó con Aspiazo, después del golpe del 10 de marzo de 1952, en la defensa de los vecinos de La Pelusa. Pelayo era senador y un destacado miembro fundador del Partido Ortodoxo. Hombre de gran autoridad política y muy valiente, lo vi actuar junto a Chibás en una manifestación reprimida por la policía; él prosiguió sus actividades políticas en la oposición después de la muerte de Chibás y del golpe de Estado de Batista. Estaba yo en la montaña Caracas, de la Sierra Maestra, con un puñado de combatientes, cuando es cuché por radio las noticias del asalto a Palacio y la muerte de José Antonio Echeverría. La policía represiva arrestó y asesinó cobardemente a Pelayo como un acto de venganza por las actividades políticas que realizaba como líder ortodoxo contra la tiranía batistiana.

Katiuska Blanco. Como recuento de aquellos años finales de la Universidad y comienzos del ejercicio de la profesión, envuelto en una tremenda vorágine, entre protestas y denuncias de todas las injusticias sociales, distingo en usted la iniciativa de creación y luego la participación activa en el comité universitario de la lucha contra la discriminación racial, porque según testimonios de entonces, al balneario universitario, por ejemplo, no se permitía la entrada de negros, y el acceso allí de blancos y negros por igual fue resultado de la lucha de dicho comité. Recuerdo que poco antes de su creación, habían asesinado, el 4 abril de 1949, a Justo Fuentes Clavel, ¿usted también piensa que fue un crimen racial?

Fidel Castro. Justo Fuentes Clavel era un estudiante universitario, presidente de una escuela universitaria, no recuerdo bien si de la de Odontología. Era un muchacho alto, delgado, negro, muy pobre, que pudo estudiar porque era de La Habana. Era de los que con nosotros luchaba contra Prío.

Efectivamente, yo pertenecía al comité de lucha contra la discriminación racial, siempre estuve con ellos y con la gente que batallaba contra los prejuicios raciales. 

Recuerdo un día que Justo y yo caminábamos por La Rampa, por la calle 23, y quisimos entrar en un lugar donde funcionaba una bolera, entonces un tipo allí, una especie de guardaespaldas, dijo: «No, no se puede pasar». «¿Y por qué no se puede pasar?», le preguntamos. Respondió: «No, no hay lugar, ya está lleno». Entonces, nos fuimos y me dijo Justo: «Eso lo hace por mí, es mentira eso de que no hay lugar, lo hace porque soy negro». Era un lugar recreativo. Yo había pasado por allí algunas veces, nunca había visto tales problemas. A Justo lo mataron poco después, creo que fue un acto de venganza que tomaron contra él. Quizás lo escogieron entre los dirigentes estudiantiles por ser negro. Alguien debía morir y lo escogieron a él.

Los compañeros de Emilio Tro, después de lo de Orfila, creyeron que su misión era vengarlo, tomar justicia contra los que lo habían asesinado y entraron en una guerra. Así la espiral de violencia fue en ascenso. Yo pude concebir que en su ignorancia política confundieran la revolución con la idea de hacer justicia; pero lo inconcebible para mí fue que el gobierno de Prío, para neutralizarlos y como forma de mantener el orden, los reunió a todos y les entregó prebendas y puestos en el gobierno a cambio de alcanzar la paz. Así fueron cayendo bajo el control del gobierno. De modo que al final, cuando aquello terminó así, los combatí y los denuncié a todos, incluyendo a los de la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR).

 Katiuska Blanco. Comandante, leí hace poco que la Bohemiadel 13 de noviembre de 1949, en sus páginas 78 y 79 publicó que los pistoleros del Movimiento Socialista Revolucionario (MSR), organización gangsteril dirigida por Masferrer, lo habían sentenciado a usted a muerte. Según informaba la revista, en el lugar de donde se evadieron los sicarios de la policía Orlando León Lemus [el Colorao], y Policarpo Soler, se ocuparon unos papeles donde se revelaba que habían condenado a muerte a muchos de sus adversarios, entre los cuales figuraba en dos oportunidades el nombre de Fidel Castro Ruz. Lo recuerdo ahora porque hablamos de Justo Fuentes Clavel, y creo que la segunda oportunidad fue cuando discutieron a quién asesinarían de los más destacados dirigentes estudiantiles de entonces, como parte de un plan de desestabilización porque el «ambiente estaba demasiado tranquilo». En la reunión, según Rubén Hernández que había sido miembro de Acción Revolucionaria Guiteras (ARG) y lo fue después del MSR, Masferrer volvió a proponer que lo eliminaran a usted y entonces se mencionaron dos nombres de posibles víctimas: el suyo y el de Justo Fuentes Clavel, vicepresidente de la FEU y miembro de UIR, y todo parece indicar que se inclinaron por Justo por una cuestión racial.

 

 
 
 
 

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